De las generaciones. Panel de discusión de la revista Temas


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En el 25 aniversario de la revista, Temas retoma por su actualidad este panel de discusión publicado en 1995.

*Panel de discusión publicado en la revista Temas, no.4, octubre-diciembre de 1995, pp. 63-77.

Participantes

María Isabel Domínguez. Socióloga. Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas.

Martha Alejandro. Psicóloga. Centro Memorial «Martin Luther King Jr.».

Rufo Caballero. Crítico de arte. Consejo Editorial de Temas.

Juan Luis Martín. Sociólogo. Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

Edel Morales. Escritor. Instituto Cubano del Libro.

Alina Perera Robbio. Periodista. Periódico Juventud Rebelde.

Mercedes Vicente. Historiadora. Centro de Estudios sobre la Juventud.

Frank Zaragoza. Profesor. Facultad de Artes y Letras. Universidad de La Habana.


María Isabel Domínguez (moderadora). Propongo que esta discusión parta de reconocer la importancia del tema generacional, de evaluar sus procesos de continuidad y cambio, para entender la evolución histórica de la sociedad, sus nexos con la cultura y con procesos sociales más generales. Que examinemos en qué medida se pone de manifiesto este nexo entre sucesión generacional e historia en el momento actual; cuáles son sus peculiaridades en una etapa como esta; si se asumen tendencias de etapas anteriores u ocurren rupturas, dadas precisamente por las características del momento. Es decir, se trataría de contextualizar los procesos generacionales que se están dando hoy, en la perspectiva de los últimos períodos y en sus nexos con la historia de la nación cubana y de su cultura.

Quisiera señalar de entrada que este tema ha estado presente a lo largo de la historia del pensamiento cubano, desde siglos anteriores, sobre todo a partir del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, tanto en el pensamiento filosófico y sociológico como en el político y artístico. Sin embargo, en los últimos años, sobre todo en la década del 70 y parte de la del 80, este tema dejó de aparecer en la agenda de la discusión de la cultura y de las ciencias sociales, ni se reflejó en la producción teórica de esos años. A finales de los 80 empieza nuevamente a recuperarse el concepto de generación; y sobre todo en la década del 90 ha vuelto a tomar un cierto lugar, tanto en el discurso político como en las interpretaciones artísticas. Propongo que discutamos el por qué de estas ausencias o presencias eventuales del término en esas etapas.

Para empezar deberíamos examinar qué vamos a entender por generación, para saber si no estamos interpretando el fenómeno generacional desde ópticas muy disímiles. Permítanme adelantar mi punto de vista. Las generaciones han sido definidas desde muy diversas ópticas, en función de las disciplinas que las han estudiado, desde conceptualizaciones más estrechas, equivalentes a grupos de edades, hasta definiciones más amplias, con un sentido histórico, sociológico, cultural que incluye diversos criterios. Por supuesto que el elemento de la edad es la base para definir una generación, pero no desde un criterio mecánico, sino visto como parte de un conjunto de elementos que marcan cualitativamente al grupo como generación.

Desde mi punto de vista, las dos dimensiones claves para definir una generación son la proximidad de la edad y aquellos elementos comunes derivados de la socialización en un determinado momento del proceso histórico, que implican una actividad social común para ese grupo de individuos en etapas de la formación de su personalidad, que algunos han dado en llamar la agenda de la socialización. En esa agenda común de socialización, el individuo se inserta según grupos de edades comunes, lo que conforma características similares, tanto desde el punto de vista de su posición social y estructural, como de los rasgos de la subjetividad que se conforman en esos grupos y que los acompañan el resto de su vida.

Martha Alejandro. Yo coincido con María Isabel en la categoría de generación. Lo que quiero destacar es que este grupo de individuos ha experimentado similares acontecimientos y cambios en períodos significativos de su vida.

Muchas veces se habla de los fenómenos externos que han estado presentes en el desarrollo ontogenético, desde el punto de vista psicológico, y a veces nos olvidamos un poco de que el individuo, a través de su subjetividad, experimenta de determinada forma esos cambios. Eso es lo que particulariza a una generación, y nos puede dar puntos de identidad con generaciones que conviven en un momento determinado. Por tanto, hay conceptos que también hay que tener presentes, como el de identidad generacional, el de la representación social que tiene esa generación de hechos y acontecimientos.

Edel Morales. Quisiera incluir en el debate la cuestión de las posibles diferencias dentro de una misma generación, a partir de la manera en que se asimilan esas experiencias comunes colectivas. Una generación definida por edades, e incluso sometida a los mismos procesos sociales a nivel global, no asume de la misma manera, en su subjetividad, ese grupo de procesos que están ocurriendo a nivel de la sociedad. Esto se expresa sobre todo en el ámbito de la creación artística, y me imagino que también en otros fuertemente tocados por la subjetividad de la persona, por el carácter creativo de la actividad que realiza, y por la manera particular que tiene de asumir los distintos referentes de esa realidad social en la cual está viviendo.

Juan Luis Martín. Yo comparto la idea general de la generación como grupo social histórico —y subrayo la palabra histórico— que comparte una visión común de su época y que se comporta ante ella también con rasgos comunes. Hay que diferenciar entre grupos de edades y generaciones; un grupo de edad dentro de una misma generación puede tener reacciones distintas ante una situación común, por esa interacción de factores que significa el estadío biológico unido al social y a la situación.

La generación va más allá. Es una especie de producto social histórico. Hay una interrelación muy fuerte entre factores económicos, históricos y generacionales. Algunos autores han planteado el surgimiento de generaciones cada treinta años, como motores de cambio dentro de la historia. Creo que es más bien a la inversa: hay una relación intrínseca entre proceso de cambio social y generación. Si uno examina la historia de Cuba o la de América ve que hay ciclos aproximados de 30 años en que surgen cambios sociales profundos que, en el fondo, están motivados por la mecánica económica general de la historia. En el caso de Cuba y de su cultura, se pueden seguir estos ciclos: Guerra del 68, Guerra del 95, Revolución del 33, Revolución del 59, Período Especial en los 90. Estos ciclos tienen más o menos esta longitud de onda. Cada uno de ellos provoca conmociones suficientemente fuertes como para que den lugar a generaciones. Ante cambios de situación histórica concreta, estos grupos generacionales modifican su manera de enfocar la realidad, lo que da lugar a expresiones en el arte, la cultura, la economía, la política y en todas las esferas de la vida social.

