El último martes de este cálido mes de agosto falleció el maestro Pedro de Oraá, Premio Nacional de Artes Plásticas 2015, quien legó a la cultura cubana una fecunda obra en pintura, poesía, narrativa, crítica y periodismo, amén de su ingeniosa labor como diseñador gráfico que le hizo acreedor además del Premio Nacional de Diseño 2012.
Hombre culto, sencillo, silencioso y amigable, el postrimero de los integrantes del grupo de los Diez Pintores Concretos —al que se unió en el año 1958—, padecía y sufría, desde hace algún tiempo, de una lamentable enfermedad que concluyó con la prolífica existencia, a la edad de 89 años —nació en la capital el 23 de octubre de 1931—, de quien era asimismo conocido por su activa membresía, desde el año 1954, al célebre grupo de Los once artistas abstractos.
Oraá estudió pintura y escultura en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y Construcción civil en la Escuela de Artes y Oficios de La Habana.
Grandes vocaciones que signaron su carrera
Durante una de mis conversaciones con el ingenioso artífice, hace alrededor de diez años, recordaba que desde muy joven se despertaron en él dos vocaciones que signaron su carrera: la poesía y las artes visuales, tal vez motivado por algunos cuadernos de poesía editados por la imprenta habanera La Verónica, los cuales disfrutó cuando tenía unos 15 años. Aquellos simples volúmenes se caracterizaban por sus modestos diseños de portada, así como por contener una admirable selección de poemas de diferentes autores iberoamericanos.
Su obra literaria comenzó a trascender en el año 1949 cuando publicó sus poemas junto a los de otros bardos de Caibarién. En 1957 visitó Venezuela, donde se relacionó con varios grupos de reconocidos escritores y creadores de la plástica.
Prestigioso diseñador gráfico
Tras el triunfo de la Revolución Cubana, en 1960, pasó a desempeñarse en el Teatro Nacional, en el cargo de jefe de diseño publicitario donde dirigió un grupo conformado por varios reconocidos creadores, entre ellos Umberto Peña, José Villa, Rolando de Oraá, Roberto Guerrero y José Manuel Díaz Gámez. Dos años después ejerció como diseñador gráfico en el Consejo Nacional de Cultura.
Fue fundador de Ediciones Pálpite, en 1961, a través de la que publicó su ensayo titulado Tiempo y poesía; y en 1963 creó la Editora Belic, con la que vieron la luz trascendentales obras de las letras insulares, entre ellas, El oscuro esplendor, de Eliseo Diego, y Elegía a Manuel Ascunce (edición especial), con poemas y dibujos, de Adigio Benítez; en tanto colabora con Fayad Jamís en las colecciones La Tertulia, Semillas y Centro.
Entre los años 1964 y 1966 viajó a Bulgaria con el fin de aprender la lengua y la literatura de ese país europeo, entonces perteneciente al extinto bloque socialista. De los conocimientos adquiridos en esos estudios de Lingüística, ejerció como traductor de numerosos textos, entre ellos la antología Poesía búlgara y varios poemas de autores de aquella nación balcánica para la revista Unión, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), a la cual perteneció desde su creación. Asimismo hizo traducciones de Gueo Milef y Tristo Smirnenski para la Editorial de Lenguas Extranjeras de Sofía, así como versiones de la obra de la poetisa yugoslava Vesna Parum.
A su regreso de Europa pasó a laborar como diseñador en el Consejo Nacional de Cultura, donde compartió espacio junto con otros prestigiosos cultivadores de ese género.
En la Editorial Unión
Reconocido por su labor como diseñador, la Editorial Unión reclamó sus oficios en 1968, donde igualmente se desempeñó como redactor y realizó las ilustraciones de portadas e interiores para varios de los libros que publicó esa institución en diferentes etapas de las décadas de los años 70 y 80 de la anterior centuria, hasta que en 1990 es ascendido a director artístico. En el año 2002 fundó la Colección Pneuma, con la que publicó las “plaquettes” Canciones de amor flagrante y Nuestra generación.
