Vistazo al ayer de una ciudad cumpleañera: Los alcaldes dijeron: “!Pa’ su escopeta!”


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El habla del pueblo cubano está llena de fórmulas para rechazar, verdaderos conjuros en los cuales a una persona, a un proyecto o a una proposición los apartamos de nosotros haciendo ademanes de exorcistas.

“¿Te gustaría vivir con tu suegra?”. Y el interpelado probablemente responderá “¡pa´llá pa´llá!”, o “¡pa´ su escopeta!”, o“¡los fósforos!”.

“Me hace falta que hagas ese trabajo con Mengano”. Y si el Mengano es un tipejo detestable, de inmediato se escuchará, como respuesta, un “¡solavaya!”, o un “¡no me parquees esa tiñosa!”.

A tan larga distancia en el tiempo uno no puede asegurar a pie juntillas cuáles de estas frases existían ya en el remoto Año del Señor de 1578. Pero no fue otra la actitud de los vecinos habaneros Alonso Velázquez de Cuéllar y Gerónimo de Rojas, cuando el gobernador los conminó a tomar posesión de sus cargos de alcaldes ordinarios, cumpliendo lo decidido en las elecciones de ese año.

Y el asunto, comadres y compadres míos, fue que el Velázquez y el Rojas, como quien recita un exorcismo, como si les hubiesen mencionado a El Diablo, le dijeron con todas sus letras al señor gobernador Carreño que “solavaya”, “los fósfores”, “pa´llá pa´llá”, y que a ellos ni su mismísima majestad, Felipe II, a quien Dios mucho guarde, podía “parquearles esa tiñosa”.

RAZONES, SOBRADAS, PARA NEGARSE

¿Por qué, en el lejano año 1578, Alonso Velázquez y Gerónimo de Rojas se niegan redondamente a ocupar sus cargos de alcaldes? ¿Acaso no han recibido la distinción de sus convecinos de San Cristóbal de La Habana? ¿Por qué no quieren asumir tan relevantes dignidades?

Meditemos por un instante: existe la categoría científica causa-efecto. O, lo que es lo mismo, en esta viña del Señor todo tiene su razón de ser.

¿Cuáles eran las características de la villa que Velázquez y Rojas se niegan a gobernar?

Si echamos un vistazo a La Habana de 1578, terminaremos comprendiendo la negativa de los electos alcaldes.

La Habana de entonces era, por decir lo menos y quedarse corto, una villita que le zumbaba el proverbial merequetén.

El gobernador Francisco de Carreño dejó por escrito una descripción de las buenas perlas que vagaban por la Plaza de Armas o por la Calle de los Oficios:

… todos los mas delinquentes que bienen desterrados del Piru e de la nueva españa e mercaderes quebrados e mujeres huidas de sus maridos que se bienen en las flotas e frayles en abitos de legos e gentes bagomundas e fasinerosas e marineros que se huyen de las armadas e flotas e andan por los hatos e labranças de vezinos ni temen a Dios ni a la justizia Real...

Y el atribulado Carreño sigue quejándose de que en las flotas han ingresado en La Habana unos ochenta frailes, que los religiosos son tantos que no caben en el convento y que, según declara textualmente, “andan jugando dineros o faciendo otras cosas no dignas de sus hábitos”.

Por su parte, el obispo, como siente que su esfera de acción es invadida, da rienda suelta a su intolerancia y excomulga al gobernador, a los integrantes del cabildo y hasta a la mismísima madre de los tomates.

En materia de urbanización, aquella remota Habana de 1578 tiene también como norma el más inverecundo relajo. El cabildo deja constancia de que algunos vecinos, cuando les da su realísima gana, tiran cercas a través de las calles, las cuales, según reza el acta, “quedan tuertas”.

Si alguien es condenado a prisión se muere de la risa, pues la cárcel es tan endeble que con solo arrimarle el hombro a alguna de las paredes de yagua el preso se ve fuera del bohío-prisión.

Y, en tales circunstancias, los buenos vecinos de La Habana deciden elegir como alcaldes a Alonso Velázquez y a Gerónimo Rojas, quienes, muy justificadamente, dijeron que nones, o “pa´ su escopeta”.

Sépase que, como prueba un acta del Cabildo, hubo que ponerlos en el cepo para que aceptaran sus cargos.

DESENLACE TÉTRICO

El gobernador Francisco de Carreño (sí, el mismo que obligó a los alcaldes a aceptar sus cargos) vino aquí con afanes moralizadores.

Por lo cual los corrompidos habaneros de entonces lo “ayudaron a morir”, como entonces se decía. Sí, aquellos Borgias le introdujeron media libra de arsénico en el pastel que comió.

Carreño había sido esforzado militar. Y el costumbrista gallego cubano Álvaro de la Iglesia lo definió como un valiente que no pudo digerir un dulce.

Tales cosas ocurrían en esta ciudad, próxima a ser mediomilenaria.


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