Este trabajo es parte de la serie de Catalejo ¿A dónde va el cine independiente?
¿Qué significa en Cuba el cine independiente? ¿Qué características tiene?
Creo que el cine independiente en Cuba es un fenómeno muy interesante. Después de muchos años con un sistema de la cultura centralizado y emplantillado en instituciones, se había aceptado que los artistas de la plástica, los escritores y hasta los compositores pudieran considerarse independientes y se habían aprobado los respectivos Decretos-leyes donde se reconocía su condición laboral y se les garantizaba la seguridad social y otras ventajas. Sin embargo, para los artistas audiovisuales esto costó mucho trabajo.
Lo peor era que la realidad demostraba, día a día, que existía un movimiento fuerte e importante de estos artistas, que incluso se habían organizado en grupos o pequeñas empresas para realizar su trabajo y hasta habían realizado largometrajes que obtuvieron premios internacionales. Era como la política del avestruz: “Si no los reconozco, no existen”.
Para mí, el cine independiente en Cuba es un resultado natural de cómo funciona el país. El cine es caro y cada día se hacían menos películas desde el Estado pues no había dinero para financiarlas, como se hizo desde 1959, con un staff numeroso, equipamiento y celuloide que llegaba desde los países socialistas, etc. En la década de los 90, el cine cubano sobrevivió gracias a las coproducciones. La crisis hizo colapsar al ICAIC, que se aferraba a una forma de hacer insostenible.
Con el abaratamiento de la tecnología digital y la graduación de decenas de artistas en el ISA y en la Escuela Internacional de San Antonio, tenía que surgir un cine fuera de las instituciones. Si a esto se suma que los realizadores “institucionales”, que siempre han sido muy inquietos, entendieron que era un asunto de vida o muerte y empezaron a hacer propuestas de transformación desde el propio ICAIC, lo que sucedió fue absolutamente natural.
A mi juicio, el cine independiente en Cuba es uno de los movimientos más revolucionarios en la esfera cultural de los últimos años, pues a diferencia de la plástica y la literatura que se hacen en solitario, es una manifestación que implica a muchas especialidades y muchos artistas. Creo que por esa complejidad hubo tanta resistencia a aceptar su existencia.
¿Cuál es el papel del ICAIC en esta nueva etapa de la producción cinematográfica?
El papel del ICAIC ha sido y es fundamental. Desde 2008, cuando yo presidía la Comisión de Economía de la Cultura, empezamos a trabajar con Camilo Vives y Lía Rodríguez, en ese momento encargados de la Productora del ICAIC. Recuerdo que la Comisión logró que los más importantes realizadores se reunieran cada semana con la institución para intercambiar ideas de cómo debía transformarse lo que ya era obsoleto. De ahí salió una propuesta para seguir trabajando que se llevó al VII Congreso de la UNEAC, pero ahí quedó todo.
Luego nos unimos en el llamado G20 y recomenzamos a trabajar duramente, convencidos de que si no lo hacíamos nosotros, nadie lo haría, pues la institución, por orden del Estado y el Partido, habían iniciado un análisis que se quedaba en la superficie y representaba un ligero temblor en la estructura que estaba necesitando un verdadero terremoto para volver a funcionar.
Al principio, hubo una resistencia inmensa a este trabajo con los creadores, por parte de la antigua dirección del ICAIC y del Ministerio de Cultura, pero en las figuras de Roberto Smith y luego de Ramón Samada, encontramos unos interlocutores inteligentes que entendieron y facilitaron el trabajo.
Ahora el ICAIC es el rector y el regulador de todo lo que se ha legislado para el cine independiente y, a mi juicio, lo está haciendo muy bien a pesar de que son caminos nuevos que chocan constantemente con las mentes anquilosadas.
Algo importante fue que Samada entendió lo útil que es trabajar en diálogo con los artistas, aunque a veces este se torne difícil. Ahora todo lo que se hace para implementar la nueva legislación, se hace en la compañía de nosotros y consultándonos cada paso. Eso es inédito y no se hace en todas las manifestaciones artísticas.
¿Qué espacios abren las nuevas regulaciones para la creación cinematográfica? ¿Cuáles son sus posibilidades y límites?
Se abren todos los espacios. Con la creación del Registro del Creador Cinematográfico y Audiovisual se reconoce una condición laboral que les otorga derechos a los artistas de este campo. Se construye un marco legal que los apoya y les quita esa mirada suspicaz que despierta en nuestro país una cámara en la calle. Se puede contratar y ser contratado de manera lícita, a y por personas naturales, cubanas y extranjeras. Se tiene derecho a una seguridad social, incluyendo la licencia de maternidad para las cineastas. Se crea el Fondo de Fomento, con financiamiento estatal fundamentalmente, para apoyar los mejores proyectos independientes de largometraje. Se crean Grupos de Creación Artística, que no son otra cosa que las productoras, que pueden abrir cuentas bancarias a nombre de los proyectos, lo que resuelve el absurdo de que la entrega de financiamiento a un creador para una película fuera visto como ingresos personales y genere pago de impuestos.
En fin, esta legislación aprobada se diseñó por los mismos creadores y se acerca a lo que hemos estado soñando, pero claro que no es perfecta. Habrá que ir solucionando cosas en el camino, pero, sin dudas, plantea un escenario nuevo y diferente para el cine y el audiovisual cubanos. Ahora toca a los creadores hacer más y mejores obras.
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