Para no olvidar: ¡Cómo no llamarla Madre de la Patria!


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Hoy cuando al referirse a la identidad nacional se recurre con frecuencia a las palabras símbolos y paradigmas, yo me pregunto: y qué decir de Mariana Grajales la madre de leonas y leones, y también de miles y miles de cachorros que nacieron por su ejemplo.

Soy de los que piensan que muchas generaciones de cubanos se hicieron mejores patriotas y revolucionarios, a partir de las enseñanzas que de la historia de Cuba recibieron en las escuelas.

Algo que me marcó para siempre y contribuyó en mi educación fue cuando leí en un libro de texto de la época: “Fue un día en que traían a Antonio herido: le habían pasado de un balazo el pecho: lo traían en andas, sin mirada, y con el color de la muerte. Las mujeres todas, que eran muchachas, se echaron a llorar, una contra la pared, otra de rodillas junto al moribundo, otra en un rincón, hundido el rostro en los brazos. Y la madre, con el pañuelo a la cabeza, como quien espanta pollos echaba del bohío a aquella gente llorona: ¡Fuera, fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas! ¡Traigan a Brioso”. Y a Marcos, el hijo, que era rapaz aún, se lo encontró en una de las vueltas. ¡Y tú empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento! ”.

¡Qué gesto aquel! ¡Qué ejemplo de virtud! ¡Qué maravilla de mujer y de madre! Y esto lo escribía nada menos que José Martí, el joven a quien aquella viejecita supo amar como a un hijo.

Cuentan que con fecha 6 de mayo de 1897, María Cabrales, la esposa de Antonio Maceo, le escribe una carta a Francisco de Paula Coronado donde le relata la actitud de Mariana apenas transcurridas 72 horas del alzamiento de La Demajagua. La familia ha quedado sin tres de los hijos que ya se han alzado. “Mariana entra en la sala con un crucifijo en la mano, habla con seguridad emocionada: ―De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la patria o morir por ella”.

Tenía 60 años de edad. Antes, cuando sus primeros tres hijos acababan de coger el monte, le había dicho a su marido: “Y tu Marcos, ocúpate de acotejar las cosas, que aquí todos estamos en guerra”.

¿Cómo no llamarla la Madre de la Patria?

A la esposa, hermana y madre de mambises, hijas e hijos que juntos ocuparon 55 grados militares indistintamente, partiendo de la condición de combatientes rasos, bala a bala, alcanzando altos grados en el ejército libertador.

A la que al decir del Apóstol si el enemigo poderoso adelantaba destrozando las filas, y algún patriota temblando ante la muerte inminente,  “veía a la madre de los Maceo con su pañuelo a la cabeza, se le acababa el temblor”.

A la que “amaba, como los mejores de su vida, los tiempos de hambre y sed, en que cada hombre que llegaba a su puerta de yaguas, podía traerle la noticia de la muerte de uno de sus hijos”.

A la que “vio erguirse a su hijo, sangrando del cuerpo entero, y con diez hombres desbandar a doscientos”.

¿Cómo no llamarla Madre de la Patria?

A la que se lanza a la manigua, donde permaneció los diez duros años que duró la guerra. La que sabe de las marchas interminables en que los pies sangran; del acoso del enemigo con la vecindad de la muerte. Cura a los enfermos, incluso al enemigo, cocina en la manigua y cuando le falta el indispensable ingrediente le escribe al general: “Querido hijo: te deseo salud y al mismo tiempo te recuerdo que me mandes la sal que me ofreciste, tu madre que te echa la bendición, Mariana”.

A quien nuestro José Martí amó tanto y por la que llegó a decir: “muchas veces, si me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de aquella mujer”.

A la madre del mayor héroe guerrero que ha dado la historia de Cuba, y al decir del Mayor General Máximo Gómez la figura más excelsa de la revolución.

A la que siendo una anciana “tenía manos de niña para acariciar a quien le habla de la patria”.

¿Cómo no llamarla la Madre de la Patria?

A la que admira a sus hijos, ya crecidos en heroicidad. Pero cuando los tiene a su lado, en la ranchería o en la prefectura, los envuelve en su cariño, y sus ojos tienen para ellos aquella “mirada sin fin” llena de amor, que después los acompañara como un impulso más hacia el heroísmo.

A la que sabe sonreír con la sonrisa que heredó Antonio y lo hará hasta el momento de su muerte.

¿Cómo no llamarla la Madre de la Patria?

