Este mes de junio se cumplen seis décadas de aquellos tres encuentros de Fidel Castro con intelectuales en la Biblioteca Nacional. Eran momentos complejos en el panorama cultural cubano y más allá, pero se privilegiaba el diálogo, la búsqueda de consenso desde la diversidad de criterios. Algunos intentan oscurecer esos intercambiosrealizados en 1961, cuando la conciencia crítica y la profundidad reflexiva fueron bases para seguir soñando un proyecto enorme, eminentemente cultural, que sigue vivo, gracias, en gran medida, a la vanguardia intelectual y su compromiso social.
A los más jóvenes nos llegan escenas aisladas de aquellos momentos, pero indiscutiblemente lo mejor es sumergirnos en las palabras de Fidel y otras personas, en las intervenciones, sin repetición ni aprehensiones simples de oraciones.
El 16, 23 y 30 de aquel junio, referentes de la cultura cubana, como Nicolás Guillén, Alfredo Guevara, Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar, Lezama Lima, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, Graziella Pogolotti y Miguel Barnet, quien apenas tenía veintiún años de edad, dialogaron con el hombre vestido de uniforme verde olivo, el barbudo llegado de la Sierra Maestra, el mismo que lideró a los rebeldes hacia el triunfo sobre un ejército muy superior, pero que también era un ser humano de pensamiento elevado y sensibilidad artístico-literaria. Estuvieron presentes también otros, como Osvaldo Dorticós, Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez y Armando Hart.
En su artículo Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación, Otero expresa que Dorticós pronunció las palabras introductorias, cuando manifestó que la cultura, con todos sus cauces y matices, debía servir al pueblo, una idea reiterada después por Fidel.
Todo sucedía en situaciones muy complejas. Ya había ocurrido la invasión de mercenarios por Playa Girón, bandas armadas operaban en montañas del país asesinando a campesinos y maestros de la Campaña de Alfabetización. Reinaba una hostilidad muy clara de EE.UU. hacia Cuba, y también inconformidades internas de quienes en el pasado poseían la mayor cantidad de los recursos, abusaban del pueblo y no compartían la declaración del carácter socialista de la Revolución.
La razón aparente del encuentro fue la prohibición del documental P.M. (Pasado Meridiano) por la dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, pero verdaderamente la disyuntiva solo reafirmó la necesidad de un intercambio de opiniones y visiones acerca de la creación y la función de la cultura en el nuevo panorama.
Si vemos hoy aquel audiovisual, de Alberto Cabrera Infante, Sabá, —hermano del escritor Guillermo Cabrera Infante— y Orlando Jiménez Leal, con duración de apenas catorce minutos, que reflejaba la vida nocturna de bares habaneros, nos parecería casi increíble su efecto en aquel momento.
El propio Otero, aseguró: “Si este documental se hubiese rodado en otro instante de la historia habría sido olvidado a la semana siguiente, pero nació en una hora de enfrentamiento de camarillas. La película pasó por televisión, pero fue vista con objeciones en el Instituto del Cine. La acusaban de escamotear la presencia de milicianos, de obreros, de maestros alfabetizadores en la imagen que se ofrecía del pueblo; quienes aparecían en las diversiones nocturnas eran marginales, lumpens. Mostrar una parte de la verdad, decían, era una forma de mentir sobre la realidad cubana”.
De Palabras a los intelectuales, muchos suelen mencionar solo la frase “Dentro de la Revolución, todo;contra la Revolución, nada”. ¿Qué significa? ¿Acaso es recomendable mencionarla de manera individual? ¿Cuánto más dijo Fidel en aquella ocasión?
Recordemos el párrafo anterior y el que la contiene:
“…La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución.
“Esto significa que, dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella. Creo que esto es bien claro”.
El líder aclaró que incluso quienes no fueran genuinamente revolucionarios podían trabajar, crear y expresarse dentro de la Revolución, pero a la vez ningún interés personal podía ser superior al de toda una nación y un proyecto que ya había fundado importantes instituciones para el desarrollo cultural.
Más adelante reforzó la idea de la inclusión:
“La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario. (…) La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.
Precisamos que varias de esas ideas recibieron el aplauso de los asistentes, un mensaje de apoyo y confianza, construido en las diferentes partes del diálogo.
Fidel enfatizó en la libertad no solo artística, sino general:
“Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser.
“La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo”.
En medio de muchas dificultades, Fidel reafirmaba la importancia de lo artístico y espiritual, por eso el afán de limar asperezas. Habló también de sueños que se concretaron luego, como la creación de academias y la formación de instructores de teatro, música, baile que enseñaran en ciudades y zonas rurales, en escuelas y cooperativas.
Cincuenta y ocho años después, exactamente el 30 de junio de 2019, en la clausura del IX Congreso de la UNEAC, Miguel Díaz-Canel, actual Presidente de la República, habló también desde la profundidad y el compromiso creativo. Nos atrevemos a resaltar que su discurso lo confirmó como hombre de pensamiento y arte, como político con una claridad meridiana y sensibilidad de luz.
