¿Quién mató a Pello “El Afrokán”?


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La música que se hace, escucha y consume en Cuba hoy, está sobremanera polarizada. De una parte se encuentran los que consideran que lo más importante es lo tradicional (a los efectos de la presente nota podemos definirlos como los puritanos o conservadores);  en otra esquina del cuadrilátero musical que nos rodea están los “fusionistas” —cuya máxima es que todo lo que no sea Son, es Fusión, saco en el que entran por momento;  codo con codo o tomados de la mano; el talento y la mediocridad—; un tercer grupo dice que lo que funciona es lo que quiere la juventud (sería esta la escuela de los “funcionalistas”), pues ellos son los que tienen su verdad vital. Y  por último, no por ello menos importante en estos tiempos, están los “conformistas”, a los que todo le viene bien, solo importa que haya música para oír y bailar. Sin embargo, todos ellos han unido causa contra un “enemigo” común que lleva por nombre reggueton y que ha sido satanizado hasta el infinito y al que no se le pretende reconocer mérito alguno, que decir entonces de aportes a la música popular cubana.

Me permito una digresión ocasional e interesante. Ha notado usted que la música de David Blanco es soberbiamente cubana, tan sonera como lo puede ser la de los Van Van o la de Eliades Ochoa; sin embargo, la etiqueta de música pop no se la quita nadie, tanto que a la hora de catalogarlo para un certamen como el festinado CUBADISCO o los archi polémicos y agotados premios “Lucas”, el San Benito de pop/rock no se lo quita nadie. Volvamos al tema que nos ocupa.

Intentando hallar que de interesante pudiera haber en el género que ha polarizado a la sociedad cubana en casi su totalidad. Sometí a mi familia y vecinos, más los oídos de este servidor, a la escucha de al menos cincuenta discos de reggueton hechos en los últimos diez años (¿tanto ha durado el asunto?), no importa si forman parte del catálogo de BIS MUSIC, de la EGREM o son producciones independientes o foráneas (están los compendios de Ahí NaMá y de Planet Record) y en  mayor medida la gran totalidad de la música escuchada y vista pertenece a la categoría de DEMOS, que se originan en la floreciente industria de la piratería musical y el riesgo familiar (entre otras fuentes). Debo señalar que las facturas, tanto musical como de imagen, son directamente proporcional a la capacidad económica del “aspirante”; y en el caso de los productores musicales se va desde el chorizo de la “Nando pro Factory”, hasta mediocre uso de los elementos tecnológicos, lo que habla de la ausencia de cultura musical y estudios elementales de ella misma. El empirismo musical combinado con el dominio de la informática, más nociones de sonido no garantizan siempre un producto de calidad.

Confieso que fueron tres largos días escuchando y visionando disciplinadamente —hasta donde el sentido común lo permite— un variopinto espectro creativo y estético musical que va de la imitación burda hasta un abanico de originalidad, donde prima la recurrencia a citas de clásicos de la música cubana de todos los tiempos, sobre todo a tres géneros musicales: la rumba, el songo y, vaya sorpresa, el Mozambique. No quisiera hablar de textos y si de música, por ahora.

El Songo y la rumba son, en materia de música popular cubana, las influencias más cercana de que disponen tanto los productores avezados y los empíricos que giróvagan cerca de los regguetoneros cubanos; mientras que como complemento foráneo se identifican con la bachata (la de tónica y dominante con punteados elementales y/o básicos de una guitarra roquera, y no con la que enriqueció un músico de la talla de Juan Luis Guerra) según lo ha impuesto y regulado el mercado; algunos giros del hip hop norteamericano más light y el sonido Miami/San Juan impuesto por Dady Yanqui, Don Omar y Wisin & Yandel; entre otras recurrencias. Pero volvamos a las influencias nacionales.

Sobre el uso del Mozambique en el reggueton cubano, quiero llamar la atención de algunos. Cómo explicar la presencia e influencia de esta forma de hacer la música popular cubana cercana a la rumba,  si la mayoría de los integrantes del movimiento nacieron y crecieron en años en que Pello “el Afrokan” era solo un nombre perdido en el tiempo y leyenda de sus abuelos y padres. No se olvide que el Mozambique es el hijo maldito de la música y la sociedad cubana de los años sesenta, según el parecer de muchos hombres de cultura a los que por su existencia le cortaron el vínculo con aquella música que les pertenecía (puro ataque de esa cosa que los mayores llaman “pacateria tropical”) y les identificaba generacionalmente. Otro punto importante a tener presente es la no enseñanza académica de esa forma de hacer y encarar la música popular cubana;  agreguemos también que en los últimos veinte y cinco años no ha aparecido ningún tema del Mozambique en antología o recopilación de música cubana, que yo pueda recordar.

Quiero hacer notar que si existe una estética dentro del reggueton, hablo del más progresivo que se hace hoy en Cuba, desde mi punto de vista, y está definida en lo que algunos llaman el “Cubaton” y que lo particulariza la presencia de una banda de músicos acompañantes; aunque la presencia de una banda acompañante no garantiza la filiación estética; junto a la creatividad del DJ de turno.

Una recurrencia a este concepto musical puede ser la banda Ozimatli, fundada en la ciudad norteamericana de Los Ángeles, a mediados de los años noventa; que sustituyó en un principio al piano como instrumento fundamental por un DJ, aunque años después lo reincorporaría; y que pretendieron abordar el sonido del jazz y la salsa desde las dinámicas sonoras de su generación, es decir el hip hop y el reggueton. Ozimatlí estuvo en Cuba en el año 2000 y se presentó durante dos noches en el Club La Zorra y el Cuervo, sin siquiera haber sido promocionado y una de sus grandes pasiones acá en La Habana fue reunirse con rumberos cubanos, en particular con Pancho Quinto y Pello el Afrokan.

En Cuba vivíamos el paso de los raperos al reggueton, sin saber que estaba sucediendo en lo que después se definiría como música urbana. Eddy K se nos hacía presente en la TV y Papo Record saltaba del anonimato del barrio habanero del Cerro; precisamente del Canal, a los estudios de BIS MUSIC.

Tal parece que Pello el Afrokan nunca existió para la música cubana; no ya por el ritmo creado, sino su impronta como rumbero. Nadie sabría las aguas que vendrían después.


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