Vivir en medio de la pandemia de covid-19 y cómo sobrevivirla… en Cuba


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Foto: Tomada del periódico Trabajadores

Nunca pensé llegar a una edad “avanzada”, menos aún sufrir a esta altura las amenazas e inquietudes causadas por un nuevo virus, o ¡novísimo!, al extremo de que nadie en este mundo lo conocía tan solo un año atrás. Es más, un año después, seguimos sin conocerlo del todo: no se encuentra el tratamiento maravilloso que lo cure; ni la vacuna que lo previene de forma universal, y nos inmuniza por un tiempo definido más o menos decente. Mientras que, sí aparecen variantes o mutantes, imprevistos e impredecibles, del mentado virus. 

El problema científico es muy serio, el desafío a la capacidad humana de reaccionar positivamente, con inteligencia, también es muy grande. ¿Qué nos sostiene, si bien en vilo, con esperanza y fe? Les contaré mis reflexiones en respuesta tal interrogante, escritas en el tono más alto y perturbador posible.

Ante todo, está la realidad indiscutible de que tenemos que continuar viviendo el día a día, hasta que ocurra algo que nos impida hacerlo, como sería, por ejemplo, contagiarnos con la covid-19. Sin embargo, se ha verificado que las conocidas medidas sanitarias, elementales, sencillas, evitan contraer la enfermedad y nos resguardan con certeza; de modo que, lo verdaderamente inteligente, resulta observarlas y cumplirlas al pié de la letra.

Aunque, también es cierto, no voy a negarlo, que el nasobuco molesta al respirar, da calor, nos obligar a hablar más alto y a poner más atención a la escucha de otros. Que el distanciamiento entre personas reduce la satisfacción, o el placer, del encuentro con familiares, amistades o amantes… Que estar en casa, puede ser muy aburrido si no sabemos hacernos un buen programa para cada día, que nos dé la tranquilidad de que no hemos perdido el tiempo finito de vida que poseemos.

Igualmente, cierto es que, además de romper costumbres y hábitos sociales, generalmente muy arraigados -constituyen parte de nuestra idiosincrasia en algunos casos-, las medidas sanitarias no nos dejan otra alternativa que replantearnos cómo hacer para existir sin perder nuestra identidad ¿provisionalmente, o, quizás, determinando cambios drásticos de vida que se extenderán en un futuro incierto?

Por otra parte, otros cambios en la vida social se plantean, nos someten desde lo externo, como el acatamiento a una nueva y severa disciplina. Esta última viene acompañada de acciones jurídicas definidas en leyes, decretos leyes, etc.; nuevas codificaciones de la conducta que son de obligatoria observancia por ciudadanos y ciudadanas.  La inevitable coerción ante el peligro, la necesidad de amparar la seguridad pública a toda costa, para lograr el empeño esencial ¡salvar vidas humanas!

Ahora, me tocaría tratar una filosa arista del problema, no menos real, angustiosa e importante: el abastecimiento de alimentos y productos de aseo, de servicios públicos indispensables (agua, electricidad, gas, teléfono) para sostener nuestra cotidianidad al mínimo de la sobrevivencia material.

En el caso de Cuba, la fragilidad de la economía que respalda a la sociedad implica zozobras, riesgos, amén del reconocimiento forzoso de prioridades vitales: hacer la cola o la fila se aquilata de inmediato en nuestra imaginación, causándonos escalofríos, porque, sobre todo, no vivimos de ella, no somos “coleros” o “coleras”; porque la cola nos causa pérdidas irrecuperables de tiempo; fatigas, físicas y/o mentales; fastidio de las conversaciones ajenas; encuentros no deseados; violencias inaceptables, y otras tantas incomodidades. A pesar de todas ellas, la cola es imprescindible, dado el imperativo de consumir  los productos de marras, ofertados a través del mercado, para poder subsistir.

(El comercio electrónico es un proyecto de futuro; actualmente, su disfrute está constreñido a una minoría de la población, unos cientos. Lo considero como una innovación de alcance limitado.)

¿Qué diré del transporte público, al que sí debemos recurrir la mayor parte de la ciudadanía? Si está reducido en número, o, si se decide suspenderlo completamente, por un tiempo prudentemente calculado, nos afecta hasta la médula psicológica: nos sentimos encerrados con doble candado. Entonces, tendremos que recurrir al paisaje interior, al del balcón o la azotea, a la caminata deportiva, o,  a la obligatoria, para trasladarnos hacia algún lugar por necesidad.

En fin, con pocos argumentos, aún muy pocos, según mi cuenta, llego a la conclusión, en la práctica real casi única, de la necesidad social de apresurarnos para liquidar la pandemia en Cuba. No hay mejor remedio, ni camino más recto y convincente, que alinearnos contra la pandemia: guardar a conciencia las medidas sanitarias recordadas a diario por el doctor Francisco Durán, nuestro admirado coterráneo epidemiólogo.

Cooperar con el ejército de batas blancas y ¡cuidarnos!, dando a nuestra propia salud y a la de la familia y vecindario, el valor demandado justamente.


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