San Juan de los Remedios, la octava villa fundada por los colonizadores españoles en Cuba, celebró el pasado 24 de junio su onomástico quinientos, en breve, el 25 de julio, lo hará la séptima: Santiago de Cuba, mientras que la quinta, que es San Cristóbal de La Habana, esperará cuatro años para festejarlo en el 2019 con toda la consideración que merece ser una de la siete de las ciudades maravillas de la modernidad. Pero ya la sexta villa, Santa María del Puerto del Príncipe, pasó su medio milenio antes, incluso, que la tercera y cuarta, la Santísima Trinidad y Sancti Spíritus y en fin, que solo la primada de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa y la segunda, San Salvador de Bayamo, obedecieron a un orden lógico y es que a veces, cuando la certeza histórica no aparece, la tradición se impone.
El tema fundacional de asentamientos humanos es esencial para el estudio de la evolución histórica de las regiones; estas se desarrollan, por lo general, teniendo como centro a una o varias localidades. Conceptos muy actuales de la Historia Regional y Local, como los de región histórica, relación ciudad-región, vínculos interregionales y otros, pasan necesariamente por los análisis de fundación de núcleos urbanos y sitios poblados.
En Cuba los anales fundacionales son recientes, no superan el medio milenio, ya que se remontan al período de la conquista hispánica en el primer lustro de la segunda década del siglo XVI. Antes de ese período es muy difícil hallar fechas exactas de inicio de asentamientos humanos, pues el indígena cubano vivía en el estadío del comunismo primitivo y, por su escaso desarrollo, no dejó constancia documental ni otras evidencias. De todas formas, las crónicas de los conquistadores, su epistolario y los hallazgos arqueológicos establecen, al menos, los sitios donde hubo población aborigen y los lugares escogidos por los colonizadores para establecer sus poblaciones.
A través de estas informaciones conocemos que los españoles escogieron para radicar —por dos motivos— las zonas donde se concentraba la población indígena, pues allí existía una transformación primaria del espacio, lo cual posibilitaba una mejor explotación del terreno, y a su vez podían contar con aquellos individuos para emplearlos como mano de obra, aprovechando su organización social.
Algunos autores hablan de cacicazgos en tanto provincias o regiones indígenas de amplio territorio, donde un cacique, a manera de una primigenia monarquía, gobernaba varios asentamientos. La coexistencia en un mismo espacio de diversos grupos étnicos con diferentes niveles de desarrollo y organización, atenta contra el tema. Al parecer, los cacicazgos existieron, no cabe dudas, pero no podemos seguir viéndolo de manera esquemática como en ocasiones se trata de presentar: un archipiélago dividido político-administrativamente en provincias indígenas, tal si fuera nuestra contemporánea república con sus catorce provincias y ciento sesenta y nueve municipios.
En la Cuba prehispánica había zonas boscosas, cenagosas, montañosas y semidesérticas. Algunas seguramente resultaron inaccesibles para los aborígenes, por tanto, no estaban sujetas a la tutela de ningún cacique. Estos conglomerados humanos, insertados en un régimen tribal con una economía de subsistencia, vivían sin la ansiedad de dominio imperial. Por otro lado, el nivel de independencia de un cacicazgo respecto a otro nos revelaría más que provincias —como le llamaron los conquistadores—, rasgos de primitivos principados.
Se toma como punto de partida en la historia de las regiones cubanas a las primeras poblaciones fundadas por los españoles, y no a las regiones indígenas, a diferencia de otros países de nuestro continente.
El criterio de “primeras” se emplea para designar a aquellas poblaciones fundadas durante el período de conquista (1510-1515). Particularmente empleo el término de “primeras poblaciones” y no de “primeras villas” para incluir a Remedios, fundada en 1515 fuera de la estrategia velazqueana, y que no obtiene el título de villa hasta veinte años después.