María Isabel Domínguez. Aunque estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Juan Luis acerca de la generación como producto social, quiero destacar que esa producción de generaciones es un proceso permanente e ininterrumpido. Algunas se hacen notar más que otras, en dependencia de cómo las circunstancias socioeconómicas e históricas las hacen proyectarse dentro de ese contexto. Aun cuando algunas de esas generaciones ni siquiera marquen pautas, es decir, ni siquiera sean capaces de identificarse como tales, están ahí presentes. Pueden ser generaciones de la inactividad, hasta de la exclusión, porque precisamente las circunstancias sociales en las que se desenvolvieron no les dieron la oportunidad de ser significativas dentro de la evolución histórica. Su papel puede ser precisamente no desempeñar ninguno. A veces tratamos de ver el proceso de la formación generacional a partir de aquellas que marcaron pautas, pero junto a estas están las otras que aunque pasaron inadvertidas, estuvieron ahí.

La otra cuestión se refiere a las diferencias en la asimilación de esas experiencias entre grupos de edades y generaciones. El fenómeno generacional no se puede ver en abstracto, desvinculado del resto de las estructuras que conforman la sociedad: los grupos socio-ocupacionales, y en última instancia socioclasistas, que conforman la población, los grupos de género y los raciales. Se trata de entender los diferentes nexos que se dan entre todas esas estructuraciones, que atraviesan vertical y horizontalmente la sociedad. La asimilación de la experiencia social más general va a estar permeada por todos esos elementos. No hay que pensar en la generación como un ente homogéneo, sino como un grupo que tiene características comunes, y muchas diferencias internas. También quisiera referirme a otro elemento que empezó a tocar Martha, el de la identidad generacional. Esto entronca con lo que yo decía hace un momento sobre la existencia de una generación, aunque esta no tenga auto conciencia de serio o no tenga una identidad generacional. Los dos grados de conformación de una generación son su existencia objetiva y su conciencia, o más bien autoconciencia. Así, valdría la pena preguntarse qué pasa con nuestras generaciones en términos reales y de identidad.

Martha Alejandro. En una generación se produce una cierta homogeneidad o unidad que vendría dada no solo por haber vivido los desafíos de una época determinada, sino por haber transitado por una serie de dificultades, compartido ciertos valores. Hay fenómenos que inciden decisivamente en una generación, como las revoluciones, las crisis, los florecimientos económicos, los cambios científicos.

Quiero apuntar también que no siempre una generación se va a constituir como un fenómeno masivo, o se va a identificar con un fenómeno generalizado. Muchas veces son minorías innovadoras las que pueden dar una identidad particular a una generación y que puede ser progresivamente compartida por sus miembros. Un elemento aglutinador de las generaciones puede ser cierta aspiración fundamental, cierta sensibilidad ante los fenómenos en sentido general. Y este elemento puede llegar a existir, aunque no necesariamente sea generado por los propios jóvenes.

Edel Morales. Yo pienso que un rasgo distintivo de la evolución de las generaciones tiene que ver con la selección del elemento de identidad que se busca en la memoria de la sociedad para formarse un pasado. Todos sabemos que en la memoria de un país o de una sociedad determinada existen bloques. Dentro de esa memoria general, cada generación escoge un momento particular, una zona, que le es afín de una manera especial, debido a que los retos que aquellas otras generaciones encontraron se parecen más a los retos que esta se está planteando. Creo que es un problema de identidad y de proyección de futuro, que las generaciones seleccionan y proyectan.

Frank Zaragoza. Me pregunto hasta qué punto el hecho de que ciertos elementos concurran en una misma época en torno a un grupo de edad, a actitudes sociopolíticas o roles de clases que los distingan o los diferencien entre sí, puede considerarse como un factor que define el concepto de generación, o que por el contrario podría crear una escisión y una diferenciación fundamental.

Por ejemplo, pensando en la Generación del Centenario, ¿hasta qué punto los protagonistas políticos de la misma edad —que tuvieron las mismas experiencias formativas que los considerados históricamente como miembros de la misma Generación del Centenario—, habría que considerarlos como miembros de esa generación o pertenecen a otra, que quedó ya marginada por la historia?

Este problema también podría formularse en términos del presente, a partir de las diferencias de clase, las diferencias sociales a veces agudas, las de género. Todas esas diferenciaciones, en el interior de la sociedad, estarían englobadas por el mismo concepto de generación, aunque en su interior marcarían profundas distinciones.

María Isabel Domínguez. Es evidente que la división de clases trasciende la generacional. En una sociedad dividida en clases antagónicas, una misma generación queda dividida en dos bandos también antagónicos. Aun cuando se trate de una misma generación en términos objetivos, no lo son en términos de autoconciencia y de identidad.

La generación se va conformando en la medida que esos diferentes individuos y grupos tienen una actividad social en los marcos de un contexto histórico. Si la actividad social es tan dispar como la que existe entre la acción revolucionaria y la contrarrevolucionaria, esos grupos se ubican en términos contrapuestos, de forma tal que no se conforman como una misma generación.

Quiero llamar la atención sobre la importancia de no ver la generación como una construcción superestructural, como aquellos grupos que asumen la autoconciencia de generación, sino pensar que esta tiene una base objetiva, estructural. Entre los rasgos que caracterizan a un grupo generacional, aun cuando no sea consciente de serlo, están el tipo de relaciones que desarrollan sus miembros en términos económicos, de los grados de preparación y calificación que logran alcanzar.

Rufo Caballero. Quisiera introducir un matiz en esta discusión. Yo pienso que la generación puede estar condicionada por una serie de criterios relacionados con el diseño político, incluso clasista. Pero creo que, desde un carácter tal vez más abstracto, pudiera hablarse de una serie de generaciones que pueden marcar determinados signos de época de manera más universal, independientemente no solo de las clases y de los diseños políticos, sino incluso de los conceptos nacionales.

Así, por ejemplo, hoy día se habla del predominio de la Generación X en el mundo. Los rasgos que caracterizan la pertenencia a esa Generación X son bastante convincentes. Uno de los rasgos primeros de esta generación es propugnar o padecer de alguna manera un cierto escepticismo hacia el poder, en la medida en que es una generación precedida por una lógica política, la de mayo del 68. En aquel momento, impresionaron los apocalípticos que pretendían cambiar el mundo y que hoy, sobre todo en la lógica capitalista, han devenido los integrados. A diferencia de la generación que predominara en los 60, ya no se pretende una crítica o un cuestionamiento radical de las instituciones, sino, en muchos casos, no se tiene siquiera en cuenta la lógica de las instituciones. No se trata de estar en contra, por ejemplo, de la familia o el matrimonio, sino que sencillamente no interesan.

