Para los seres humanos la vida es un misterio y un regalo, pero un regalo finito. El problema mayor es que el vivir crea adicción.
Después de haber degustado lo que la poesía griega antigua conocida calificó como “la dulce vida”, a los seres humanos se nos hace muy difícil aceptar que un día dejaremos de ser. Ni la enfermedad ni la vejez hacen variar ese deseo de permanencia. Solo en casos extremos de incapacidad y sufrimiento se llega a desear el fin de la existencia.
Apuntaba José Martí que el ser humano se siente pequeño ante la Naturaleza que lo crea y lo mata, y busca así el apoyo de fuerzas extrasensoriales que lo ayuden en su cotidiano bregar. Pero, más que eso, necesita y crea ideologías que le aseguren sobrevivir a la muerte y gozar de una existencia eterna. Así se crea el pensamiento religioso que varía según las épocas y el grado de desarrollo social del pueblo que las crea y luego las transmite de una generación a otra.
La religión judía y sus derivadas, cristianismo e islamismo, defienden la idea de que el Creador Supremo, dígase Jehová, Dios o Alá, hará un día un juicio final para juzgar a los vivos y los muertos y dictar la sentencia de un castigo o un premio eternos.
En el cristianismo católico se acepta la existencia de un infierno para los castigados a perpetuidad, un purgatorio para los castigados por tiempo limitado y con paso ulterior al paraíso, y el paraíso para los premiados. Esta visión tuvo expresión literaria en el poema La divina comedia, del florentino Dante Alighieri. Según Jesús, el Cristo, los que allí accedan serán como ángeles, que no son masculinos ni femeninos: no poseen sexo. Para los musulmanes, en cambio, en el paraíso se mantienen las condiciones masculina y femenina.
Según el Islam el paraíso es lugar fresco, sin frío ni calor, donde hay una fuente de un agua con sabor a jengibre, la fuente de Salsabil, de la que los hombres, ataviados en trajes de seda verde, beben agua en copas de plata que le ofrecen hermosas jóvenes.
En el siglo XIX, bajo la inspiración de Allan Kardec, surgió en Europa una nueva variante del cristianismo, el espiritismo científico. Según esta doctrina, cada ser humano posee un espíritu inmortal que a la muerte del cuerpo desencarnará para volver a encarnar, a renacer, y su nueva condición estará determinada por su conducta en la vida anterior. Una actuación correcta le permitirá a cada espíritu progresar en su evolución para alcanzar la cercanía a su creador. Para el que esté familiarizado con el hinduismo, comprobará qué cercana es a ella la concepción espiritista.
Para los hinduistas cada ser humano posee un alma sutil que encarna y reencarna en un proceso de nacimiento, muerte y renacimiento que se repite incesantemente y la condición de cada nacimiento estará determinada por la conducta de la vida anterior.
La vida humana puede transcurrir en tres tipos de estados: bondad, pasión e ignorancia. El primero de los estados nos aproxima al Creador, en tanto el último nos conduce al mal, a los estadíos inferiores de la existencia.
El budismo, que se deriva del hinduismo aunque no habla de metafísica sino de un camino ético, considera que la vida humana está signada por el sufrimiento y que la causa de la vida está en el desear. Si se mata el deseo, se podrá salir de los ciclos de nacimiento, muerte y renacimiento y alcanzar un lugar o estadío llamado nirvana, que quiere decir no muerte y es la máxima felicidad. Al nirvana se llega por un camino óctuple a partir de reconocer las cuatro verdades fundamentales acerca del sufrimiento y su causa. Lo cierto es que el tema de la muerte de los seres vivos y el deseo de eternidad son preocupaciones constantes de los seres humanos.
En su comentario sobre La Ilíada publicado en La edad de oro, José Martí afirma que los dioses no son más que poesía de la imaginación y que el mundo de los dioses griegos era muy parecido a la Grecia misma de entonces. Y advertía también Martí que los seres humanos, en una misma etapa de su desarrollo, en cualquier parte del mundo, pensaban y hacían las mismas cosas, o sea, le daba al fruto del pensamiento un basamento social. Digamos que frente a las fuerzas desconocidas de la naturaleza, los hombres antiguos las personificaron en dioses, ya fueran esos hombres egipcios, arios, yorubas, griegos o indoamericanos.
En sociedades patriarcales la imagen del dios supremo era, por supuesto, masculina; como es el caso de Jehová, por ejemplo. Y en la obra de creación de la especie humana, Jehová creó primero al varón, Adán, y de una costilla de este a la primera mujer, Eva. Por supuesto que no es más que mitología, literatura simbólica. Pero fue impuesta como un dogma que debía aceptarse sin discusión como parte de la sagrada Biblia.
