Prohibido olvidar: Tres rumberos entre tantos o algunos de los padres literarios de eso que llamamos timba


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En una conversación; de esas que suelen ocurrir al pie de una mesa de bar y que no siempre implica el sometimiento consentido a un trago o un coctel; mi amiga Elsida de las Mercedes lanzó un reto interesante y hasta curioso: cada uno de los presentes debía hacer un listado de tres rumberos o percusionistas que considerara lo suficientemente influyente en la música cubana hoy.

Para no limitar o maniatar las propuestas, no era importante la época o el instrumento. Solo había que relacionarlo con lo acontecido en la música popular cubana de los últimos cincuenta años.

En una mesa donde se reúnen músicos, melómanos, productores y diletantes era elemental que se hablara de música y de músicos; lo que nadie se imaginaba que las respuestas había que darlas en el acto. Esa trampa de la fe cultural ponía en jaque los otros temas que siempre son recurrentes en este tipo de encuentros, entre ellos el que más se disfruta: cortar la leva de alguien conocido. En pocas palabras: convertirlo en el centro del debate, el análisis, material de estudio de ese encuentro.

Tres horas después que incluían al menos cinco cafés, tres limonadas y un largo rosario de tragos dobles y sencillos de un añejo X habíamos llegado a redactar una extensa lista de nombres dignas de una enciclopedia; y como cosa curiosa debo decir que logramos un cierto consenso entre los presentes; algo difícil cuando se trata de ponderar el mundo de la música en el que además del talento priman las preferencias personales, los vínculos afectivos y religiosos y hasta cierta pizca de envidia.

Una vez disuelto el cónclave y pendiente la siguiente cita que siempre ocurre de modo espontáneoy con una copia del listado en mi memoria volví sobre la relación y, cosa curiosa, noté que había tres nombres que aparecían solamente en dos de las propuestas: Ricardo Díaz, Gonzalo Asencio, conocido como el Tío Tom; y Evaristo Aparicio, o simplemente el Pícaro.

La relación era lo suficientemente extensa, incluyente y en algunos casos reiterativa; lo que no me impidió preguntarme hasta qué punto sabemos de los hombres de rumba lo suficiente como para que sus nombres siempre nos sean recurrentes. Son estos tres, los menos mencionados, figuras lo suficientemente trascedentes y están presentes, de alguna manera en nuestro mundo sonoro hoy.

Categóricamente lo afirmo: sin la obra de ellos posiblemente no tuviéramos algunos de los textos claves de la timba, ni se hubieran logrado otros proyectos musicales que hoy nos asombran; ni se tuviera en la rumba léalo bienese alto sentido de patriotismo que hoy acusa.

Como solían exigir en los exámenes de mis tiempos de estudiante, argumento mis respuestas a la anterior afirmación.

Lo primero que debo decir es que estos tres hombres de rumba marcan, por su lugar de nacimiento, o barrio en que convivieron, una suerte de triángulo no del todo perfecto dentro de los barrios de la ciudad de La Habana: van de Jesús María a Cayo Hueso; o de barrios como Atarés, Carraguao, El Pilar o el Canal —en el Cerro a Los Quemados, Los Pocitos o Pogolotti, en Marianao. Lo cierto es que sus vidas se cruzan en el mundo mágico religioso y social de la rumba durante todo el siglo XX y los comienzos de esta era, la digital.

Gonzalo Asencio, conocido como el Tío Tom, es el rumbero patriota por excelencia de la segunda mitad del siglo pasado y de modo silencioso una de las fuentes de las que bebieron algunos integrantes de la Nueva Trova para contar la épica de su tiempo. 

Tío Tom a fines de los años cuarenta fue quien más alto alzó su voz para exigir un fuerte castigo y reparación inmediata minutos después que un grupo de marines norteamericanos ultrajara la estatua de José Martí ubicada en el Parque Central. Su rumba: Cubanos, donde están los cubanos; corrió de boca en boca y según la prensa de la época así lo reseña un medio tan conservador como el Diario de la Marinase escuchó en coro cerrado ante la estatua del Maestro mientras el gobierno de turno titubeaba acerca de qué se debía hacer al respecto.

Acompañado de un grupo de tamboreros se plantaron en una de las cafeterías situadas en la calle Prado, frente al Capitolio Nacional, y allí estuvieron cantando entre otros temas “La Clave” a Martí en espera de un pronunciamiento oficial que llegaría días después.

Él, descendiente de esclavos que fueron luego mambises, contaría años después que fue testigo del hecho y al llegar a su casa no pudo contener la indignación, por lo cual escribió esa rumba. La llevó a algunos de sus conocidos y sin ensayar se plantaron en el Parque Central y qué cosa curiosa para la época: la policía ni les molestó; cosa rara pues eran un numeroso grupo de hombres negros. Esa noche, según sus recuerdos, allí había más de medio millar de personas de todos los colores y credos que comenzaron a depositar flores a los pies de la estatua de Martí.

