A nadie le caben dudas, Mis 22 años, es una de las canciones fundaciones de lo que se conocerá en un futuro como la Nueva Trova cubana. Corresponde a Pablo Milanés el haberla escrito y cantado hace ya cincuenta años; y corresponde a él, igualmente, el mérito de haber escrito algunas de las canciones de amor más hermosas que hayan tarareado generaciones de hombres y mujeres en el mundo hispanoparlante.
La celebración ha sido por todo lo alto y a toda voz en el habanero teatro Karl Marx, desbordado de amigos, seguidores, detractores y diletantes; pero por sobre todas las cosas el “mejor público del mundo” como le suele llamar el cantor.
Pero Mis 22 años; que son los primeros setenta y dos de Pablito como le llamamos confianzudamente todos los cubanos; invita a una mirada al pasado, un retorno a esos tiempos que necesariamente trajeron estas aguas; y si las líneas y la paciencia de los lectores lo permiten quisiera reseñar un poco más esta noche de diciembre cuando el año 15 del presente siglo ya queda en el olvido.
Mi amor humano
En una hoy olvidada confesión de Pablo Milanés y sus amigos al periodista Víctor Águila, su primer biógrafo conocido, uno de ellos hablaba de esa tristeza interior que le rodeaba; contaba la aludida que: “…Pablo estaba horas en silencio, escondido en sus pensamientos, como si quisiera atrapar todo el dolor de aquellos que le rodeaban y traducirlo en canciones; unas canciones donde la soledad, la vida y la existencia espiritual del hombre de esos tiempos estuvieran pendiendo de un hilo, o fueran marionetas de un algo inexplicable que se resumía en el hecho físico de la muerte. Por eso sus primeras canciones son tan tristes…”. Concluía aquella confesión.
Si se analiza con rigor esa primera etapa de su obra composicional, y algunas posteriores se podrá entender que aquel Pablo nunca dejó de existir, tal vez maduró; es el mismo al que el amor y el dolor humano del que hablara Federico García Lorca, nunca le abandonaron.
Pero cuál es el contexto histórico social y musical en que escribe Pablo Milanés sus primeras obras. Cómo era esa Habana y ese mundo que habitaba cincuenta años ha.
Los años sesenta son años de sueños imposibles, de grandes epopeyas sociales, musicales y humanas. Son los años que inauguran, musicalmente hablando, Marta Valdés, Ela O’Farrill y Frank Domínguez reinterpretando los motivos del feeling; acercando a una segunda generación de creadores y músicos a los padres fundadores y sirviendo de puente al futuro. Y aunque el callejón de Hamel había perdido su protagonismo primigenio, seguía siendo el referente para entender y vivir la magia de aquella libertad tonal y creativa que se alejaba de las ataduras y esquemas que definieron una parte de la canción cubana.
Ahora, los espacios se trasladaban a la intimidad de los clubes habaneros. El Karachi, la Casba, la Red, el Sherezada, la Gruta, el Club 21, El Escondite de Hernando, El bar Celeste; y otros tantos, cuyos nombres se pierden en la memoria, acogieron a los amantes del feeling y todos aquellos que tenían a la canción como forma de expresar sentimientos y emociones. Pero también están las noches del Pico Blanco en el hotel Saint John y su Lobby Bar.
Así Elena, Omara, Marta —la Valdés y la Justiniani—, Ela —las dos—, la Lupe y Freddy “la gorda” cruzaban por la misma noche que Pacho, Frank, César, José Antonio y algunos más, marcaban una bohemia a la que se fueron incorporando nombres como los de Martín Rojas, Eduardo Ramos, Rey Montesinos, Juan Formell y Pablo Milanés, o simplemente Pablito. Los nuevos muchachos del feeling parecían no agotarse y sus búsquedas creativas comenzaron a interactuar con las de sus predecesores.
Pero será Elena Burke quien les haga famosos, primero desde la intimidad del rincón de un club de esos tantos o por medio de las grabaciones discográficas. Elena será el comienzo y la continuidad de aquellas largas búsquedas de esa generación.
