Sin sal y limón, un tequila doble… por favor


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La Nueva Trova es hoy una referencia lejana. Es la cita necesaria y la fuente inagotable de la que siempre se puede beber. Pero la Nueva Trova no llegó a nosotros por generación espontánea; antes está aquella generación de trovadores, o juglares que desde las noches finales del decimonono definieron una forma de hacer canciones a las que fueron poniendo distintos nombres; así nos llegó la criolla, el capricho y el bolero.

En la medida que el siglo XX avanzó, con sus guerras, sus descubrimientos y sobre todo su inagotable fuerza musical,  al que en un comienzo se llamó trovador se fue transformando en el hombre que cantaba sus canciones, o simplemente se asociaba a un poeta —y hasta algún publicista— y fundían letra y música para crear hermosos temas muchos de los cuales han soportado el paso del tiempo.

A aquella generación fundacional, a los que se les entregó carta patente, un buen día le llegaron sus epígonos que; además de la probada admiración estaba influenciada por el jazz y las corrientes atonales; fue la hora de los muchachos del feeling.

En los sesenta, tiempo de revoluciones e inconformidades, nuevamente otra generación asumió el hacer canciones con nuevos modismos e influencias. Fue tiempo en que el sur marcó a todos con sus instrumentos y aquellas cosas hermosas que fueron nombradas tropicalismo y bossa nova; mientras que acá en esta Isla le llamamos Nueva Trova; quizás porque correspondía a un nuevo tiempo; pero en el fondo era el hombre, bohemio, inconforme, soñador o simplemente altruista que con una guitarra decía o contaba sus historias.

Y así siguió el ciclo y alguien con ese nuestro afán de nombrar y etiquetar la vida un buen día llamó a la generación que continuó los novísimos, después le fueron agregando los post correspondientes hasta llegar a nuestros días en que ya no se habla de Nueva Trova ni de los post asociados. Se trata simplemente de que hoy se llama canción inteligente; definición con la que discrepo, pues en tal saco se ha cosechado algún que otro cropo. Pero en el fondo siguen siendo trovadores o para acercarnos más a los tiempos cantautores.

Relatar las referencias no es objetivo de estas líneas; solo permítaseme decir que en cada una de las etapas antes nombradas se ha aplicado un criterio reduccionista cuando se trata de nombres importantes; y ese criterio es obra de críticos y estudiosos, no así de seguidores o de cultores. Sin embargo, ante el panorama musical que hoy se nos presenta me permito asumir que el nombre que debe guiar el referente de quienes en estos años son trovadores no puede ser otro que el de David Sirgado; lamentablemente fallecido en el momento más importante de su carrera en un estúpido accidente de tránsito.

Hay “un grupo”  de músicos en Cuba, todos jóvenes, que han asumido la canción como forma de expresar los intereses de su generación, sus vivencias y por sobre todas las cosas llenar un espacio que dentro de lo que alguna vez fue la Nueva Trova quedó a merced del marabú de la historia, pues la crisis económica de los noventa puso fin al “Potosí” sonoro que se estaba viviendo y en esas tierras crecieron.

En ese paramo donde los linderos ya estaban establecidos, el término cantautor no siempre fue sinónimo de modos de mostrar inquietudes existenciales y filosóficas, sino que se abrió un poco más a la crónica de la vida cotidiana para insertarse en las músicas urbanas; aunque hoy se quiere reducir musicalmente lo urbano — hay quien le llama género, cosa esa escandalosa—a aquellas músicas surgidas en los márgenes de la sociedad; en zonas donde el lumpen proletariado y los discriminados fueron generando expresiones contestatarias que una vez que trascendieron la industria las asumió y modificó sus patrones; como si el blues, el jazz, el bolero, el samba, el bossa nova, la salsa y el tango no hubieran nacido y se desarrollaron en zonas urbanas; marginales por cierto; hasta que llegaron a la industria y la masificación del gusto; y no por ello dejaron de ser urbanas.

El trovador/cantaautor de este tiempo en Cuba ya no es un hombre militante a ultranza, aunque la guitarra siga siendo su medio de expresión; en su gran mayoría son los hijos de la era digital y del manejo de códigos de comunicación provenientes de la influencia de los medios masivos.

