Preservar la memoria


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El estudio de las instituciones ocupa la atención de no pocos especialistas de las ciencias sociales a nivel mundial y, particularmente, en Cuba. Los mayores frutos proceden de la historia social y cultural, mucho más de esta última cuyo desarrollo se ha hecho sentir desde los finales del pasado siglo. Hasta entonces lo predominante era la historia del arte y la literatura y, dentro de esta, sus entidades promotoras como parte inseparable de un contexto determinado.

Buscando las esencias de la sociedad espiritual, los constructores de la memoria desarrollan sus empresas investigativas. Tal es la conciencia sobre este particular que raramente valoran las manifestaciones artísticas y literarias alejadas de sus contextos gremiales o asociacionistas.

Lo cierto es que el interés por encontrar las motivaciones, objetivos, naturaleza y comportamientos de la sociabilidad resulta cada vez más evidente en las propuestas científicas actuales. La curiosidad por semejante saber responde a numerosas razones dignas de múltiples encuestas, cuyos procesamientos fructificarían en disímiles obras reveladoras de las motivaciones y exigencias de los sectores poblacionales de nuestro país y de las políticas diseñadas por la gobernabilidad. En este último sentido, vale la pena recordar que la desarticulación del asociacionismo republicano burgués, acaecido durante los años iniciales de la Revolución, fue, fundamentalmente, el fruto del prejuicio, y este a su vez, de la ignorancia, de quienes vincularon la institucionalidad, en su totalidad, con el orden socioeconómico sin distinciones capaces de preservar la necesaria continuidad cultural.

Los tiempos no solo transcurren por razones físicas sino también por los conocimientos adquiridos durante sus incesantes andares hacia el futuro. Las políticas no escapan a la madurez alcanzada por sus beneficiarios, siendo estos los causantes de las mutaciones de las estrategias del poder gubernamental. De ello da fe el caudal de realizaciones en materia de rescate y defensa del patrimonio nacional. Bien puede decirse que, paulatinamente, “las aguas recuperan su nivel” y “los ríos continúan su curso” con un mayor interés y respaldo de la esfera política estatal en relación a los años incongruentes de la república burguesa.

La Msc. Hilda Alonso González, investigadora e integrante del grupo de estudios culturales del Instituto de Historia de Cuba, docente universitaria y reconocida por su labor a favor de los estudios regionales y de defensa del patrimonio nacional, es autora de un necesario e interesante libro titulado El Museo Nacional de Bellas Artes en la Política Cultural del Estado cubano. 1940-1961, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales en el 2016.

Aunque el mencionado texto constituye su primer monográfico personal, Alonso es conocida por sus artículos y ensayos publicados en obras colectivas frutos de varios años de labor en las bibliotecas y archivos del país.

Como se puede apreciar por el título, el período abordado es extenso y complejo. Sin embargo, la autora lo devela con fluidez escritural e inteligencia interpretativa. Ella muestra el comportamiento de las políticas culturales patrocinadas por las instituciones privadas y estatales y las figuras relevantes del ámbito intelectual. De esta forma, logra una exposición coherente y balanceada no solo en relación con el comportamiento de las mismas, sino también con respecto a los múltiples acontecimientos políticos de la época, sin adherirse a las exigencias de la historiografía nacional. Su formación docente y experiencia científica se hace sentir en sus múltiples miradas hacia la sociedad cubana, donde lo discursivo elitista de los representantes del poder político y económico sucumbe ante la fuerza del altruismo y desinterés de quienes patrocinaron la preservación del legado histórico, mostrando, además, su sentido de pertenencia hacia la historia nacional.

De ahí, precisamente, que Alonso examine el coleccionismo particular sin rebuscamientos y con mucha objetividad, marcando las necesarias pautas para un desprejuiciado entendimiento sobre sus incidencias en el rescate de la memoria colectiva.

Aunque el centro de interés de la autora es el período que media entre la Constituyente de 1940 y los primeros años de la Revolución Cubana, no pasa por alto, a modo de repaso necesario, el tiempo iniciador de las políticas culturales, el enmarcado entre 1912 y 1925.

Para demostrar la magnitud de las inquietudes artísticas del reformismo republicano a lo largo de su existencia, así como su ruptura con el triunfo revolucionario, aborda minuciosamente las acciones emprendidas en el terreno del patrimonio. Para ello se apoya en los quehaceres de la Universidad de La Habana, el Ministerio de Educación, la Universidad de Artes y Letras, el Lyceum Law Tennis, la Sociedad Económica de Amigos del País, el Patronato de Bellas Artes y el Instituto Nacional de Cultura, entre otras entidades.

Entre los aspectos relevantes del libro se encuentra su valoración sobre la mencionada Constituyente del ‘40 en lo relativo al tema que la ocupa. En este sentido destaca las corrientes de pensamientos en debate sobre el papel que desempeña la cultura en el presente y futuro del país y, particularmente, en la defensa de la identidad nacional.

El movimiento intelectual no pasó inadvertido en el libro de Hilda Alonso. Si de memoria histórica se trata, ella examina las represiones gubernamentales sufridas por los creadores pertenecientes a la izquierda nacionalista tales como Fernando Portuondo y Antonio Núñez Jiménez, al igual que las arremetidas contra el Ballet Nacional, la revista Orto y la película El Mégano, por solo mencionar algunos ejemplos.

La autora, apoyándose en un fuerte aparato referencial, introduce al lector en el mundo de las contradicciones socioclasistas y en el de los sueños de muchos artífices de la espiritualidad. Mostrando la creación y el desarrollo del Museo Nacional, indica el camino de la preservación de la memoria. Proteger el legado deviene en el arte necesario para probar, junto a otras realidades, que la identidad nacional se forja desde la voluntad, devenida en acciones múltiples, de quienes sienten a su país como parte inseparable de sus razones individuales de existencia.

Hilda conmueve con su estilo peculiar de hacer llegar a los lectores la importancia de preservar las esperanzas de un pueblo a través de la historia protegida en nuestros museos.


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