En una tarde de un fin de año, no recuerdo bien si fue del 83 o el 84, mi hijo menor llegó precipitadamente a la embajada. Momentos antes lo había enviado a la residencia olvidando un detalle, decirle el huésped que se encontraba en casa. Al verme me dijo algo conmocionado: la residencia está tomada por unos prietos armados.
De haber abierto una de las habitaciones no habría dado lugar al susto que ahora se reflejaba en su rostro.
—No te preocupes. Le dije con toda mi calma mientras continuaba dándole lectura a unos documentos. Es Oliver Tambo.
Fue suficiente para que el menor respirase sosegado.
¿Quién era Oliver Tambo?
El hombre a quien le correspondió hacer lo que le estaba vedado a Nelson Mandela por encontrarse en la prisión.
Había nacido justamente en el mismo mes y año del inicio de la Revolución de Octubre, y junto con Nelson Mandela y Walter Sisulo iniciado el gran movimiento de lucha contra el abominable régimen del apartheid en Sudáfrica.
Después de haberse destacado significativamente en esta lucha, en l955 se convierte en el Secretario General del Congreso Nacional Africano (ANC), organización vanguardia del pueblo sudafricano, y en 1959, producto de la persecución a que estaba sometido sale para el exterior encargado de organizar y dirigir toda la red de combate contra el gobierno racista de Pretoria.
Al ser considerado un terrorista y dada la alta responsabilidad que ostentaba entre las máximas autoridades del movimiento revolucionario sudafricano, Oliver Tambo estaba obligado vivir con la mayor seguridad.
En la década de los 80, cuando me encontraba de embajador en la República de Zambia, Tambo era el Presidente del Congreso Nacional Africano; y para ese entonces, el cuartel general de dicha organización se encontraba ubicado en aquel país del África Austral.
Como era natural, por los fuertes vínculos existentes entre los Movimientos de Liberación Nacional de África y Cuba, Oliver y el que suscribe manteníamos las más estrechas relaciones. Los “prietos” a los que se refería mi hijo formaban parte de su custodia personal.
Oliver Tambo, Alfred Nzo, Secretario General del ANC y Joe Slovo, el combatiente más buscado y perseguido por los órganos de seguridad del régimen de Pretoria y a cuya esposa, Ruth First, asesinaron brutalmente al enviarle una carta-bomba de la que fue víctima en Mozambique, en distintas ocasiones recibieron de la residencia cubana en Lusaka la más absoluta amistad y hospitalidad.
Por aquella época muy cerca de nosotros vivía un joven Thabo Mbeki —siempre acompañado por su flamante pipa—, pero a quien no llegamos a conocer nunca.
Oliver Tambo fue el hombre más sereno y optimista que he conocido. De mirada profunda y directa, su rostro se convertía en mármol al momento de reflexionar acerca de algún punto o elemento álgido de la lucha, a la vez que se desmoronaba en sonrisa al evocar el nombre del “camarada Fidel Castro”. Era un revolucionario convencido, un marxista convencido. Fue amigo y compañero de los más altos exponentes del Movimiento revolucionario internacional. Su confianza por Cuba era ilimitada.
Recuerdo que en una ocasión nos envió un emisario con la solicitud de vernos lo más urgente posible. El encuentro no se hizo esperar. Me mostró un mensaje donde desde Londres le informaban de un inminente ataque surafricano contra las instalaciones del ANC en Lusaka. Me comunicó que dicho mensaje le había llegado a través del embajador de la entonces República Democrática Alemana en Zambia.
Con su mirar agudo y palabras precisas exclamó: “solo ustedes pueden ayudarnos”.
Le pregunté en que consistía esa ayuda y me respondió que en la custodia de los más importantes documentos, precisando estar consciente de lo riesgoso que para nosotros significaría dicha operación.
Indagué si le había hecho la misma propuesta al embajador alemán, cuyas instalaciones eran mucho más amplias. Me respondió que sí, pero que este había recurrido a varios argumentos diplomáticos. —¿Y el embajador soviético? — Idem.
No había tiempo para más demora, ni siquiera para consultar con La Habana.
Le expresé que se debía buscar el transporte apropiado y así proceder al traslado de toda la documentación para nuestra misión diplomática, pero que había una condición.
Con el ceño fruncido expresó: “Confío en Cuba”.
—En caso de que la embajada fuese asaltada los primeros documentos a incinerar serán los de ustedes, le dije.
Afortunadamente, al parecer los órganos de seguridad surafricanos desistieron de sus planes.
No hay, ni debe haber, un combatiente ni político comprometido con la causa de los pueblos africanos que desconozca la singular importancia de Oliver Tambo en la lucha contra el apartheid y contra los sistemas coloniales y neocoloniales impuestos por el colonialismo y el imperialismo.
No se podrá escribir la historia del pueblo sudafricano sin tenerlo en cuenta como paradigma de su lucha.
Producto de las complicaciones derivadas de un segundo derrame cerebral Oliver Tambo falleció en Johannesburgo el 24 de abril de 1993.
Por esas cosas de la historia o de los hombres, hoy no se hace casi mención a esta figura insuperable en los anales de la lucha del pueblo surafricano. Así casi siempre ocurre con muchos que no han llegado a gobernar, pero que por sus virtudes han logrado escalar al más alto escalón de la gloria.
Él junto a Eduardo Mondlane, Samora Machel, Julius Nyerere, Amilcar Cabral, Aghostino Neto, Kenneth Kaunda, y otras relevantes figuras, forma parte del más alto escalón del patrimonio histórico del continente africano.
Cuba, que no olvida a sus héroes, lo recuerda y le rinde perpetuo homenaje, y por ello la imagen de su rostro se encuentra hoy entre los distintos monumentos a los héroes africanos en uno de los parques de La Habana.
Ayer día 27 cumpliría 100 años.
Honor a quien honor merece.
Publicado: 28 de octubre de 2017.
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