Se trata, por ejemplo, de refugiarse más en un contexto de creación cultural o profesional, que del enarbolamiento de la bandera política con un carácter directo o radical. Esta serie de rasgos, que pueden ser analizados a nivel universal, definen una generación con un alto grado de generalidad y de abstracción en el pensamiento. Por ejemplo, yo me siento parte de esa Generación X; sin embargo, hay una serie de matices y de relatividades que vienen dados por otros condicionamientos. El hecho de que yo pueda pertenecer a una generación que padece un cierto escepticismo, o que viene del derrumbe de una serie de relatos, y que empieza a participar de un sentimiento de desasimiento de coordenadas, no implica, digamos, que renuncie a la pertenencia a un relato político, o a un diseño ideológico, que sigo sustentando. O sea, dentro de una generación, que puede ser incluso universal, hay orientaciones ideológicas, políticas, clasistas, muy diferentes, que no invalidan la idea misma de la generación en un sentido mucho más abarcador.

Por otro lado, yo quisiera retomar el criterio de Juan Luis, que me parece muy interesante, en torno a los ciclos generacionales. Yo pienso que la propia celeridad del avance cultural, social, ideológico, en este siglo, ha hecho que cada vez se estrechen más los lapsos entre la aparición de una generación y el proyecto que la antecedía. Y esto, aunque parezca paradójico, se da de manera particular en Cuba, específicamente después de la Revolución.

Independientemente de que, en determinado momento, hayamos planteado ciertas críticas a momentos de anquilosamiento dentro de la Revolución, indudablemente la Revolución como proceso, como proyecto ético, ideológico, ha sido muy cuidadosa a la hora de mantener la atención a su regeneración y a su dinamismo. Esto se concreta en el hecho de que lo joven dentro de la Revolución se convierte prácticamente en una categoría de valor. Lo joven, generalmente, porta la renovación, la regeneración de un proyecto ético. Y es así, por ejemplo, que a lo largo de un decenio, pueden encontrarse posiblemente dos y tres generaciones superpuestas en el tiempo. O sea, más que una demarcación vertical de las generaciones, yo pienso que debe hablarse de una superposición en el tiempo.

Me parece fascinante cómo, en un momento determinado, pueden yuxtaponerse y dialogar horizontalmente, casi por ósmosis, las diferentes generaciones.

Este análisis, si se quiere un poco horizontal, simultáneo, de las generaciones, me parece que puede ser mucho más interesante en las coordenadas de la posmodernidad. A diferencia de la modernidad, en que la coordenada de análisis sociocultural fundamental era de carácter temporal, con su acento en la sucesión de acontecimientos y la devoción por lo nuevo, en la posmodernidad se trata, sin embargo, de una sensación absoluta de simultaneidad. Incluso algunos teóricos hablan de un presente eterno, o sea, una simultaneidad tal de acontecimientos que la historia paradójicamente se deshistoriza. Aunque en nuestro contexto no se aplique estrictamente así, pienso que este análisis horizontal puede ser mucho más interesante que un seguimiento vertical del comportamiento de las generaciones.

María Isabel Domínguez. Esta última intervención ya va saliendo del tema inicial sobre qué es una generación, y nos permite entrar de lleno en otro tema, sobre el cual les propongo que nos centremos, el de la sucesión gene racional y su relación con la historia y la cultura. Estamos tocando también el punto de las relaciones intergeneracionales.

Juan Luis Martín. El problema central está en que la historia va colocando a los individuos —y conste que los coloca a todos, a los de una clase, a los de otra; a los de un sexo, a los de otro; a los de una raza, y a los de otra— ante situaciones distintas, y los individuos van reaccionando de maneras diferentes. La historia no tiene un comportamiento estable, funciona como una especie de proceso de sísto1e y de diásto1e, de expansión y de contracción. Eso influye en que algunas generaciones tiendan a un comportamiento opuesto al cambio, y que otras tengan un comportamiento favorable. También la historia va colocando a los seres humanos ante momentos de desconcierto. Un desconcierto reciente y anterior en la historia dio lugar al existencialismo, con sus expresiones en la filosofía, el arte, la arquitectura. Este momento de desconcierto da lugar a otras expresiones, algunas de las cuales aparecen en las corrientes que están dentro del posmodemismo. Entre ellas, esa corriente que concibe el devenir de la historia como una nueva etapa en la que hay una deshistorización, y cae en la práctica del «todo vale». Cuando decimos que todas las manifestaciones valen y que hay una deshistorización es, a la larga, una manifestación del «todo vale». Ese es un reflejo que pasará, aunque ahora se ve como lo último, pero es más bien una expresión del desconcierto de este momento, cuando se han derrumbado paradigmas teóricos importantes, que guiaban este siglo, o sus aplicaciones prácticas.

En cuanto a lo que se decía de los ciclos, estoy de acuerdo en que no hay ciclos fatales. Los procesos cambian su ritmo de manera acumu1ativa, en función de cómo la humanidad va creando un conjunto de medios, de mecanismos que provocan una aceleración. La misma expansión de los medios masivos de comunicación ha generado un sistema de intercambio de ideas a nivel global, que va a acelerar todos los procesos. Será difícil que ocurran ciclos de treinta años o algo así, probablemente se vayan acortando.

Mercedes Vicente. A estas alturas del análisis, me gustaría precisar que incluso cuando las generaciones tienen intereses sociales comunes, hay formas distintas de aprehenderlos, de concientizarlos. Estas generaciones van a tener su lógica manifestación en los modos de expresar su identificación con estos intereses sociales. Esto es válido no solo para el análisis de las relaciones intergeneracionales, sino para las diferencias que puedan surgir en determinados grupos etáreos, al interior de las propias generaciones. Cada generación arriba a esa concientización de los intereses sociales sobre la base de una socialización determinada, que propicia el surgimiento de necesidades específicas. Sus formas de percibirlas van a ser diferentes y, por lo tanto, van a condicionar que sean también diferentes sus modos de exteriorizar este compromiso o interés social.

