Sobre “Variaciones de una cama”


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En el libro Del cotidiano vacío, de Clara Lecuona Varela (Santa Clara, 1971), publicado por la editorial Letras Cubanas en el 2017, hay un poema que tiene las formas de Proteo, “Variaciones sobre una cama”. No merece el olvido. Creo, me atrevo a decir, que es uno de los mejores poemas del volumen.

Un libro se parece, inevitablemente a su autor. Es la forma en la que todos escapamos de nuestros fantasmas, miedos, y angustias. Es la puerta de paso a nuestros sueños más profundos. Pero, también, es la manera de jugar a las no escondidas y mostrarnos con un poco de afeites, algunos, y de la manera más sincera, otros.

Lo cierto es que a través de este libro de Clara nos encontramos con un sujeto lírico que se le parece mucho y que, disfrazada de algunos personajes tímidos, juguetones, casi infantiles, va dándole vida a un ambiente tierno, romántico, y, por momentos, lúgubre. Lo ha teñido la cotidianidad, ese fenómeno que es sinónimo de rutina. Algo que devora la motivación y la creatividad de los seres pensantes. Y es que el vacío casi nunca podrá ser colmado con venturas.

Si el vacío se vuelve cotidiano, es que ha sido llenado, lenta y copiosamente, de momentos fatuos, de escenas con maniquíes y atrezos. Ese parece ser el mundo en el que el sujeto lírico del poemario emerge para contarnos su historia. Porque su historia podría ser la de cualquiera, pero como es particular, es la que duele más.

En la poesía se consigue la casi completa comunicación entre el alma del autor y la del lector. Así se evocan recuerdos, palabras que se han dejado de escuchar, seres amados. Como una diminuta máquina del tiempo, tiene el poder de devolvernos a la playa de aquel hotel, donde un día fuimos felices. Y eso se agradece.

A veces, también, es la palabra ansiada que no se pudo decir en el momento preciso, porque se desconocía. O la meditación al problema más inmediato y su pronta solución. También la poesía tiene el poder de solucionar los más absurdos trastornos de la vida. Así se van salvando poeta y lector, en franco caminar por la orilla del mundo.

Pero el poema que les presento, en medio de otros 75 poemas, resalta por su capacidad de generar contenidos y formas a la manera de un caleidoscopio.

Pareciera, desde el título que estaremos leyendo, sobre las formas de una cama como objeto de reposo o de placer. Y en varios textos, en sesiones anteriores, se han ido utilizando títulos o temas como “hombre desnudo sobre la cama”, “instinto animal”, “Un minuto antes de dormir”, donde se pondría de manifiesto el deseo de posesión que le asiste, casi febrilmente, al sujeto lírico. Y con la reiteración de esa idea, se está como que preparando el camino para el clímax que será el poema “Variaciones…”

Es entonces cuando entiendo que, en esta subtrama del libro, la necesidad de ser dueña de algo mayor, sin dudas más corporal, ha llegado a su momento cumbre. Y que ha de abrirse a las muchas interpretaciones que le aportará el lector cuando consiga esa comunión con la poesía.

Todo el poema, más que cantado, está siendo narrado. Y esa forma hace que se visualice mucho más la escena de una manera casi mágica, porque vemos, sabemos, lo que objetivamente está al menos en palabras, pero no entendemos, exactamente, cuál es el juego. Eso nos hace cómplices, aviva nuestro interés. Después nos seduce para que sigamos la lectura hasta el final.

Es un texto de aliento breve. En concisos versos blancos resuelve lo que quiere contar. Pareciera poco, pero es vasto si lo vemos desde el caleidoscopio con el que lo comparo.

Por ejemplo. Lo primero que entendí era que la protagonista quiere asesinar a su amante. Ese que la ha dejado en el vacío más cotidiano. Que es luz y es sombra, porque no está en los momentos más necesarios, y aparece cuando menos se le convoca.

Hay una tensión en la escena narrada que me lleva a pensar en lo más nefasto. Además de que los poemas antecesores, siempre con un sabor agridulce, me van llevando a pensar que ella, la mujer que necesita llenar los vacíos, buscará la venganza. Es infeliz. Y eso tiene un precio.

Ya después me fui dando cuenta de que el asunto también tiene su aire lúdico y la escena podría ser solo una felación entre dos seres que han encontrado el camino a sus cuerpos y son crédulos al pensar que siempre será así. La complicidad los lleva a confiar el uno en el otro, pero, también, a esperar que uno de los dos siempre solo quiera saciar sus caprichos sexuales.

Luego, en otra lectura, me llega la historia de una mujer temerosa que mira la escena donde hace el amor con su amante, y cuando terminan, ella teme continuar con ese engaño: no está con su amante, no hacen el amor, ni ella tiene un futuro amoroso con acierto y veracidad. Todo lo ha soñado. Su temor, entonces, es despertarse porque es peligroso cerrar los ojos, quedarse dormida.

Así, muchas otras podrán ser las lecturas de este texto que tiene la gracia de atrapar al vuelo, ambiente y trama, personaje y sentimiento, interés y complicidad. Le hace un guiño al lector, pero sin aclararle de qué va la historia. Eso lo vuelve meditador, inteligente, astuto. Es caballeroso porque ofrece opciones. Nunca se impone.

Sin dudas, el momento más misterioso que pudiera tener este poema, está en lo que se visualiza en sus tres últimos versos:

Observo la manera ingenua en que sueña.

Desprevenido.

Medito

Sobre el peligro de cerrar los ojos.

El hombre, amante, está dormido y ella sabe que sueña y hasta la calidad de esos sueños porque lo reconoce ingenuo, expresivamente feliz, en su manera de dormir. Además, ella le ha hecho recogerse de esa forma. Ella tiene el control. Y lo acecha. Lo mira desprevenido, confiado en su bondad. Duerme en ¿su cama?, que es cama de mujer, y como de ella venimos al mundo, es sinónimo de seguridad, de confort. Y ella lo sabe. ¿Es parte de su juego?

Su mirar es actividad en estado puro. Planea algo. Lo piensa. Quedarse dormido no es bueno, pero él ya está dormido, y ella no, aparentemente. O ¿se habrán adormilado los dos?

Entonces viene el juego cómplice con el lector quien es el otro demiurgo del poema. Quien tiene verdaderamente la última palabra. De él depende que el texto funcione o no. Que transite por el camino de la perpetuidad o se quede en el infierno.

Confío en que el buen lector, siempre ávido de juegos inteligentes incluso en la poesía, comparta conmigo la opinión de que este es un poema para no dejarlo morir en la orilla, y, por el contrario, arrancar la página del libro y leérselo, a su vez, a una amiga o amante, y empezar la historia desde la realidad repleta de matices.


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