Pincel y Pluma: La identidad y el Hurón Azul


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Carlos Enríquez (1900-1957) es descrito por muchos como rebelde, y no solo del pincel. Contrario a formalismos embridantes, rompió con normas académicas en busca de una expresión propia, de su cosmovisión. Fue un proceso cultural de interacción con los otros, donde se formó su conciencia y su personalidad, forjadas desde su infancia en los campos de Cuba. Fue una integración de conocimientos y vivencias características de una época, para reflejar una ética, para mostrar su identidad en lo raigambre de lo campesino, en la realeza de sus palmas, en la nobleza de los montes, con sus efluvios y con sus colinas naturalmente femeninas.

Es coincidente señalarlo como uno de los líderes del movimiento artístico moderno, como un adalid de la generación de vanguardia que introduce el arte moderno en Cuba.

No obstante, a pesar de su trascendencia, se considera que hay insuficientes estudios y monografías dedicadas al arte moderno emergido en Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX con la excepción de México, resultando aún más escasas estas investigaciones para el Caribe, por lo que seguramente es necesario seguir estudiando a Carlos Enríquez y el significado de su obra entre los pintores cubanos, su influencia en las siguientes generaciones y en la interacción con lo regional.

En el caso del pintor del “Rapto de las mulatas”, una de las fuentes principales de conocimientos sobre su obra y su vida parte precisamente de amigos que de primera mano compartieron con él y han escrito sobre el artista u ofrecido su testimonio.

En lo externo, Carlos siempre es señalado como una persona delgada y dinámica, incluso desde su niñez, cuando se escaba al monte. Ya de adulto, la periodista norteamericana, Elena Stoute, lo describía como pequeño, ligero, de movimientos rápidos, con ojos oscuro, y ardientes y con fuerza vital. Marcelo Pogolotti, su amigo y colega, lo representa como ágil, astuto y nervioso, tanto en cuerpo como en alma, con una gracia y un lirismo, que se expresa en una homogeneidad seductora, tanto por su vida como por su arte. Las pinturas y las fotos tomadas al artista lo muestran así, con rostro anguloso y galantes bigotes.

Otros, como J.A. Martínez, consideran que en él fluyen el machismo, la obsesión sexual, la rebeldía y una mítica manía, mientras que J. Sánchez considera su vida como turbulenta y contradictoria, de recia personalidad, de múltiples vivencias y de un alto vigor interno.

Para algunos de su época expresaba un “realismo exagerado”, … por sus nudismos femeninos, pero quizá cabría mejor decir “realismo desenfadado, por no hablar de falsos moralismos.

En este mundo hay diversas cosas bellas que merecen ser destacadas; una, quizá la más sublime es la sonrisa de los niños o, las infinitas expresiones de la naturaleza, sus colores, sus melodías, sus paisajes…, pero dentro de lo natural hay cuerpos que, junto a sus sinuosidades y giros convexos y cóncavos, en desafío gravitatorio harían declarar nuevamente al mismísimo Arquímedes, si volviera a nacer, un altisonante ¡EUREKA!

En cuanto a sus dibujos, en la biografía sobre Carlos Enríquez escrita por Martínez, se hace alusión a lo dicho por Jorge Mañach, intelectual cubano, en el sentido que los dibujos de Carlos traían al incipiente arte cubano una nota inusitada de valor y vigor.

También se hace alusión a lo señalado por el periodista Rafael Suárez Solís escritor de origen español, articulista, novelista, y dramaturgo que desarrolló gran parte de su destacada labor periodística en Cuba; “Del fondo oscuro de la mentalidad donde viven apresados los deseos han salido a la superficie libre de la estética estos inocentes y atroces pinturas de Enríquez, tan justamente celebradas por todas las inteligencias locas, evadidas del manicomio de la Academia, libres, al fin, de la camisa del dogma”.

Si bien la descripción de lo más externo en Carlos ha sido abordada por diferentes autores, y como cada ser humano es único e irrepetible, en el caso de un artista de la talla de Carlos Enríquez merecería mayor profundización hacia su interior, como ser humano, de sus necesidades y motivaciones que mucho se refleja en el objeto de su obra artística y social, incluyendo las propias tertulias, tan frecuentes en su finca, la de la “piel azul del hurón”.

Seguramente, valdrá la pena estudiarlo también desde lo psicológico, por lo que podría recomendarse la elaboración de un proyecto transdisciplinar conformado por museólogos, psicólogos, artistas, estudiosos de su obra y otros cientistas sociales para adentrarse más en la personalidad del autor de “Campesinos felices” o de “Tilín García” y de su amor y respeto a la naturaleza. En Tilín… escribiera: “El monte y la manigua tienen ojos, millares de ojos, que espían al enemigo de la naturaleza: el hombre”.  

