Oshe Meyi / Por Heriberto Feraudy Espino


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Había una vez  una gran duda  que se diseminaba por todo el pueblo. La gente se preguntaba: ¿será verdad que el hombre dejará el poder? Unos, los más viejos, apostaban porque se quedara, aunque en honor a la verdad, una parte considerable, algo decepcionada, prefería que cesara. Otros, aspiraban a tener una continuidad más joven.

Los orishas se preocupaban. El Rey había anunciado que llegado el momento pronto se retiraría. Olofin también albergaba su preocupación: ¿quién sería su mejor relevo?, se preguntaba. Él sabía lo que quería, pero pocos lo comprendían. Él tenía marcada larga longevidad y la discreción era su más poderoso armamento. No debía deprimirse ante los fracasos —casi siempre aparentes— pues en definitiva perdiendo se gana y un mal se convierte en bien. Por otra parte tenía la facultad de ver más del más allá.

Decidido, Olofin convocó a una reunión de todo su Consejo de Ministros (orishas)

—Cómo ustedes conocen, desde hace cierto tiempo yo les anuncié al pueblo y a todo el mundo mi decisión de dejar el poder. Para mi remplazo he decidido enviarlos a todos a viajar y aquel que reciba más honores será quien me sustituya-, dijo el Oba mayor.

Todos los orishas se pusieron muy contentos y se vistieron con sus mejores galas, pero hubo uno llamado Oshé Meyi que se vistió como siempre hacía: modesta y sencillamente, y a diferencia de los demás solo tomó un kalambo (saco) por equipaje.

Previendo lo que pudiera pasar siempre, se dio una vuelta por casa de un Awó Orunmila para hacerse el osodé correspondiente, y allí hizo lo que le dijeron que hiciera para protegerse como es debido.

Todos se pusieron en marcha y en su largo peregrinaje llegaron a Ketu, poblado yoruba enclavado en el antiguo Dahomey, donde les rindieron pleitesía y les dieron a comer gallo, gallinas, guineas, palomas, chivos, chivas y carneros. En los grandes banquetes recibidos, los orishas cogieron para sí las mejores partes y a Oshe Meyi le dejaron nada más que las cabezas, las patas y las puntas de las alas. Resignado, el modesto ministro depositó en su Kalambo los restos de la sobra que le habían dejado.

Concluida la visita a Ketu la comitiva de los ministros de Olofin se dirigió a la tierra Eguado, pueblo de tradición marinera, donde solo se comía pescado.

Todos comieron pargos, jaibas langostas y camarones, menos Oshé Meyi, que una vez más tuvo que conformarse con las cabezas, aletas, huesos y espinas de los peces, guardando en el saco los restos de lo que sobraba.

Y así regresaron de nuevo al pueblo de Santa Resistencia donde Olofin los esperaba.

Cada uno de los ministros informó del resultado de su visita, de los acuerdos firmados y de los nuevos vínculos establecidos, de los homenajes recibidos y de las recepciones y banquetes.

Olofin preguntó si habían traído alguna prueba de todo los que ellos decían.

Los orishas callaron: no tenían pruebas que presentar. El único en presentar prueba de todo cuanto se había comido fue Oshe Mey quién abrió el kalambo dejando caer ante Olofin los restos de las cabezas, patas, aletas, colas y espinas de los animales y peces.

Olofin, conociendo que de sus ministros Oshe Meyi era quien más conocimientos y experiencias había adquirido durante el viaje, hizo subir al orisha al trono y después de resaltar su historial de modestia y sencillez sentenció: este será quien me sustituirá y todos los otros orishas le serán sumisos y harán lo que él les ordene, y además, de hoy en adelante, entre sus comidas, tendrán que incluir las cabezas, patas y puntas de las alas de las aves que coman y en los cofres donde guarden sus secretos tendrán que colocar los huesos de la garganta de animales de cuatro patas.

Y así fue como Oshe Meyi, por los conocimientos y experiencia  adquirida, además de modestia y sencillez fue elegido sustituto del Primer Oba de la Nación.


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