Martha Alejandro. Encontramos mucho temor a reconocer que existen las lógicas diferencias generaciona1es. Por una parte, hay quienes abso1utizan el papel de la diferencia generacional. Por otro, hay quienes se niegan a encontrar las diferencias y a toda costa tratan de encontrar los vínculos, lo similar. Ambos extremos nos conducen por un camino muy peligroso. Es necesario analizar tanto las rupturas como las continuidades.

En cuanto a la continuidad, a veces se interpreta como la capacidad de reproducir las perspectivas, las consignas, los discursos de una generación determinada. Pienso que para que haya transformación y una real identidad e interiorización de unos u otros valores debe haber creación, diferentes formas de acercamos a esta realidad. Y poder encontrar cuál es el hilo conductor que puede permitir la continuidad.

Alina Perera. Volviendo por un momento al concepto de generación, quisiera señalar que esta no solo implica lo que se es, sino lo que se quiere ser, lo potencial. Cuando María Isabel se refería a la característica de exclusión o de silencio que puede caracterizar a un grupo determinado de personas, yo pensaba que esto se puede interpretar de varias maneras. No solo tiene que ver con lo que esta generación significa socialmente en un contexto oficial, sino también con sus expectativas más diversas, incluyendo las que pudieran ser más recriminables. Una generación es todos sus valores (heredados, creados o impostados), los modos de concebir su existencia, sus cosmovisiones. Y todas las virtudes y defectos de una generación se enraízan en algo tan concreto como el contexto de florecimiento o de precariedad de un momento histórico, pero también se relacionan con esa proyección potencial que mira más a las utopías que al presentismo.

Hay otro aspecto al que quiero referirme: el de la reproducción de valores. Después de las etapas de transgresión (como la de la Revolución cubana), hay etapas de asentamiento de los nuevos valores que se crean, en coexistencia con los viejos valores que subsisten. Hoy el problema está en reproducir los valores positivos, y hay que hacerlo con gran cuidado y consecuencia para no caer en el pecado del mecanicismo. A mi modo de ver corremos el riesgo de contar con jóvenes generaciones que, sin haber experimentado en carne propia los rigores de un sistema en que prevalecía la filosofía del egoísmo, tienen la misión de prolongar un modo de existir diferente y heredado, y que logró expresarse y oficializarse socialmente al triunfo de la Revolución. Si pudo parecer fácil subvertir las cosas en 1959, lo cada vez más difícil, y que llevará paciencia e inteligencia, será mantener las esencias éticas más positivas de la Nación cubana, para lo cual es imprescindible un modo certero de transmisión de normas éticas., El cuidado está precisamente en favorecer las buenas posturas, acendrarnos en ellas. Pero no se trata tampoco de decir irreverentemente, como se solía comentar, que hay que hacer una ruptura no solo en el comportamiento y las expectativas, sino también en el modo de reproducir valores.

Difiero de Rufo, y aunque no soy de la Generación X, sé que todas esas tendencias existen, pues a pesar de tantas angustias —y ahí está lo potencial en mí—, pienso que esas tendencias tienen que pasar en algún momento. En este asunto, la educación que se recibe es fundamental. Tanto es así que las propias gentes de mi generación que se han ido y han renunciado a este proceso, hacen sus críticas con el rasero espiritual y ético de este sistema. La reproducción es tan importante, que hasta alguien que renuncia a determinado contexto sociocultural, histórico, muchas veces tiene tan enraizados determinados valores, que utiliza sus patrones, estos patrones que yo misma tengo para enjuiciar la realidad. De ahí que sea tan importante reproducir inteligentemente determinados valores. No son muchos —una vez dije que cabrían en una caja de fósforos—, pero son esenciales.

Rufo Caballero. No voy a abundar en esta contradicción que tú observas, porque me parece que no es tal. Siento que no interpretaste mi intervención en el sentido que tenía. Pero no creo que merezca detenerse en este punto.

Hay una línea de reflexión que a mí sí me interesa retomar. Se trata de la discusión sobre la presunta dicotomía entre el criterio de generación constante o superposición temporal de las generaciones, y el criterio de englobamiento en ciclos.

Es posible introducir una precisión en cuanto a que siempre existe un criterio de generación para el presente histórico y un criterio de generación para la historia. Por ejemplo, podemos contentarnos con encontrar una cierta cantidad de generaciones en el curso de la Revolución cubana. Pero seguramente, al cabo del tiempo, esas generaciones serán abstraídas por la historia como un proceso mucho más sintético y compacto. Así sucedió con otros procesos anteriores.

La historia hace su elección a posteriori, su contracción del tiempo histórico, en que abstrae lo que pudiéramos llamar una suprageneración o procesos metageneracionales, que obvian esas diferenciaciones exclusivistas que para el presente pueden sin embargo ser determinantes. Pienso que esta precisión no excluye ninguna de las dos posibilidades, sino que las analiza dialécticamente.

Edel Morales. Me parece muy atinada la observación de Rufo. La historia y el presente tienen dos movimientos distintos en el tiempo y lógicamente la historia hará otro tipo de selección. Sin embargo, estamos obligados a periodizar sobre el presente, sabiendo que podemos cometer errores.

En cuanto a la cuestión de la superposición generacional, en el momento actual hay una superposición cada vez mayor de las generaciones. El plazo en el cual las generaciones se convierten en el elemento más activo de una sociedad, se acelera. Esto tiene que ver con todo el proceso de aceleración del presente siglo; no solo en los procesos sociales, sino como consecuencia del cambio de la concepción del universo en que el hombre vive, como resultado de los descubrimientos de la física, la biología y las demás ciencias. El hombre ha ido cambiando su concepto del universo en que vive, lo que ha conducido a un cambio del papel de los distintos grupos en la medida en que van irrumpiendo en la sociedad. Esa irrupción de nuevos grupos de conciencias distintas o de grupos de valores distintos en la sociedad, se acelera.

Al mismo tiempo, hay un aumento de la perspectiva de vida de las personas en las sociedades. Hace 500 años, las personas empezaban a operar sobre la sociedad, como elemento más activo, sobre los 20 años y a los 40 años ya se estaban muriendo. Cuando llegaban a los 40 años, la otra generación que venía detrás ya tenía todo el campo para actuar por sí sola. Sin embargo, ahora la gente empieza a actuar sobre los 15 o 16 años y se encuentra con que hay personas y grupos de generaciones que rondan los 70 años y que permanecen, de manera activa también, accionando sobre la sociedad. Esto influye en la coexistencia de estas generaciones, portadoras de valores más o menos distintos, en el mundo contemporáneo. Esos portadores de modelos tienen que tratar de ponerse en armonía para lograr una coexistencia y una lógica del mundo. Esto incide en los niveles de tolerancia que el mundo actual se propone en las relaciones intergeneracionales, al menos lo que debería ser. Porque sin una concepción de tolerancia del otro, dentro de estas relaciones, parece imposible la coexistencia de por lo menos cinco generaciones a la vez, todas dispuestas a participar activamente dentro de una sociedad determinada.

