Robreño: Cubanía al 100 %


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Eduardo Robreño Deupy. Caricatura: LAZ.

¿Por qué la habanera Esquina del Pecado recibió tan inquietante nombre?

¿Cuál fue el primer edificio construido en La Rampa?

¿Qué origen tuvo el apodo María Centén, adjudicado a cierta primera dama de la república?

¿Es cierto que hay en el Cementerio Colón un difunto enterrado de pie?

¿Puso Falla Gutiérrez la plata para que Machado resultase elegido presidente?

¿Fue siempre la habanera barriada de Colón una zona non sancta?

¿Asesinaron a un general mambí por ordenar el cierre de los garitos en la capital?

Preguntas como éstas –y otras mil, similares– asaltan cotidianamente a cualquier hijo de vecino. ¡Ah!, pero yo fui un privilegiado a la hora de despejar tan inextricables arcanos.

Sí: me bastaba con abordar –no sin peligro de la vida– una guagua 174, que me conducía del “señorial” Lawton al “aristocrático” Vedado.

Porque en este último barrio me esperaba –trago en mano y gracia de cubanazo en ristre– Eduardo Robreño (1911-2001), una auténtica enciclopedia de nuestro ayer.

Un linaje de cubanía

Dice el refranero que “de casta le viene al galgo”. También afirma: “lo que se hereda, no se hurta”. Y Eduardo Robreño pudo exhibir armas nobiliarias probatorias de un abolengo en cuanto al amor por la cubanía. El linaje de los Robreños lo mismo ponía en ebullición la escena vernácula que desplegaba un periodismo costumbrista de muchos quilates, o escribía la letra de alguna canción emblemática.

Existe lo que se ha llamado “la espuma de la historia”, esos hechos inauditos, trances anecdóticos y chismes del ayer que a veces son mejor reflejo de una época que la prosa leguleyesca de un tratado internacional o las tiesas actas congresionales.

Es el género donde se movieron desde Gelabert y De la Iglesia hasta Secades, Lagarde y Kuchilán. Y Eduardo Robreño, con luz propia, ha brillado en tal firmamento. De cada una de sus líneas salta el conversador chispeante, esa especie casi extinta.

Recorramos nuevamente Cualquier tiempo pasado fue…

Como me lo contaron, te lo cuento, Como lo pienso, lo digo. Para decir –tomando en préstamo una frase de Cintio Vitier– que “el pasado se vivifica y tomamos conciencia de lo que somos, de lo que podemos ser”.


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