Hay dos criterios diferentes que debemos conjugar: la correlación entre títulos oficiales a poblaciones y el desarrollo real de las mismas. Para ello debemos recordar que, las primeras poblaciones hispánicas no eran más grandes que su plaza central con su ayuntamiento, templo católico y algunas viviendas alrededor. Tampoco contaban con calles y manzanas trazadas. Las viviendas inicialmente fueron construidas con los materiales propios del lugar, lo que equivale a decir en el caso de Cuba, que estas eran semejantes a los bohíos taínos; incluso, así serían el cabildo y la iglesia. A lo anterior habría que agregar el número de habitantes; se consideraban vecinos sólo a los españoles representados en unos miles, que al dividirlos entre las ocho villas nos permite llegar a la conclusión, que no eran tantos dispersos por la Isla. Aun contando con la población indígena supuestamente avecindada en aquellos poblados —distintos historiadores opinan que entre 100 y 700 mil indígenas vivían en el país—, cuántos habitantes tendría cada una de aquellas poblaciones pioneras.
El análisis anterior nos lleva a cuestionar qué diferencia podría existir, en cuanto a dimensión del espacio ocupado, función económico-social y aspecto urbano, entre El Cayo o La Zavana —nombre inicial de Remedios—, y el resto de las poblaciones fundadas. Prácticamente ninguno.
Más bien, lo antes expuesto nos hace pensar que el hecho de que Remedios no contara hasta 1535 con el título de villa no es más que un hecho fortuito y formal, pues por las características de todas aquellas poblaciones, o todas eran villas o ninguna lo era.
En el tema de la diferencia de los títulos oficiales y el desarrollo urbano real hay mucho más en el tintero. Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa y Santiago de Cuba, recibieron títulos de Ciudad muy temprano por el hecho de ser, una primero y la otra después, capitales de la colonia; sin embargo, San Cristóbal de La Habana, sede de la residencia del gobernador desde 1550, no recibe el título de Ciudad hasta 1592. Y es que para el otorgamiento del título de villa o ciudad primaba, por encima de cualquier consideración, el deseo manifiesto de ennoblecimiento o jerarquización hacia algún asentamiento determinado con independencia de su función económico-social y su desarrollo urbano y demográfico. Las leyes de Indias eran claras tipificando como ciudades, villas o pueblos, a los distintos asentamientos, pero su aplicación no siempre fue consecuente con la realidad.
Este fenómeno se comportó de igual forma en la continuidad de la colonia. Pongamos algunos ejemplos de la región habanera. Guanabacoa, segunda población fundada por los españoles en este espacio, el 12 de junio de 1554 como pueblo para reconcentrar a los indígenas errantes, no recibió el título de Villa hasta el 14 de agosto de 1743.
Sin embargo, en 1732, el Cabildo capitalino autoriza al conde de Casa Bayona a fundar la “Ciudad Condal” de Santa María del Rosario. Santa María nacería entonces como ciudad cuando no era más que —y prácticamente nunca ha dejado de ser— un poblado con poco espacio y pobre aspecto urbano, mientras que Guanabacoa ya en esa fecha sólo era considerada un “pueblo”, cuando ya tenía conformadas las manzanas que hoy integran su centro histórico urbano, y contaba con cuatro construcciones religiosas de imponente arquitectura. Al terminar la etapa colonial era considerada sólo villa, y no fue hasta la República que se le consideró ciudad industrial.
Regla, a pesar de su pequeño tamaño, era una ciudad vinculada al puerto habanero. Nunca logró título de villa o de Ciudad durante la colonia por su cercanía a Guanabacoa, pues no cumplía los requerimientos legales de la distancia, no inferior a las diez leguas, entre villas.
Son los títulos oficiales los que avalan un status, pero como historiadores debemos estar concientes de la realidad que ha caracterizado este problema: en ocasiones se tuvo en cuenta la función económico-social del asentamiento como elemento primordial; en otras, el desarrollo urbano y el crecimiento demográfico casi siempre asociado al primer elemento, aunque también influyeron la rígida aplicación de las leyes y los deseos de jerarquización manifestados por la corona, el orden eclesiástico, o el cabildo.
Veamos otro criterio en el que no hemos concordado aún los historiadores locales: ¿qué acontecimiento y fecha considerar como fundación?
