Para una crítica deseante (con permiso del colega argentino Federico Irazábal)


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Al Taller de Crítica de este año concurrieron artistas del colectivo Teatro de la Fortaleza, con el trabajo en proceso Marca de agua.

La crítica teatral a veces parece convertirse en una presencia molesta, por más honesta efectividad que quiere ponerle quien la ejerce en pos de volverla acción para un teatro mejor. Frente a esas circunstancias, sonrío al recordar al maestro Rine Leal, cuando luego de una activa etapa de su ejercicio puramente crítico frente a los espectáculos teatrales que veía cada noche, decidió privilegiar la investigación y suplantar el diario por el libro, desestimulado en demasía por diversas causas.

Entonces nuestro mayor historiador teatral aducía, entre otras razones, el aburrimiento crónico que le provocaba mucho del teatro que veía, la fatiga de las representaciones mediocres, el compromiso profesional “que nos obliga a llenar cuartillas sobre obras que no merecen más que diez líneas”, la irritación de los juzgados, y hasta que “…los ofendidos (aunque no humillados) me han llamado ?la mayor calamidad del teatro cubano’”. Gajes de oficio que solo la madurez de un diálogo verdadero, profesional sin dejar de ser personal —en la convicción, y no en los vicios de pedantería—, y un clima de rigor —que no de caprichos y oportunismos que legitiman y rotulan experiencias sin valor real—, permitirán superar prejuicios y estancamientos —como el que atravesamos hoy—, alejarnos de rencillas baladíes, y remontar un mundillo “municipal y espeso” del que Leal también solía reírse.

Emprendimientos como el IX Taller de la Crítica Teatral, que tuvo lugar a fines de septiembre en la bellísima ciudad de Cienfuegos, aportan a este empeño. Desde hace casi una década, la cita, organizada por los teatristas locales, convoca a debatir su creación más reciente, cumpliendo su objetivo de profundizar en el ejercicio sistemático y diáfano entre artistas de la escena y críticos teatrales. El evento estuvo organizado con la colaboración del Proyecto Traspasos Escénicos, del Instituto Superior de Arte, y contó con el apoyo, fundamental, del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz.

El Taller de la Crítica de Cienfuegos es, sobre todo la respuesta responsable a una necesidad de confrontación de los artistas locales, interesados en mostrar su trabajo y en recibir una retroalimentación valorativa cercana e inmediata sobre el mismo, que les permita esclarecer propósitos y perfeccionar los caminos de la puesta en escena.

En el evento se presentaron seis grupos con igual número de montajes y hay que decir que primaron los trabajos en proceso, y que hasta hubo algún que otro proyecto todavía en germen, habida cuenta por parte de los artistas de cuán útil puede ser recibir un conjunto de observaciones analíticas cuando aún la creación está en una fase más susceptible de definición en formas y medios expresivos. Pues, si bien en el teatro, una puesta en escena nunca estará terminada mientras se mantenga viva sobre las tablas o integre un repertorio activo, en el encuentro con los espectadores, es más fácil enriquecer un camino, o corregir un error, cuando aún el director, los actores y el resto del equipo creador están en franca actitud de búsquedas, improvisaciones y prueba.

Al Taller de Crítica de este año concurrieron los artistas de los colectivos El Carro Thespis, con un fragmento de su novedosa experiencia callejera Galería Onelio; Teatro de la Fortaleza, con el trabajo en proceso Marca de agua; Teatro de Títeres El Retablo, con una parte del proceso de trabajo de El árbol blanco; Velas Teatro, con el proceso para Pájaros de hielo; Teatro de los Elementos, con la reposición en su sede de El Jovero, Cumanayagua, de Arcoiris, y Caña Brava, con Federico y María. Todos intercambiaron esas muestras de su labor con un grupo de diez teatrólogos formados en diversas promociones, que viajaron a la cita acompañados por un pequeño núcleo de estudiantes de Teatrología del Instituto Superior de Arte, lo que fue también para alumnos y profesores un modo de activar las herramientas adquiridas en el aula y de aprender in situ, en torno a la ética del diálogo.

El IX Taller de la Crítica de Cienfuegos fue también la oportunidad de poner en circulación entre los participantes ediciones recientes de las revistas Conjunto y Tablas y de varios libros de Ediciones Alarcos.

Marca de agua, del Teatro de la Fortaleza, el singular grupo que dirige el teatrólogo y narrador Atilio Caballero, es un trabajo en plena faena que elige una suerte de lenguaje entre la danza y el teatro, a partir de que nació de la necesidad de dos miembros del colectivo, una actriz y un bailarín, de reflexionar por medio de la escena acerca de un problema inmediato de su entorno social. Hay que apuntar que el Teatro de la Fortaleza radica en la comunidad construida del otro lado de la Bahía de Cienfuegos, en torno al sitio en el que se construiría la Central Electronuclear de Juraguá, y que la actriz Taimí Blanco y el bailarín Jordi Pérez son parte de la comunidad de vecinos de ese enclave urbano, suerte de ciudad dormitorio, proyecto interrumpido para el cual están pendientes definiciones de diverso carácter y en especial, socioculturales. Pues resulta que en ese sitio, distante de la ciudad, falta regularmente el agua, y esa carencia provoca una situación difícil e incómoda, con su correspondiente expresión en el comportamiento de las personas, y los artistas decidieron investigarlo para recrearlo con los medios propios de la escena.

