La noticia es dolorosa por partida doble, primero porque hace poco más de una semana falleció su compañera en la vida, Bellasoe Cobas, joven poetisa y artesana, víctima de un terrible cáncer, y ahora es Jaime Prendes, quien, a punto de cumplir 56 años, murió súbitamente en la noche de ayer. Para la cultura de la Isla de la Juventud es una pérdida considerable, pues ambos animaron la escena literaria y de las artes visuales durante un buen tiempo, eran dos pilares de las artes y la cultura pineras.
De Jaime Prendes puedo decir que fue un fotógrafo notable, a quien incorporé en mi libro La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba (1840-2011), de 2013, por tener unas cuantas imágenes de la corporalidad femenina (y también masculina) de excelente calidad. Cuando lo descubrí, ya Prendes había gestado una obra apreciable sobre el cuerpo (incluido el erotismo) y sobre la sociedad y naturaleza pineras. “Duerme negrita”, “Involución”, “El último día del mes”, “El retiro”, “La Marilyn Pinera”, y en general la serie Eros y Thanatos, eran fotografías sobresalientes para el dossier de cualquier artista que pretendiese una notoriedad en un país con tradición fotográfica como Cuba.
Desde hace una década, Prendes inició una carrera que lo llevó a exponer en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (la referida serie Eros y Thanatos), en el Cine Chaplin (El hombre nuevo), dos buenas muestras personales, y a convertirse en el fotógrafo de fotos fijas (stilman) del cineasta Fernando Pérez, con el que trabajó en sus últimos filmes. Fernando también ponderó su talento y lo incorporó de manera permanente a su equipo de realización.
Para Prendes, el tema de la imagen cuerpo no era más que un pivote para desplegar sus discursos sociológicos de hondura y profundidad muy apreciables. Eran ensayos e imágenes de evidente sentido crítico, aspecto que molestó a algunas personas en algún momento, personas, no está de más decirlo, de no muy amplio espectro estético, pero eran imágenes gestadas desde una cubanía indiscutible.
Mi entusiasmo por su obra me llevó a llamarlo como “el ojo de la Isla”, calificativo que ahora se repite por muchos, pues consideré (considero aún) que Prendes había registrado momentos y zonas de su terruño con precisión y agudeza incomparables. Viví durante la segunda mitad de los setenta del pasado siglo un lustro en esa pequeña porción del archipiélago nuestro y sé que las fotos de Jaime elevaron a la categoría de poesía la belleza natural de la Isla de Pinos o de la Juventud, como se prefiera nombrar. Jaime Prendes fue un reinventor de la visualidad pinera.
Es cierto que fue un artista obstinado (no hay otra manera de ser un creador genuino), polémico, tenaz, con criterios propios, con muchas lecturas y un afán constante de superación, pero también fue una persona noble y sencilla, más bien humilde y trabajadora, que enfrentó numerosas incomprensiones y luchó contra arbitrariedades diversas en su constante lucha por gestar su icnografía pinera, que, más que regional, era (es) nacional.
No estaría mal que las instituciones trataran de reunir en un catálogo lo mejor de su obra, sería un aporte a la visualidad actual del país, en un momento en que grandes de la fotografía cubana, de hace unos tres años al presente, nos han dejado físicamente. Enrique de la Uz, Rogelio López Marín (Gory), Ramón Martínez Grandal, Iván Cañas, Mario Díaz y Jorge Valiente, por citar a figuras de mucho reconocimiento, fallecieron en los últimos cuatro años, se trata de un grupo de creadores que dejan un vacío sensible en nuestra fotografía artística y fotodocumental.
Estas palabras pretenden ser un respetuoso homenaje a Jaime Prendes, un artista que deja un legado en la cultura cubana.
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