En cuanto a la cuestión de la continuidad, yo no sé si es posible sembrar determinados valores de continuidad que hagan desáparecer ciertas zonas del pasado. Es histórico eso de que los vencedores escriben la historia, pero los ciclos de la historia suelen moverse. En la época actual vemos también una selección del pasado, distinta a la que se hizo en la década del 70. Eso indica que aquellos grupos que no desempeñaron el rol preponderante en su época, pero que fueron actores de esa época, también pueden ser recuperados del pasado. La historia de las revoluciones en Cuba se ha beneficiado con esto. Si no fuera así, nadie se acordaría, por ejemplo, de Rubén Martínez Villena, porque su preponderancia dentro de la memoria de la década del 50 en Cuba, estoy seguro de que estaba muy por debajo de la que podían tener otros actores.

Así, el hecho de que la historia no haga desaparecer a todos sus actores para siempre, sino que los sumerja, es un elemento que hay que tomar muy en cuenta también, a la hora de proyectar los paradigmas generacionales.

Mercedes Vicente. Cuando se habla de zonas sumergidas que se recuperan por las diversas generaciones, hay que partir de que las generaciones están compuestas por diferentes sectores socioclasistas, incluso en su interior. Se podría rescatar una zona sumergida de una generación que solo estuviera identificando a un sector dentro de esta; rescatar una razón, que no ha sido la que ha predominado en el devenir histórico de la nación, porque se considera que debe ser rescatada para conformar una identidad generacional a priori, y sin embargo que no sea representativa de la generación como tal, sino solo de un sector. Pienso que este es un elemento que no debe obviarse en el análisis de esos denominados rescates de zonas sumergidas.

Rufo Caballero. A mí me parece atendible el criterio que Mercedes acaba de exponer; pero también creo que es fundamental abundar en la perspectiva de Edel, porque me resulta básica. Yo también considero que el siglo ha ido evolucionando hacia una legitimación, cada vez mayor, de la coexistencia de posturas, de relatos éticos, ideológicos, culturales, dentro de las generaciones e incluso dentro de subgeneraciones en el cauce de una misma generación. Me parece que esa frondosidad de puntos de mira es siempre muy positiva para la sociedad y para la cultura.

En los años 60, hay un momento climático de esos hallazgos en fenómenos como la contracultura, el hippismo, y más tarde con el fenómeno de la ética punk. Hay un avance hacia la legitimación del otro-étnico, del otro-social, del otro-sexual, del otro~político, pero incluso también ahora se me ocurre hablar del otro-cronológico o del otro-fisiológico. Hay toda una apertura del punto de vista de la historia y de la creación, que se ensancha de manera definitiva en los 60.

Esto puede verse en la historia de las reacciones o de las posturas frente al decursar de la propia Revolución. En los años 70, uno podía observar que el comportamiento ante el discurso predominante se proyectaba con muchas menos aristas de reacción. Sin embargo, siento que hoy día resulta mucho más plural la manera cómo se interpreta esta lógica: Por ejemplo, mi propia generación puede comprender diversas ópticas y posturas ante el entorno social. Hay como una línea dentro de esa generación que ha prescindido del proyecto, que no le interesa la adscripción al proyecto. Otra que, a mi modo de ver, se adscribe al proyecto de manera retórica o participando de los intersticios retó ricos. Y otra línea —la que a mí me interesa legitimar—, que asume las realidades que no dejan de ser verdaderas, es decir, realidades inobjetables, independientemente del carácter retórico con que se planteen.

Esto no se debe simplificar como un proceso unívoco de continuidad y/o ruptura, sino precisamente como una amalgama de posibilidades de interpretación que son irreductibles a un solo sendero de desarrollo.

María Isabel Domínguez. Quisiera referirme al problema de la universalidad de algunos rasgos para la conformación de una generación, independientemente de las peculiaridades concretas que se conforman al interior de una nación o de determinados grupos. Creo que eso pasa por la relación entre cultura universal-cultura nacional, e historia universal-historia nacional. Este proceso siempre ha estado absolutamente interconectado. En un momento como este, una de las tónicas del mundo es esa pretendida globalización —independientemente de toda la fragmentación que la acompaña—, unida a otros procesos, como el que señalaba hace un rato Juan Luis so bre la dinámica de la comunicación. Todo ello influye en los procesos que se producen al interior de cada país. Para las generaciones jóvenes eso tiene una impronta muy fuerte, que las marca, sobre todo, en términos de la subjetividad.

Los rasgos que identifican a la Generación X se pueden encontrar desde los Estados Unidos hasta Cuba, pasando por Bélgica o Viet Nam. Pero ese enfoque no excluye para nada el de las relaciones de clases. Ese enfoque global y general no está desligado de las relaciones de clases, solo que se trata de relaciones de clases a nivel internacional y no al interior de cada sociedad. En estos momentos esas relaciones de clases están marcadas por la preponderancia del sistema capitalista, lo que marca esas maneras de ver el mundo, incluido el escepticismo.

El otro tema muy importante que se ha estado tocando es el de la sucesión y superposición generacional. Algunos autores lo tratan como «los contemporáneos» y «los coetáneos». Los coetáneos son los que conformarían una generación; y los contemporáneos, todos aquellos individuos que conviven en un determinado momento, cualquiera que sea su edad. Esta convivencia de los contemporáneos permite que la sucesión generacional vaya acompañada de un proceso de superposición generacional. Cada nueva generación se inserta en la vida social, incorpora valores de generaciones anteriores y genera nuevos, para insertarse en esa sociedad en una dinámica permanente de sucesión. Pero ninguna generación se incorpora de manera aislada a la vida social, sino a través de un permanente proceso de superposición, por eso es muy atinada la observación que hacía Edel, ya que los contemporáneos son cada vez más diversos y heterogéneos.

