“Voy por cigarros” en los cincuenta y seis años de la Compañía Rita Montaner


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Fotos: Jorge Ricardo. Cortesía de Isabel Cristina López Hamze.

Al término de cada función el público aplaude de pie agradecido, gozoso por la hermosa entrega. Este reciente estreno de la Compañía Rita Montaner, que viene de la mano del dramaturgo y director Gerardo Fulleda León, Premio Nacional de Teatro 2014, cuenta con los legítimos recursos para tal resultado.

El título da cuenta de la sensibilidad del dramaturgo para percibir las sutilezas. En ocasiones, en una conversación que se abre a un tema delicado, ante una decisión compleja, la presencia de un asunto que nos resulta incómodo y que demanda respuesta, alguno sale del paso con frase semejante.

Voy por cigarros nos permite asomarnos a un momento crucial en la vida de un matrimonio de edad madura. Ella se desempeña en el ámbito del arte, específicamente en el de la canción popular, en tanto él ha encontrado un camino en la mecánica automotriz, aunque también le dedica tiempo al tango en una peña. El discurso dramático desgrana recuerdos de ambos en las etapas anteriores de la relación, cita y revisita los íconos y prácticas de la cultura santiaguera, las calles más relevantes de su geografía y reflexiona sobre la cotidianidad y los temas profesionales apuntando a la partida de los jóvenes que dejan atrás su tierra, el serio desafío que significan los bajos salarios y la ausencia de expectativas, incluso en esta etapa de sus vidas. El machismo, dosificado pero presente, intenta cobrar sus víctimas, y también podría leerse la confrontación entre el talento unido a la entereza frente a la mediocridad, o la contraposición entre la imbatible capacidad de soñar y… no doy más señales para no delatar los giros esenciales de una trama muy bien urdida que el futuro espectador disfrutará tal y como lo hemos hecho quienes ya nos relacionamos con la obra.

Al estilo de La más fuerte, pieza teatral antológica de Auguste Strindberg, uno de los dos personajes se desempeña dramáticamente sin recurrir al diálogo hablado (¿se tratará, justamente, del individuo más fuerte?), pues Magnolia Barrera, tras sus exitosas presentaciones nocturnas en el Cabaret de San Pedro del Mar es víctima, con frecuencia, de una disfonía que le impide emitir sonido alguno por varias horas lo cual introduce, además de un reto para la actriz a cargo, un elemento que actúa sobre la tensión dramática de la pieza, a la vez que realza la vulnerabilidad de este sujeto. Con tal pie forzado, Nora Hamze, en el rol de Magnolia Barrera, consigue una actuación excepcional, plena de acción interna frente al imponente desarrollo de su contraparte escénica, el Tato Armada que debemos a Julio Marín, quien realiza un derroche de versatilidad en este particular ejercicio actoral en el cual nos va develando, sin prisa, todas las aristas de tan espléndido personaje mediante una paleta que exhibe una impresionante variedad de tonos.

Lección de interpretación para estudiantes de actuación y actores de breve experiencia. Disfrute profesional para actores experimentados.

Voy por cigarros. Gerardo Fulleda León

Nora y Julio: los intérpretes precisos para tal tejido dramático; una vez más se pone de manifiesto que son los actores quienes, en primer lugar, brindan el concurso necesario para que un texto de valor pueda destacar sobre cualquier escenario. Y da gusto ver en escena a artistas de esas generaciones haciendo su labor con semejante calidad, algo que ha dejado de ser usual en las tablas cubanas de hoy. Trayectorias intensas los respaldan. Nora celebra en este año medio siglo de vida artística desde aquella puesta de El algodón ciega a los pájaros, de Miguel Lucero. En estos cincuenta años se ha desempeñado como actriz, directora y profesora en una labor sostenida que ha sido reconocida en varias ediciones del Premio Caricato. Antes, en un pasado relativamente cercano hemos disfrutado su quehacer —discreto e inspirado—, en la vieja Nana de Tío Vania, con Argos Teatro, una delicada interpretación digna de realce. Por su parte, Julio, quien procede del movimiento de aficionados que tantos valores ha aportado a las tablas profesionales, ha recorrido el Teatro Popular, de Tito Junco; el Teatro Extramuros, de Pepe Santos; el Teatro Caribeño, de Eugenio Hernández; el Conjunto Artístico de las FAR; el Teatro Cimarrón, mientras en el cine ha integrado el reparto de Quiéreme y verás, y en la TV lo ha hecho en la novela Latidos compartidos y en varias ediciones del policíaco Tras la huella.

La puesta en escena que la Compañía Rita Montaner nos presenta esta vez en una segunda entrega —el estreno absoluto ocurrió en el 2009 con otro elenco— exhibe, también, una buena banda sonora, de cuyo diseño es responsable Jess Cecilio; se trata de una sonoridad bien armada que colabora en el espesor del discurso espectacular, sin embargo, tiene el espectáculo un asunto pendiente: la realización escenográfica. El diseño original del Maestro Eduardo Arrocha, ejecutado primorosamente, fue pasto del incendio que lastimó en fecha no lejana el almacén de vestuario, atrezo y escenografía de la compañía y no ha podido ser recuperado hasta la fecha; lamentablemente, otra muestra del estado que presentan los procesos de producción, en el ámbito teatral y danzario común a la mayor parte de los grupos y compañías, donde a las situaciones subjetivas de personal inadecuado y deficiente organización en los almacenes centrales que guardan los insumos se añade el grado de obsolescencia que exhibe la tecnología de los teatros (una tecnología incompleta, además de obsoleta ); los escenarios y estructuras de tramoya necesitados de una labor capital.

El asunto merece atención y espacio porque ya al día de hoy no solo se trata de la enorme dificultad que significa para los creadores el planteo —tan solo el planteo— de la factura que desean para su labor, sino del grado de afectación que implica de cara a la calidad del producto que el sistema de las artes escénicas entrega a la población. Por supuesto, comisiones de selección para festivales y encuentros echarán en el mismo saco la excelencia del concepto de puesta en escena y de la labor actoral con el hándicap que supone este estado de cosas al nivel de la infraestructura del sistema escénico en general. ¿Es justo hacerlo? Perdonen, tal vez sea el momento de ir por cigarros.


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