Pieza inconclusa para piano y sax


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Dos noticias vienen a conmover el panorama cultural cubano cuando ya el año cruza su primer tercio, con una semana de diferencia han fallecido en esta ciudad dos mujeres —equidistante dirán algunos— cuyos nombres son obligados en la música cubana de los últimos cincuenta años: Lucía Huergo y “la maestra” Alicia Perea.

Cierto es que la muerte es el cierre definitivo del ciclo de la vida; que de ella; como diría el gran rumbero cubano Gonzalo Ascencio; o simplemente el “Tío Tom”; no se salva nadie cuando nos llama; mas hay muertes que dejan un amargo sabor desde la misma noticia. Este es el caso.

A Lucía, como todos le llamaban, le conocí por los años ochenta en el estudio de Juan Blanco donde pasaba largas horas aprendiendo los secretos de la música electroacústica que para aquel entonces se abría a la era de las posteriores revoluciones tecnológicas que hoy no dejan de sorprendernos. Juan Marcos Blanco —el hijo mayor de Juan y un compositor muy creativo al que habrá que hacer justicia alguna vez— recién componía la música para una obra del grupo de teatro Irrumpe, que dirigía otro Blanco (Roberto) donde el saxofón y flauta eran instrumentos fundamentales para completar la banda sonora y la había llamado para que junto al flautista Alberto Corrales aportaran su talento.

Para aquel entonces Juan obligaba a todos los visitantes a compartir su café  hecho de manera rústica y que él nombraba “el electrodo” y entre taza y taza los presentes confesaban sus proyectos o se hacían anécdotas sobre la vida y la música. Lucía llegó cargada con toda su tropa de instrumentos y a regañadientes bebió una taza mientras afinaba el instrumento y leía las partituras. Yo había oído ya mencionar su nombre como toda una “terrible enfante” instrumentista pero me sorprendió; además de su modestia, aquella mirada infantil oculta tras unos espejuelos de alta graduación, inquieta y ávida de expresar.

Fue una larga sesión de trabajo donde hizo junto a Corrales dos dúos de flauta cargados de alto lirismo y desbordante cubanía; intercalados con largos silencios en los que se dedicaba a revisar unas partituras en las que hacía una y otra vez anotaciones y ligeras tachaduras; mientras Edesio Alejandro hablaba de que seguía siendo aplicada. Aquella grabación no llegó a ser usada, desconozco el motivo; pera ese día me permitió acercarme a su círculo de conocidos; que no es lo mismo que amigos; pues sus visitas al estudio de Juan se hicieron más frecuentes.

Pasaron los años y en ese correr del tiempo seguimos compartiendo saludos y hasta no dudaba en dedicarme minutos cuando le abordaba con alguna pregunta; tanto que concertamos hasta una futura entrevista en la que hablaríamos de lo humano y lo divino.

La vida solo me ha dejado espacio para esta nota y para recordar sus ojos verdes de mirada infantil; de un verde similar a los que inspiraron a Nilo Menéndez.

Recién rumiaba esta nota cuando nuevamente la “mala nueva” tocó a mi puerta. La maestra Alicia Perea fallecía; justo una semana después de Lucía.

Le había conocido también en los años ochenta del pasado siglo —nuevamente Juan Blanco— cuando recién comenzaba a dirigir el naciente Instituto de la Música; sustituía a Lecsy Tejeda en esas funciones. Fue en un Festival Primavera en Varadero donde le vi por vez primera y me impactó su aire de dama antigua salida de un cuento de Antón Chejov; tenía un andar y hablar propio de las mujeres decímononas con la diferencia de que por momentos dejaba escapar algún guiño de cubanía.

Recuerdo que en lobby del Hotel Internacional —ese que hoy sobrevive trasladado lejos de las dunas después de una larga lucha para evitar que feneciera ante el empuje de los “depredadores utilitarios— había un piano de los que llaman media cola al que se sentaba temprano en la mañana para hacer escalas y tocar pequeñas piezas “no puedo dejar de hacer esto cada día”; afirmó mientras atendía otros asuntos apremiantes y evitaba el coro de oyentes que le premiaba con una aplauso.

Fueron pasando los años y en la medida que fui profundizando en investigaciones sobre la música cubana de los años sesenta, su nombre se hacía más presente por haber sido la directora de la Escuela Nacional de Arte en aquellos complejos momentos.

Hace unas semanas, tras una larga conversación con Radamés Giró; su nombre fue evocado y supe de algunos de sus quebraderos de cabeza para impulsar aquel proyecto educativo que ha dado tantos nombres importantes a la música y la cultura cubana.

Me permito citar a Radamés cuando dijo “… fueron años duros, algunas veces incomprendidos; otras veces maltratados… pero ahí está el resultado de aquella idea… están los nombres, las obras y el talento… “.

La muerte duele y hace que maldigamos la vida; los difuntos dejan recuerdos y una obra, hagamos pues silencio que hoy hay concierto de piano-sax en el teatro de la inmortalidad.

 

 

 


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