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Trinidad en tiempos de cambio


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Trinidad, Sancti Spíritus

Acaba de realizarse en la villa de Trinidad (fines de julio, principios de agosto) un evento de debate y teoría que coloca a este hermoso y colonial enclave urbano en el epicentro de las ideas y la gestión económica de la cultura cubana contemporánea, especialmente a partir de las nuevas circunstancias que vivimos en todos los órdenes. Bajo el lema “Una cultura en tiempos de cambio”, y la coordinación del proyecto Artes visuales en beneficio de la cultura y de la Asociación Hermanos Saíz, durante 4 días expertos de varias provincias analizaron la problemática de los diversos modos de abordar la creación artística y su proyección social afincadas en un nuevo tipo de gestión a nivel económico. Las expresiones de la cultura local devinieron eje de casi todas las discusiones que proponían formas nuevas de legitimación estética en oposición a los anquilosados modelos de producción artística reinantes en el país, sobre todo cuando estas tienen conexiones con la industria turística. Se pudo constatar así la posibilidad y sostenibilidad de proyectos y gestores inéditos sin necesidad de recurrir a los habituales presupuestos asignados para este tipo de acción cultural por parte de las instancias del Estado en cada territorio.

Creadores por un lado, y expertos en curaduría, museos, cine, música, danza, investigaciones, historia, restauración, economía, por otro, concentraron sus juicios de valor en torno a la problemática de una villa que hoy puja por mantener su específica condición de Patrimonio de la Humanidad en medio de una avanzada turística plagada de riesgos e inquietudes. Sin dudas para mí, este incuestionable ejemplo de conservación habitacional, urbanismo y vías existente en el país desde hace algo más de 500 años, experimenta una nueva realidad ante el creciente número de visitantes cada día, cada año y la a veces desmesurada necesidad de ofrecer productos culturales (auténticos y artificiales) a todo aquel que desea regresar a su país con un “recuerdo”, una imagen, una sensación. Aunque pudiera parecer ajeno al espíritu que conmueve a tantísimos creadores en Trinidad, hoy sus artistas, intelectuales, funcionarios, abogan por agarrar el toro por los cuernos e impedir que la extraordinaria villa se convierta en una gigantesca feria rendida al imperio del “todo vale”.

De tal modo surgieron ideas concretas para salvar la clausurada Escuela de Arte (orgullo de sus habitantes y de creadores formados en ella, dispersos muchos de ellos por el país), abrir nuevos espacios para exposiciones de arte y música, rescatar el antiguo cine, fundar talleres de diversas expresiones artísticas y literarias, promover seminarios y debates, partiendo de la gestión individual de numerosos creadores dispuestos a participar de las Iniciativas municipales para el desarrollo local (IMDL) promovidas a lo largo de toda la provincia de Sancti Spiritus y que despiertan cada vez mayor interés en diversas instancias administrativas de la cultura y del poder político en la región.

Habida cuenta de esta realidad, emerge con cautela en este nuevo modo de gestión cultural La casa del joven creador en Trinidad; el proyecto Entre hilos, alas y pinceles, liderado por la pintora Yudit Vidal y la participación de varias tejedoras locales en espacios del Museo romántico de la villa bajo el cuidado de Carlos Sotolongo, su especialista principal; la Biblioteca martiana ubicada audazmente en el lobby del hotel Iberostar y dirigida por José Besada para la promoción del ideal martiano entre los turistas; la Asociación Hermanos Saíz conducida por su presidenta, la poetisa Anisley Miraz, y muy especialmente el naciente proyecto Artes visuales…, dirigido por el artista Alain Fernández, principal garante de este movimiento renovador que nos convocó para ser parte del evento.

Ese nuevo espíritu se consigna también en la restauración del imponente complejo arquitectónico y ambiental conocido como El valle de los ingenios, capaz de ofrecernos una cuidada imagen de lo que fueron algunas de las típicas industrias artesanales correspondientes al esplendor azucarero de Trinidad, cuyas riendas iban y venían de las manos de las familias Iznaga, Borrel, Cantero, entre otras, y que al final de este empeño constructivo deben resultar esclarecedoras para comprender ciertas claves de lo que significó el azúcar como sustento de nuestra identidad y cultura. En otro orden de cosas se piensa en la recuperación del puerto de Casilda, enclave decisivo para la importación y exportación de productos desde el siglo xix, hoy debilitado en su base económica pero latente en su irradiación social, al igual que continuar desarrollando las promisorias áreas playeras de El ancón y María Aguilar.

Trinidad ha dado muestras palpables de su riqueza artesanal, sobre todo la cestería basada en fibras que Zerquera (el querido tiemblatierra para sus conciudadanos) elevó a altos niveles sólo unas décadas atrás, así como en su nostálgica tejeduría asentada en el randa, hoy arrastrando a numerosos fieles y devotas para su continuidad. La cerámica sigue la huella familiar e histórica de los Santander, ahora perdurable en el taller dirigido por su heredera Koki Mesa al igual que las renovaciones que le imprime a esta tradición el artista Alejandro López desde su galería. Entusiasma también, bojeando este sintético panorama, la cristalización del Museo de arte cubano en Topes de Collantes (en una antigua residencia de los años 40), donde se concentran algunas de las mejores pinturas de la década del 80 que realizaron Adigio Benítez, Antonio Vidal, Julio Girona, Mariano Rodríguez, Tomás Sánchez, Flavio Garciandía, René Avila, Leandro Soto, Flora Fong, Aldo Menéndez, Raúl Santoserpa, Nelson Domínguez, Ernesto García Peña, José Bedia, Manuel Castellanos, Nélida López, y algunos más, acompañadas en el espacio exterior por esculturas de Rita Longa, José Villa, José A. Díaz Peláez, Sergio Martínez. Todo un muestrario excelente de aquella década trascendente para las artes visuales en Cuba, y que continúa en los espacios interiores del Kurhotel Escambray (antiguo sanatorio antituberculoso construido en los años 50) y sus numerosas habitaciones. Ojalá un día otras ciudades de Cuba puedan disfrutar de tales obras de arte (más de 800 entre óleos, esculturas, murales, vitrales, como muestra del incipiente coleccionismo institucional entonces y que tanta vigencia cobra hoy en nuestro país) que permanecen inalterables, celosamente conservadas, en lo alto de este macizo montañoso al amparo del complejo turístico Gaviota y la Dirección provincial de patrimonio cultural de Sancti Spiritus.

Trinidad participa hoy de los cambios que pueden ser implementados con inteligencia y racionalidad en los terrenos de la cultura. Así lo demostró este evento singular, donde una de las magistrales conferencias versó sobre la economía cubana actual: se trata, a mi entender, de un prototipo a tomar en cuenta por otras localidades del país sin caer en copia burda, extrapolación grosera o caricaturizada versión. Debatimos acerca de gestiones nuevas, iniciativas municipales con el apoyo de los poderes populares y culturales dispuestos a encauzar auténticos proyectos artísticos que nada tienen que ver con las anquilosadas y desgastadas acciones que aún se llevan a cabo en centros turísticos nuestros, en hoteles, cabarets, restaurantes, hostales, villas y ciudades históricas. El desafío que enfrenta Trinidad es mayor pues se trata de preservar esa atmósfera arquitectónica y urbana de 500 años en medio de una cultura “moderna” que intenta devaluar lo aprehendido y consolidado en pos de orquestar simplificaciones delirantes para el consumo de todos. Es tiempo de cambios para Trinidad, cierto, pero aprovechemos bien ese tiempo para pensar, meditar y razonar los cambios.

 

 


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