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Zafras de Historia


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Zafras de Historia

¿Y a quién le hablaremos de molienda,

con las manos lejos del corte,

de la caña ondulante que tampoco está?

Pregúntale a este enmudecido terraplén

a qué sabe el azúcar de la desmemoria.

Maylan Álvarez

 

 

-Ya tú verás mis cañas cuando me compre esta finca

Y la risa de todos, por allá, por El Jobo, a cuenta de las ocurrencias del viejo Varo, uno de los más humildes cortadores de la finca, en San Nicolás de Bari.

- Cuando yo me compre el jeep, ya tu verás como voy a montar a todo el mundo

Años hace que Varo murió… Nadie, fuera de El Jobo, conocería su nombre, ni tendríamos idea que El Jobo existe hace más de un siglo, y que tiene tremenda carga histórica, y tremendas cañas que se siguen cosechando en esas tierras que hoy constituyen la Cooperativa “Congreso Campesino en Armas”. Ni que su alfabetizador se llamó Santiago Álvarez.

Pero, llegó el momento de contar lo que nadie había contado porque se diseñó el lugar adecuado para hacerlo: los Encuentros de Patrimonio Histórico Azucarero.

El azúcar que ha sembrado de nombres nuestra geografía, como Carlos Lens, que se encuentra en Ciego de Ávila, cerca de Morón. ¿Por qué Carlos Lens? Bueno, ya se contará la historia, ya se contará…

Toda nuestra geografía… Hay que llegar a la Ciénaga de Zapata, conocida por todos como Reserva de la Biosfera y también como Sitio Ramsar. Un humedal; sin embargo… Hay que llegar y hacia allá partió un Grupo Arqueológico en busca de lo que fueran a buscar. ¿Y qué sucedió? Lo impensado: un transbordador cañero en las inmediaciones de La Ceiba, en el centro cienaguero.

Estas curiosidades, y otras, y más, van saliendo a luz, año tras año, contadas por personas de todos los niveles educacionales, de toda profesión u oficio, con el único rasgo en común de ser testificantes de la historia vivida.

Por Colón, en Matanzas, existe un lugar donde el apellido Zulueta, doble o sencillo, va en las identificaciones del 60% de los pobladores: Álava, viejo ingenio que recibiera el nombre del lugar de origen de Don Julián, quien diera, además, su apellido a una calle capitalina y a un poblado villaclareño. Lo que está en el corazón del ñame solo el cuchillo lo sabe: allá se guardan recuerdos, se buscan las huellas de los antepasados, y se peinan a la Parisién o a las Tres Carreras, y guardan las recetas del pan de boniato y el chequeté. Machete sabe lo que corta y caña el guarapo que da

Inosá: inocencia… De Geremí, Aké, Nazabó: de Haití llegaron con su creole y su vudú: a Legba hay que servirle en el suelo, sobre hojas de plátano, y a Erzili, en el tronco de una mata… Bailan judo y nago; y construyen sus instrumentos como aprendieron de sus padres y abuelos… Inosá: grupo de cultura haitiana por allá, por el viejo central Francisco.

Y los ararás, que no son iguales a los yorubas; y los yucatecos y los chinos; y los jamaiquinos… Culturas entretejidas en nuestro ajiaco: emigraciones forzadas, o no tan forzadas, pero casi igual que el hambre es fuerza mayor… En esta tierra se sembraron, en tierras cañeras… Historias que reviven en los trabajos del Patrimonio Azucarero.

Y un día, donde antes solo piedra y marabú, nació un pueblito que creció dándose aires… Y tuvo cine antes que otros más grandes, y también correo… Y el administrador del correo quiso ser de vuelos altos: construyó un globo aerostático en el patio y calentó el aire, y lo recalentó, y el globo se elevó, y el hombre voló… a buscar agua porque el globo se incendió y por poco, quema el pueblito, el batey del Hershey.

