Ocho luces serenas en la inmensidad del recuerdo


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Fue mi maestra de cuarto grado Crisálida Morúa, la que nos contó por vez primera el desgarrador fusilamiento de los 8 estudiantes de Medicina ocurrido un 27 de noviembre del año 1871. Yo recuerdo que el aula en pleno se quedó pegada a sus pupitres. No se oía ni el volar de una mosca. Quedamos todos completamente impactados ante esas ocho luces serenas, como ella llamó a los estudiantes, utilizando las palabras de Martí.

El odio había alcanzado efectos tan horrendos, que, a pesar de los años transcurridos, la Patria con todo su dolor, no había podido olvidar tan angustioso acontecimiento.

Una película cubana de ficción, presentada en 2018, basada en estos hechos titulada Inocencia, obra del Director Alejandro Gil, aborda lo ocurrido, por cierto, con muy buena aceptación del público.

La triste verdad fue que ocho estudiantes cubanos de Primer año de Medicina, fueron fusilados sin probarle causa alguna, y simplemente, por descargar en ellos el odio feroz contra un país que quería ser libre del coloniaje español.

Ya nuestro Ejército Libertador, iba ganando terreno, nuestros mambises demostraban su potencial de lucha por ver la Patria libre del coloniaje español. 

Fueron 45 estudiantes llevados a Consejo de Guerra. La acusación más injusta que haya existido. Aquellos muchachos, algunos, se divertían un tanto ingenuamente en las calles del antiguo Cementerio de Espada, mientras esperaban que llegara un profesor a iniciar las clases. Uno de ellos, tomó una flor, otros, sobre el carro vacío, que había conducido cadáveres para su estudio, se montaron y se desplazaron como en juego y sin embargo, los señalaron como profanadores del sepulcro del periodista Gonzalo Castañón, un irascible anticubano muerto un año antes.

Nadie escuchó las airadas palabras de Federico Capdevila, el defensor de oficio, quien pretendía aclarar aquella malévola situación que se había querido presentar. Cuando supo del fusilamiento de aquellos ocho jóvenes el valiente oficial valenciano, quebró en público su espada y renunció a continuar prestando servicios al Ejército español. Otro valiente fue Nicolás Estébanez, que desató su ira cuando conoció el crimen aberrante. Dicen que, ante tal injusticia, también renunció a su carrera como militar. Los voluntarios de la Habana, llenos de furia apoyaban una de las mayores injusticias de nuestra historia

Unos estudiantes acusados, fueron sancionados a encierros carcelarios y ocho condenamos a muerte.

Nada más grotescamente injusto lo ocurrido.

Padres, madres de los fusilados, sus novias, familiares y amigos juntos a un pueblo inmerso en la rabia y al dolor infinito, todos unidos. 

Uno de los estudiantes fusilados, contaba solamente con 16 años, llamado Alonso Álvarez de la Campa.  Ángel Laborde y Carlos Verdugo, con 17 años y Carlos de la Torre, Eladio González, José de Marcos y Medina y Anacleto Bermúdez, con 20. El mayor de todos, con 21 años, Juan Pascual Rodríguez.

Gracias a Fermín Valdés Domínguez, el gran amigo de Martí, pudimos conocer en detalle esta terrible historia. Fermín, era uno de los 45 estudiantes de medicina que estuvieron tan cerca de este fatal acontecimiento. Fue del grupo de estudiantes de medicina encarcelados y también sometido a castigos carcelarios.  Ante el escándalo del fusilamiento, la Metrópoli no le quedó otro remedio que indultar a los condenados y enviarlos a España. Allá en la península, se reunieron los dos amigos y Fermín, escribió en detalles el abominable hecho y no solo eso, aclaró muchas cosas y contribuyó a preservar el cuerpo y la gloria de los caídos. Por la familia de Gonzalo Castallón, el cubano logró que se supiera, que nunca fue rayada la tumba de aquel periodista.

Martí en España, recuperándose de una intervención quirúrgica, por causa de los grilletes en las canteras, escribe en plena juventud, un largo poema del cual escojo los siguientes versos finales;

Cuando la gloria

a esta estrecha mansión nos arrebata,

el espíritu crece,

el cielo se abre, el mundo se dilata

y en medio de los mundos se amanece.

¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego

anhelo ansioso contra ti conspira:

mira tu afán y tu impotencia, y luego

ese cadáver que venciste mira,

que murió con un himno en la garganta,

que entre tus brazos mutilado expira

y en brazos de la gloria se levanta!

No vacile tu mano vengadora;

no te pare el que gime ni el que llora:

¡mata, déspota, mata,

para el que muere a tu furor impío,

el cielo se abre, el mundo se dilata!

En su famoso discurso conocido como “Los Pinos Nuevos”, en 1891, afirma con la fuerza del guía que va en camino hacia nuestra liberación definitiva:

“…la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!

“Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.”

La Patria emocionada, siempre recuerda estos dolorosos momentos, como tantos otros que hemos padecido, todos absolutamente todos, por querer vivir libres, soberanos, sin ninguna atadura colonizadora, sin nada ni nadie que pretenda decirnos lo que tenemos que hacer.

¿Cómo quieren que digamos que nuestra tierra ya logró en 1959, lo que tantos cubanos a lo largo de nuestra Historia, defendieron y padecieron?

¿Cómo es posible que no entiendan de una vez y para siempre, que nuestra Cuba se alza al Mundo con toda la fuerza que le da su soberanía y su libertad más pura, en franca continuidad con sus ideas martianas y fidelistas?

Qué no piense el enemigo que el dolor de este crimen de 1871, nos va a nublar la vista y opacar el corazón.

Al contrario, cuando nos reunamos a acompañar a jóvenes estudiantes en  otro 27 de noviembre en  la Patria, va a ser para  realizar un acto de reafirmación revolucionaria, vamos todos a unir las manos y pensar como nuestro Héroe Nacional,  pensó muchos años después:

No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan —¡sino cabezas altas! Y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!

 


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