Hay una situación histórica concreta, y es que las primeras poblaciones hispánicas en Cuba no tuvieron un asentamiento definitivo; algunas peregrinaron grandes distancias.
Trinidad es una muestra de tal movilidad; ubicada inicialmente en la bahía de Jagua, fue trasladada tiempo después hasta su sitio actual. El otro caso es Santa María del Puerto del Príncipe, originaria de Punta del Guincho, tuvo su enclave definitivo en el centro de la región. La transposición por la bahía del asentamiento de Santiago de Cuba, ha sido muy especulado por los estudiosos, aunque algunas teorías recientes plantean la inmovilidad de su asiento inicial; de estar en lo cierto, nos hallaríamos en presencia de la única de las primeras villas radicadas con estabilidad. San Cristóbal de La Habana es quizás, la más itinerante: tres asentamientos en un período de cinco años.
A pesar de esta realidad, las ciudades antes citadas han tomado como fecha de fundación la de su primer asentamiento, la del definitivo, o la que celebra la tradición, aunque nada tenga que ver con el hecho real de la fundación.
También encontramos que Camagüey (antiguo Puerto Príncipe) celebra, desde el ángulo cultural-tradicional, una fecha tan temprana como febrero de 1514, data anterior a villas como La Habana y Sancti Spíritus. Y está el caso de La Habana, que celebra la fecha de su tercer y definitivo asentamiento; fecha tan tardía que sobrepasa el límite de la conquista.
Si tomamos como válido lo establecido por el Instituto de Historia de Cuba en su obra Historia de Cuba. La Colonia. Evolución socioeconómica y formación nacional. De los orígenes hasta 1867, el orden de las primeras poblaciones sería: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador de Bayamo, La Santísima Trinidad, Sancti Spíritus, San Cristóbal de La Habana, Santa María del Puerto del Príncipe y Santiago de Cuba, a lo que agregaríamos Santa Cruz del Cayo o La Zavana (San Juan de los Remedios), según lo apuntado.
Otro aspecto al que debemos prestar atención y hallar consenso es, qué considerar como fundación, pues muchos y variados elementos hoy se tienen en cuenta para designar una fecha: la primera misa, al acuerdo del cabildo para fundar una población, el establecimiento efectivo del primer poblador, a una real cédula otorgando el permiso para el hecho fundacional, a una mercedación de tierra, u otro acto. El hecho concreto es que celebramos cualquiera de los hechos mencionados. Si llegamos a la etapa republicana, calificamos como fundación a: la creación de un barrio, reparto, comunidad o localidad de otro tipo, al acuerdo del ayuntamiento que aprobó los planos y memorias, a la colocación de la primera piedra para la construir el poblado, al otorgamiento de las llaves de la casa a la primera familia, o al acto político para inaugurar una comunidad.
Con tanta variedad de hechos se cometen errores y se pierde la perspectiva. Así por ejemplo, la barriada habanera del Cerro celebra como fundación el 8 de mayo de 1568, fecha en que el cabildo otorgó una mercedación de tierra para cultivo a favor de Hernán Manrique de Rojas, en el lugar conocido como El Cerro, justamente por tratarse de una elevación de ese tipo en las inmediaciones del suroeste de la villa en plena área rural; sin embargo, ese acto no significa que se haya fomentado una población en el lugar de manera inmediata, pues no es hasta el siglo xix —en el que hallamos constancia— de la aparición de ese poblado en la zona de extramuros.
Similar tratamiento se le da a la fundación de Holguín. El hecho del otorgamiento del Hato de San Isidoro no significa el nacimiento de la bella “ciudad de los parques”, es sólo un antecedente. Más que buscar actos fundacionales, lo principal es entender los procesos de exploración, ocupación y aprovechamiento del espacio como determinantes para el ulterior desarrollo de las poblaciones cubanas.
Una de las villas más controvertidas del acto fundacional es sin duda La Habana, pues en su largo recorrido de costa a costa, de sur a norte, los sitios y las fechas de sus anteriores asentamientos fueron borrados no sólo de la memoria de sus primeros pobladores, sino también del tiempo. El único sitio preciso que hoy conocemos es el de su tercera y definitiva ubicación.
