Rosalía Abreu, aviadora


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Hoy en día, cuando la defensa por la igualdad de género llega con fuerza hasta el punto de que muchos utilicen la letra “e” como marca neutra en el castellano escrito, donde quiera que se hable de mujeres emprendedoras, corajudas, indispensables y desconocidas, hay que recordar a tantas cubanas…

Voy a hablarles de Rosalía Abreu Arencibia (1862-1930). Pudiera mencionar que era hermana de la insigne Benefactora de Las Villas, Marta Abreu, con quien realizó innumerables acciones filantrópicas y de verdadero patriotismo por la independencia de Cuba; que tuvo a bien construir una de las primeras edificaciones con concreto, su chateau Palatino, en el Cerro, y que reunió en sus tertulias a “lo que más valía y brillaba” de la sociedad habanera y foránea, tanto culta como snob; que se codeó con los mejores estudiosos sobre antropología médica en París, España y los Estados Unidos, porque era esposa del afamado médico Domingo Sánchez Toledo y hermana de Rosa Beatriz, casada a su vez con Grancher, el ayudante de Luis Pasteur; entre tantas cosas, incluso podría hacer renacer en la memoria que gracias a esas relaciones y a su inteligencia y dedicación, nuestro país tuvo un lugar de connotación mundial en la historia de las ciencias naturales y antropológicas, pues las investigaciones en su casa quinta habanera lograron el nacimiento del primer chimpancé engendrado en cautiverio en el mundo, en fecha tan lejana como el 27 de abril de 1915.

Pero no. Voy a traer a estas páginas a esa mujer, la aviadora.

El libro El correo aéreo de Cuba, publicado por el Dr. Tomás Terry en 1971, establece una fecha indecisa, los “años posteriores a 1911”, como acercamiento a la idea de que Rosalía Abreu adquiriría un aeroplano Morane de dos asientos, que podría salir desde un aeródromo a construirse en los terrenos entre su Quinta Las Delicias (hoy Finca de los Monos, Santa Catalina y Palatino) y las Avenidas Independencia y Carlos Manuel de Céspedes, otrora carretera de doble vía Rancho Boyeros, para aterrizar, con marcada frecuencia, en su Santa Clara natal. En consonancia con tales pronósticos, el periódico La Política Cómica asumió la noticia con la sorna acostumbrada, afirmando que el artefacto, de seguro, sería pilotado por alguno de los monos de su inusual colección.

El hecho, aunque no de esa manera, fue más allá de una conjetura. La espléndida dama, entusiasta por cuanto significara progreso, tuvo en la aviación uno de sus más curiosos intereses. Por tal causa no solo se mostraba colaborativa en materia monetaria para la ejecución de proyectos, sino que recibía con agrado en su mansión a pilotos y técnicos, a saber: el pionero de la aviación estadounidense Mr. Charles F. Walsh (1877-1912) –identificado en alguna bibliografía como Walshen–; John Alexander Douglas McCurdy (1886-1961), destacado ingeniero y aviador canadiense; y hasta el mallorquín Urbano Rey, que se decía aeronauta y veterano de la guerra de Marruecos y sirvió en Palatino durante años. Pero hay quienes, por cubanos y famosos, merecen mención aparte: Agustín Parlá Orduña y Domingo Rosillo del Toro, rivales y camaradas.

Parlá (1887-1946) es, ni más ni menos, el primer cubano en volar en aeroplano, al surcar el cielo de La Habana el 2 de enero de 1912 junto a Walsh, y repetir la hazaña en marzo, esta vez sobre Miami; es, además, el primer piloto cubano graduado, pues obtuvo su título y licencia en la Curtiss School of Aviation de Miami, Florida, el 20 de abril del propio año. Compartía con la Abreu, además de esta afición, un fuerte sentimiento patriótico: nacido en Cayo Hueso, hijo de emigrantes cubanos, creció dentro de un ambiente libertario, en un hogar donde se trabajaba y recaudaba fondos para la Patria; así conoció a Martí, y el 19 de mayo de 1913, cuando realizó la proeza que lo inmortalizó –el Vuelo de los Audaces, cruzar el estrecho de la Florida a Mariel en un avión sin brújula– iba acompañado solamente por la bandera que el Apóstol llevaba siempre en su tarea de recaudar dinero para la revolución. Esto le valió a Agustín Parlá el nombramiento de Capitán y “Padre de la Aviación de Cuba”, al crearse el Cuerpo de Aviación del Ejército de Cuba el 5 de julio de 1913.

