Rabos de nube en el imaginario de la Mayor de las Antillas


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En América del norte son conocidos como tornados. En Centro, Suramérica y el Caribe se les ha llamado trombas; torvas; tolvanegras; rabos de nube y mangas de viento. Fenómeno atmosférico de corta duración y de menor radio de acción que el huracán, pero con similar fuerza catastrófica y desastrosa. Los pueblos aborígenes de la cuenca caribeña sabían diferenciarles en sus personificaciones y representaciones, que a lo largo de los siglos se fueron adjuntando con los más diversos grupos de creencias y experiencias prácticas a sus memorias sociales, para reelaborarse de continuo en un imaginario compartido incluso con los propios conquistadores. Así disfrazados de folclor, trasladados por generaciones, de bocas a oídos como “saber tradicional”, fueron acumulándose en el conocimiento popular hasta nuestros días.

Los más antiguos pueblos del mundo eran depositarios de ancestrales creencias en las cuales se daba por seguro, que en los torbellinos y trombas viajaban seres infernales. Entre los indios suramericanos abundaban las personificaciones de los remolinos. Los aborígenes de muchas etnias de América toda, tenían similares concepciones sobre tal fenómeno. “Los indios lenape, de Oklahoma, decían que en estos vientos arremolinados habitaba un gigante con alas, quien caminaba cabeza abajo con sus manos, enredándose sus cabellos en los árboles, bohíos y todas las cosas, para arrastrarles consigo.  Los indios del Chaco y los toba, también creían a estos fenómenos como  monstruos sobrenaturales”. (1) Para cuando llegaron a Cuba los colonizadores españoles, ya venían inducidos por la idea fijada por el dogma, que en tales manifestaciones tan gigantes y desbastadoras estaba la presencia del Maligno. El padre Bartolomé de las Casas daba por sentado, que “los demonios pueden causar  tormentas y conmociones del aíre y que los nigromantes o encantadores “solían causar tempestades, truenos, y relámpagos, rayos, piedras con sus malas artes, tan solo diciendo las palabras que los demonios les habían enseñado”. (2) Precisamente, entre él y Fernández de Oviedo, sentaron la tradición de que los huracanes habían cesado en La Española, desde que fuese asentado en dicha Isla el Santísimo Sacramento de La Eucaristía. El connotado peninsular dejaba constancia escrita de ello, en la conocida “Historia General de las Indias”, libro VI, cap. III. donde afirmaba: “Créese é afirman los devotos christianos é la experiencia lo ha demostrado, que después del Santísimo Sacramento se ha puesto en las Iglesias é monasterios desta cibdad, é las otras villas desta isla, han cesado estos huracanes… porque perdiendo el señorío desta tierra el diablo, é tomándola Dios para sí, permitiendo que su sagrada fé é religión christiana en ella sea plantada é permanezca, diferencia ha de aver los tiempos é las tempestades, é tormentas puesto que la potencia de nuestro Dios es infinita…” [...]. (3)

Personificaciones y representaciones de los vientos

Por casi todos los asentamientos aborígenes del mar Caribe se ha encontrado la representación de los vientos huracanados en petroglifos con forma de rostro del cual salen brazos alabeados sin codo, indicando sentido de giro a la derecha, con las cuencas de los ojos profundamente vacías, y boca extraordinariamente abierta, como si estuviese emitiendo un gran aullido. Para muchos representativa del dios Juracán. Pero los rabos de nube, para muchos de estos pueblos tenían su propio simbolismo.

En casi todas las civilizaciones de la humanidad, sobre todo en las más antiguas, existen representaciones de estas trombas. Regularmente aquellos artistas “se valían de la línea en espiral, de forma única y simple, o bien de las espirales múltiples y combinadas… El esquema simbólico más sencillo fue el de un pequeño cono de nube que baja de la línea celeste y culmina con una espiral en su ápice candente… Así puede verse en una vasija de la antigua Grecia… El símbolo del remolino ventoso constituido por una mesa triangular o conoide terminada en espiral, no solo se halla en la antigua cultura helénica, sino en otras del viejo mundo y en todo el mundo nuevo, desde Alaska hasta las regiones más australes”. (4)

Los indocubanos también tenían su manera particular de representación plástica de este fenómeno natural. “En sus típicas ollas o cazuelas, con asas de tipo lazado o anular cuya morfología aprovechaban… los tipos de tales símbolos son varios. El asa o tromba está siempre en posición vertical, unida en lo alto al reborde exterior de la vasija y en lo bajo a la barriga de la misma. Generalmente la tromba emerge de una figura facial con dos ojos, entre los cuales la nariz, separándose del costado de la cazuela y encorvándose, llega a unirse de nuevo por su extremidad inferior a la pared de la vasija”. (5) De esta manera y con no pocas variantes, los aborígenes cubanos representaban en su imaginario las trombas o rabos de nube.