La virgen de la Esperanza llegó a Guantánamo toda de negro, y fue enviada a revestir y desde entonces va de verde, a tono con su nombre, sobre todo porque el nombre va con su lugar: el viejo ingenio Esperanza… Y un día, más o menos en el año 1965, desapareció del pequeño templo… ¿Fue robada? Posiblemente, pero… Otro día -éste del año 1992- mientras cortaban hierba por el camino a Los Pocitos, tres hombres encontraron una base de madera enterrada en la orilla del arroyo, y al sacarla… Así fue la Aparición de la Virgen, el Retorno a la Esperanza. Por allá sigue, en su pequeño templo.

En Piloncito se hace la raspadura de Sariol, por un siglo ya. Los primeros pobladores del central Elia, hoy en Las Tunas y que naciera camagüeyano, llegaron de Los Palacios, en Pinar del Río. El último barbero que peló a Jesús Menéndez se llamó Filiberto, y eso fue en Ciego de Ávila, provincia donde se tiró la fotografía que lleva como carátula la cartilla de la Campaña de Alfabetización y fue durante la inauguración de la primera comunidad cañera construida por la Revolución, en lo que fuera el reino de cierta Doña Bárbara criolla.

Puede pensarse: nada, son pequeñas historias; pero, estas historias de azúcar, escrito así, con minúscula, son las que, entretejidas, conforman nuestra Historia: el azúcar es la cepa de nuestra nacionalidad.

Y para hablar de Historia: Vivan la Sindicato… Fue en Cortadera, nombre perdido en los mapas de Camagüey… 1933: ha caído la dictadura de Gerardo Machado, se rumorean cambios, se incuban traiciones. Así, parte la marcha de braceros y jornaleros que crece y crece en el trayecto, al frente los grupos de haitianos, jamaicanos, caribeños, impelidos por la sed de reivindicación: Vivan la Sindicato… Eran las nueve y media de la mañana…

En Guantánamo cada protesta obrera, cada manifestación proletaria que recorriera sus calles iba presidida por un retrato: la foto del primer dirigente sindical asesinado, enmarcada por el trabajo de un sencillo carpintero –carpintero, no artesano ni ebanista- que recreó la industria con sus ruedas dentadas y sus chimeneas. En cada protesta, en cada manifestación, la represión brutal y el afán desmedido de destruir aquel retrato… De casa en casa, y de nuevo a las calles, llegaría el triunfo revolucionario al país y el cuadro al Museo de Guantánamo.

En Matanzas el central Soledad, marzo de 1955… La consigna “queremos zafra, tenemos hambre”: los hombres inician la marcha de protesta, el escuadrón de la Guardia Rural los agrede, entonces las mujeres salen a la palestra, y toman las oficinas colocando la bandera al frente del pequeño edificio… Ultrajada la enseña nacional por el capitán amarillo, se adelanta Santa González, se la arrebata y lo increpa: “Si en la academia donde usted aprendió no le enseñaron a querer y respetar la bandera, a mí sí me enseñaron en mi escuelita de campo”.

Eran las nueve y media de la mañana… Se dio la orden de esperar allí, en la colina de Cortaderas… En lo alto aparecieron rurales y guardajurados, y llovieron los disparos desde los algarrobos. Los caballos pisoteaban a los caídos, los heridos graves fueron rematados: sesenta muertos enterrados a escondidas… Entre la hierba de guinea, entre el cañaveral huía el coro de antillanos sin que dejara de escucharse el humilde lema de lucha… Por eso, según se cuenta, en el seco paraje de Cortaderas, donde se levanta un obelisco que muchos desconocen, cuando bate el aire se escucha todavía: Vivan la Sindicato…