A la que al decir de su hijo Antonio cuando niño lo arrullaba con estas decimas:

Si nace libre la hormiga,

La bibijagua y el grillo,

Sin cuestiones de bolsillo

Ni español que la persiga,

Ninguna ley los obliga

A ir a la escribanía

A comprar la libertad,

Y yo con mi dignidad

¿no seré libre algún día?.

A la que criaba a sus hijos con carácter y en el orden y la limpieza, sobre todo la limpieza personal, “Porque no son blancos, Mariana quiere que sus hijos no merezcan críticas, ni por su conducta ni por su vestir”. A Maceo le gustaba “oler a limpio”, y al decir de sus compañeros era “limpio hasta en la palabra. Llegará al extremo de prohibir las palabras indecentes en el campamento”. (Raúl Aparicio)

“¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unión hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?” (Martí)

De Mariana Grajales se ha llegado a afirmar que nació en Santiago de los Caballeros en Santo Domingo, pero todo parece indicar que nació en Santiago de Cuba. Según partida bautismal, “el 12 de julio de 1815, establecidos en Santiago de Cuba, los Grajales tuvieron la dicha de ver  nacer una niña a la cual pusieron por nombre Mariana. La historiadora Nydia Sarabia sitúa su fecha de nacimiento el 26 de junio de 1808 en Santiago de Cuba, provincia de Oriente.

Tuvo una educación que era elemental: el conocimiento de las “cuatro reglas”, y su crianza se desarrolló dentro de las formalidades de un hogar  caracterizado por el trabajo, el orden y la disciplina.

Durante su niñez no fue ajena a los castigos a que eran sometidos los negros esclavos. Próximo a donde vivía se alzaban los muros sombríos del Presidio de Cimarrones.

Su juventud se formó al calor de las influencias que podía ejercer el descontento por los desmanes coloniales, el alzamiento de esclavos y las conspiraciones de negros y mulatos. Eran los tiempos de los negros apalencados. José Luciano Franco afirma que en Oriente había palenques de negros cimarrones desde el siglo XIV y que fueron aumentando sucesivamente.

Un hecho que debe haber impactado en los padres de Mariana y que posteriormente pudo haber influido en ella fue el impacto de la conspiración del negro libre José Antonio Aponte, con proporciones nacionales e internacionales. Llama la atención que dos de sus hijos recibieran el nombre de José y Antonio respectivamente. Tal vez sea una simple casualidad teniendo en cuenta que el padre de Mariana se llamaba José, nombre que además era muy usual en la época.

Un sentimiento libertario iba cuajando en la mente y en el corazón de la joven Mariana, quien después de enviudar con cuatro hijos decide formar nueva familia.

En 1843, año en que decide unirse a Marcos Maceo, las regiones de La Habana y Matanzas arden en rebeliones de negros esclavos. En marzo se produce el alzamiento de 250 esclavos del ingenio La Alcancía, a los que se unen la dotación de otros tres ingenios. En noviembre tiene lugar la insurrección de Triunvirato. En diciembre en el ingenio Trinidad, de Matanzas, se descubre un levantamiento y son ejecutados 16 de los encartados, obligándose a las dotaciones de los ingenios vecinos a presenciar tan abominable crimen. Un mes después y un año antes del nacimiento de su primer hijo con Marcos se inició la llamada conspiración de la Escalera donde fueron involucradas 3 076 personas, de estas el 71,09 % eran negros y mulatos libres.

Todo este panorama fue endureciendo el carácter y la estirpe de esta mujer espartana. Tuvo 13 hijos, “trece cachorros parió la madre”.

Dicen que cuando Marcos, el esposo herido de muerte, siente que todo termina, exclamó: “He cumplido con Mariana”. O sea, que había dado la vida por la patria como quería ella hicieran todos los Maceo”.

Mariana Grajales Cuello fallece el 27 de noviembre de 1893 en Kingston, a la edad de 85 años. Al arribar Antonio a Jamaica, Marcos, su hermano, le informa de la muerte de la madre “Es la peor herida que ha podido recibir”.

¡Ah, qué tres cosas!: mi padre, el Pacto del Zanjón y mi madre”.

Narra el general José Miró que “al amanecer del 6 de diciembre, Antonio le cuenta que ha soñado. Sus hermanos muertos, su padre y su madre estaban juntos a él…Enseguida se pone a hablar de José y de Mariana, que ya va para tres años de muerte”.

Al día siguiente cae en combate el Titán de Bronce.

¿Cómo no llamarla la Madre de la Patria?


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