“Yeny y Omarito” y el humor inteligente del Aquelarre


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Foto: Cortesía de Mauricio Guerra Martí.

La actriz Alina Molina es la protagonista de un espectáculo unipersonal a partir del texto narrativo homónimo de Eduardo del Llano, con la dirección artística de Osvaldo Doimeadiós y el diseño de escenografía y luces de Mauricio Guerra Martí. La propuesta escénica tuvo una breve temporada en la Sala Adolfo Llauradó, del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, antes de la presente edición del Festival Aquelarre y, luego, tomó parte en el referido evento con dos presentaciones más.

Alina cuenta con una intensa experiencia escénica en las tablas (Compañía Teatral Hubert de Blanck, Centro Promotor del Humor, Vital Teatro, Espacio Teatral Aldaba) a la vez que también atesora un quehacer en los medios audiovisuales pero es este su bautizo ¿de fuego?, vamos a probar a decir “de luces”, en cuanto al trabajo solitario del intérprete en la escena.

Yeny y Omarito se presenta con una introducción que desarrolla la propia Alina cuando crea y asume el personaje de Ani, una mujer que dice presidir el club de fans del escritor y realizador audiovisual Eduardo del Llano, con lo cual el espectáculo que se desenvuelve sobre la escena comienza con una acción autorreferencial que toma por objeto del humor al propio humorista. Será Ani quien abra las puertas al plato fuerte del programa: la historia de la cubanita Yeny en otras tierras del mundo.

El cuento de Del Llano trata una arista de la emigración cubana y lo hace con un humor inteligente. Resulta que esta joven cubana en su afán de “ponerse a la moda” e irse a vivir en otras tierras se pasó de kilometraje y ha llegado muy cerca de las regiones polares. Se ha casado, sin conciencia de ello dada su limitada cultura, con un esquimal y ahora ha de compartir no solo sus costumbres —muchas dictadas por la necesidad de sobrevivir en el helado entorno, como la de usar grasa de foca sobre la piel—, sino que, también, ha de enfrentarse a una enorme soledad.

De todo esto nos vamos enterando por una llamada telefónica que hace Yeny a su mejor  amiga en Cuba, una conversación que recibimos como un monólogo teatral y en la que se pone de manifiesto la cara oscura de la Luna: la entrañable nostalgia que siente la muchacha por su tierra y el absoluto desamparo en el que su decisión la ha colocado, de manera que esta vez el humor tiene un sabor amargo.

El diseño escenográfico de Guerra Martí: una curiosa y variopinta armazón de escobas, recogedores y útiles de limpieza, todo de plástico, refiere, en primer lugar, a Ani, el personaje que funciona como interlocutor inicial del público y quien luego da paso a Yeny, pero a la vez  puede funcionar con esta última toda vez que este es, también, su entorno limitado. En su llamada telefónica Yeny usa, cual teléfono, un aditamento rectangular, que porta en una de sus manos, del cual sale una cinta que la actriz cuida de cruzar entre los diversos objetos que componen la escenografía, acción que produce una determinada tensión en el espectador.

El segmento protagonizado por Ani aun está en proceso, pero la historia de Yeny me parece excelentemente interpretada por la actriz, quien transita con aparente facilidad de un estado emocional al otro y exhibe una partitura plena de matices e intenciones que nos coloca enfrente de un ser en un grado extremo de vulnerabilidad. Lograr esta desnudez en un escenario, sobre todo recursos del humor mediante, es labor bien delicada.

Si el Festival Aquelarre se anotaba un tanto con este espectáculo, lo perdía al minuto siguiente, cuando al escenario de la Sala Llauradó subió, micrófono de pie por delante, el humorista Michel Pentón. ¿Quién definió el programa de estos dos días? ¿Quién pensó que a la puesta en escena de Yeny y Omarito podía sucederle la presentación de uno de nuestros humoristas —puede ser el mejor— haciendo su rutina? La unión de estos elementos en el mismo espacio y en una misma jornada los lastimó a ambos.

Hasta donde conozco, los presupuestos del Centro Promotor del Humor tenían en cuenta, justamente, que algo así no sucediera. De hecho, uno de los objetivos de la institución es desarrollar un humor de categoría teatral, algo que ha podido cumplir con la mesura necesaria desde su fundación a partir de concepciones muy claras sobre las diferentes líneas de desarrollo del humor escénico.

El Consejo Nacional de las Artes Escénicas abarca un abanico de expresiones artísticas tan amplio y diverso que siempre se me antoja ingobernable; cuando ello colabora en el diálogo creativo entre una expresión y otra el resultado es excelente pero, si en la aritmética el orden de los factores no altera el producto, en la programación artística se ha de ser harto cuidadoso. Un programa mal elaborado confunde al público, a veces lo aleja —para no decir que lo espanta—  y echa por tierra el mejor de los esfuerzos.

Por cierto, no existió en este Aquelarre programa de manos, por lo tanto el público careció de una información imprescindible que incluye las notas al programa y los créditos del equipo creador y responsable del espectáculo. Como Yeny y Omarito ha de tener vida propia y realizará nuevas temporadas sobre las tablas les sugiero a mis colegas que completen su espectáculo con esa información, que sirve de guía al espectador y deja memoria de ese encuentro con la escena que es, en realidad, efímero e irrepetible.

 


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