En cuanto a las relaciones intergeneracionales, siempre ha habido una cierta preponderancia de las generaciones mayores hacia las generaciones más jóvenes, precisamente por los roles sociales que cada una de ellas ha desempeñado. Supuestamente las generaciones mayores ya están desempeñando los roles sociales fundamentales en la vida económica, social y política de las naciones. Supuestamente ya han acumulado una experiencia que les permite contribuir a preparar a las generaciones posteriores para esa nueva inserción. Se ha establecido así una óptica de que las generaciones mayores saben cómo socializar a las nuevas, y una cierta tendencia a pretender que estas reproduzcan sus maneras de hacer, de ver e interpretar.

Concuerdo con lo que decía Alina, en cuanto a que es imprescindible reproducir desde la vida material hasta los valores morales y políticos más generales, que permitan esos elementos de continuidad. Pero cada nueva generación se incorpora a la vida en una época distinta y, por lo tanto, tiene que generar sus propias maneras de incorporarse a esa realidad, y no todas las fórmulas de las generaciones anteriores le dan soluciones para enfrentarla.

Vale la pena que entremos a discutir cómo se produce esta socialización, es decir, esta dosis entre qué cosas hay que reproducir y qué cosas hay que generar. Podemos buscar el legado de generaciones precedentes, que no es necesariamente el de la anterior. Propongo que analicemos cómo se ha estado dando y cuáles serían también los retos para lograr ese proceso de sucesión.

Edel Morales. La experiencia es, generalmente, el argumento fundamental sobre el cual se erige la preponderancia de una generación para dirigir los procesos de formación y de inserción social de la que le sucede. Sin embargo, habría que ver en qué medida este elemento es más legítimo, por ejemplo, que el de la imaginación de las generaciones que van apareciendo. La experiencia puede ser también un truco para seguir caminos trillados, un obstáculo a la creatividad y un elemento de oscurecimiento de la imaginación de las generaciones que van insertándose progresivamente en la sociedad. No afirmo tajantemente que tiene que ser así. Solo me gustaría señalar la contradicción que se produce a veces entre los portadores de la experiencia y los portadores de la imaginación. Y aunque los individuos que tienen experiencia pueden tener imaginación, normalmente la experiencia es el resultado de un proceso de vida más avanzado, mientras que la imaginación suele acompañar más a las generaciones que van haciendo su entrada en la sociedad.

Alina Perera. Recuerdo ahora una frase que dice: «el collar, sobre todo, lo hace el hilo». El hilo sería lo que habría que reproducir, los valores más elementales, que incluso no tienen por qué buscarse en una etapa inmediatamente precedente, sino mucho más atrás. Y las perlas no tienen por qué ser iguales, ni tener el mismo tamaño, y a lo mejor pudieran tener un grabado. Estas serían los grupos generacionales, que conformarían este collar histórico en que se unen, o se superponen, o se entrecruzan todas estas generaciones. Se trata de buscar en la historia lo que ha identificado al cubano como ente; digamos, el amor por la soberanía, por la justicia. Pienso en lo más elemental, porque evidentemente cada vez hay más características que van diferenciando al cubano dentro de su propia generación.

El reto más importante de mi generación, de la gente más joven, es precisamente tratar de mantener el hilo cuando las condiciones no son, ni mucho menos, parecidas a las que sí enmarcaron a quienes hicieron las transiciones más importantes de este siglo. Por ejemplo, nosotros tenemos que defender este proceso, a pesar de que no tenemos la certeza de qué fue aquello que se serruchó. Sin haberlo conocido en carne propia —en mi caso, afortunadamente—, tenemos que seguir tratando de mantener un hilo que garantice aquella subversión, que se ha convertido en una especie de preservación, al cabo del tiempo, para seguir haciendo avanzar el proyecto. No es lo mismo para alguien de experiencia, de 50 años, que hubiera sentido lo anterior en carne propia, se haya enrolado en la tarea de cambiarlo, y ahora esté consciente de lo que hizo; que alguien como yo, por ejemplo, que recibo esa experiencia como valor trasmitido, que me cuenten esa historia. Y es vital que yo entienda, porque si no, el hilo se puede partir y el collar se deshace. Para mí ese es el mayor desafío de la generación que viene.

María Isabel Domínguez. Una pregunta clave entonces es cómo lograr la interiorización de esa necesidad. Si en nuestra historia nacional cada nueva generación que se incorporó a la vida social sintió como suya la necesidad de preservar determinados valores y de incorporar otros, si el valor se formó no impuesto por la experiencia de nadie, sino en sí mismo, y si fue retomado, ampliado, reproducido de generación en generación, entonces, ¿cuáles son las condiciones necesarias para que en los marcos de estas nuevas circunstancias históricas, y para estas nuevas generaciones, que esos valores sigan siendo suyos y sigan constituyendo una necesidad?

Pienso que no se trata, de ninguna manera, de imponerle a esa generación, valores que no sienta que realmente debe defender, porque son los que realmente coinciden, digamos, con la necesidad histórica, con las mayores posibilidades para ella como grupo generacional, para el país como grupo nacional.

Frank Zaragoza. Ante todo, este problema nos lleva de lleno al asunto de cómo se verifican esas refaciones intergeneracionales. Existe un modo quizás más natural de consumarse, en la sociedad, las relaciones entre las generaciones: a través de las instituciones fundamentales: la familia, el trabajo. Y existe otro modo, en un nivel superestructural, consistente en cómo se diseña, en términos simbólicos —a través de los aparatos ideológicos del Estado, de los medios de difusión masiva—, el modelo de una generación.

En el caso cubano, sobre todo en la actualidad, se observa una superposición generacional, de modo' natural, en las instituciones laborales, en la familia, donde coexisten varias generaciones. Aquí pudiéramos constatar lo que es la utopía de la acción comunicativa, que alguien reclamaba; la coexistencia pacífica de distintas generaciones, en que los antagonismos etáreos no llegan a contradicciones más fuertes. Lo que me pregunto es si, en términos simbólicos, esto no se traiciona en la práctica comunicativa cubana. Es decir, cómo el diseño de lo que debe ser la generación sucesora —elaborado por los agentes sociales, que pertenecen, por supuesto, a una generación y que están en el poder—, y el diseño que hacen de la generación precedente, puede hasta cierto punto obstruir esta comunicación que naturalmente se da en la realidad, en la práctica, y en qué medida no lleva eso, de algún modo, a que se frustre ese proyecto que se planteaba en cuanto a crear una continuidad de valores. De qué manera se pueden implementar mecanismos de comunicación —ya que los medios de prensa no son el único medio que puede servir de vehículo a la opinión pública— que respondan a esta práctica natural, real, que quisiéramos promover para que exista un consenso entre generaciones, una continuidad entre los valores, y que incluso las rupturas no se expresen en términos constantes de negación.

