Thump: La bestia de oro


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Según algunos autores el poeta es vates porque a partir del numen, esa deidad gentilicia que lo asiste, puede vaticinar el porvenir a través de la metáfora poética como un eco de las pitoni­sas en los oráculos de Delfos y Dodona. No es aquí el espacio adecuado para acometer —ni siquiera en resumen abstracto— una antología sobre este acon­tecer fenomenológico en la literatura de todos los tiempos. Baste recordar solamente a Virgilio, quien en una de sus Eglogas vaticinó la caída del imperio romano.

Un poeta injustamente relegado al olvido es Ra­fael López (Guanajuato, 1873-Coyoacán, 1943). El representa en México un aliento pectoral del mo­dernismo iniciado por Rubén Darío en 1888. Rafael López gozaba del aprecio de Arreola, quien decía que uno de los mejores versos de la poesía latinoa­mericana es aquel que se refiere al choque del acero español y la obsidiana azteca, está en el poema “La bestia de oro” de Rafael López, dice: “... y no tembló al ver pasar el rojo corcel de la conquista”. En se­guida agregaba: “Si alguien quiere saber cómo se hace un buen soneto, debe leer ‘Maximiliano’ del mismo poeta. Es un soneto perfecto”. Ciertamente este soneto de Rafael sólo tiene un egregio paralelo en aquel otro que se titula “Felipe IV” de Manuel Machado. Los dos sonetos, el de López y el de Ma­chado, se colman con el goteo categórico, en dosis homeopáticas, de un finísimo sarcasmo en contra de las monarquías y los autócratas en el poder.

Según Serge I. Zai'tzeff, el poema “La bestia de oro” de Rafael López es sin duda el más conocido del guanajuatense, pues ha sido durante décadas la pieza preferida por los declamadores debido a su ca­rácter épico y a la sonoridad de sus versos. Es Alfon­so Reyes, prologuista de una de las ediciones más caracterizadas en tiempo y circunstancia de López, quien dice del citado poema: “Es un monumento a la patria. Es el grito de un hombre que ha conserva­do la rudeza de los sentimientos fundamentales a través de todos los refinamientos literarios”. Pero a Rafael López, en su exaltación patriótica y repu­dio al yankee depredador, lo antecede con un cuarto de siglo el nicaragüense Rubén Darío, quien en sus Cantos de vida y esperanza (1905), y en uno de sus poemas titulado “A Roosevelt”, presidente nortea­mericano, lo llama: Nemrod, Nabucodonosor, doma­dor de caballos y asesino de tigres (por su afición depredadora a la cacería). Parte del poema dice:

¡Es con voz de Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría de llegar hasta ti, Cazador!,

Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Al igual que Darío —continúa diciendo Zai'tzeff—, Rafael López reacciona contra la amenaza nortea­mericana, tema de resonancias continentales, que enfrenta el ideal latino a los peligros del capitalismo, el materialismo, vaticinando la globalización. Y aunque el tema, como ya vimos, no es original, el patriotismo del poeta mexicano se expresa con fervor, sinceridad, elo­cuencia y apego histórico.

Y es que López —como el otro López, López Velarde— vuelve sus ojos a la provincia mexicana para buscar en ella la claridad y la sencillez, virtudes que hicieron alondrear a Velarde en 1921: “Patria: tu mutilado terri­torio / se viste de percal y abalorio”. Son esas mismas virtudes perdidas, que suenan a premonición en los ver­sos de Rafael López (1941), las que han transformado el país en el “edén subvertido” de atmósferas electrizadas por el relámpago de las armas de alto poder...

“La bestia de oro” es un poema donde las primeras es­trofas son, como en “La suave patria” de Ramón López Velarde, un proemio para voz de barítono, en donde se evocan grandezas de las razas del Anáhuac, para luego iniciar las primeras descargas de la fusilería verbal con­tra la bestia bíblica:

[...] ve allá tras los pinares del Norte, la amenaza que entre la polvareda del bárbaro tropel, hace la Bestia de oro con su potente maza, la poderosa bestia sus signos traza, ebria de orgullo, desde su torre de babel.

Ya llega hasta los Andes el estridente coro de los pueblos que claman temblando de terror; un crimen la vergüenza parece, y el decoro.

Hay que doblar la rótula frente a la Bestia de Oro y adorar el bíblico Nabucodonosor.

El don profètico del poema de López cubre las expectati­vas históricas con puntual acierto: en todas las guerras de expansión (invasión) que ha emprendido Estados Uni­dos de América, con el señuelo de conceder ciudadanía a migrantes que se enlisten en el Army, los lanza a comba­te en primera línea y como carne de cañón.

Codo con codo, inerme bajo la garra púnica, el débil va a las horcas impías de su ley: la potestad del dollar es un Imparatrix única; se secan las olivas más verdes de su túnica y Shylock lanza trozos humanos a su grey.

Time is money ulula el resoplar del toro junto al sueño latino clavado en su cruz I...]

Termina el poema a partir de dos tercetos que tal parece se acabaran de escribir por su carácter admoni­torio:

Que se vuelquen los mares, que estalle una de aquellas catástrofes que avientan los montes al revés; que abra los cielos su tempestad de centellas; que cave hondos abismos la tierra a nuestros pies, antes de ver las barras y las turbias estrellas flotar sobre el antiguo palacio de Cortés.

Juan José Arreóla decía: “Todo acontecer huma­no ya ha sido escrito en la literatura de todos los tiempos”. A nosotros nos toca redescubrir esos tex­tos, como el Menón platónico, a partir de la relec­tura. Rafael López, en su poema “La bestia de oro”, se adelantó tres cuartos de siglo a la aparición de otra bestia rubia con el mechón dorado de su costoso bisoñé lanzando sus rayos zéusicos contra México y otras naciones. ¿Qué debemos hacer ante el embate de esta bestia apocalíptica?

El mismo escritor arriba señalado, en uno de sus arrebatos humanísticos decía: “No nos levantemos en armas; levantémonos en almas. Vamos fundan­do una república de almas en la que cada mexica­no esté almado con las armas que la cultura provee. La patria estará a salvo si la salvamos en cada uno de nosotros porque el porvenir de México no depen­de de las ideas de sus hombres políticos, sino de la conducta de los mexicanos y de la disposición de sus jóvenes y adultos; de sus profesores y alumnos a propósito de aumentar su repertorio personal de conocimientos para contestar las preguntas que el mundo nos hace”.

La relectura de la obra de Rafael López puede ser un bastión, una trinchera y un cobijo para todos no­sotros en esta horas aciagas en que un presidente de la nación más poderosa del mundo, y del cual su propia oficina de propaganda nunca ha informado si posee un grado superior académico o universita­rio, más allá del título de bachiller en economía por la Universidad de Pensilvania en 1968, agrede a Mé­xico y a otros países como una bestia de oro allende las fronteras patrias.


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