Espantando “nubes malas”

Los negros congos llegados a Cuba como esclavos, traían de sus ancestrales tierras la costumbre, de colocar “bajo sus lechos, o la almohada, tijeras y otros instrumentos punzantes o cortantes, con artes mágicas preparados. Ante tal amenaza los enemigos se amedrentaban y retiraban; lo mismo que aseguraban, ocurría con los espíritus de las trombas”. (6)

Con el Guano Bendito, durante mucho tiempo se estuvo espantando a las “nubes malas” en casi todas las provincias de Cuba. “Al iniciarse la Semana de Pasión (práctica cristiana), los fieles llevan dichas pencas de palmas a la Iglesia, donde el sacerdote ha de rociarles con agua bendita. Luego los creyentes les mantienen durante todo el año, en balcones o ventanas; detrás de las puertas; en la cabecera de la cama, o algún otro sitio de la casa para ahuyentar los malos espíritus” en general y con ellos, a las dañinas entidades que traen a estas perturbaciones atmosféricas. “Otra defensa contra las tempestades es el humo del Guano Bendito. Al quemar los trozos de las mencionadas palmas eclesiásticas, este humo sagrado sube al cielo donde están las nubes malignas y arredra la “cosa mala” que hay en ellas”. (7) También se cuenta que “los negros lucumíes no fumaban cuando tronaba y había tempestades. Unos dicen que por respeto a Changó (el numen del trueno en la Santería cubana); pero otros aseguran que es para que este humo no acreciente las nubes y favorezca la tempestad”. (8)

Antiguos procedimientos cubanos para “cortar” rabos de nube

A veces, en los campos de Cuba, ante el terror producido por la aparición de un rabo de nube, se recurría a la magia homeopática. “Entre los campesinos cubanos, un procedimiento para cortar los rabos de nube, es el siguiente: se coloca boca abajo en el suelo una cazuela de barro, que acaso representa la tierra y encima se le trazan con ceniza dos rayas cruzadas, debe rezarse entonces una oración secreta o conjuro y se vierte agua sobre la cruz. Al borrarse la cruz cenicienta con el agua, el rabo de nube debe deshacerse”. (9)

Otro procedimiento que tal vez alguna abuelita cubana todavía practique, ante la amenaza de un rabo de nube, “es el de tomar una tira de trapo o de papel y con una tijeras, hacer en ella a lo largo cortes en zigzag. Que sería un estilo mimético de cortar la nube” (10) También se cuenta que en la zona de la Laguna de Ariguanabo (en la actual provincia de Mayabeque) son frecuentes los rabos de nube en la época equinoccial de primavera y durante las turbonadas del verano. “Dícese que a causa de la sequía, las nubes bajan a beber agua. Cuando aparecían los rabos de nube proyectándose hacia la tierra, los campesinos solían rezar conjuros y arrojaban en su dirección, piedras y cuchillos, machetes, tijeras y otros instrumentos cortantes… Parecidos ritos mágicos de igual propósito se ejecutaban con hachas y otras armas cortantes y puntiagudas en Alemania, Hungría, Rumanía, así como en otros países de Europa y de América”. (11) Curiosamente, recurso similar utilizan los indios lengua del Gran Chaco; mientras los paguayas persiguen el viento con brazas encendidas y les amenazan con ellas; Un poco más al sur, los guaycurús, cuando sienten venir la tempestad, salen armados a recibirla, mientras las mujeres levantan una grandísima gritería para amedrentarla. (12)

La magia del amarre de los vientos

Existen viejísimos mitos y leyendas según los cuales dioses y hechiceros de la antigüedad, eran capaces de retener los vientos, capturándoles e introduciéndoles en sacos atándoles con nudos. El nudo, ha sido por siglos recurso de magos, brujos y chamanes para “amarrar” tanto a personas, como a seres inmateriales. “Gran parte de la magia conocida como homeopática o simpática (similia similibus) consiste en amarres y desamarres; atar y desatar. Así para lo bueno, como para lo malo…, se amarra a una persona para que se junte a su enamorada; se desamarra a un matrimonio para disolverlo. Se atan los malos espíritus para que no dañen y se sueltan para que actúen con malicia. Tocante a las tempestades, los congos se defendían contra ellas poniendo en los techos de sus viviendas macutos o manojos atados de hojas de lembalemba”. (13) Ya dentro de la religiosidad popular cubana es muy utilizada la ramita de Guano Bendito.