Es apropiado aclarar, por cuestión de rigor, que se ha adoptado como fecha fundacional la del último asiento: 1519. El día y el mes, toma como referencia el onomástico de San Cristóbal, patrón de la ciudad.
Para ser exactos en el sentido histórico, la fundación real ocurrió cinco años antes, 1514. De haberse fundado en 1519, La Habana no fuera la quinta villa sino la octava, y tampoco habría surgido durante el proceso de conquista, sino posterior a la misma.
No obstante, todo lo anterior nos lleva a ver ese deambular caprichoso como antecedentes históricos de una ciudad que fue en busca del sitio de mejor agrado.
Empleemos los términos de “asentamiento originario”, “asentamiento intermedio” y “asentamiento definitivo”, para designar a los tres asentamientos en su orden respectivo.
El asentamiento originario es todo un mito. Como hemos expresado de él no se conoce ni la fecha ni el lugar. Irene Wright, historiadora norteamericana, tras sus pesquisas por los Archivos de Indias, llegó a la conclusión de que había sido el 25 de julio de 1515, y durante mucho tiempo se le dio crédito a ese criterio —incluyendo al doctor Emilio Roig de Leuchsenring, insigne historiador y patriota habanero, que también conjeturó sobre una temprana fecha en 1513—, pero investigaciones posteriores ubican el hecho en el año 1514. Algunos autores como Eduardo Torres-Cuevas y Hortensia Pichardo Viñals, lo sitúan entre abril y mayo de ese año; lo cierto es que debió ocurrir entre abril y julio, pues Diego Velázquez en su carta al rey fechada el 1ro. de abril, no hace referencia a esta villa. Sin embargo, en la misiva del 1ro. de agosto, además de Trinidad, se refiere a otra villa del sur, lo cual parece que se trata de La Habana, pues las que faltaban por reconocer: Santa María del Puerto del Príncipe, se funda al norte, y Santiago de Cuba, posteriormente. Respecto a su sitio, a través de los años se han dividido las evidencias en dos zonas de la costa sur de la actual provincia de La Habana: Batabanó y el valle del Mayabeque, en Güines.
El hecho de poseer Batabanó un puerto —uno de los objetivos de la conquista era contar con ellos—, y que desde la temprana fecha de 1559 era, según documentos, un sitio poblado permanentemente, lo convierte en blanco de especulaciones sobre el posible primer asiento de La Habana. Batabanó llegó a ser durante la colonia una importante vía comercial, recordemos el llamado Camino Real del Sur. Al detallar su geografía notamos inmediatamente la ausencia de ríos o afluentes, por lo que la hipótesis se desmorona si consultamos las fuentes documentales, que en reiteradas ocasiones, citan la presencia del río Onicaxinal. El valle del río Mayabeque es una zona muy fértil pero su desembocadura está situada en una zona baja, -perteneciente actualmente al municipio de Melena del Sur- lo cual lo imposibilita de servir como puerto. Aún hoy, es un área despoblada con características naturales tan agrestes que resulta difícil establecer una población de importancia.
Muchos investigadores han esgrimido la teoría de que el río Mayabeque no es otro, que el supuesto Onicanixal. La región güinera —extensa e importante área agrícola— tuvo un desarrollo muy posterior a la conquista. No fue hasta el siglo XVIII que se logró su explotación a plenitud.
Investigaciones recientes aportan interesantes hipótesis acerca del primer asentamiento de la villa habanera en el territorio sureño de la actual provincia de Pinar del Río: la desembocadura del río San Cristóbal es un caso, y la ensenada de La Coloma es el otro; este último con criterios muy bien fundamentados por el historiador César García del Pino.
En la actualidad la búsqueda del primer sitio se centra en las excavaciones arqueológicas, debido a que por la vía documental ha sido infructuoso el hallazgo.
El asiento intermedio debió ocurrir entre 1516 y 1517 —probablemente en el último año— hacia las márgenes del río Casiguaguas, denominado La Chorrera por los conquistadores, y más tarde Almendares, nombre que conserva en la actualidad.
