Onelio Jorge Cardoso: bondad y sabiduría popular


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Onelio Jorge Cardoso, considerado el cuentista nacional cubano, el cuentero mayor, abandonó la dimensión terrenal un día como hoy del año 1986, pero no ha dejado de andar por ahí trabajando, porque como dijera su personaje central en el cuento «Francisca y la muerte», “siempre hay algo que hacer”, sobre todo porque el escritor tenía poco “tiempo en la mirada”.

Nació en Calabazar de Sagua, en la actual provincia Villa Clara, el 11 de mayo de 1914, y su origen marcó toda su narrativa, dedicada a la vida de campesinos, pescadores, gente humilde.

Entre sus varios oficios, desempeñó el de viajante de comercio, que le permitió conocer gran parte del territorio nacional, experiencia que luego volcó en su escritura, con el dominio de las particularidades de vida de las capas más pobres de la sociedad y de las características de la gente que luego convirtió en personajes inolvidables, como es la ya mencionada Francisca o Juan Candela.

A estas realidades unió su gran capacidad de imaginación, fabulación y fantasía; el resultado son narraciones sublimes colmadas de sensibilidad, ingenio, humor y contundentes mensajes de humanismo.

La fantasía en los cuentos de Onelio Jorge Cardoso funciona como el escudo del que hablaba Hans Cristian Andersen (Dinamarca, 1805-1875) y que para los pobres de la tierra es ese asidero que los salva un poco de la cruel rutina y que les permite soñar con lo que no existe pero que les es  tan necesario, en tanto compensación.

Ya en el año 1936 ganó un concurso de cuentos de la Revista Social y en la década del 40 recibe menciones en el reconocido Concurso Alfonso Hernández Catá y en 1945 el primer premio  con su relato «Los carboneros». 

Ese año, José Antonio Portuondo (Santiago de Cuba, 1911-LA Habana, 1996) prepara el primer cuaderno de cuentos de Jorge Cardoso: Taita, diga usted cómo, que se publica en México; en ese propio país, su  cuento «Nino», se incluye en la antología Cuentos cubanos contemporáneos, también compilada por Portuondo y en otra similar, Cuentos cubanos, seleccionados por Enma Pérez ese año, aparece «Los carboneros».

Seguramente una experiencia que ayudó a consolidar su visión de la realidad y su postura ante esta, fue  su etapa de maestro rural en la escuelita del batey del villareño Central Narcisa, labor que compartió con otro grande del magisterio y  las letras cubanos Raúl Ferrer.

A finales de los años 40, comienza a radicar en la capital; trabajó como redactor de noticieros en la Emisora Mil Diez; escribió libretos  radiales  y fue jefe de redacción del noticiario cinematográfico Cine-Revista.

En 1952 obtuvo el Premio Nacional de la Paz, por su cuento «Hierro viejo»; continúa publicando relatos en diversas revistas y antologías, y en 1958  ve la luz su segundo libro  El cuentero, editado por la Universidad Central de Las Villas.

Luego del triunfo revolucionario de enero de 1959,desempeñó diversas responsabilidades como la dirección del Instituto de Derechos Musicales; jefe de reportajes especiales del Periódico Granma; jefe de redacción de Pueblo y Cultura y del Semanario Pionero; guionista de documentales en el ICAIC y en la Sección Fílmica del Ejército Rebelde, faceta de su personalidad profesional que es menos conocida. 

El caballo de coral, su tercer libro, se publica en 1960, y en 1962 la primera edición de sus Cuentos completos, con ilustraciones de René Portocarrero, y Gente de pueblo, una colección de reportajes con fotos de José Tabío, y prólogo de Samuel Feijoo.

En 1964 aparece un nuevo cuaderno de cuentos, La otra muerte del gato, y obtiene el premio «26 de Julio» por su reportaje «Santiago antes del 26», que fuera publicado en la revista Pueblo y Cultura, en octubre de ese año. 

Al año siguiente, publica un pequeño cuaderno con el cuento «El perro», para las ediciones La Tertulia, de la UNEAC, y en 1966, Iba caminando y Cuentos completos.  

A estos les siguen, Tres cuentos para niños (1968);    Abrir y cerrar los ojos, que marca su etapa de mayor madurez, en 1969;  El hilo y la cuerda y   Caballito blanco (1974);   Cuentos (1975); Gente de un nuevo pueblo (1981);  La cabeza en la almohada (1983);  Negrita (1984), y Dos ranas y una flor (1987).

Fueron publicadas igualmente selecciones de la cuentística oneliana en volúmenes como La melipona (1977), Crecimiento (1980), Cuentos escogidos (1981), entre otras, tanto en Cuba como en el extranjero, y cinco colecciones de sus relatos en  Rusia, Hungría, Rumania, y Polonia; otros cuentos integraron varias antologías editadas en Moscú, Sofía, Ciudad de México, y La Habana.

Cuentos suyos han sido traducidos a más de 12 idiomas, y muchos han sido llevados al teatro, al ballet y al cine. 

Sus libros fueron  también publicados en Bulgaria, Eslovaquia, España, Francia, Hungría, México, Rusia, Rumanía y Polonia, entre otros países, y sus cuentos han sido traducidos a más de 12 idiomas y algunos se han versionado para el teatro, la danza y el cine.

Cardoso se desempeñó como Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en Perú, a mediados de la década de 1970, y a su regreso fue elegido presidente de la sección de literatura de la Uneac, una responsabilidad que asumió hasta su muerte, el 29 de mayo de 1986.

En 1983 le fue conferida la condición de Doctor Honoris Causa por la Universidad Simón Bolívar, de Bogotá, Colombia, y recibió el mismo grado honorífico por la Universidad de La Habana en 1984. Onelio Jorge Cardoso  logró captar la esencia de las circunstancias y del alma del pueblo, descubrió la poesía de la cotidianidad y vertió luz a la vida en sombras de  los más desfavorecidos.

Uno de los más reconocidos aciertos del cuentero mayor es su extraordinario  manejo de la lengua española, y en especial del habla popular de los campos de Cuba; sus personajes son auténticos de hechos y palabras, y a la par, portadores de una especial visión de la vida, de la sabiduría ancestral de pescadores y guajiros cubanos y de códigos de ética arraigados en los sectores más humildes de la isla.

El cuentero mayor sin dudas fue un hombre bueno, solo un hombre poseedor de una gran nobleza de espíritu sería capaz de extraer de la realidad tanta poesía  de bondad, y de colocarse siempre al lado de los menesterosos con una solidaridad literaria que reclamaba el lugar de estos sobre la tierra.


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