Mercedes Vicente. En la sociedad cubana contemporánea no debe dejarse nunca de lado que los valores no se inculcan, sino que surgen en el contexto de una actividad social determinada. Y pueden estar prevaleciendo valores contrarios a los que se desean.

Me refiero a todo tipo de valores, porque los hay que sí coinciden con los que son arquetÍpicos de determinada sociedad, mientras hay otros que la cotidianidad no está refrendando. Esto tiene que ver con lo que decía Edel: las generaciones ya adultas reclaman, en virtud de su experiencia, cierto lugar. Y dentro de la juventud cubana hay un sector —que además tiene un peso sociodemográfico bastante considerable en la estructura del país—, entre 25 y 30 años, que porta las características de su generación, en términos de calificación, y que asimismo tiene cierta experiencia social. Estos rasgos pueden llevado a planos más relevantes en la sociedad, por ser parte de un sujeto popular que se ha configurado sobre la base de cosas comunes, de prácticas participativas, que puede permitirle tener un papel mucho más importante dentro de la sociedad.

Rufo Caballero. Es inevitable comprender el hecho de que una generación, para poder instaurar, o para poder hacer valer o legitimar su proyecto ético, necesariamente tiene que tomar lo que los teóricos llaman una distancia crítica respecto a proyectos que la anteceden. En el plano propiamente existencial, se dice que los seres del presente se llevan mucho mejor con los abuelos que con los padres. Incluso en ese plano afectivo inmediato de la existencia, se requiere de una distancia crítica con respecto a lo precedente.

Tal vez lo que le preocupa a Alina es que esa distancia crítica se exprese como disyunción de una continuidad que es válido mantener. Yo sí pienso que puede ser muy peligrosa esa línea fundamentalista que tiende a explicar o a argumentar el presente siempre a partir del pasado y de esa continuidad. El presente se puede explicar a través del pasado, pero también desde el propio presente. Y una línea de continuidad histórica tiene que comprobarse, en su viabilidad en el presente. En el campo del pensamiento posmoderno es la opción de Habermas. El plantea que no necesariamente hay que renunciar a la tradición de la teoría crítica y de la teoría de la razón, que se puede partir del Iluminismo y aun antes, hasta las teorías marxistas y leninistas, pero que esos grandes relatos tienen que someterse a la comprobación de la fenomenología empírica. Esta cultura fundamentalista puede ser peligrosa, en tanto puede atarse a una concepción del pasado que no demuestre su viabilidad en el presente.

Por otro lado, también puede ser muy peligrosa una cierta concepción, si se quiere un poco romántica, de los índices de identidad. Incluso Alina decía, con la mejor de las intenciones, que el cubano se ha caracterizado por esa tendencia a la soberanía, a la justicia. Pero si vamos a un plano mucho más esencial, esas son tendencias del propio ser humano, son valores inherentes al propio comportamiento perspectivo y utópico del ser humano, independientemente de que lo sean también de la conformación de la tradición de la cubanidad. Por eso yo decía que el criterio de generación no solo tiene unas coordenadas políticas, ideológicas y epocales, sino también incluso antropológicas, que no deben ser perdidas de vista.

Alina Perera. No sé hasta donde es prudente generalizar las ideas, cuando existimos en un mundo donde ya hasta se discute acerca de un límite ecológico. Precisamente por culpa de un modelo que ha propugnado el egoísmo como filosofía de la vida, y no un espíritu solidario, un espíritu que emancipe al Hombre, es que estamos a punto de estallar (nadie negará que somos una nave muy endeble, como me comentó alguien). En cuanto a la Revolución, como solo he vivido dentro de ella, mis comentarios y disertaciones sobre valores universales nacen ineludiblemente de la experiencia nacional. Cuando pienso en valores, aludo a pautas éticas que están condicionadas, en Cuba, por un contexto histórico que se explica en el presente, con raíces demasiado antiguas y profundas. Cuando yo explico mi condición de cubana, desde mi propio contexto, me doy cuenta de que hay cosas que se mantienen, porque están siendo condicionadas por una fuente emisora, a veces centenaria, de determinado conflicto, virtud o postura que hay que mantener. Por ejemplo, cuando alguien en esta Isla, ahora, opta por ser libre (valor del que hemos hablado aquí), o antimperialista, ese sentimiento que en muchos sentidos representa, para quienes lo asumen, un costo material y mental elevado, tiene su justificación muy palpable en la historia: la voracidad de Norteamérica. Entonces yo no puedo ser tan ilusa de pensar simplemente que el afán de ser libres sea un asunto inherente al ser humano y no algo más. Claro que es inherente, pero se potencia y adquiere sentido en un contexto más específico. Cuando hablaba de valores, hablaba de visiones muy concretas que hay que reproducir o no, en dependencia de que anden cerca o lejos de esa noción del bien de la que habló Martí.

Frank Zaragoza. Aquí tenemos diferencias en los matices. Pienso que Alina no deja de tener razón o buena parte de la verdad. Pero puede ser muy peligroso hiperbolizar el proyecto político por encima de otras facetas que engrosan la proyección de la generación. Por otro lado, pienso que una verdad que no pueda incluir o que no permita matizaciones dentro de su credo puede culminar en su reverso. Justamente, es necesario defender el hilo, pero no el hilo como atadura, sino como una reminiscencia que nutre desde el presente.

Edel Morales. A mí hay una cosa que me preocupa en la revelación de fe de Alina, pues en ella puede estar la base del esquema de intolerancia clásico. Es un esquema que presupone una verdad absoluta, o una verdad revelada. Presupone que si yo tengo la verdad, el otro está equivocado; y si es así, yo tengo que hacer prevalecer mi verdad y la manera más clara de hacerlo es eliminando al otro. Eso es un esquema clásico de intolerancia.

Por otra parte, aprecio mucho la defensa de la continuidad de determinados valores que sí están en la cubanía, como es el sentido de libertad, de justicia social, que sí me parece un elemento inherente, por lo menos, a las tendencias profundas de desarrollo de la sociedad cubana en el último siglo. Si de algo nos podemos sentir orgullosos es de que la sociedad cubana esté en línea con las mejores tradiciones y aspiraciones universales del hombre. Otra cosa es cómo se realizan, en las sociedades concretas, la libertad y la justicia social. No siempre la proclamación de determinados propósitos está acompañada en cada momento de su realización práctica.