Tío Tom es recordado además por una rumba que reza así que ya me estoy poniendo viejo que esto la muerte me llama que esto; y que formara parte del repertorio que cantaban en los años setenta el Cuarteto Las D´Aidas con Teresa García (Tete Caturla) a la cabeza. Otra de sus memorables rumbas es aquella en que define con marcado humor las diferencias raciales al afirmar que a la fiesta de los caramelos no pueden ir los bombones

El día de su entierro, su ecobio e inseparable compañero de correrías rumberas Chavalonga, cantó a los pies de su tumba muchos de sus temas, mientras una gran multitud de rumberos le secundaban desde los tambores. 

Evaristo Aparicio, o simplemente El Pícaro, fue un personaje peculiar. Le conocí casi al final de su vida por intermedio del saxofonista Nicolás Reinoso y de su otra pata, el también rumbero, Calixto Callava.

Sin embargo; uno de sus temas me era familiar: Cañonazos que conocí primero en la versión del Conjunto Casino y después en la versión que hiciera el Conjunto de Roberto Faz. Debo confesar que, con sus matices, las dos interpretaciones son una joya de la música cubana y de la guaracha en particular.

Pero la afinidad con su música me llegó en plena adolescencia cuando formé parte de aquellos que repetían hasta el cansancio el estribillo de uno de sus temas que popularizaran los Van Van, titulado “Si a una mamita”, que vi y cuyo estribillo se asociaba con unas guaguas japonesas que en esos años circulaban por todo el país. Recuerdan aquello de a la Hino ehque bola. Y como todo buen estribillo de un tema popular pocas veces se asociaba con el cuerpo del tema en cuestión. Esa dualidad viene de la rumba.

Uno de los grandes aportes del Pícaro fue la fundación en los años setenta de su grupo llamado Los Papa Cun Cun; con un formato rumbero al que le adicionó un piano; instrumento que ejecutó uno de los mejores pianistas cubanos de todos los tiempos llamado Hilario Durán y que hoy pocos recuerdan o mencionan.

Los Papa fueron un escándalo en la vida musical de los años setenta. No había un baile en el que la gente no repitiera y sudara aquello de Es una bola de humo la mejor versión es la de los Van Van cantada por el Lele y aquella inspiración de ya tú no puedes con ella o el “tírala por la ventana”.

Los Papa Cun Cun fueron el modelo que siguió el percusionista puertorriqueño Ángel Cachete Maldonado para fundar a mediados de los años setenta su grupo Batacumbele; y medio siglo después reaparecería un formato parecido en Cuba con el proyecto Más con menos que dirige el percusionista Eduardo Ramos; solo que combina elementos provenientes del Mozambique, el jazz y la rumba.

Sin embargo; el gran tema del Pícaro, el que bailamos hasta el delirio fue la versión de Xiomara que interpretara el grupo Irakere en la voz de Oscar Valdés; como olvidar aquello de le dijo el sapo a la rana, a las orillas del río, no seas tan haragana y tápame que tengo frío, seguido de una batería de trompetas y saxofones única.

Para cerrar esta relación he dejado la figura de Ricardo Díaz, llamado por muchos el caballero de Pogolotti. Rumbero, compositor y un cubano como pocos cuando se trataba de utilizar el metalenguaje popular asociado a la alta cultura; todo ello para ridiculizar algunas poses de muchos de sus contemporáneos.

Su tema más conocido en un principio fue una rumba titulada Dónde vas, Domitila dónde vas; y que fuera un éxito mayúsculo en los años cincuenta. Bailador de rumba, de jazz en el barrio de Santa Amalia y un gran seductor; Ricardo tuvo siempre un ojo atento en lo que pedía el bailador y lo que la realidad podía aceptar; tanto que fue un maestro en eso de decir una cosa pero que realmente es otra.

Tuve el placer y el privilegio de conocerle, compartir algunas de sus historias y hasta de ser parte de su selecto grupo llamado el peti comité de la salación y el buen gusto; que no era más que un grupo de compositores vinculados a Benny Moré y a otras grandes figuras de la música de los años cuarenta y cincuenta que cada tarde se reunían a rumiar sus leyendas en el bar Hurón Azul de la UNEAC.

Ricardo fue por años abanderado de la lucha de los autores por el respeto a sus derechos, produjo uno de los mejores discos de rumba de los años ochenta dedicado a Carlos Embale y nunca dejó de componer; entre sus grandes temas figuran: Ya no te aguanto una mentira más y el más controversial de todos Y ese atrevimiento, los dos interpretados por el grupo Irakere.

Atrevimiento, nombre con el que fuera conocido por los bailadores, es junto a “No quiero confusión compuesto por José Luis Cortés, los temas que definen la dinámica literaria de la timba brava, la que escandalizó a La Habana desde fines de los años ochenta y que constituyen temas de culto para entender ese movimiento musical que definió a la música popular bailable cubana de estos tiempos.


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