Panel 40 Festival de Cine de La Habana: De lo soñado a lo vivido (I Parte)


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El Panel 40 Festival de Cine de La Habana: De lo soñado a lo vivido, inició en la mañana de ayer las sesiones de trabajo del sector Industria en la sala Taganana del Hotel Nacional, sede del popular evento internacional cinematográfico.

Con la moderación del productor y escritor chileno, fundador de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Eictv), Sergio Trabucco, los integrantes del panel respondieron desde sus propias perspectivas a los temas ¿Cuántas diferencias nos alejan de aquel 3 de diciembre de 1979 en que surge el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano? ¿Cuántas semejanzas nos acercan al movimiento del cine latinoamericano actual? Cuarenta ediciones de un Festival, vistas a través de la memoria y del pensamiento, para seguir proyectando el mejor cine de la región.

Dicho panel se dividió en dos partes; en la primera intervinieron los cineastas cubanos Fernando Pérez y Manuel Pérez Paredes, así como la directora ecuatoriana Tania Hermida, graduada de la segunda generación de la Eictv, y el  director  de cine  y televisión, guionista y escritor chileno Miguel Littin.

Inició esta primera parte Fernando Pérez con la ponencia “Mar adentro”, título que remite a la metáfora utilizada por Alfredo Guevara para definir al cine latinoamericano: un mar en movimiento, pero siempre en sucesivas oleadas «y hoy somos muchos los que nos preguntamos si en esas sucesivas oleadas los principios fundacionales tienen significación para los nuevos cineastas porque la realidad ya no es la misma», dijo el director de Clandestinos, y confesó que traía más preguntas que respuestas y que hablaría desde la emoción que le provoca evocar los años 60 y la conferencia que Alfredo Guevara ofreciera en 1967 luego de su participación, junto a una delegación cubana, en el Festival de Viña del Mar.

Expresó que muchos cineastas latinoamericanos coincidían en mostrar una realidad inédita y tenían como común punto de vista la necesidad de cambio y de una revolución descolonizadora, «de una tormenta perfecta», y repasó el contexto mundial de este suceso con las rupturas con lo establecido que se sucedieron en Estados Unidos, Francia,  Alemania y otras naciones, en el arte y en lo social; Los Beatles, Bob Dylan, «era la gran ilusión de los años 60, la utopía».

Resaltó que en esa etapa se estaban creando las condiciones para que se diera la «tormenta perfecta» que se vio materializada en el surgimiento del Nuevo Cine Latinoamericano y presentó los cuatro pilares teóricos que sostuvieron ese movimiento: las ideas de Pino Solanas y Octavio Getino en Argentina con el texto El tercer cine; de Glauber Rocha en Brasil con La estética del hambre; de Julio García Espinosa en Cuba con El cine imperfecto y del Grupo Ukamau, creado por Jorge Sanjinés, en Bolivia con su puesta en práctica además de los principios teóricos.

Opinó que estos, de conjunto, aportaron un manifiesto de lo que debían ser las perspectivas del Nuevo Cine Latinoamericano: un cine militante que no abandonara la poesía; que significara un gran inconformismo y una permanente ruptura con las viejas estructuras; que respetara la pluralidad estética y la indagación incesante en la creación y que intentara crear un nuevo espectador que lo comprendiera y acompañara.

Sobre los cambios que se han experimentado con el paso del tiempo subrayó: «La unidad que definió al Nuevo Cine Latinoamericano cedió el paso a la diversidad en todos los campos y el sentido colectivo fue sucedido por una mirada que privilegia las historias íntimas y el discurso político en primer plano ha sido rebasado por el discurso individual».

Señaló seguidamente que «aunque la utopía se ha alejado (…) la historia no va en línea recta ni ascendente, quizás va en espiral, y esas ideas de los 60 están vivas aun y volverán, por eso creo que el cine latinoamericano sigue caminando (…) yo creo que esa actitud de ruptura y de cambio es lo que nos une a los nuevos cineastas, esa actitud que enriquece la diversidad temática, narrativa y estética».

Afirmó que la densidad temática y estética del cine latinoamericano hoy es mayor y su rostro es más diverso «es la búsqueda obstinada de otra estructura narrativa y esa es la misma ética que movía a Julio, Sanjinés, Solanas, Rocha y a otros cineastas de Nuevo Cine Latinoamericano; un arte de ruptura, búsqueda y riesgo permanente será siempre la obsesión distintiva porque forma parte del flujo constante, del movimiento perpetuo de la creación artística».