Otros de los autores a los que hizo diseños de las cubiertas de sus libros fueron: su hermano Francisco de Oraá, Dulce María Loynaz, Roberto Fernández Retamar, Loló Soldevilla, Fina García Marruz, Ángel Augier y muchos más; mientras que acometió las ilustraciones de importantes títulos de las letras cubanas, como Paradiso, de José Lezama Lima y Relatos de Cintio Vitier, además de poemarios de Nicolás Guillén, César López, Lina de Feria y Basilia Papastamatiú, por solo citar algunos.
Pedro de Oraá igualmente practicó la crítica y el ensayo artístico y literario; entrega caracterizada por la solidez de sus conocimientos y una valiosa experiencia de vida; entre estos trabajos se recuerda el Visible e Invisible (2008), asimismo ilustrado por él, publicado en Letras Cubanas.
Entre sus obras impresas se encuentran, además, El instante cernido, Estación de la hierba, Destrucción del horizonte, Tiempo y poesía, La voz de la tierra, Las destrucciones por el horizonte, Apuntes para una mítica de La Habana, Suma de ecos, Umbral, La antología personal Cifra, y Vida secreta de La Giraldilla.
Maestro de Juventudes
También acreedor del Premio Maestro de Juventudes (2019), colaboró con otras muchas publicaciones, cubanas y extranjeras, entre ellas Orígenes, Ciclón, El Mundo, Noticias de Hoy (suplemento del periódico Hoy Domingo), Revolución, Lunes de Revolución, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, Pájaro Cascabel (de México), revista RDA (de República Democrática Alemana), Inostrannaia Gazeta (de la Unión Soviética), Plamak, Bulgaria de Hoy, y Frente Literario y Cultura Nacional de Bulgaria.
El maestro, querido y admirado dentro de todos los ámbitos de la cultura cubana en los que dejó sus huellas, asimismo constituye un emblema dentro de las artes visuales, desempeño que conjugó con sus creaciones literarias, el diseño, la crítica y la traducción.
El último de los concretos
El arte concreto llegó a Cuba a través de la obra del pintor Sandú Darie (Román, Rumania, 1908 - La Habana, 1991). No puede hablarse del inicio de esta corriente en la Isla sin tener en cuenta el rol desempeñado por este artista en la motivación de otros grandes de la vanguardia por el abstraccionismo.
El afamado grupo de denominado Diez pintores concretos se fundó en el año 1958 y existió hasta 1961 en que fue disuelto. Además de Oraá, estaba inicialmente integrado por Pedro Carmelo Álvarez López, Wifredo Arrcay Ochandarena, Salvador Zacarías Corratgé Ferrera, Luis Darío Martínez Pedro, José María Mijares Fernández, Dolores Soldevilla Nieto, Rafael Soriano López, José Ángel Rosabal Fajardo y el propio Darié.
Fresca emoción del sentimiento
A propósito de su exposición en el Lyceum de La Habana (1950) titulada Estructuras transformables, Darie subrayó: “Llevar más lejos el sentido de la plasticidad en su más estricto y específico significado, queriendo sugerir la belleza como filosofía, desarrollando una nueva sensibilidad, la fresca emoción del sentimiento temporo-espacial del hombre”. Premisas básicas de esta novedosa corriente.
Entretanto, en esa misma década (años 50 del pasado, siglo), surgía el Grupo de los Once pintores abstractos, el cual puso su mirada hacia las novedosas tendencias del arte, sobre todo en Europa, con Francia a la cabeza, y Estados Unidos, aunque centraron su preferencia hacia lo que se estaba gestando en este último, particularmente en Nueva York y Chicago, donde particularmente bebieron de las fuentes de los más conocidos artífices de esa época.
Durante los años 50 en Estados Unidos se produce una fuerte eclosión en casi todos los órdenes de la sociedad, el arte y la cultura, principalmente motivada por los adelantos tecnológicos de la época. En tal sentido, junto a los cambios experimentados en una nueva arquitectura que cambió sorpresivamente el paisaje urbano, las experimentaciones en las artes plásticas igualmente propiciaron significativos cambios que posteriormente dieron paso a diversas corrientes.
