A menudo callado, por ciertas dificultades que por entonces tenía en el habla, el niño que fue René Portocarrero recorría las calles del Cerro, barrio capitalino donde había nacido el 24 de febrero de 1912, tratando de absorber con la mirada hasta el mínimo detalle de cuanto encontraba a su paso, para luego trasladarlo al lienzo.
Y es que, desde muy pequeño, quien más tarde sería uno de los más importantes artistas visuales del país, mostró su pasión y destreza con los pinceles, de modo tal que, con solo 11 años de edad, expuso un paisaje en uno de los Salones de Bellas Artes que organizaba en aquellos tiempos la Asociación de Pintores y Escultores de La Habana.
Su formación académica fue breve: algunas clases en la Academia Villate y, en 1926, matricula Dibujo elemental en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en cuyas aulas permanece apenas un año. Es como si su creatividad, imposibilitada de ceñirse a los cánones académicos, necesitara expresarse con la entera libertad que luego quedó demostrada en la variedad de estilos que caracteriza su obra.
En aquellos años infantiles, cuando trataba de captar hasta el último detalle urbano de su barriada, ubicó más tarde el artista no solo el origen de sus “Interiores del Cerro” y de toda su obsesión por reproducir la ciudad, sino también de sus “Retratos de Flora”, cuya musa inspiradora, ha dicho, fue una clienta de su padre abogado, mujer que así se llamaba y que siempre aparecía tocada con un sombrero y cargada de joyas.
La pintura en general y esa serie en particular, han sido lo más conocido del quehacer artístico de René Portocarrero, quien también nos legó murales, como el del Palacio de la Revolución; vitrales, como los del Restaurante Las Ruinas, en el Parque Lenin; carteles, como el del Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas; al igual que numerosas ilustraciones en publicaciones periódicas.
Más de veinte exposiciones personales y 60 colectivas aparecen en la biografía de este artista, junto a numerosos premios nacionales e internacionales, entre ellos la Orden Félix Varela de Primer Grado que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba; el Águila Azteca, la más alta condecoración mexicana y la Orden de la Cultura de Polonia.
Paisajes de La Habana, las figuras del carnaval, los santos populares, las catedrales, el ambiente campesino, fueron en su momento temas con los que Portocarrero trató de ir a las esencias del ser cubano, condición que llevó profundamente arraigada hasta su muerte, el 7 de abril de 1985.
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