Consiste en la tira arrancada de la penca de una palma, de la cual habíamos hablado anteriormente, “aquella que los católicos usan y bendicen en las ceremonias del Domingo de Ramos; en evocación a las utilizadas cuando fuese recibido Cristo a su entrada en Jerusalén. Dichas ramas suelen exponerse en algún lugar escogido de la vivienda, con sendos nudos en sus lacinias, para protección contra las tempestades, con el efecto de amarrar los vientos…  Algunas de estas ataduras son elaboradas con verdadero arte folclórico y uno solo de tales lazos es suficiente para algunos, cuando no puede obtenerse una rama entera…”. (14)

Una experiencia personal

En la provincia de Matanzas, adentrada ya la década de los 60 del siglo pasado y estando en medio de una extensa llanura, albergado en una casa de madera con techo de guano, quién éstas líneas escribe fue testigo del acercamiento de un imponente rabo de nube. Habíamos visto formarse aquello poco a poco, desde que emergió de los negros nubarrones hacia abajo una minúscula derivación en forma de rabo, la cual iba creciendo y ensanchándose por minutos, en la medida que parecía con vida propia buscar la tierra, hasta que hizo contacto y se convirtió en un considerable tornado. Avanzaba directamente hacia donde estábamos, arrasando con todo y elevando por los aires cuanto objeto se cruzase con su radio de acción. Se estaba poniendo muy feo aquello. Sentíamos total impotencia ante el peligro inminente. Nadie sabía qué hacer. El campesino a cargo del cuidado de varios jóvenes y adolescentes que allí estábamos, salió a unos metros de la puerta de la rústica vivienda y apuntó con un revólver de bajo calibre en dirección a la parte media de aquella manga de viento, de inmediato, con la detonación del disparo, la tromba pareció partirse y separarse de la sección que bajaba de las ennegrecidas nubes, con lo cual el rabo de nube fue disipándose hasta desaparecer. Estuve allí. Lo vi, nadie me lo contó. Lo he relatado muchas veces, pero ningún científico ha querido creerme. Simplemente sonríen, sabiamente indulgentes, bondadosamente comprensivos, o cariñosamente tolerantes, y lo atribuyen a la casualidad.

Plegarias, perversiones y otras soluciones en camino

Tal vez, mientras la ciencia no halle el modo de vencer a las malignas mangas de viento, o de cortar los rabos de nube, muchos grupos humanos tratarán de disipar sus terrores ante estos horrendos y gigantescos peligros, por cualquier método a su alcance. Ya sea mediante rituales mágicos, danzas, ruegos, plegarias, o cualquier otro ejercicio de la fe.

Ya se conoce de experimentos para modificar la trayectoria de los ciclones y no sería de extrañar, se hayan silenciado los resultados, si los hubieron, de los intentos para suprimirles en su momento de surgir, como fenómeno caóticos altamente inestables que siempre en sus inicios han sido. Pues cierta vez trataron de ser utilizados como armas de guerra (guerra geofísica), por privilegiadas mentes de seres sin conciencia. Y aun, quién sabe…, con ese afán de extermino que caracteriza a esta época nuestra, si han persistido en el intento.

Es muy posible que la solución definitiva a estos problemas, la tengamos desde hace tiempo en nuestras manos, con los actuales adelantos de la ciencia, la técnica y el avance de las más novedosas tecnologías. Hazañas mucho más difíciles y costosas ha logrado la humanidad (la conquista del espacio; los descubrimientos y aplicaciones del ADN; el dominio de las nanotecnologías, por mencionar algunas). Pero incapaces aun de vencer nuestro propios paradigmas, continuamos limitados a dejarnos intimidar por estos “demonios de los vientos”, hoy más profundamente instalados en nuestro propio inconsciente colectivo, que en estas memorias sociales ya por siglos compartidas, actualmente cautivas de un imaginario evanescente, condenado a disiparse con las postreras ráfagas de aquel otro céfiro más suave, pero no menos perverso, el del olvido cruel.

 

Notas

(1) Fernando Ortiz (1881-1969): “Los “rabos de nube” en el folklore cubano”. Ver: Catauro, Revista cubana de Antropología. Fundación Fernando Ortiz. Año 12, No. 22, 2010, p. 180.

(2) Fernando Ortiz (1881-1969): “El huracán, los conquistadores y los indios”. Ver: Catauro, Revista cubana de Antropología. Fundación Fernando Ortiz. Año 12, No. 22, 2010, p. 154.

(3) Ibídem., p. 154.

(4) Fernando Ortiz (1881-1969): “Los “rabos de nube” en el folklore cubano”. Ob. cit., p. 182.

(5) Ibídem., p. 182.

(6) Ibídem., p. 184.

(7) Ibídem., p. 184.

(8) Ibídem., p. 184.

(9) Ibídem., p. 184.

(10) Ibídem., p. 184.

(11) Ibídem., p. 184.

(12) Fernando Ortiz (1881-1969): “Los “rabos de nube” en el folklore cubano”. Ob. cit., p. 179.

(13) Fernando Ortiz (1881-1969): “El huracán, los conquistadores y los indios”. Ob. cit., p. 157.

(14) Fernando Ortiz (1881-1969): “Los “rabos de nube” en el folklore cubano”. Ob. cit., p.  185.

 

 


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