Llegué a la hora en punto, justo cuando el sol se antoja cenital, castigador, empeñado en sacar los sudores, destrabar los hornos, las ganas y el silencio. La cita fue en una pequeña iglesia enclavada en el antiguo cementerio de la periférica Guanabacoa, en el momento en que se filmaba un plano dispuesto por el orden de las cosas, por las exigencias del guión y las pautas de una producción precisa, puntual, certera.
Hubo una parada en el rodaje; más de una. Fernando Pérez se muestra inquieto, como un duende, queriendo abarcar cada palmo del espacio donde “todo está por hacer”. Los caballeros se abotonan los sacos, las damas se abanican los pechos. Mientras, las cámaras se mueven, buscan el plano y el contraplano, cubren las exigencias de Raúl Pérez Ureta, el director de fotografía que controla desde una gran pantalla, los designios de la luz, del espacio vital medido al milímetro, las sombras oblicuas dispuestas a destronar los cerros de la magia, del color y el marco rectangular de los delgados centros.
En cada parada se atestigua lo que está por hacer. Los operadores de cámaras marcan los puntos cardinales de un encuadre donde hay espacio para el diálogo entre todos, las maquillistas retocan las caras sudorosas de los protagónicos, el peluquero delinea un corte de cabello insurrecto, dispuesto a saltarse la curva del toque que presume de estilo, glamour, vieja estética. Los asistentes prenden los fuegos de unos improvisados mecheros enclavados en la iglesia, testigo de los tiempos, de las curvas climáticas y de las palabras que allí se escuchan entre zozobras, murmullos y metáforas.
El centro de esta puesta en escena es Fernando Pérez, toca aquí y desgrana allá, como un auténtico relojero que busca la perfección, la sobriedad, la belleza y el milagro de soltar las amarras de las emociones. Todas ellas vertidas por cálidas palabras, dispuestas a tomar por asalto las trampas, los imprevistos, los difusos aros del silencio.
El director de esta trama desmonta las imperfecciones, los amagos de las lentes, las curvas incoloras del tiempo. Una mirada oblicua al plano desde la óptica de la cámara, un hablar pausado y tranquilo con los figurantes de la escena, un mirarlo todo para identificar detalles, ajustes, retrocesos.
Todo está dispuesto para un nuevo aire de luces, de encuadres, de actores atentos a la palabra que indica que se está rodando. Cada uno en su puesto, listo para seguir esta aventura de tomas por hacer que suman horas de trabajo, de silencios dispuestos como partes de la atmosfera de un tiempo en el que la voz de “acción” se impone tras el esperado comienzo.
Nuevamente Fernando Pérez se incorpora al set de visionaje para seguir las rutas de su película Insumisa, recaba de todos el estar en ese espacio de luces y sombras, listos para para una nueva escena, para ganarle a las horas otro plano erguido, risueño, de colores cálidos. En medio de tantas voces se escucha una vez más: ¡Silencio! Fernando Pérez está rodando.
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