Existen tres hipótesis sobre el mismo. La primera plantea que, el lugar escogido fue la zona del curso medio del río, en lo que hoy se conoce como San Cristóbal de Paso Seco (actual municipio de Arroyo Naranjo). La segunda, propone los parajes Husillo–Puentes Grandes (confluencia de los municipios Marianao, Playa, El Cerro y Plaza de la Revolución).
La tercera es apoyada por un grupo de investigadores donde sobresale Irene Wright, los cuales sustentan que este se produjo en el curso superior de la corriente fluvial, o sea, en la desembocadura. De estos criterios el que más prevalece en la actualidad, debido a la constancia de ser sitio poblado por españoles desde los albores de la colonia, el de Husillo–Puentes Grandes.
Hasta hace muy poco tiempo se aseveraba que el segundo asentamiento de la villa habanera había ocurrido en la desembocadura del Almendares, este criterio está hoy prácticamente desestimado. La hipótesis provenía de que ese lugar había sido siempre un sitio poblado, pues se recuerda los caseríos humildes de pescadores denominados “Bongó” y “Gavilán”, de cuya existencia hay constancia hasta el siglo XIX; después parece haberse convertido en “La Chorrera del Vedado” y más tarde en “Chullima”. En documentos, desde fechas tempranas del siglo XVI e incluyendo las Actas Capitulares, se menciona a “Pueblo Viejo” en clara alusión al poblado que quedó donde se ubicó el segundo asentamiento de la villa y los historiadores establecieron un vínculo entre este Pueblo Viejo y lo que después fueron Bongó, Gavilán, La Chorrera del Vedado y Chullima, lo cual no parece exacto.
Según se aprecia en los documentos consultados, el llamado “Camino de la Playa”, mencionado desde el siglo XVI, comunicaba a la villa con el Pueblo Viejo; ciertamente,
este camino partía de la Puerta de Tierra de la Muralla, por lo que después sería la calle Refugio y tomaría el curso de la Avenida Ancha del Norte, Marina y lo que después sería la “Calzada del Vedado”. Como Calzada llega hasta La Chorrera, ayudaba a alimentar el criterio de que era allí el lugar de Pueblo Viejo, pero las evidencias de colonización de la zona de El Husillo–Puentes Grandes (área cultivada, la construcción de la presa y de la Zanja Real partiendo del lugar, el surgimiento del poblado de San Jerónimo de los Puentes Grandes en el siglo XVIII, entre otras cuestiones) nos han puesto a pensar. Además, el camino de la Playa pudo continuar por la margen este del Almendares hasta Puentes Grandes, el llamado “Camino de la Sierra”, por esa zona hasta Puentes Grandes, existió hasta la segunda mitad del siglo xx cuando se urbanizó Nuevo Vedado.
En cuanto a Paso Seco, área del río aledaña al actual Parque Lenin, la evidencia es un sitio conocido como San Cristóbal de Paso Seco, que pudiera ser una alusión a la originaria villa, pero no parece ser la mejor teoría, pues los argumentos son endebles comparados con los de las otras hipótesis.
En definitiva, los dos primeros asentamientos fundacionales no trajeron mayor trascendencia para la que fuera, a posteriori, la urbe capitalina. Un desarrollo vertiginoso, que la llevaría a convertirse en la población más importante del archipiélago y una de las principales del Nuevo Mundo, ocurriría a partir de su asentamiento definitivo en 1519 junto al puerto, llamado por Sebastián de Ocampo “de Carenas” –o de Carena, aparecen empleados ambos términos- durante su bojeo de 1508-1509, por haber reparado o carenado allí sus embarcaciones.
Pero si de antecedentes hablamos tendríamos que decir también que, La Habana es sitio poblado desde antes de la conquista. Su propio nombre así lo indica. Habana no es una voz castellana ni de ninguna otra lengua europea, es un vocablo indocubano, propio del tronco aruaco al que pertenecían los primitivos cubanos. Tal vez, no sea exactamente Habana (o Abana, porque la consonante H es agregada por conveniencia) el vocablo original y sea una degeneración de otro: Sabana, Avana, Jabana, Abanatam, u otro, más lo cierto es que el origen es autóctono del país.