Raúl Martínez —posteriormente integrado al grupo—, en una entrevista publicada en la revista Revolución y Cultura (Número 1/99, página 31), bajo el título de Los Once, apuntó: "El grupo 'Los Once' trabajaba fundamentalmente en la búsqueda de valores expresivos iniciada ya por un grupo de pintores americanos. Considerábamos que aquel movimiento abstracto (conocido como informalista) en el que se destacaban Pollock, Kline, DeKooming y Tobey eran maestros a seguir y no aquéllos del apagado continente europeo".
Ante tales acontecimientos fundamentalmente producidos en las dos importantes mecas del arte internacional: Nueva York y París, los creadores cubanos establecieron su propia escuela, y ya en la década de los años 50 del pasado siglo, la abstracción, el constructivismo, la geometrización, y el arte concreto habían hecho su entrada en el panorama del arte isleño; novedad que fue recibida con cierto escepticismo por algunos aficionados a las artes visuales, y también por cierta zona de la crítica, que no alcanzaban a valorar en su justa magnitud este fenómeno artístico, por lo que sus cultivadores tuvieron que argumentar, de manera convincente, los criterios conceptuales de sus obras.
Galería Color-Luz
Luego de dos exposiciones organizadas en las galerías de La Rampa y en la Sociedad Nuestro Tiempo, nació el llamado Grupo de los Once y con éste un verdadero mito en la variopinta historia de la pintura cubana, el cual llegó para quebrar los cánones impuestos hasta ese momento por las anteriores generaciones de artífices.
Con la intención de promover sus obras identificadas con esta novedosa corriente, en el año 1957 Pedro de Oraá y Loló Soldevilla crearon la galería Color-Luz, donde los integrantes del novel grupo realizaron varias exposiciones colectivas, algunas de ellas de trascendencia internacional como la presentada en 1959 bajo el título de 10 Pintores Concretos; así como la exhibición concebida en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 1961, con el sugestivo título A/Pintura Concreta, pensada sobre la base de distintas versiones plásticas en torno a la primera letra del alfabeto castellano, con motivo de la Campaña de Alfabetización.
Asimismo, se realizaron varias publicaciones sobre la labor del grupo, entre ellas, una carpeta con serigrafías (1961), a cargo de Salvador Corratgé, titulada 7 Pintores Concretos, en la que aparecen obras correspondientes a su autoría y a las de Pedro de Oraá, Loló Soldevilla, Salvador Corratgé, Luis Martínez Pedro, Sandú Darié, José Rosabalen y José Mijares, así como otro conjunto de trabajos con esa misma técnica sobre la mencionada exposición relacionada con la Campaña de Alfabetización, en la que participó el grupo completo.
Férrea resistencia
Sin embargo, estos movimientos de vanguardia, propulsados por avanzados exponentes de la plástica cubana de finales de la década del 50 tuvieron efímera existencia.
Los propulsores del abstraccionismo, cuyo arte fue calificado de “superficial”, encontraron férrea resistencia a sus intentos por establecer en la isla las tendencias modernas del arte universal, y de tal modo renunciaron a sus proyectos.
Fue así como el arte abstracto, y el concreto como parte de él, cedieron paso a arcaicas formulaciones que retomaron fuerza a partir de la convulsa década de los años 60, razón por la cual muchos de aquellos célebres artífices abstraccionistas decidieron abandonar la Isla.
En tan poco tiempo, aquellos artistas hicieron historia dentro del arte cubano y trascendieron sus fronteras, dejando como premisa indiscutible e insoluble la mancomunada unidad en los criterios, intereses e inquietudes de todos sus integrantes, quienes defendieron los conceptos y alcance de esta nueva expresión del arte, durante los convulsos años 60 en Cuba.
Pedro de Oraá, realizó otras muchas exposiciones, en Cuba y otros países, y su obra se exhibe en importantes museos y colecciones de diferentes naciones.
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