Vicentina Antuña Tabío, más allá de las palabras


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Los que ya peinamos ciertas canas recordamos aún su preciso andar y su voz por los pasillos y aulas de la Facultad de Filología (hoy Artes y Letras) de la Universidad de La Habana. También otros, los más jóvenes, reciben su legado a través de textos, diseños curriculares y metodológicos de indiscutible valor –sobre latín, español, lectura, lectura literaria, escritura, redacción y composición, literatura general e infantil, enseñanza de la lengua materna– y de la huella en los maestros y profesionales que formó. Merecedora de la Orden José Martí y tantas otras condecoraciones a lo largo de su vida, Profesora Emérita de la Universidad de La Habana, la Dra. Vicentina Antuña Tabío (22 de enero de 1909-8 de enero de 1993) es una de las más insignes pedagogas, ensayistas, políticas y filósofas que ha tenido Cuba.

Podría hablarse entonces, por ejemplo, de su actitud siempre revolucionaria y combativa, desde la fundación del Primer Partido Comunista de Cuba, la lucha contra las dictaduras de Machado y Batista, su alianza con la República Española atacada por el fascismo, el Ala Izquierda Estudiantil, el Movimiento 26 de Julio; hasta su desempeño como fundadora y secretaria del Movimiento por la Paz, la membresía en el Comité Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, el cargo de Presidenta de la Comisión Nacional Cubana de la Unesco…

Sin embargo, prefiero dedicar estas líneas a una ocupación tal vez poco divulgada.

A mediados del siglo XX, las funciones referentes a la cultura eran lideradas en su mayoría por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, instituciones privadas y asociaciones voluntarias. El 4 de enero de 1961, con el propósito de establecer una organización en la que tuviesen cabida las manifestaciones y expresiones culturales de todo un pueblo en Revolución, se crea la primera institución gubernamental independiente, encargada de la política de desarrollo cultural del país: el Consejo Nacional de Cultura.

Allí, junto a Armando Hart Dávalos, estuvo Vicentina Antuña. 

Había sido la primera directora de Cultura del Ministerio de Educación, y lo fue también del Consejo Nacional de Cultura. Ambos participaron en la creación de la Imprenta Nacional, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), Casa de las Américas, Escuela Nacional de Arte (ENA), y otras instituciones antecedentes a la que, desde 1976, es encargada de dirigir, orientar, controlar y ejecutar la implementación de nuestra política cultural: el Ministerio de Cultura. Y aun con esa responsabilidad en sus manos, la Dra. Antuña no dejó ni por un momento sus compromisos docentes a cargo de la recién fundada Escuela de Letras y la participación en universidades fuera del país, ni la colaboración con otros organismos en función de la ciencia, la cultura, la investigación; lo cual compartía con muchos de sus alumnos, pues en cuanto al magisterio seguía la máxima de José de la Luz y Caballero: “Enseñar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida”. 

Pero todo eso sería una imagen parcial de esta incansable mujer –una de las primeras en alcanzar la condición de Heroína del Trabajo de la República de Cuba– si no se tuviera en cuenta, sobre todas las cosas, la modestia, vocación de servicio, decoro, talento implícito, ética incorruptible y sabia justeza con que acogió cada responsabilidad, cada tarea. Esa es la verdadera enseñanza de nuestra querida Dra. Antuña, más allá de las palabras.


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