El pasado agosto los principales medios de prensa del país dieron a conocer el fallecimiento de Pedro de Oraá, pérdida que conmocionó a un amplio círculo de la cultura cubana, principalmente el de los artistas visuales, dentro del cual ya había sido reconocido en 2015 con el Premio Nacional de Artes Plásticas.

Poco tiempo faltaba para que arribara a sus 89 años de edad este 23 de octubre. Más, el tiempo por él vivido, no había menguado la creatividad de quien trasciende como uno de los principales exponentes del arte abstracto en Cuba, en particular del concretismo.

Formado en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, a inicios de los años 50 del pasado siglo estuvo vinculado a los grupos Los Once y, casi al concluir esta, al de los Diez pintores concretos, dando inicio entonces a una larga serie de exposiciones personales y colectivas en distintas partes del mundo.

El diseño fue otra de las pasiones que impulsaron su existencia, en particular el diseño editorial, especialidad en la que la extensa y valiosa labor por él desplegada le valió en 2011 el Premio Nacional de Diseño del Libro.

Sin embargo, no fue sólo la visualidad la que sirvió a Pedro de Oraá para exteriorizar su rica sensibilidad artística. Ya a finales de la primera mitad del siglo XX había sacado a la luz los primeros poemas, género en el que sus textos fueron traducidos a varios idiomas; cultivando además la narrativa y la crítica de arte, esta última en artículos aparecidos en Orígenes, Ciclón, Lunes de Revolución, El Mundo, La Gaceta de Cuba y Casa de las Américas, entre otras publicaciones.

En fecha cercana a la de su cumpleaños, el pasado año llegó a sus manos el Premio Maestro de Juventudes que otorga la Asociación Hermanos Saíz, lauro que felizmente no faltó a quien consiguió mantener estrecho vínculo con los encargados de dar continuidad al arte cubano y conservar, por ocho largas décadas, el mismo ímpetu creador de cuando egresó de San Alejandro.