Raquel Revuelta, la leyenda fecunda


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Este 24 de enero se cumple década y media de la partida de Juana de Lorena, Teresa, Laurencia, Madre Coraje, Lucía, Doña Rosa, Doña Bárbara y un sinfín de personajes evocados en sucesión vertiginosa durante más de cincuenta años desde los escenarios de los teatros, los sets del cine y de la televisión  que, por momentos, parecían capaces de evanescer el nombre de la mujer de indiscutible belleza,  peculiar voz  y presencia magnética que les propiciaba lugar y ser. 

Fueron tantos, en los espacios estelares de la radio y la televisión de los cincuenta y, aun después, en los setenta; y en el cine y el teatro por más de cuatro décadas que el pueblo todo resumió la teatralidad en su nombre. Decir Raquel Revuelta resultó suficiente. 

Lo paradójico es que Raquel, la hija primera del matrimonio de dos amantes del arte, Vicente y Silvia, nacida bajo el signo de Scorpio, el 14 de noviembre de 1925, en La Habana, desarrolló su infancia en un medio humildísimo. Su padre la inició en el arte de la declamación, y su bella y particular voz, su saber decir, la convirtieron ―todavía una adolescente― en una de las triunfadoras en la Corte Suprema del Arte y La Escala de la Fama, espacios dedicados al descubrimiento de nuevos talentos.

Cuatro años más tarde, en 1941, en cuanto se funda Teatro Popular, una institución cultural dirigida por Francisco (Paco) Alfonso, actor, autor y director escénico, vinculada con los sindicatos de trabajadores,  Raquel integró su reparto, y, en 1943, inició su labor en un nuevo medio, la radio, justamente en la emisora Mil Diez, creada por el Partido Unión Revolucionaria Comunista; también aquí trabajó junto a Alfonso y abrió un camino de compromiso político y social en el cual desarrollaría toda su vida.

Pasó luego al cuadro dramático de Radio Progreso y  desde mediados de los cuarenta se volvió presencia frecuente en las puestas en escena del grupo ADAD (el más importante del período), tomando parte en obras de Ibsen, Maxwell Anderson, Tennessee Williams, Pirandello y Anouilh.

Nada menos que todo un hombre, de Unamuno, bajo la dirección de Luis Amado Blanco (también crítico teatral), con el Patronato del Teatro le traerá su primer lauro significativo: el Premio Talía, de 1947, a la mejor actuación femenina, que volverá a recibir en 1952, junto con el Premio de la Unión de la Crónica Tele Radial Diaria (Uctrd). Dos años después fue distinguida con el Gran Premio Avellaneda, de los Críticos Asociados de Radio y TV, como la Actriz Más Valiosa del Año, y en 1956 la Agrupación de Redactores Teatrales y Cinematográficos le entregó el Premio a la Mejor Actriz del Año por su notable desempeño en la versión de Juana de Lorena a cargo de Julio García Espinosa y Vicente Revuelta, que dirige este último. Para esta época Raquel y Vicente Revuelta junto a Julio García Espinosa y Alfredo Guevara formaban parte de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo que animaban los artistas e intelectuales con una posición progresista.

La labor en la puesta de Juana de Lorena resultó el antecedente para la formación de una nueva agrupación teatral que permitiera aunar preocupaciones sociales y estéticas y lucha política con la creación artística. En 1958 surgió Teatro Estudio, dirigido por Vicente Revuelta, con la participación de su hermana Raquel y otros seis artistas e intelectuales. A esta institución teatral, la más trascendente de la escena cubana de la última mitad de siglo, quedará vinculada su vida: se desempeñará como su Directora General por más de treinta y cinco años y en ella trabajará como actriz,  y será directora artística de algunas de sus puestas.  Sus protagónicos en El alma buena de Se Chuan, Fuenteovejuna, Madre Coraje y sus hijos, Las tres hermanas, Santa Juana de América, Comedia a la antigua han quedado en la memoria teatral cubana. Entre los espectáculos que condujo figuran Tupac Amaru, La ronda, Los diez días que estremecieron al mundo-- junto al director ruso Yuri Liubímov--, Doña Rosita la soltera, Concierto Barroco y Tartufo, este último título inauguró en el año 2003 la sala Adolfo Llauradó, un proyecto suyo íntegramente.

Para el cine hizo  Siete muertes a plazo fijo (dir. Manolo Alonso, 1950), y entre Cuba y México filmó Morir para vivir (1954, Miguel Morayta), La rosa blanca (1954, Emilio Fernández), La fuerza de los humildes (1955, Agustín P. Delgado), Y si ella volviera (1956, Vicente Oroná).

Participó en los primeros proyectos del cine de la Revolución como Cuba baila (1960, Julio García Espinosa), e intervino luego en los grandes títulos  como Lucía (1968, Humberto Solás), Cecilia (1981, Humberto Solás), Un hombre de éxito (1986, Humberto Solás). El Premio Coral por el conjunto de su obra, otorgado por el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en 1997, reverenció su labor en este ámbito.

Fue Profesora Titular del Instituto Superior de Arte y durante una etapa se desempeñó como Decana de la Facultad de Artes Escénicas. En atención a su trayectoria, en 1985 la institución le otorgó el título de Doctora Honoris Causa en Artes.

En 1988, tras la reorganización estructural del sistema de las artes escénicas del Ministerio de Cultura, fue designada como presidenta del Consejo Nacional de las Artes Escénicas en dicho ministerio, donde desplegó una labor de enorme rigor y complejidad que únicamente podía ser llevada a cabo por una persona en capacidad de un capital simbólico como el suyo, gracias a su prestigio, experiencia, austeridad y entrega absoluta al arte.

También presidió la filial cubana del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit), entidad cultural de promoción e investigación artística que agrupa a numerosos teatristas de Iberoamérica.

La calidad, intensidad y significación de su obra fueron reconocidas con la Distinción por la Cultura Nacional que otorga el Ministro de Cultura, la Medalla Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela del Consejo de Estado de la República de Cuba.

En 1999 se instituyó el Premio Nacional de Teatro a la obra de toda una vida. Raquel y Vicente Revuelta fueron los primeros artistas en recibirlo, una decisión aprobada por un consenso unánime.

Alcanzó, sin desearlo, la estatura de una verdadera diva  y la puso al servicio  del arte y de la justicia, y llevó, no obstante, una vida sencilla y austera. Vivió para el arte y la cultura y la distinguió el alto sentido de la responsabilidad y la disciplina,  la exigencia y la inconformidad constante.

El tiempo fluye y lo confirma. Raquel Revuelta es una de las más poderosas leyendas de la escena cubana.


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