Un agradable recuerdo


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Hace unos días, en el museo Casa de Asia, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, la compañera Mercedes Crespo Villate, conocida investigadora de la cultura asiática y escritora para niños y jóvenes, y el que suscribe, hacíamos la presentación del libro Cien preguntas sobre la India, publicado por la Editorial Gente Nueva en ocasión de la reciente Feria del Libro que tuvo como país invitado, precisamente, a la India.

El libro fue escrito por Mercedes y con mi coautoría. En el diálogo que se estableció con los asistentes una vez terminada la presentación, el escritor Gabriel Calaforra, autor de libros sobre Asia que marcaron época en el momento de su aparición, nos instaba a dejar testimonio escrito de nuestras experiencias en los años de trabajo en el Servicio Exterior de Cuba.

Después de escucharlo, recordé un refrán africano que me enseñó mi amigo el Embajador Heriberto Feraudy. El proverbio dice: “Cuando muere un anciano, con él se pierde una biblioteca”.

Y pensando en Calaforra y en Feraudy me atrevo a redactar estas notas, próximos al aniversario ciento veinte de la muerte en combate de José Martí en Dos Ríos, sobre cómo fue la celebración del sesquicentenario del natalicio de Martí en la sede de la UNESCO en París, en el año 2003.

Yo debía asumir el cargo de Delegado Permanente, que es como se llama a los Embajadores ante la Unesco, como a los Embajadores ante la sede de las Naciones Unidas en Nueva York se les denomina Representantes Permanentes.

Debía llegar a París antes del primero de enero de 2002, pues ese mes le correspondía a Cuba la presidencia semestral rotativa del GRULAC (Grupo de países de América Latina y el Caribe). Antes de salir de Cuba traté de prepararme lo mejor posible en la Comisión Nacional Cubana de la Unesco que entonces presidía el Embajador Raúl Roa Kourí quien, entre sus múltiples servicios en el exterior, se incluía el de Cuba ante la Unesco.

El otro camarada de trabajo sería el poeta, escritor y etnólogo Miguel Barnet, quien había sido nombrado por nuestro gobierno, por segunda vez, representante de Cuba en el Consejo Ejecutivo; un cuerpo dirigente de medio centenar de países, que se reúne dos veces al año para aprobar las líneas y programas de trabajo de la organización que la Secretaría —encabezada por el Director General—, debe ejecutar. El Consejo Ejecutivo es electo por la Conferencia General de los Estados miembros que se reúne bienalmente.

Por supuesto que, dada la amplitud de temas que atiende la Unesco, teníamos relaciones muy activas con ambos ministerios de educación, con el de cultura, el de ciencia y técnica, el INDER, y muchos otros.

También había que buscar la necesaria coordinación con la Oficina Regional de Cultura para América Latina y el Caribe, con sede en La Habana, que fue la primera oficina de la Unesco en el mundo que se estableció fuera de su sede central, en París. Esta oficina estaba bajo fuerte presión de ciertos sectores que querían cerrarla aduciendo las limitaciones presupuestarias —reales— que sufría la organización. Una tarea importante que se nos asignaba era la de evitar que se cerrara esa oficina.

Un lineamiento esencial para mi mandato que se estrenaba era la conmemoración del sesquicentenario del natalicio de José Martí. Como comprenderán, las reuniones y coordinaciones con el compañero Armando Hart fueron intensas.

Existía en la Unesco, aprobado y vigente, el Premio Internacional José Martí, con bases claras y públicas, que debía ser otorgado por un jurado internacional designado por el Director General, aunque el gobierno de Cuba aportaba la suma en metálico que ascendía a cinco mil dólares americanos. Resultaba que este premio había sido descuidado, tanto por la Secretaría de la Unesco, como por la parte cubana.

La primera tarea era restaurarlo y lanzar su convocatoria. Ahí contamos con la simpatía y ayuda del Vicedirector General de la Unesco, el brasileño Marcio Barbosa, quien siempre mantuvo una actitud de atención y apoyo. Él propuso duplicar el monto del premio para ese año. El segundo paso era recomponer el jurado internacional. Así elaboramos, con el compañero Hart, una lista de personalidades inobjetables que entregamos al Director General. Aprobó a todos, salvo a un coterráneo suyo que había sostenido con Cintio Vitier una copiosa e ilustrativa correspondencia sobre Martí que se publicó en la prensa japonesa.