Hoy la ciencia tiene una hipótesis sobre el origen del universo bien distinta a la de aquellos en que los seres humanos teníamos una concepción geocéntrica, con un planeta Tierra plano, a cuyo alrededor giraban el sol y todos los demás astros. Lejos estábamos de saber que éramos apenas un planeta más que giraba alrededor de nuestro sol y que este sol era apenas uno de los miles de millones que existen en nuestra galaxia, llamada La vía láctea; y que esta misma es solamente una de las miles de millones de galaxias que integran el universo. De modo que nuestra galaxia es un puntito del universo y la Tierra un puntito dentro de la galaxia y, los seres humanos, un puntito dentro de nuestro planeta. !Qué tremenda pequeñez! Sin embargo, lo grandioso es que esto pequeñísimo que somos resulte capaz de indagar y descubrir realidades tan gigantescas.
Los filósofos se la han pasado discutiendo si en el origen de la vida la materia precedió al espíritu o viceversa.
La hipótesis científica contemporánea dice que el origen del universo, de la vida, se produjo mediante una gran explosión de una entidad que ya existía en algún lugar, y se fue expandiendo ?y aún lo hace hoy, según algunos?, y en ese proceso se fue creando todo lo existente.
En realidad, la idea no es nueva o tiene un antecedente muy parecido. La religión hinduista plantea que el Creador supremo, Brahman, que es una sustancia sutil que no podemos comprender, se expande y crea el universo y, al cabo de miles de millones de años, realiza un proceso inverso y vuelve a concentrarse para luego realizar una nueva expansión. A eso le llaman el despertar y el sueño de Brahman. Tanto una visión como la otra sobrepasan la vieja discusión simplista de quién fue primero, si la materia o el espíritu. En realidad, ambas cualidades siempre han estado juntas.
Lo cierto es que esa entidad que produjo la gran explosión encerraba en sí infinitas posibilidades de creación, conservación, reproducción, transformación, la capacidad de crear materias diversas, de proyectar formas, colores, sonidos, texturas, tamaños. Y todo sujeto a leyes, a un orden que agrupa e interconecta lo diverso y que energiza y anima ciertos agregados, y hasta les da la capacidad de pensar y recrear, de forma tal que hasta el animalejo que somos se siente con ínfulas demiúrgicas.
Cómo llamar a esa suprema fuerza creadora y sostenedora de la vida, a esa fabulosa inteligencia que se manifiesta en su obra, no es lo más importante. Lo verdaderamente importante es saber que ella es y que por ella somos y a ella pertenecemos. Los francmasones le dan el epíteto de Gran Arquitecto del Universo.
Pero qué importancia puede tener esto para nuestras vidas, se preguntarán muchos. Hay una respuesta inmediata: porque cada religión dispone de una serie de preceptos a cumplir para lograr la aspiración que propone su doctrina y eso determina una conducta social de sus partidarios. Cuando esos preceptos se ponen al servicio del poder material, del gobierno del reino de este mundo, alcanza una significación política. Y ahí surgen las manipulaciones de los caudillos sobre sus fieles y se llegan a cometer las mayores atrocidades.
Baste recordar la conquista y colonización de América y de África para certificar los crímenes que se cometieron a nombre de la evangelización cristiana. Baste ver hoy las acciones criminales y brutales que el proclamado Estado Islámico comete en Asia y África a nombre del islamismo, o las atrocidades del gobierno de Israel contra el pueblo palestino a nombre del sionismo.
Es un deber de la humanidad del siglo XXI, ayudada por las nuevas posibilidades que proporcionan los adelantos científicos y técnicos, avanzar hacia formas superiores de organización de la vida humana. Ni esquemas ni dogmas, sino realidades y experiencias sancionadas por la práctica como mejor criterio de la verdad.
Hay que reiterar que el ser humano es un producto, además de biológico, social. Que es la sociedad la que guarda y transmite los conocimientos, la experiencia histórica. Que el respeto a los demás es indispensable para el respeto a nosotros mismos. Que la solidaridad y el apoyo mutuo es la única forma de salvar y mejorar a nuestra especie. Que todos los seres humanos tenemos un origen común y una misma condición esencial independientemente de diferencias de lugar de nacimiento, idioma, color de la piel, estatura, edad, género.
Enfatizar que lo mejor que hemos producido y logrado en tanto humanidad, es fruto del trabajo, del estudio, del sacrificio, del esfuerzo. Repetirnos constantemente que la paz ha de ir acompañada de la oportunidad para todos y el cultivo de los sentimientos mejores para que la belleza, la alegría y los sueños felices no carezcan del espacio necesario.
De lo que se trata es de que esta experiencia de nuestra vida en la Tierra, dure más o dure menos, sea todo lo amable, agradable y útil posible. Amar y agradecer son indispensables para el bien vivir. Seamos a plenitud como parte del todo. Y si además del regalo de esta vida se nos da el de la eternidad, bienvenida sea.
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