De acuerdo con Emilio Roig de Leuchsenring, el adelantado Diego Velázquez y Cuéllar, deja constancia en sus cartas de la existencia del cacicazgo de Habana, dominio del cacique Abaguanex, y aunque concientes del debate a que están sometidos los cacicazgos indígenas cubanos en la actualidad, asumimos la veracidad del hecho. Si al criterio anterior sumamos los resultados de las excavaciones arqueológicas llegamos a la conclusión de que, en la actual provincia de La Habana (no nos estamos refiriendo al sitio fundacional exacto de la villa sino a todo el espacio actual de la provincia) la presencia de comunidades indígenas, tanto agroalfareras como recolectoras-cazadoras- pescadoras, fue abundante.
Sobre por qué considerar como fecha fundacional la del tercer asentamiento y no otra anterior, se pronunció el Historiador de la Ciudad, doctor Eusebio Leal Spengler. Al respecto le dijo a este autor en entrevista ofrecida el 21 de julio de 2005:
…La responsabilidad, de que se haya declarado el 16 de noviembre de 1519, es mía y no de otra persona, La Habana cumpliría este año 491 años y no 486, pero en 1969, ya fallecido Roig y sin hallarse certidumbre sobre la fecha y lugar exactos de los primeros asentamientos, le propuse a la Administración Metropolitana de La Habana celebrar ese año el 450 aniversario asumiendo esa fecha como la de la fundación.
Hasta ese instante había convivido y se aceptaban dos criterios sobre el hecho fundacional: por un lado se aseveraba que la fundación en el sur había ocurrido el 25 de julio de 1515, y a su vez, por tradición, se celebraba la ceremonia de las vueltas de la Ceiba del Templete el 16 de noviembre, en conmemoración de la primera misa en el sitio definitivo.
Si analizamos las tres macrorregiones: oriente, centro y occidente, nos damos cuenta que al concluir la conquista en la primera de estas macrorregiones quedaron establecidas tres poblaciones: Baracoa, Bayamo y Santiago de Cuba. Otra en el intermedio centro-oriental, Puerto Príncipe; y en el centro propiamente, otras tres: Trinidad, Sancti Spíritus y Remedios. La ocupación de todo el territorio occidental quedaba bajo la égida de una sola villa: La Habana. Esta tenía la responsabilidad de someter a un territorio tan extenso como el de las restantes villas en su conjunto. La ocupación del espacio en Occidente fue muy intensa, y a mediados del siglo XVII, desde Jagua hasta la Nueva Filipina, el territorio estaba prácticamente colonizado.
Pero la conquista y colonización no fue un paseo para los recién llegados hispanos, se enfrentaron a una tenaz resistencia de los pueblos originarios que rebasó los límites temporales de la conquista en 1515 e incluso hasta después de abolidas las encomiendas en 1553 y de esto hemos hablado en estas páginas anteriormente. Nombres de caciques como Guayucayex, Hatuey, Caguax, Yucaguayex, Guamá, Guamaury, Juan Pérez, entre tantos o de caciquezas como Anacaona, Guarina, Casiguaya o Casiguaguas, se inscriben en la historia de Cuba como los pioneros de la cultura de la resistencia del pueblo cubano y junto a ellos, desde 1513 en que llegaron los primeros hombres y mujeres africanos en calidad de esclavos, se registraría una nueva forma de lucha: el cimarronaje y apalencamiento. Por tanto no es medio milenio de un acto feroz de conquista y colonización lo que estamos celebrando por estos días sino cinco siglos de una nueva cultura mestiza, de un sincretismo religioso, de los primeros pasos hacia una identidad nacional y de la cultura de resistencia que nos llega hasta el regreso de nuestros Cinco Héroes recientemente y continuamos hoy por terminal con el criminal bloqueo económico, comercial y financiero y todas las agresiones del imperio norteño hacia nosotros.
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