Playita de Cajobabo: el último viaje


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El reloj de bolsillo de Gómez marca las siete y treinta de la noche y es hora de partir. Llueve y el mar crispado puede hacer peligrar la vida de los expedicionarios que embarcan a luchar por Cuba Libre. De nada valen los reclamos del capitán Julius Theodor Löwe al Generalísimo y este salta como el primero en aquel barquito que había sido comprado por cien pesos. Se cumplirá la profecía martiana de llegar a Cuba aunque sea en “una cáscara de nuez”. Municiones, galletas, queso y unas ganas inmensas de entrar en combate cargaban en sus mochilas aquel día. Gómez, Martí, Francisco Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario pusieron proa rumbo al Oriente cubano.

Casi son las diez y media de la noche del 11 de abril de 1895 y la tormenta envuelve ya toda la costa y el mar que lo circunda. A lo lejos una playa y tras esta se divisa un farallón de piedras. El Apóstol lleva el remo de proa ydivisa unas luces, se pregunta si serán amigos o enemigos. Máximo Gómez, agudo observador anotaría en su diario: “A pesar de su carga que llevaba pude contemplar lo radiante de orgullo y complacencia que iba Martí por andar metido en estas cosas con cinco hombres duros.”

Ya en tierra viran el bote y beben agua. El Maestro fue el último en abandonar la nave. El momento es de regocijo y sobre este estamparía en su diario: “Es muy grande mi felicidad… puedo decir que llegué al fin a mi plena naturaleza…Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mi patria toda mi vida...”. El Martí que llega a Playita de Cajobabo,cargó sobre sus hombros la organización de la guerra que ya enciende los campos cubanos; es  aquel que viene de poner en armonía a los principales combatientes de las gestas pasadas y es el que arde en deseos de entrar en combate y callar esas bocas que le recriminaron y recriminan el no haber sentido el olor de la pólvora. El Apóstol es un ser humano ante todo. Con sus temores,pasiones y frustraciones se lanzó a lo que fue durante toda su vida un pesar: no haber entrado en combate contra el enemigo español. 

Esperaron la madrugada para internarse en tierras cubanas y ese día durmieron en el piso cercano a un bohío. Pronto tendrían que emprender camino rumbo a la manigua cubana y tenemos un Martí con la salud endeble, fatigado y con un tobillo derecho en mal estado debido a su encierro de la juventud. Con una mochila pesada desanda los caminos cubanos en alpargatas pero con una inmensa fe en la victoria de las armas cubanas.

Rancho de Tavera corona su ascenso a Mayor General de las fuerzas cubanas. No es sólo el reconocimiento a su labor al interior de las tropas mambisas sino también la visión política de otro genial cubano, aunque no por nacimiento, que respondió por el nombre de Máximo Gómez Báez. Con este nombramiento queda sellada la vieja disputa entre el Martí civil y el militar.

El lugar de desembarco de esta grandiosa tropa tuvo varias transformaciones décadas después para la preservación de la memoria histórica. El primer intento por perpetuar el recuerdo de esta gesta ocurre en 1922 cuando se levantó un pequeño muro en presencia de Marcos del Rosario, protagonista del hecho aquel 11 de abril de 1895.Poco más de un lustro después, entre 1928 y 1929, y por iniciativa de una sociedad masónica, el muro es sustituido por un obelisco de mármol incrustado en un farallón, con la base en forma de bote y dos bloques con información sobre la vida de Gómez y Martí. En 1978 este lugar es declarado Monumento Nacional.

 Playita de Cajobabo marcó el final de un viaje para José Martí. Su paso a la posteridad ocurriría más tarde en Dos Ríos. Su entrada en el país por cualquier medio respondió a un principio que, con su fina escritura describió así: “Yo evoqué la guerra. Mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar”. 


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