San Petersburgo le baila a La Habana


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La capital cultural de Rusia, San Petersburgo, le rindió homenaje al 500 aniversario de La Habana con una jornada encabezada por estrellas de ballet de esa ciudad.

Aunque así rezaba en las promociones, los artistas que se presentaron en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso el 15 de noviembre provenían de diferentes sitios de la geografía rusa, incluso de países hoy independientes como Ucrania o Belarrus.

Cinco parejas de solistas de las más prestigiosas compañías de ballet, como las de los teatros Bolshoi de Moscú; Mariinsky, Mijailovsky y Leonid Yakobson de San Petersburgo, presentaron 12 piezas estructuradas en dúos y solos. Varios de los artistas ostentan la célebre distinción de Artista Emérito y todos han tenido una amplia trayectoria internacional, premios en concursos de danza y respetables opiniones de la crítica especializada.

Muchos años han separado al público cubano de los bailarines rusos, que antes de la desaparición de la Unión Soviética se presentaban en nuestros escenarios con más frecuencia, sobre todo durante los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana, sin olvidar la presencia del ballet del Mariinski en Cuba en noviembre de 1972, entonces ballet Kírov de Leningrado.

La gala reflejó los cambios o transformaciones que los petersburgueses han sufrido en estos años de ausencia, aunque lo básico, la esencia del legado de Vagánova, Sergueev, Vinogradov, y sobre todo de Petipá y Fokín, se mantiene en el espíritu de su danza.

De Fokín, uno de los más importantes coreógrafos del siglo XX y transformador del ballet académico, trajeron la imprescindible Muerte del cisne, pieza de toque del repertorio ruso e internacional, interpretado con sumo sentimiento por Oksana Skórik. También de este coreógrafo pudo apreciarse toda la sensualidad del dúo de Shéhérazade que estrenara con los Ballets Rusos de Diaghilev en 1911, donde Oksana Bóndareva e Igor Kolb exhibieron con total desenfado los principios orgánicos del estilo del “nuevo ballet” que proponía el coreógrafo para revolucionar el estancado ballet decimonónico: gestualidad franca, erotismo, vida a la danza.

Esa tradición rusa venida desde el clásico Petipá no fue desdeñada por los nuevos bailarines rusos, quienes —como era de esperar— culminaron el concierto con uno de los tan gustados pas de deux, que reseñare más adelante.

El maestro soviético Asaf Messerer fue uno de los que le dio a la escuela rusa esa imagen acrobática y enérgica que está presente en el espíritu de su pueblo y que se enalteció con la Revolución de 1917. Muestra de ello es el dúo Aguas primaverales, otra constante en los programas de ballet rusos, todo un clásico de la literatura ballética. En esta gala fue interpretado con mucho acierto por Irina Perrén y Marat Shemiúnov, pareja que también impactó por las mismas habilidades gimnásticas en el dúo entre Egina y Craso del ballet Espartaco en versión del coreógrafo Georgui Kovtun que, aunque diferente de las versiones de Grigorovich o Yakobson, mantiene la vitalidad de las cargadas pirotécnicas que caracterizan la escuela ruso-soviética.

Yuri Smekálov, solista fiel del Mariinsky, se presentó como coreógrafo con los dúos de sus ballets Concierto para contrabajo y La despedida, trabajos interesantes —sobre todo este último— por el tratamiento evidente de la relación amor-odio en la pareja compuesta por Victoria Litvinova y el propio Smekálov, en ambas obras.

Otro título imprescindible del repertorio ruso, el delicado dúo del balcón del ballet Romeo y Julieta en la tradicional versión de Leonid Lavrovsky fue interpretado por Bóndareva y Kolb, esta vez expresando más el descubrimiento de un amor tierno adolescente a diferencia del Shéhérazade exhibido más tarde.

El coreógrafo Boris Eifman es otro de los creadores rusos más promocionados internacionalmente, y de este autor los bailarines petersburgueses presentaron los dúos de los ballets Giselle roja y Anna Karenina, ambos interpretados por Lilia Lishchuk y Denis Madvienko, ejecutados con similar pasión pero con intenciones y matices diferentes según los temas de los ballets respectivos.

En la gala fue Madvienko quien apareció en más ocasiones en el escenario del Gran Teatro: además de los dos pas de deux mencionados, interpretó los solos SSSSS de Edward Klug y Danza de los espíritus benditos del inglés Frederick Ashton, y cerró el performance con el esperado dúo del Don Quijote de Alexander Gorski basado en el original del gran maestro Marius Petipá, emblema de la escuela rusa de ballet.

Madvienko, ucraniano, fue uno de los bailarines de mayor presencia internacional entre los participantes y demostró sobre todo su temperamento en los dos solos, pero al cierre en su rol de Basilio junto a Oksana Skórik como Quitry, corroboró que su trayectoria continúa en el nivel alto. La Skórik no desmereció a su compañero y dejó satisfecho al exigente público cubano con sus brillantes fouettés, paso de ballet favorito por nuestras audiencias.

No puede dejarse de mencionar la organicidad del espectáculo y el eficiente empleo de la técnología LED para sintetizar los cambios escenográficos de modo contemporáneo, ejemplo a seguir para futuras ocasiones.   

Estas jornadas petersburguesas de danza en La Habana de cumpleaños se completaron con una clase magistral del propio Denis Madvienko ofrecida a los alumnos de la Escuela Nacional de Ballet “Fernando Alonso”, mientras Yuri Smekálov compartió en un Encuentro creativo con los futuros bailarines sus experiencias en el mundo de la danza como bailarín, coreógrafo y maestro, y destacó que, a pesar de haber cumplido con estas labores en varios países, siempre ha sido fiel a sus orígenes rusos y sobre todo a su compañía del teatro Mariinski.

De igual modo, la fotógrafa Darian Volkova inauguró la exposición La música petrificada de San Petersburgo contentiva de imágenes de la llamada Venecia del Norte asociadas a modelos de bailarines en plena acción danzaría.

Una semana de contacto con la Rusia del Norte, con la ciudad de Pedro I, la esplendente capital imperial, la sede de importantes muestras del arte, como el museo Ermitage o el teatro Mariinsky. Nuevamente acercamos nuestros lazos con los herederos de Anna Pávlova, Vaslav Nijinsky, Natalia Dudínskaya, Rudolf Nurevev, Natalia Makárova o Mijail Baríshnikov; coreógrafos como Mijail Fokín, George Balanchine, Mijail Lavrovsky u Oleg Vinogradov, y maestros como Marius Petipá y Agripina Vagánova.

A pesar de no ofrecer propuestas demasiado insurgentes, las Estrellas del Ballet de San Petersburgo dieron, sobre todo a los más jóvenes, una forma otra de asumir la danza y reafirmaron la máxima que “No hay futuro sin pasado”, preservando los legados de los maestros de antaño mirados con ojos del hoy.

¡BOLSHOI SPASIVA, SAN PETERSBURGO!      


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