A continuación Manuel Pérez, bajo el título “Reflexión de una historia documentada”, abordó este fenómeno desde el punto de vista político y confesó que la conciencia latinoamericanista la adquirió en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos «el Icaic de Alfredo, de Julio, de Saúl Yelín, de Titón y de otros fundadores».

Definió entonces que la unidad del Nuevo Cine Latinoamericano es esencialmente política y cultural y recordó que el motivo del surgimiento del Comité de Cineastas de América Latina en Caracas, en el año 1974 fue el Golpe de estado al gobierno de Salvador Allende en Chile «que fue de un impacto tremendo para nosotros; el nacimiento del comité es un nacimiento de solidaridad y de unidad política que al mismo tiempo tiene un enorme respeto por la diversidad artística».

El director de El hombre de Maisinicú, recordó entonces cuando comenzaron a llegar las películas y documentales para ser exhibidos en los festivales, que Fidel comenzó a descubrir y a enamorarse así del Nuevo Cine Latinoamericano y a establecer relación con muchos de los cineastas de la región.

«Hoy existe la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Eictv gracias al efecto que produjo en la dirección del país el Nuevo Cie Latinoamericano y el festival como su sede».

Estimó que este encuentro y el festival  en general ha de servir para definir cómo el festival sigue siendo una plataforma, un punto de reunión para responder desde el punto de vista cultural y artístico, desde el cine, a lo que acontece en América Latina, «no como tarea, la militancia en el sentido de la poesía (…) estar abierto a la vida, para lo cual hay que ser culto, también en política», aseguró.

Tania Hermida propuso el tema “Las infinitas generaciones del festival. Reflexiones de una eicteviana sobre el cine del futuro (que, en la tradición andina, no está adelante, sino atrás): La tradición de lo nuevo, en el Cine Latinoamericano”.

Hermida fundamentó que en el estudio del paso de su generación por el Nuevo Cine Latinoamericano reconoció dos elementos cardinales: que los fundadores de este movimiento condenaron a las generaciones que les siguieron a ser siempre nuevos lo que las obliga a negarse, repensarse, a regenerarse y a concebirse permanentemente.

Y en segundo lugar «aquí y ahora ya estamos en el futuro y en ese futuro hay muchísima producción latinoamericana diversa, hay mujeres en el cine, pero también hay un ascenso del fascismo en el continente y a los que heredamos esa tradición del cine latinoamericano, eso nos importa, porque no hemos aprendido solo a hacer cine sino a contar la historia del continente».

Registró entonces la necesidad de hacer memoria, de crear memoria, algo a lo que ha convocado siempre el festival. «Aquello a lo que llamamos Nuevo Cine Latinoamericano se fundó en la militancia, existió y existe en sus películas y manifiestos pero se perpetúa ya para siempre en sus instituciones», aseveró.

“De lo soñado a lo vivido”, fue el texto al que dio lectura Miguel Littin, como cierre de esta primera parte del Panel 40 Festival de Cine de La Habana.

Este escrito transitó por los recuerdos, y se detuvo en el análisis de las causas y consecuencias de la crisis ideológica del presente y en el escepticismo que esta produce.

Revisó los conceptos fundamentales que caracterizaron a la fundación y desarrollo del movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano en su afán por recoger la memoria de la lucha revolucionaria del continente.

Reiteró la importancia del encuentro en Viña del Mar, la magia innegable que allí se produjo en ese grupo de cineastas y de su voluntad de ser expresada en imágenes.

Mencionó entonces algunas cintas fuertes exponentes de los conceptos del nuevo cine: «Dios y el diablo, la exuberancia estética de Glauber Rocha; la lucidez existencial de Lucía de Humberto Solás; Memoras del Subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea, un cincel implacable clavado en el corazón del conformismo».

La intervención de Littin constituyó además un homenaje explícito a Alfredo Guevara, de quien destacó su perseverancia en el empeño por unir a los cineastas de la región y su labor en el desarrollo del Nuevo Cine Latinoamericano.

«Alfredo fue un revolucionario romántico, antidogmático; su pensamiento martiano y latinoamericano rechazó siempre la hegemonía de las catedrales ideológicas. Hombre del renacimiento de América Latina. (…) fue construyendo con templanza y paciencia de albañil y mirada de poeta, una posibilidad existencial para nuestro cine que aun, en tiempos  de confusión y crisis, mantiene en su fundamento y razón de ser, la posibilidad de ser», declaró.

Hacia el final de sus palabras enunció que serán las generaciones futuras de cineastas las que podrán desentrañar con mayor lucidez los múltiples significados que tuvo para nuestra cinematografía la existencia del movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano.


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