Además, cada uno de los hombres tiene su propia historia… Una joven que llega a Jagüey Grande y encuentra un cine que lleva un nombre que le resulta totalmente desconocido: ¿quién sería Juan Ortega? Y comienza a buscar respuestas impulsada por una curiosidad que después se convertiría en admiración: Ese sí que era un hombre… Él sí que sabía representar a los obreros… Estuvo preso, y tuvo que esconderse… Siempre decía: eso no es justo, vamos a hablar, y los jefes se quedaban sin saber… Él explicaba que los hombres tienen derecho a luchar por su futuro… Y es que era así hasta con la familia, como aquella vez que su hermano se oponía a que el hijo se hiciera sacerdote: allá se fue Juan Ortega y hablaron, y lo convenció. Tal vez su sobrino Jaime no supo de esta conversación, o la haya olvidado; pero, aquella joven, un día, escribió sobre la vida de Juan Ortega y llegó a los Encuentros Históricos del Azúcar.

Como, también, llegan las anécdotas… Como la que cuentan por el central Paquito Rosales, en Santiago de Cuba, sobre aquellos tiempos ya pasados, cuando existían dos portones para entrar, y un portero para que cumpliera lo establecido, incluyendo que no se podía ir a caballo, y llegó una mujer que se atrevió a franquear el cercado, jinete sobre su bestia: Oiga, usted no ve, no puede ir a caballo… La dama levanta la cola del animal y replica: Usted es el que no ve, yo no voy a caballo, voy en yegua

O por el Mabay, en la zona de Siete Palmas, en Granma, durante un juego de pelota manigüero, uno de los muchos que por allá se han celebrado desde siempre, hacía funciones de árbitro un recio guajiro con machete al cinto: lanza el pitcher… ¡Strike! El bateador le contradice y discute: Strike de qué, es bola y mala… El improvisado árbitro saca el machete de la vaina y grita como energúmeno: Esta es strike, y la viene también es strike, y, es más, sal de ahí que estás pochado, porque el pitcher es mi hijo

Y hablando de pelota… El promotor del béisbol azucarero se llamó José de la Caridad Méndez, el recordado Diamante Negro. El Papá Montero de la pelota cubana, Adolfo Luque, jugó en el batey de Jagüeyar. Miguel Cuevas, jugando en el Central Agramonte, en el Preston, en el España… Juegos Panamericanos de Sao Paulo, 1963: Ganamos con Verdad y con Verdura: Modesto Verdura, nacido en la colonia cañera Ojo de Agua, en Jatibonico, era picador de caña. En el Central Lugareño, en el municipio camagüeyano de Minas, nació el Rey del Cero Hit, Cero Carreras, el Supersónico Juan Pérez Pérez. También son hijos de batey: Orestes Kindelán, Ermidelio Urrutia, Urbano González, Abilio Amargó, y tantos otros. Para resumir en grande: El Inmortal, con su nombre en los Salones de la Fama, don Martín Dihigo Llanos comenzó a jugar en los bateyes cañeros de Cruces, en Cienfuegos.

Y las ciencias, claro que sí. Álvaro Reynoso y la vigencia de su obra. Quién fue Scaramuzza Pandini. La historia del laboratorio azucarero en Cuba. La reproducción de entomófagos. La fitopatología cubana. Las ciencias y esas palabras… Como quiera que sea; pero, también cuentan su historia.

Y memorias de la etapa colonial, cifras de producción, adelantos tecnológicos… Todo tiene su espacio en estos Encuentros de Patrimonio Histórico Azucarero: la arquitectura, la filatelia, la música… Quién diría que Haila María Mompié es hija de Roberto, un tornero del central Amancio donde Carlos Puebla, obrero de vías y obras, organizara serenatas, y en cuyo laboratorio trabajara Tiburón –Eduardo Morales- que animaba las fiestas locales en el Conjunto Popular.