Domingo Rosillo del Toro (1878-1957), nacido en Argelia de padres españoles y residente desde pequeño en nuestra isla, marca también un hito en la aeronáutica nacional: fue en Cienfuegos donde se realizaron los primeros vuelos en Cuba, y los hizo este aviador, el 29 de mayo de 1913. Solo unos días antes había competido también en el Vuelo de los Audaces y obtuvo primer lugar, marcando con ello un importante hito en la historia del transporte mundial, aunque, al contrario de Parlá que ocupó el segundo volando solo, Rosillo se hizo acompañar por buques desde el mar. Era piloto aviador graduado en París el 22 de octubre de 1912 (seis meses después que Parlá) y llegó ser profesor de la Escuela de Aviación de Barcelona, de la que después sería su Director, hacia 1918. Pero en 1913, la fecha que nos interesa para estos sucesos, ostentaba en La Habana, procedente de Francia, un aparato Morane, motor Gnomo de 7 cilindros y 50hp, lo que quizás subyugó a Rosalía y la hizo pensar en uno para ella, que nunca compró.

No por eso dejó de realizar su sueño, y no lo hizo sola. Rosalía Abreu estuvo entre las primeras mujeres que sobrevolaron esta tierra en un aeroplano –el de Rosillo–, y fue precisamente sobre el Campamento de Columbia, por aquel entonces un terreno abierto detrás del Cuartel General del Ejército en las inmediaciones del barrio de Los Quemados, Marianao, al oeste de la ciudad, designado en su momento para experimentos científico-médicos con vistas a probar la teoría sobre el agente transmisor de la fiebre amarilla, propuesta por el doctor Carlos J. Finlay.

Contra viento, marea, chismes y maledicencias, la acompañaron en la aventura otras dos intrépidas: Laura Zayas Bazán y Pilar Somoano del Toro, ambas procedentes de la alta sociedad. La primera, aficionada a la literatura, es recordada a partir de la figura de su esposo, el dentista camagüeyano nacionalizado estadounidense Dr. Virgilio Zayas Bazán, quien atendió a José Martí seis meses antes de su muerte, y viajó con Laura en 1907 para entregar el esquema dental con el que se pudo identificar la autenticidad del cadáver en su segunda exhumación; y la otra, digamos que “empresaria”, además de estar casada con Guillermo del Toro y ser ambos copropietarios del famoso Hotel Telégrafo de Prado y Neptuno –suntuoso y moderno, con servicio telefónico incluido, el preferido por los magnates– sobresale por ella misma, pues a pesar de haber nacido en España fue una vehemente partidaria de los cubanos independentistas y ayudó a los mambises presos en el régimen español; además, queda a su haber el apoyo decisivo a la candidatura del Partido Liberal y la donación de una silla presidencial al General José Miguel Gómez, esa que fue utilizada posteriormente por casi todos los presidentes de la república y reconocida como “la Silla de Doña Pilar.”

Esto es, en realidad, lo que hasta ahora he podido conocer sobre la experiencia de Rosalía Abreu y sus amigas como aviadoras. Es difícil afirmar si alguna de ellas tomó, aunque fuese un instante, las riendas del aeroplano. Yo no lo dudaría. Como tampoco dudo que demostraron a la sociedad de su época, tal vez sin proponérselo, que la mujer quiere, debe y puede asumir retos solamente reservados a los hombres, allí donde impere un orden de convivencia desigual.


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