Descubrieron que la comunidad había sido construida sobre una roca caliza sin fuentes de agua cercanas, por lo que había sido necesario construir una conductora desde la distancia de muchos kilómetros, que con el tiempo, agujereada en el largo camino por el paso del tiempo y por interesados en beneficiarse con desvíos del preciado líquido, fue menguando su fuente e impactando la vida de la gente.

El espectáculo en proceso construye un ámbito en el que infinitos pomos plásticos usados y vacíos, de diversos tamaños, son leit motiv visual que ocupa todo el espacio e interactúan con los artistas. La falta del agua se expresa por medio de una partitura gestual y de movimiento, mientras al fondo del espacio escénico se proyecta un video con fragmentos de materiales audiovisuales de diverso carácter, documentales y filmes de ficción, que muestran el agua en toda su riqueza, con inmensos caudales y donde la fuerza de la naturaleza se impone, y también situaciones de escasez y carencia. El director, como presencia visible, acciona una computadora portátil y lee un texto universal sobre el agua que solo se escucha de manera intermitente y poco clara. Rápidamente, el efecto deseado se hace sentir entre nosotros al comprender cómo la carencia de agua se vuelve un problema angustiante, que podemos sentir en carne propia y que despierta en la memoria sensorial experiencias diversas.

El lenguaje del escenario pone a la pareja de artistas a dialogar también en un terreno técnico. Él, formado en la disciplina danzaria, crea partituras que enseña a la actriz y ella le insta a proyectar otro tipo de expresión más ligada a la trasmisión de emociones a partir de cadenas de acción y sentido.

El resultado es intenso y en el debate posterior con el equipo creador pudimos conocer de arduos entrenamientos y aprendizajes, y debatimos acerca de cómo la integración, válida y necesaria, debe asumirse en su condición real y mostrar sus inevitables tensiones sin ambages. Y confrontamos la necesidad de algunos de escuchar con claridad al menos parte del texto pronunciado, que el grupo concibió inaudible como metáfora de su desconocimiento. Pero lo más importante fue saber el alcance que a veces puede tener el teatro, pues cuando la obra fue mostrada a los vecinos de la comunidad, entre la sorpresa ante un discurso nuevo para tratar el tema de la carencia, y la molestia de algunos, ha ocurrido que desde entonces el agua ha dejado de faltar en la comunidad. Feliz conquista de la escena que estimula el trabajo y apunta a utopías realizables.

Otro trabajo de gran interés fue el presentado por el Teatro de los Elementos, y en este caso se trató de la reposición —quince años después— de una obra que ya el grupo había emprendido en una etapa diferente. Arcoiris trata acerca de la confrontación de un mundo de valores ligados a la naturaleza, a la tradición y a la memoria, a la racionalidad humana, y otro aferrado a la posesión de bienes materiales y cosas, a la lógica del mercado y el progreso, que se afana por seducir y engatusar al primero con sus atractivos.

Llegar al campamento del Jovero luego de atravesar la carretera montañosa y llena de curvas, adentrarnos en el campo de Cumanayagua y ser conducido por la tropa que dirige Oriol González hasta el espacio de la representación, entre una hilera de antorchas como iluminación campesina en la noche cerrada, fue una experiencia fascinante, tanto como ver la obra en la sala de ensayos, rústica y campestre del Teatro de los Elementos, con su altísima techumbre, cónica y de fibra natural, que recuerda diseños de asentamientos remotos. En medio de la noche y entre croar de ranas y cantos de grillos, el discurso de la escena ganó en atmósfera y nos mostró mucho más de las condiciones de creación singulares que defiende este colectivo, afiliado orgánicamente a lo que se ha dado en llamar teatro comunitario, y del cual es un notable exponente entre nosotros.

El montaje confronta un lenguaje apegado al ritual, rico en elementos simbólicos, con otro expresionista y rayano en el grotesco, y la discusión colectiva a la mañana siguiente fue efectiva para analizar cómo ciertas aproximaciones esquemáticas reducían el alcance de lo que potencialmente podía revelar aristas inéditas, de mucha mayor efectividad dramática en el trazado de los dos personajes. Y nos iluminó también acerca de cómo varios referentes, musicales y poéticos, están requeridos de replanteo en aras de activar su efectiva inserción en la trama.

A partir de estas obras y de los otros montajes se propiciaron diálogos abiertos, democráticos y fecundos, en los que de buen grado se habló de propósitos y resultados visibles, de alcances estéticos y de posturas éticas, de condiciones de creación, producción y gestión sin ánimo de justificación o lamento. Y siempre primó el respeto y la voluntad de escuchar al otro, con el ánimo de entregar, recibir y aprender, en un cruce de saberes de múltiples vías en el que todos ganamos muchísimo y salimos satisfechos.

El IX Taller de Crítica de Cienfuegos reafirmó la vitalidad del teatro en plena creación y la efectividad de la crítica especializada como un instrumento dialogante, que es parte natural de la escena misma, y el crítico, espectador interesado y compañero de ruta indispensable. Nos despedimos con ideas nuevas para dentro de un año aprovechar mejor el X Encuentro.


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