Pero todo no era simplemente cantar. Había otras inquietudes que rondaban los sueños de esa generación; inquietudes que se expresaron en su acercamiento a la literatura, fundamentalmente la latinoamericana. Neruda, Vallejo, Huidobro, Darío y Martí se combinaban con Dalton, Guillermo Rodríguez, Benedetti, Borges y Octavio Paz. El horizonte intelectual se complementaba, mientras se sintetizaba el paso de Jean Paul Sartre por La Habana y del norte llegaban Lastong Huges y Malcon X.
Todo eso estallaría en la creación de Pablo y muchos de sus contemporáneos; con la particularidad de que Milanés encuentra complemento sonoro en la guajira, tal vez la forma sonera menos al uso en esos años. El estallido ocurre en la conciencia de un hombre que, recién cumplido los 22 años, filosóficamente va en busca de su destino.
Pasarán los años y Pablo no se alejará del feeling, del son que cantó en sus primeros años, y se abrirá a otras corrientes sonoras tanto continentales como universales —el jazz, la bossa nova y la rumba—y la música cubana no podrá continuar sin él, sin sus transgresiones musicales y humanas.
Tal vez, imagino yo que al igual que García Lorca llore porque le da la gana y siga manteniendo en el fondo de su corazón intacto su amor humano; el mismo amor que inspira estas notas a la entrada del concierto conque despide el año y celebra los primeros cincuenta de la canción, que no es la única, que le ha inmortalizado.
Ya ves… y yo sigo…
La lealtad y la fidelidad son las dos grandes virtudes del público cubano. Pablo Milanés, por más de cincuenta años, la ha disfrutado y compartido. Es un público heterogéneo. Hay al menos cinco generaciones de cubanos que saben sus canciones; hay padres que van con sus hijos y abuelos que llevan a sus nietos. Para algunos es su primer concierto en un teatro; para la familia es importante que sea de Pablo, se trata de cultura y vivencia, se trata de ética y virtud.
Luces cenitales en el lado izquierdo del escenario, así se ve desde la platea, tres hermosas mujeres desgarran sus voces, son sus hijas que no dejan de cantarle y admirarle. En su voz, trío único, cantan el tema donde más se hace notar la influencia de José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz —los comienzos— Tú, mi desengaño. Es feeling a pulso, del callejón y de las noches habaneras; del tiempo cuando Pablo daba en Bayamo sus primeros pasos. Pablito aún la sigue cantando.
Segundo tema para que cante Miriam Ramos acompañada por Jesusín a la guitarra. Es Réquiem por un amor, solo que esta vez la letra es de Mercedes López y pocos la conocen. Pero el silencio del público es aprobación total.
Sin sacudirse el polvo del camino y con el boleto en el bolsillo Pancho Céspedes entra al escenario; se arriesga por algo de jazz y da vida a Ya ves; todo un himno del amor; es de aquellas primeras canciones escritas en los sesenta donde ya se anuncian las posibles rupturas.
Hace tiempo yo anhelaba… es la voz de Pablo y los aplausos le interrumpen. Es el plato fuerte de esta cita, de esta convocatoria. Mis 22 años comienzan, los músicos toman sus sitio en los atriles y un final casi a coro “… que de ti no tengo interés en saber nada…”; mientras suenan los últimos acordes algún mortal pensará en Elena Burke.
El artista agradece; canta sus canciones, algunas poco conocidas pero con ese ángel de su poesía. Coquetea con la música; de ella es devoto, y regresa nuevamente al son —esta vez el changüí—, la rumba y nos devuelve a Guillén el nuestro cuando muere en primavera.
Son casi dos horas de silencio interrumpido por el murmullo de voces que le acompañan; cinco mil almas que no desafinan, que se cruzan miradas cómplices y susurran la que vendrá solo de escuchar los primeros acordes.
Cincuenta años después, con algunas canas y con la cabeza afeitada, Pablo Milanés sigue conservando su voz. Tal vez la mejor voz de la música cubana en los últimos cincuenta años y más.
Esta noche, nosotros, los de entonces, no volveremos a ser los mismos… nos quedan muchos años de felicidad y canciones.
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