Ha sido una semana en que los cueros; los profanos, los consagrados y hasta los malditos; han gravitado sobre una parte importante de la vida cultural de La Habana y de la mía en particular. Cueros que además se expresaron con el relanzamiento de un libro que ya resulta necesario y que se debe a la autoría de María del Carmen Mestas.
Les comento.
Todo comenzó el domingo con la escucha, después de más de veinte años de la edición del CD Muñequitos de Matanzas Live en el Carnerige Hall, grabado en una de las presentaciones de esa agrupación rumbera en la ciudad de Nueva York y que abrió las puertas al posterior viaje de su homóloga Yoruba Andabo.
Este es un disco de culto —anglicismo mediático que hace que se le llame así a esas cosas a las que los latinos solemos llamar clásico— que bien amerita una reedición siempre y cuando existan los fondos y la voluntad para ello.
Pero la audición y disfrute vino precedida de una novedad que bien pudiera ser noticia en un futuro próximo y es la propuesta de declarar a la rumba como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; expediente que ya fue presentado a la UNESCO para su correspondiente análisis y validación. Ahora valdría la pena preguntarse qué cola traería esta declaración a la que se aspira.
Sencillo; especulemos al respecto. Lo primero que pudiera ocurrir es un gran jolgorio rumbero a todo lo largo y ancho de la isla. Y no exagero cuando afirmo lo anterior; pues ya se habla de una cruzada rumbera que recorra la isla de occidente a oriente. Quien esto escribe ha sido testigo del hacer de agrupaciones rumberas lo mismo de Pinar del Río que de Guantánamo. Este hipotético rumbón saldaría una deuda de gratitud con quienes anónimamente dieron vida al género (que otros llaman complejo y que para mí está permeada de variantes y otras subsiguientes), algunos parte de una leyenda que se sigue alimentando; y sobre cuyas espaldas también duelen los injustos latigazos por amar los tambores.
La semana siguió su curso y corrimos a celebrar los primeros treinta y… años de la “Peña del Ambia”; la misma que algunos consideraron una herejía al ser convocada en los jardines de la UNEAC “pues solo atraería negros y otros elementos” (razonamiento más lombrosiano no se pudo escuchar). Si se mira fríamente esta peña rumbera se podrá entender que ha sido la más consistente, duradera y hasta de mayor impacto cultural dentro de la vida cultural de La Habana. Hagamos algo de historia; brevemente.
Lo primero que debemos reconocer es que fue “…una fiesta de bombones en tierra de caramelos…”; parafraseando al Tío Tom en tiempos que algunos reconocen como el fin del “Quinquenio Gris” y del elitismo que se quiso entronizar en la cultura cubana. Su anfitrión Eloy Machado que representa esa otra parte de la cultura cubana que ha trascendido a golpe de talento y voluntad. En ese empeño le acompañaron otros hombres de cultura, algunos que ya no están.
La “Peña del Ambia”; como se le comenzó a conocer es este espacio, fue la plataforma de lanzamiento de un proyecto como el grupo Guaguancó del puerto; que posteriormente cambiaría su nombre por el de Yoruba Andabo y que se alzaría como uno de los referentes más notorios de la rumba hoy en día en Cuba. Pero también es la vitrina donde se exhibe todo el quehacer rumbero de la nación; y ello incluye también los afines a la rumba; pues que es la rumba sin sus imbricaciones con el mundo mágico religioso proveniente de África y que ha definido parte importante de nuestro folklore.
Sin embargo, un fantasma gravita sobre “la peña”, y es la incomprensión o la mala fe (piensan algunos) de ciertos vecinos de la UNEAC, que han elevado sus voces pidiendo el fin de esta; tanto que estuvo suspendida por cerca de un mes; ignorando que este acontecimiento es uno de los eventos que más prestigia a la rumba a nivel internacional, tanto que en algunas universidades prestigiosas de Europa y Norteamérica se han presentado tesis de doctorado partiendo de este espacio habanero.
Sé de personas que han viajado a Cuba a hacer turismo y que han incluido en su programa de visitas participar en la “Peña del Ambia”. Nota curiosa es el hecho de que un matrimonio de Dinamarca vino a celebrar su aniversario de bodas en los jardines de la UNEAC y con ellos vino toda la familia; pues además de conocerse en ese espacio, allí dieron fe de bautismo a sus dos hijos que hoy son defensores de la rumba en tierras donde mover la caja de bola no viene prediseñado en el código genético.
No quisiera cerrar estas notas sin referirme al libro Pasión de rumbero, de María del Carmen Mestas que vio la luz nuevamente en 2014 en una segunda edición corregida y ampliada. Se trata de un libro necesario —decir imprescindible sería una exageración justa— para valorar quienes han sido parte importante en la historia del que se puede considerar el primer género musical totalmente urbano surgido en Cuba; no importa que parte de su historia se haya vivido fuera de los grandes centros urbanos; y es que nadie puede olvidar las manifestaciones de racismo que acompañaron su larga carrera en pos de una inserción social.
Por su páginas desfilan, a modo de crónicas unas veces, de reseñas en otra, una parte de los más importantes rumberos que han existido y existen. Y es que resumir cien años de rumba es harto difícil cuando las fuentes y referencias confiables a cualquier investigación se han ido perdiendo en el tiempo.
Personalmente creo que Pasión de rumbero se puede considerar el primer Diccionario de la rumba cubana y razones no faltan para tal afirmación, máxime cuando abarca no solo a los ejecutantes y figuras fundamentales, sino que aporta una relación con datos mínimos —pero datos al fin—de otros ejecutantes, bailarines y agrupaciones que se han hecho notorios en los últimos treinta años dentro del mundo rumbero.
Pero lo significativo es que el libro de la Mestas se representó en la “Peña del Ambia”, no había lugar más adecuado para ello y se agotó, tanto que ya se piensa en como complemento cultural mantener allí la presencia de publicaciones referidas al género y a la música cubana en general; loable empeño de los organizadores que diversifican un espacio social y cultural.
El final de esta semana rumbera, de lo lindo dirán los seguidores, tuvo como protagonista un homenaje a Los Papines, quienes apuestan aún por mantener el sello de autenticidad que les definió desde sus orígenes, no importa que ya transiten por la segunda generación; a fin de cuentas Papín y sus hermanos mantuvieron vivo el espíritu de una rumba que conocieron desde la infancia y que transmitieron a sus hijos y sobrinos.
Después de esta semana, calmado el sudor y satisfecho el gargüero mantengo mi filiación con la rumba. A fin de cuenta sigo siendo cubano.
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