Quien intente apoderarse de Cuba…


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Rendir tributo a nuestra enseña nacional refleja, desde su creación, su carácter generacional, puntos de vista, conceptos, estilos pero, absolutamente todos, unidos para rendir tributo común al pabellón de las franjas azules y blancas, triángulo rojo y estrella solitaria, como reafirmación y memoria histórica de resistencia y patriotismo del pueblo de Cuba.

Durante más de dos siglos muchos han sido los escritores cubanos que han hecho trascender —incluso, allende los mares—, tanto en prosa como en verso sobre la belleza y significación de nuestra bandera y su irredenta valía como fuerza de principios y dignidad de todo un pueblo dispuesto a vencer o morir antes que vivir en la ignominia.

Varias obras literarias  manifestaron su repulsa al intervencionismo norteamericano: los poemas “Mi bandera”, de Bonifacio Byrne (1861-1936); “Las dos banderas”, el soneto “La más fermosa”, de Enrique Hernández Miyares (1859-1914), además del relato “El ciervo encantado”, de Esteban Borrero (1849-1906), entre otras, fueron muestra fehaciente de ese sentimiento popular. “Mi bandera” y “La más fermosa” están considerados como los más relevantes durante los primeros años de intervención y de neocolonia. El de Byrne, escrito al retornar de su exilio, es una semblanza poética del sentir popular ante la presencia del vecino norteño en la Isla, mientras que el soneto de Hernández Miyares se inspiró en la intervención del patriota Manuel Sanguily ante el Senado de la República, oponiéndose a un proyecto legislativo que impondría a Cuba un Tratado de Reciprocidad comercial con Estados Unidos.

Sin embargo, el primer poema relacionado con los valores patrios lo destacó José María Heredia en “La estrella de Cuba”, escrito en octubre de 1823, cuando aún no se tenía un concepto de nación y mucho menos la presencia de una bandera: “Al sonar nuestra voz elocuente/ todo el pueblo en furor se abrasaba,/ y la estrella de Cuba, / se alzaba,/ más ardiente y serena que el sol”.

Así y, desde su origen, la bandera cubana —la proclamada como símbolo de la Nación en la Asamblea Constituyente de Guáimaro, Camaguey (10 de abril de 1869)—, ha estado estrechamente ligada a la vida, sentimientos y grandeza del pueblo cubano y, en especial, a su contexto cultural. Innumerables serían los hechos, momentos y circunstancias más relevantes en que ella ha estado siempre presente. Ella, como luz y estrella, iluminando y vaticinando el camino a seguir durante nuestras guerras de independencia y de liberación nacional; ella, también presente, durante acontecimientos en los que se llegó a calibrar la profunda conciencia patriótica de la juventud en aquella Revolución del Treinta cuando en aquella República neocolonial que, al decir del inolvidable humanista Raúl Roa García: “(…)pululaban en su periferia tribunos flatulentos, croniqueros cursis, poetastros envilecidos y escribas mendaces. Su arremetida contra la tradición revolucionaria, la cultura nacional, la identificación de la nación consigo misma, la conciencia de su propia situación y los valores éticos acumulados por el pueblo, se proponía disolver el sentimiento patriótico, sacralizar la dependencia a Estados Unidos e instituir un pensamiento político apologético de la estructura dominante de poder (…) En la búsqueda de las propias raíces, el rescate, conocimiento y difusión de José Martí, constreñida a la sazón a la parcela de su papelería editada por Gonzalo de Quesada y Aróstegui, que apenas permite vislumbrar la imagen del revolucionario radical que concibe la independencia de Cuba como barrera de contención a la expansión imperialista norteamericana en América Latina y etapa necesaria al proceso universal de liberación del hombre. Y, en el ámbito político, la voluntad de participación renovadora en la maltrecha vida del país”.

La bandera de la estrella solitaria, también presente, como bastión de consagración internacionalista en cualquier rincón del mundo y como símbolo elocuente en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de una realidad y proceso revolucionario de más de medio siglo de supervivencia contra el viento y la marea de un enemigo que, hasta hace poco tiempo, resultó irreconciliable y nefasto en su política en relación con la Isla y que según informes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Cuba ha dejado de percibir 117 mil millones de dólares en ganancias, ante el bloqueo económico, comercial y financiero que han mantenido las distintas Administraciones norteamericanas desde 1962.

La reciente apertura…

…en julio pasado de la Embajada de Cuba en Washington para el inicio oficial del proceso de normalización de relaciones entre los dos países, marca una tendencia que difícilmente pueda ser revertida, no obstante los posibles cambios que podrían realizarse en los ejecutivos de ambos países en un próximo proceso electoral.

Quizás, en mucho tiempo, no se perciba un contexto informativo tan espectacular como el que se propulsara aquel 17 de diciembre del 2014 y que aún (hasta la fecha) continúa promoviendo todo tipo de opiniones, conjeturas, diatribas, manipulaciones y, en lo fundamental,  estados de confusión en las mentes de algunos quienes ya sea por una gran carga de oportunismo deliberado o por manifiesta ignorancia comienzan a vocear loas entusiastas hacia el poderoso vecino del Norte, proyectándolo como una especie de salvador de algunos desatinos o mejor expresados lógicos traspiés, de una Revolución que, durante más de medio siglo junto a su pueblo y la guía de Fidel, ha sido no sólo el hecho histórico más trascendental de la segunda mitad del siglo XX, sino también la de continuar siendo el proceso revolucionario más humanista que jamás haya existido a lo largo de la Historia Universal.

Para ningún revolucionario es indudable que tras esa decisión de la Administración estadounidense con vista al restablecimiento de relaciones diplomáticas es en definitiva, y realmente, llevar a cabo un proceso de cambios en Cuba, tratando a la vez de crear, fomentar y apoyar a una oposición fuerte (económica y políticamente) la cual en un futuro inmediato sea capaz de realizar cambios políticos internos. Incidir, en definitiva, en el modelo socialista de transformaciones que se lleva a cabo en todo el país. Y, en lo fundamental también, y como bien manifestasen connotados politólogos en fecha reciente: “estimular a las fuerzas que consideran aliadas naturales de clase, tratando de contraponer sus propios intereses con las medidas que el Gobierno cubano está comprometido sostener para garantizar la continuidad de la Revolución”. Y, en lo fundamental, dentro de un contexto internacional en el que Washington recrudece su política de agresiones militares, sanciones económicas y comerciales, a la vez que de fortalecimiento de sus bases militares.

Así, un hecho histórico de indiscutible trascendencia se producirá el próximo viernes 14 de agosto, cuando el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, ice la bandera estadounidense y quede reabierta formalmente la embajada de su país en La Habana, tras 54 años de tensiones, que aún están lejos de estar superadas totalmente. Hecho al cual le antecedió la inauguración de la representación cubana en territorio de Estados Unidos, realizada el pasado 20 de julio pasado, cuando el Gobierno y pueblo de la Isla reclamaron una vez más, el levantamiento del bloqueo económico y comercial impuesto por la Nación norteña, a principios de los años sesenta del pasado siglo, para tratar de asfixiar a la joven Revolución cubana.

La Bandera de las barras y las estrellas será nuevamente izada en tierra cubana mas, frente a ella, estará también presente la nuestra: más hermosa, digna y soberana que nunca, proclamando al mundo, una vez más, aquella frase de nuestro invencible Titán de Bronce: “(…)Quien intente apoderarse de Cuba, sólo recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha


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