La música lleva las décimas: Los colonos de Campana / regaban con su sudor / largos campos de verdor / bien temprano en la mañana… Y las décimas llevan a la historia: Campana, vieja grúa del ingenio Zaza, donde, en el palmar de Medardo, se dice que salen los muertos, y que en la ceiba que estaba en la entrada de Quemadito, se aparecía un niño llorando… ¡Ah! Cuidado, que el dinero que se dice que está enterrado en la arboleda de Hernández no se puede sacar porque es dinero de mala suerte… Eso lo aseguraba el cuentero de Campana, Lorenzo Marrero, en los velorios de santo que animaba el conjunto de los Panchines… Y así, precedidas de una décima, se cuentan las historias, las pequeñas y sentidas historias de las grúas del viejo Zaza. Y se cuentan, además, otras historias, de otras grúas y chuchos, de otros muchos viejos centrales, con o sin décimas.

Pero, la décima se impone y puede cubrir funciones inimaginables… Manuel Morilla, administrando el Quintín Banderas, tenía grandes problemas de transportación, los planes se atrasaban, y envió una solicitud al jefe de inversiones básicas del Organismo: hay algo que no está acorde / y me tiene casi al borde / de la desesperación… Así le explica: El otro día le escribí / al ministro y no logré / sensibilizarlo de / la crisis que tengo aquí… Y expone sus necesidades: Yo no quiero un Yuguly / ni un carro que sea bonito / solo un camión necesito / y un transporte para mí

Historias del azúcar que, cuenten lo que cuenten, se entrelazan con todo cuanto ha sucedido en estas tierras: la vida cubana ha girado entorno a la industria azucarera que marcó, por siglos, ese compás que determina el ritmo y la relación de valores.

Y se encuentran donde quiera que miremos: parques, protocolos notariales, estilos constructivos, cementerios…

En La Habana, Cementerio de Colón, desde el panteón de los padres y hermanos de la Compañía de Jesús, pasando por el original mausoleo Art Deco de Catalina Lasa y continuando con el panteón de los Falla Bonet que muestra la más excepcional representación de Jesús, obra de Mariano Benlliure, se recorre la historia de los impulsores y propietarios de la industria azucarera. O en el Cementerio de Reina, en Cienfuegos: los Apezteguía, dueños del central Constancia; los Bouffartigue, del Caledonia; los Goytisolo, de Parque Alto… Y en casi todos los modestos cementerios municipales, los Panteones Azucareros de los obreros que hicieron posible el derroche artístico de aquellos otros.

Ciertos nombres que hoy existen en nuestra toponimia, como Falla… ¿Y aquella historia de Carlos Lens? El nombre de esa colonia cañera avileña es toda una historia del fundador del antiguo ingenio San Juan de Dios, quemado durante la Guerra Grande, quien fuera acusado de infidente e insurrecto, embargados todos sus bienes y muerto en la miseria. Es la historia de su viuda y sus once hijos, enzarzados con la justicia en defensa de sus derechos. Es la historia de las vueltas que dio la vida, entre herencias y ventas, y al final el viejo nombre de San Juan de Dios quedó olvidado: esas son las tierras de Carlos Lens, y así hasta hoy.

En fin, en estos Encuentros Nacionales de Patrimonio Histórico Azucarero se cuenta nuestra Historia, vívida, intensa, simpática o dramática, pero siempre original, auténtica, identificadora.

Es que esta industria definió la intensidad de los procesos étnicos, las motivaciones económicas y clasistas, las contradicciones impulsoras, y, como causa última, convirtió la distancia en lejanía, en la formación de la conciencia para sí, que nos identificó como cubanos.

Por eso el presidente de la Cooperativa “Congreso Campesino en Armas”, que es nieto del viejo Varo, aquel de la finca El Jobo, en San Nicolás de Bari, mientras manejaba el jeep que el abuelo tanto imaginara, se decidió a escribir lo que cuentan los cañaverales, porque los cañaverales hablan para que no se pierda la historia.

Y eso precisamente son los Encuentros Nacionales de Patrimonio Histórico Azucarero: zafras de historia.


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