Al escucharlo, resultaba casi imposible no recordar las consideraciones de Fidel. Ese domingo de 2019, en la sala 3 del Palacio de Convenciones de La Habana, se escucharon varios aplausos, frases de apoyo y una expresión muy particular: “¡Segunda parte!”, “¡Segunda parte!”…
Escritores y artistas presentes lo comentaron luego también en los pasillos: “Esta fue la continuidad de aquella intervención de Fidel, plataforma de la política cultural del país”. Verdaderamente Díaz-Canel denunció y analizó, con mucho valor y precisión, problemas y retos fundamentales relacionados con la cultura en la actualidad, pero sobre todo destacó la necesidad del trabajo y la construcción en conjunto para enfrentar los nuevos desafíos.
La lectura de ambos documentos, el de 1961 y el de 2019, revela puntos de contacto en el enfoque de las ideas, concepción socialista e interés en impulsar el desarrollo cultural de la nación, a favor de los autores y el pueblo, situando al ser humano en el centro de los sueños.
Y el análisis más reciente es, efectivamente, continuidad, porque incluye valoraciones sobre el funcionamiento del sistema de instituciones, impulsado en gran medida precisamente luego de aquel discurso de Fidel, y porque en esencia mantiene los mismos objetivos, pero en contextos diferentes. Algunos de los intelectuales presentes en 1961, también estaban en la ocasión más reciente, incluido Miguel Barnet, quien entregó la presidencia de la UNEAC al joven Luis Morlote, realizador radial y televisivo, Premio Nacional de Periodismo Cultural, con una trayectoria admirable a favor de la cultura en el país, que recibió la inmensa mayoría de los votos.
Palabras a los intelectuales es, indiscutiblemente, un texto con vida. Pero la Cuba de hoy necesita actualizar permanentemente su política cultural, con apego a su alma más pura, en un entorno diferente con influencias del mundo digital, a veces convertido en selva, y nuevos actores sociales, algunos de los cuales privilegian la comercialización. La batalla, en lo simbólico, adquiere hoy dimensiones superiores a las de hace seis décadas.
El propio Díaz-Canel lo dijo: “En el Congreso se ha hablado varias veces de las Palabras a los intelectuales. No concibo a un artista, a un intelectual, a un creador cubano, que no conozca aquellas palabras, a un dirigente que prescinda de sus principios. Siempre me ha preocupado que de aquellas palabras extraigan un par de frases y se enarbolen como consignas. Exigen una interpretación contextualizada. Fidel planteó un punto de partida, la relación entre vanguardia artística y pueblo. Hoy tenemos que traer sus conceptos a nuestros días”.
Cuando uno lee o escucha los planteamientos realizados a lo largo del amplio proceso de reflexiones y debates, como parte de ese cónclave, percibe la hondura de los análisis y el propósito de aportar a la sociedad y al país, más allá de una organización, algo que deberá distinguir siempre a las vanguardias artísticas e intelectuales de cualquier generación.
El discurso de clausura, pronunciado por Díaz-Canel, debe ser guía permanente para los dirigentes de todos los sectores y para los trabajadores de las instituciones culturales, para creadores y cualquier ciudadano relacionado con la vida artística, literaria e intelectual.
Los aplausos fueron más numerosos por la capacidad del mandatario para hablar de las diferentes problemáticas, con mezcla de belleza formal y verbo directo, adjetivos exactos y análisis profundos. Mencionó anhelos generales y aspectos específicos sobre los artistas, y también las funciones y el compromiso de las empresas y las instituciones con ellos.
Alertó que debemos estar “atentos a los que ponen por delante el mercado y no la cultura, el egoísmo sin compromiso social…”. Y aseguró que “los límites comienzan donde se irrespetan los símbolos y los valores sagrados de la Patria”.
“Construir y defender un proyecto socialista como el cubano significa defender el humanismo revolucionario. Como en los tiempos de Palabras a los intelectuales, la Revolución defiende el derecho a su existencia, que es la existencia de sus creadores y de su pueblo”, dijo el Presidente, quien criticó con fuerza el incumplimiento de algunas empresas de la cultura en su función social.
En momentos en que la administración de EE.UU. destina más fondos a la subversión, “no vamos a limitar la creación, pero la Revolución que ha resistido sesentaaños, no va a dejar sus espacios institucionales a quienes sirven a sus enemigos”, dijo.
Lo mejor sería que ese Congreso no termine nunca y su espíritu renovador se mantenga siempre como elemento indispensable para superar disímiles retos. Las dificultades enunciadas por Díaz-Canel necesitan solucionesabarcadoras y lo más rápidas posible. Resulta muy favorable el quehacer sistemático de la UNEAC, con acciones y propuestas concretas en ese sentido.
Quienes deseen tener una visión integradora de la cultura cubana en la Revolución, sus desafíos y proyecciones, necesariamente deben analizar los dos discursos, hijos de contextos diferentes dentro de un proyecto social eminentemente humanista, inclusivo, artístico y revolucionario.
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