Así un buen día nos llegaron nombres como el de Adrián Berazaín y de Mauricio Figueiral quienes fueron llenando algunas zonas de la comunicación que están más cerca de una versión de la canción “pop cubana” que de la misma trova vista como algo puro; que es a fin de cuentas la etiqueta con que se les quiere definir ignorando el maremágnum de influencias con que han crecido y se han desarrollado que tiene tres fuentes fundamentales a saber: el rock argentino de los años ochenta y parte de los noventa —que nos legó además Charly García y Fito Paez—; esta la corriente musical que se extendió desde Caracas hasta Ciudad México que involucra figuras de la talla de Giordano Di Marzo y puede tener su primer punto de ruptura conceptual en la música del grupo Maná; que a diferencia del afluente porteño está más involucrada con otras influencias sonoras que van desde el pop norteamericano, el jazz, pasa por la salsa, la ranchera y teniendo como resultado lo que siempre se ha conocido como canción a secas. Y por último el embrujo de  Joaquín Sabina, influencia a la que no escapa nadie en estos tiempos; bien sea por su literatura musical como por el trabajo orquestal que le acompaña.

Con estos precedentes se podrá entender entonces la música que hacen los dos artistas antes mencionados; aunque propongo nos centremos en la figura de Mauricio Figueiral y su más reciente disco titulado Flor de tequila, del sello BIS MUSIC, y con el que se enfrenta a la maldición del segundo disco.

Figueiral, que alguna vez declaró su filiación cabaretera y victrolera, a pesar de haber crecido y vivido en tiempos en que esos dos actores sociales acusan ausencia, en doce temas nos cuenta la historia de su tiempo, sus personajes y sus frustraciones humanas y sociales; algo muy inherente a su generación musical. Sus héroes sonoros son de carne y hueso y están reflejados en el ser conocido que nos rodea; el simulador de un tema como Personas en la vida, esta matizado pues es humano; el hombre que ama no teme comparar su calvario con una falla en su computadora, que es el símbolo de estos tiempos, a diferencia de sus antecesores que preferían ahogar las penas lo mismo en el bar que en un descargo de ira invocando al creador supremo (alguien alguna vez incluso se atrevió a desmentirlo, lo recuerdan); algo similar ocurre con un tema como: Si te cansaste de mí, tema en el que una fina ironía establece el actuar de los amantes donde lo más importante es el estar y no el soñar. Y así hasta llegar a una tendencia que no fue nunca explotada por sus predecesores en las lides trovadorescas: el elemento religioso; más cercano a lo afrocubano. Y es que la nación reencontró sus religiosidad en los noventa.

Una de las grandes virtudes de la generación musical de Mauricio Figueiral es que tienen un logrado dominio de la imagen poética, pero es una poesía que sin grandes alardes literarios nos habla de historias comunes; el culto a la mujer que ama y ejerce ese derecho, al hombre que está a la caza de lo inalcanzable, el día a día en que vivimos, los sueños que no alcanzaron sus padres y que tampoco está previsto que a él llegue pero lo sigue intentando. El hombre que canta y escribe está más interesados en salvar lo cotidiano que en salvar al mundo o los sueños de muchos. El universo se ha reducido a la tribu en que se vive e interactúa.

Musicalmente Flor de tequila es un disco bien pensado y balanceado para no aburrir a quien le escucha; que va de lo cubano cuando combina tres y bongoes con pasajes del funky o del R&B; entonces estamos ante una acertada fusión de sonidos, influencias, tendencias sonoras; o bien cuando asume como base el reggae y sobre esta música afrocaribeña se desarrollan otras armonías e interacciones estéticas. Ecléctico se podría decir sin pecar por exceso.

Siempre he sido del criterio que música cubana es más que sones, boleros y guarachas, que agrupa ese constante ir y venir sonoro que nos cruza cada día en esta gran aldea en que vivimos; es también el jazz y estas canciones que los exegetas quieren etiquetar como “pop rock cubano” y que prefiero llamar simplemente canción, aunque se exprese musicalmente de cualquier forma y su origen haya sido en las cuerdas y trastes de la guitarra. Esa canción, que cierta tarde en casa de su hermano Nicolás Sirgado, un inquieto David se atrevió a llamar “canción desde lo humano” y que parece cobrar cada vez más fuerza.

Mauricio Figueiral, lo mismo que Adrián Berazaín, son los nietos de la Nueva Trova; los choznos de la Trova Tradicional; pero a su generación no le son afines los manifiestos estético sociales o musicales (alguien recuerda Nos pronunciamos), ni las grandes novelas del realismo mágico latinoamericano que influyó en sus abuelos; por tal motivo no les cabe un post en su concepción social y así lo reflejan en su música; y el disco Flor de tequila lo demuestra. Ellos son los hijos de la era digital; allí están sus claves, talentos y desengaños; aunque su cultura trascienda los punto com.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

Lo demás es ganar espacios y compartir los sueños de los que atrás quedaron y de los que vendrán a golpe de canciones. Por lo pronto este tequila; reposado, lo prefiero sin sal y limón.


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