Como el cubano más útil de su tiempo califiqué a Eusebio Leal en un texto donde le rendía homenaje el día de su muerte el 31 de julio de 2020. Sigo suscribiendo ese juicio. La cultura cubana perdió a una de sus grandes figuras del presente, las ciencias sociales a un historiador original y yo perdí a un amigo, al que mucho respetaba y quería (dicho en pasado pierde un tanto su real connotación, que respeto y quiero, sería mejor decir). Hace un año de esto y uno no deja de pensar en las enormes dimensiones de esa pérdida. Su visión de la cultura y de la Nación era sagaz, moderna y llena de mucha erudición de la historia patria, lo que, siempre, constituyó un soporte fundamental para cualquier análisis del presente. En lo esencial, su ausencia se siente en todos los órdenes, porque fue una cabeza de mucha hondura en el análisis de cualquier situación o tema del país.
Recuerdo ahora, como un aspecto específico del pensamiento de Eusebio, la relación de apego y respeto que sintió por la figura de Carlos Manuel de Céspedes. Pocos temas le eran más caros, por lo que me detendré en su evocación. En diversas ocasiones, a lo largo de más de treinta años, tuve el privilegio de conversar con Eusebio sobre el gran bayamés. Fueron numerosas las charlas en las que centramos nuestra atención acerca de un tópico que nos unía sobremanera. Comprobé que, a Eusebio, le motivaba mucho la condición o naturaleza de cubano cubanísimo de Céspedes, no solo por su singular y sólida personalidad, sino por la condición única de ser el primer mambí, el primero que rompió las cadenas de la dominación española, el primero en muchas cosas para un pueblo sojuzgado por una férrea condición colonial.
Leal tenía elaborado un retrato muy nítido del terrateniente e intelectual que fue Céspedes, del dandy joven, ajedrecista, bailador, actor de teatro, poeta, esgrimista, jinete (a lo tártaro, como decía Céspedes de su formación ecuestre), amante y seductor de las damas, es decir, una imagen muy completa del hombre, una imagen muy bien construida sobre la base de sus intensas lecturas y profundas investigaciones acerca de la figura del Iniciador. Parecía, a veces, cuando se refería al hombre del 10 de octubre, como si Leal hablara de un ser muy próximo o conocido directamente, digamos de un amigo o contemporáneo, así era su percepción sobre el Iniciador. No menos le interesaban a Leal las características íntimas de la personalidad, el carácter, las tribulaciones que sufrió Céspedes a partir de su incorporación a la batalla independentista, los familiares que perdió en la contienda (numerosos, entre ellos dos hijos) y el dolor inmenso de ver crecer las luchas fraticidas entre los patriotas, la división, el regionalismo y las muestras de anexionismo y derrotismo de algunos de los patriotas más prominentes incorporados a la revolución. Para Leal estaba muy claro, históricamente hablando, que Céspedes y los demás dirigentes de la revolución de 1868, cuando entraron bajo los focos de la historia, solo estaban respondiendo a sus voluntades personales, al compromiso con sus conciencias. Sin embargo, donde más interés alcanzaban nuestras charlas era cuando Leal abordaba el pensamiento cespedista, brotaba entonces, con mayor intensidad, una imagen muy estructurada en su mente sobre el Céspedes masón y revolucionario, sobre sus dotes de liderazgo y los sacrificios de todo tipo que sus convicciones le llevaron a hacer. Sobre este aspecto, que, además, era el que había yo priorizado en mis indagaciones, giraron muchas de nuestras charlas cespedianas.
Leal era deudor de las opiniones sobre Céspedes de Cintio Vitier, Jorge Ibarra Cuesta y Hortensia Pichardo, sobre todo de esta última, quien, junto a su fallecido esposo Fernando Portuondo del Prado, había indagado en la vida y obra del bayamés más que ningún otro estudioso en el gremio de los historiadores. Eusebio sabía reconocer el origen de las fuentes de sus juicios y había meditado mucho sobre Céspedes y sus circunstancias, sobre las colosales complejidades históricas de la revolución social y antiesclavista que echó a andar el 10 de octubre de 1868 en su finca La Demajagua. Le gustaba compartir esas reflexiones y, de ser posible, realizar una labor de magisterio con sus conocimientos. En mi caso, que a mediados de los ochenta del pasado siglo estaba apenas comenzando los estudios sobre esa figura cardinal de nuestra historia, el vínculo personal con Eusebio (también con la Pichardo, Moreno Fraginals, Le Riverend e Ibarra Cuesta) constituyó una ayuda inapreciable, no solo en datos e información, sino en la conformación de mi propia mirada sobre el hombre y su contexto.
En algunas de aquellas conversaciones participó nuestro amigo común Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, tataranieto del patriota, quien aportaba información de índole familiar y salpicaba los encuentros con su fino humor. Aquellas charlas con Eusebio por más de tres décadas fueron fundamentales en mi crecimiento como historiador. El 27 de febrero de 1999, viajamos juntos a San Lorenzo, a la inauguración del conjunto monumentario que se había erigido en ese montañoso sitio, por el 125 aniversario de su caída en combate. Allí ofreció otro de sus magistrales discursos (publicado posteriormente como “Veneración en San Lorenzo”, en Poesía y Palabra, volumen II, Ediciones Boloña, La Habana, 2001). Ese día hicimos un elogio cespediano compartido Pues fuera de guion él me invitó a hablar). Fue un viaje en el que el tema de la figura histórica de Céspedes dominó las charlas.
Lo que hizo Eusebio año tras año, al pie de la estatua del prócer en la Plaza de Armas, no tiene paralelo, pues constituyó un homenaje de pueblo, académicos, trabajadores de la Oficina del Historiador y dirigentes estatales al insigne patriota. Cada 10 de octubre amanecía (hoy igual) la estatua de Céspedes rodeada de ramos de flores obsequiados por los dirigentes del país y se cantaba públicamente el Himno Nacional. Cada 10 de octubre Leal disertaba sobre Carlos Manuel. De esta manera, él hizo mucho por mantener vivo el recuerdo de Carlos Manuel de Céspedes entre los cubanos. Para mí, la evocación de estos intensos momentos me sumerge en recuerdos muy entrañables sobre el buen amigo, amante de una figura histórica que, ambos, sabíamos, tiene mucho que hacer todavía en los escenarios futuros de nuestra República, de nuestra historia. El primer aniversario de su dolorosa partida es motivo de esta evocación.
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