La obra narrativa de Carlos nos describe las creencias y tradiciones del campo, sus paisajes, las relaciones sociales y de sus miserias, como fuera destacado por el director de la Casa Museo Hurón Azul, Alberto Valcárcel.

Es el impacto socio-psicológico de su obra, tanto pintada como escrita, de su pensamiento, del mismísimo espíritu que recreó en su vida a través del arte. Y ahí está otra de las magníficas fuentes para estudiarlo, la interpretación de sus obras, profundizar en ellas y en la relación mente-obra-mente.

Entonces, incrementar convenios con las universidades de La Habana, de Ciencias Pedagógicas, de las Artes, con museos y con otras instituciones nacionales e internacionales podría ofrecer investigaciones precisas que contribuyera a entender mejor sus realizaciones.

Menos divulgado de Carlos es su arista política, aspecto que también mercería ser más destacado junto a sus artículos periodísticos que escribía con sencillez educativa, y con ello contribuir a la formación de las nuevas generaciones, ya que no fueron pocas sus expresiones contra las costumbres y acciones de la sociedad burguesa de su época.

El pintor de “Dos Ríos” tampoco se ocultaba para mostrar su desprecio a la corrupción. Su arrojo lo llevó incluso a realizar dibujos de crítica burlesca. En una ocasión pintó una figura rolliza y de flácidas carnes con rosto parecido al del asesino presidente Gerardo Machado, el cual se encontraba sentado sobre un vidé. Acto que pudo haberle costado la vida de no ser por su padre, destacado médico del Palacio presidencial, quien intercedió por él ante el mismísimo presidente el que le respondió: “Bien doctor, su hijo es un cabrón malcriado y si no sale de Cuba por su cuenta, se la voy a arrancar ¡Carajo!”

Es ese mismo presidente al que Rubén Martínez Villena lo calificara como: Es un salvaje, un animal, una bestia..., un asno con garras". Y quién en discusión con Rubén y al referirse a Julio Antonio Mella dijo: “Pero a mí no me ponen rabo, ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas... ni Mella. ¡Y lo mato, lo mato!...” 

Y es bueno que se conozca que el joven Enríquez frecuentaba la Universidad y se le veía en reuniones de oposición al régimen, participando en alborotos estudiantiles y en ocasiones se le escuchó más de un desagravio contra la policía.

En cuanto a la formación académica del pintor de “Combate”, se conoce que sus estudios formales de pintura fueron limitados. No obstante, recibió influencia de las nuevas tendencias del arte. Su encuentro con Europa, España y Francia en particular, son importante en su formación artística. De acuerdo con Valcárcel, entre sus maestros espirituales principales estuvieron Velázquez, Goya, El Bosco y El Greco.

Carlos fue un creador dentro de su propia creación artística, de ahí sus aportes a la cultura cubana y universal en una recreación de su propia vida, de sus sueños, de sus gustos, necesidades y pensamientos, de su identidad.

Una identidad vista en tres sentidos: para sí, para su espíritu, expresada en su obra; su obra como expresión de la identidad cubana y, su obra que debe ser y es para el cubano parte de su identidad.

Esta identidad emerge también en el Hurón azul, pequeña finca que heredara, junto a sus hermanas, de su padre y en la que pintaría la mayoría de sus obras plástica y toda su producción literaria. De ello se hablará en un próximo artículo.

Los campos cubanos fueron recreados por Carlos con pincel y con pluma, sino, es una invitación a “percibir” esta aseveración con la lectura de Tilín García y La Vuelta de Chencho. Es que Carlos es lo cubano.

Carlos Enríquez fue un rebelde del pincel; en su discurso pictórico tomaron protagonismo los símbolos propios de la nacionalidad cubana: la Palma Real, lo mestizo, la luz del trópico, el campo y sus lomas y su gente. Además, se destacó por su forma de reflejar transparencias, el vigor y el arresto del corcel, y la belleza del cuerpo femenino.

Carlos es considerado uno de los mejores artistas de la plástica cubana de la primera mitad del siglo XX, sus cuadros se encuentran en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana y en su finca, donde viviera los últimos 18 años hasta su muerte el 2 de mayo de 1957, convertida desde 1987 en la Casa Museo Hurón Azul, cito en Calle Paz, e/ Constancia y Lindero, Párraga, Arroyo Naranjo, La Habana, Cuba.

De las frecuentes tertulias que se daban en su finca, de su patrimonio espiritual y de los resultados del trabajo de esta Casa Museo con la comunidad, de sus necesidades actuales y de su proyección se tratará en un próximo artículo.


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