Volviendo a la cuestión de cómo se pueden inculcar determinados valores, coincido con los que piensan que necesariamente la continuidad pasa por determinados períodos de tensión y de ruptura. El hombre necesita también experimentar y darse cuenta de que esos valores son reales. Eso ocurre siempre a través de una confrontación con los valores anteriores predominantes, en dependencia de la posición que asuma el sujeto que está siendo cuestionado.

Hay un ejemplo literario que ilustra esto. Todo el mundo pensaría que Lezama, como gran poeta, se daría cuenta de que Rubén Darío era un gran poeta. Sin embargo, hay un artículo de Lezama donde este revela claramente el parricidio que él —y casi todo su grupo— hizo con Darío, en el momento en que comenzaron su experiencia literaria; porque estaban necesitados de someter a una crítica profunda al que era el poeta más importante y conocido, en la herencia literaria de América Latina en esos momentos, para encontrar su propia razón escritural.

En ese mismo artículo, Lezama dice que, con el paso del tiempo, todos se convencieron de que Rubén Darío era un gran poeta que había hecho aportes sustantivos a la literatura de nuestra lengua. No se puede esperar que alguien asuma los valores que le presente otra generación sin cuestionárselos a su vez, porque es un proceso inherente al ser humano.

En una sociedad más tolerante, como la que reclamamos todos, esos procesos serían menos antagónicos, en la medida que haya una posibilidad, mediante la confrontación de puntos de vista y la legitimación de experiencias propias de cada generación, de ir llegando a una experiencia de trasmisión que no fuese necesariamente una expenencia traumática.

Creo que el presente se explica, sobre todo, por la capacidad de imaginar un proyecto futuro de realización, por lo que la gente quiere ser. La gente actúa o proyecta fundamentalmente lo que quiere ser y muchas veces los patrones de conducta que prevalecen a nivel de la reconstrucción de una sociedad son más lo que se quiso ser que los patrones reales que se realizaron en la vida.

Mercedes Vicente. Relacionando lo que apuntaban Alina y Edel, pienso que la tendencia del ser humano es a cuestionarse si realmente esos valores están siendo respetados en el presente, lo que no significa cuestionarse los valores como tales. A mi juicio, la inserción de Cuba en la universalidad está dada por la autoctonía de su desarrollo, que es el elemento más válido para insertarse en la universalidad. En el caso de Cuba estos valores de independencia, justicia social, libertad, no son valores solamente inherentes a las máximas aspiraciones humanas, sino elementos constitutivos de la nacionalidad.

Martha Alejandro. Debemos garantizar que todas las generaciones tengan una participación real en el presente. Siempre se ha aceptado el papel que cumplen los jóvenes en nuestra sociedad. Pero a veces encontramos que este papel está más ligado a su actuación en el futuro, que al despliegue de sus posibilidades en el presente.

Finalmente, está el problema de los estereotipos, los prejuicios que existen a la hora de analizar a las diferentes generaciones. Creo que eso está presente tanto en algunos adultos al analizar a los jóvenes, como entre los jóvenes al analizar a las generaciones mayores.

María Isabel Domínguez. Me da la impresión de que toda visión extrema tiende necesariamente al fundamentalismo; incluso la visión de la tolerancia extrema tiende al fundamentalismo. Pensar que todas las verdades valen por igual puede ser bastante inadecuado, porque en un mundo desigual no todas las verdades pueden ser iguales. Es decir, la verdad de cada uno está muy en correspondencia con el lugar que ocupa dentro de ese mundo desigual. Sí creo que es vital legitimar día a día la validez de nuestra verdad. Y readecuar esa verdad a las nuevas circunstancias que se van generando en el plano de lo económico, de lo social, de lo político, de las relaciones internacionales. No es una verdad inmutable, sino que se va readaptando y legitimando, se va consensuando día a día por parte de todos, con una práctica de participación.

En esta dirección, creo que el análisis actual de las relaciones intergeneracionales en Cuba debería responder tres preguntas. La primera es: ¿hasta qué punto el discurso político refleja o da cuenta de los problemas de las generaciones más jóvenes? En otras palabras, ¿ese discurso político toma en cuenta la especificidad de los problemas de esa generación, que son distintos de los de generaciones anteriores? La segunda es: ¿en qué medida las organizaciones juveniles y los dirigentes juveniles representan los intereses y problemas de los jóvenes, es decir, son realmente representantes de ese grupo, como generación, o se diluyen dentro de intereses más generales sin tomar en cuenta lo específico de este grupo? y por último: ¿qué oportunidades podría tener la política para facilitar que las nuevas generaciones intervengan más activamente en la definición de las metas y en general en los parámetros del proyecto social?

Rufo Caballero. Hace un momento María Isabel decía que ella cuestionaba ese criterio de tolerancia, porque suponía una legitimación de todas las verdades como igualmente válidas, idea que yo comparto. Pero el enfoque que veníamos ofreciendo Edel y yo no se refiere .al igualitarismo de las verdades, sino a la legitimidad de existir y de coexistir de las verdades, que lógicamente el tiempo podrá ir decantando y que podrán jerarquizarse y decantarse internamente.

Juan Luis Martín. Cada generación es el reflejo de un momento histórico distinto y la gran torpeza está en que la generación anterior trate de configurar a la siguiente a su imagen y semejanza, como si la historia no fluyera, como si no hubiera historia, como si las cosas fueran estáticas, como si los problemas fueran siempre los mismos. Eso constituye una forma de fundamentalismo, de dogmatismo, que se expresa en ese tipo de actitud política, social, cultural, desde la ciencia hasta el arte, y en otras formas.

Creo que es necesaria la tolerancia y la diversidad, siempre que no nos conduzcan a traicionar a determinados valores esenciales. Ahí es donde yo creo que está el límite, porque todas las cosas tienen su límite.

María Isabel Domínguez. Sin duda alguna, el tema que hemos debatido es suficientemente amplio y complejo como para que solo hayamos podido abrir la discusión: identificar aristas de interés, puntos polémicos, áreas de contacto con otros temas. En este marco, no tenemos posibilidades de continuar, pero creo que es un buen punto de partida para seguir el debate entre nosotros, y estimular a otros colegas a que se incorporen.

 

Les agradezco a todos su participación.

 


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