Ese año, entre todos los propuestos, el jurado escogió al ilustre sociólogo mexicano Pablo González Casanova, a quien yo había conocido en México en febrero de 1972 cuando él era Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y yo me desempeñaba como Vicedecano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana. González Casanova no pudo viajar a París a recoger su premio y en su lugar lo recibió el Embajador de su país ante la Unesco. 

González Casanova donó el premio en metálico a Cuba para ser invertido en obras educacionales. Todo eso está explicado en carta que envió al Director General y fue publicada en Cuba en el diario Granma.

La otra tarea era la celebración en la sede de París, el propio 28 de enero, de un acto conmemorativo central. En ese semestre de 2003 la presidencia rotativa del GRULAC correspondía a Ecuador, cuyo Embajador, Miguel Albornoz, había sido el primer Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. El GRULAC acordó realizar un acto que presidiría el Embajador ecuatoriano y se invitaría a las delegaciones de los demás países miembros de la Unesco.

Se acordó invitar al Director General, señor K. Matsura, para que pronunciara el discurso inaugural y al Embajador de Cuba para que pronunciara el discurso central. Solo dos oradores. El discurso del Director General fue muy adecuado. El mío lo titulé “El imprescindible José Martí” y fue publicado posteriormente por el periódico digital Cubarte.

Un tercer elemento era la publicación de un libro extraordinario por la Editorial Archivos, que solo publicaba obras clásicas revisadas y anotadas de los autores más notables, con una impresión de lujo, en papel Biblia y encuadernación de óptima calidad. El libro en cuestión era nada menos que todas las crónicas escritas por Martí en Estados Unidos entre 1881 y 1892, con revisión y notas de Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez. Se había hecho un trabajo enorme, pero la editorial pasaba por un pésimo momento financiero.

Ocurría que junto al director de la editorial, un italiano de nombre Amos Segala, trabajaba Patricia, la segunda hija de Raúl Roa Kourí. Patricia es persona que suma a su inteligencia, cultura y capacidad de trabajo, una simpatía de carácter capaz de derribar murallas. Ella nos presentó al editor, quien fue muy receptivo, afectuoso y dispuesto a cumplir con su aporte al sesquicentenario. Patricia tomó la tarea como “obra de choque”, según la vieja jerga soviética.

No daba el tiempo para concluirlo el 28 de enero, pero sí estuvo listo para la noche de la entrega del Premio Internacional José Martí, y el compañero Armando Hart, invitado esa noche a la presidencia del acto, recibió de manos del señor Segala y como parte del solemne acto, un ejemplar del libro de más de dos mil doscientas páginas titulado José Martí en los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892.

Quedaba aún una cuarta tarea: la creación, con el apoyo de la Unesco, del Programa Mundial de Solidaridad José Martí para la difusión del pensamiento, la vida y la obra de nuestro Apóstol.

La oficina regional de la Unesco de La Habana había preparado una propuesta burocrática con fuertes repercusiones financieras que, de entrada, se habría enviado a estudio de factibilidad y se quedaría extraviada en el camino de los proyectos inviables. En la reunión matutina que sosteníamos a las 8 de la mañana los miembros de nuestra delegación a la reunión del Consejo Ejecutivo, analizamos la situación con los compañeros Barnet, Roa y los demás, y se acordó preparar un nuevo proyecto que, enriquecido y consensuado entre los miembros de la delegación, fue presentado al Consejo y aprobado por unanimidad de inmediato. Al margen, ya teníamos asegurados por la Dirección General Adjunta de Ciencias Sociales del organismo, los fondos  posibles para convocar, a nombre del Programa, los encuentros internacionales “Por el equilibrio del mundo”, que comenzaron a celebrarse a través de esta plataforma de la Unesco.

Espero con esta nota cumplir con el pedido del amigo Calaforra y proporcionarle al lector alguna información que puede desaparecer junto con los participantes y que pretende, una vez más, rendir homenaje al hombre cuyo busto se empina en el punto más elevado de la geografía de nuestra patria, al imprescindible José Martí.


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