El primer Último Jueves: Identidad, conflictos raciales y discriminación en la república


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"Este panel tiene un singular relieve histórico, aunque no se agota en una apreciación exclusivamente histórica. Y pensamos que tiene una significación especial hacerlo en este año, cuando se conmemora el 90 aniversario de la guerra de 1912 y de la represión contra el Partido Independiente de Color".

En este mes se cumplen 19 años del primer espacio de debate público realizado por el equipo editorial de Temas, ya conocido como los Últimos Jueves de la revista. En esta fecha, retomamos esta discusión que, a pesar de los años transcurridos, es de total actualidad en el contexto actual de Cuba.

* Panel celebrado en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC, el 28 de febrero de 2002.


Rafael Hernández

Moderador. Director de la revista Temas.

Nancy Morejón

Poeta y ensayista. Casa de las Américas.

Tomás Fernández Robaina

Investigador. Biblioteca Nacional José Martí.

Fernando Martínez Heredia

Investigador. Centro de Investigación Juan Marinello.

 

Rafael Hernández: Este panel tiene un singular relieve histórico, aunque no se agota en una apreciación exclusivamente histórica. Y pensamos que tiene una significación especial hacerlo en este año, cuando se conmemora el 90 aniversario de la guerra de 1912 y de la represión contra el Partido Independiente de Color. Ustedes recuerdan que Temas ha tratado antes la cuestión racial, así como la revisión crítica del período de República de 1902 a 1958. De manera que no estamos en cero. Pero hoy queremos concentrarnos en los acontecimientos de 1912 y en sus consecuencias. Entremos, por consiguiente, en el primer problema: ¿hasta qué punto la guerra de 1912 constituyó un conflicto racial, y cuál fue su impacto ideológico y cultural sobre las relaciones interraciales cubanas en la República?

Tomás Fernández Robaina: Para mí, que soy un apasionado defensor del Partido Independiente de Color, fue la opción más radical que los negros de aquella época tuvieron. La historiografía cubana siempre ha señalado como un error su constitución; es decir, que los negros se agruparan en un partido como un medio para defender sus derechos.

Tenemos que releer, revisar estos planteamientos. Considero que habría que colocarse en aquella situación, en aquella época, para constatar que todos los intentos realizados para mejorar su situación habían fracasado, y, por lo tanto, se pensó que crear esta organización política era lo adecuado. En el año 1918, cuando ya habían pasado seis años de la guerra, del genocidio —porque fue un genocidio lo que se cometió contra los Independientes de Color—, Armando Plá publica un artículo donde examina las soluciones que los negros habían buscado hasta aquel momento. Y él llega a la conclusión de que el Partido Independiente de Color no había sido una opción totalmente equivocada.

El conflicto en torno al Partido Independiente de Color no se puede ver solamente como un problema racial, aunque tampoco podemos subvalorar la importancia del color de la piel. También hay que verlo como un problema de clase, como un conflicto social. No estoy pensando tanto en un problema cultural, porque los negros que estaban involucrados en estas luchas sociales, respondían a una cultura eurocéntrica que era la dominante en aquel momento. En ninguna parte, salvo en dos o tres cartas aparecidas en Previsión, el periódico del partido, encontramos manifestaciones donde pudiera verse algún elemento de identificación con una cultura que no fuera realmente la cultura blanca dominante en la mayoría de la población cubana y en la mayoría de los negros. Un aspecto muy importante es que el negro en Cuba durante toda la República ha luchado en el terreno social y político, pero nunca identificándose con una cultura de origen africano o de otro origen.

Volviendo al punto esencial: ¿fue un conflicto racial? No se puede ver solamente como un conflicto racial; hay también un conflicto social.

El historiador Louis Pérez planteó hace ya años una hipótesis muy interesante. Hay que tener en cuenta que los miembros del Partido Independiente de Color por lo general eran campesinos, que estaban reclamando tierras. Es un problema de clase y un problema económico, de lucha por un espacio. Y justamente todo este conjunto de factores va a incidir en el conflicto.

Según algunos historiadores, después del exterminio de 1912, el movimiento negro se estancó. Pienso que ocurrió todo lo contrario.

El movimiento negro continuó desarrollándose, pero valorando nuevas alternativas, con nuevas tendencias; tal vez dentro de la escala de valores que primaba en aquel momento, donde no se visualizaba otro medio de avanzar para el negro que ser asimilado. A este respecto hay una frase muy significativa de Juan René Betancourt, un negro tildado, entre otras cosas, de racista, que decía: “todos estamos por la asimilación”.

Es tonto pensar que en un país como Cuba no haya una mezcla, o no haya una asimilación. El problema reside en cómo vamos a esa asimilación. Si el negro se asimila al blanco pensando que la cultura blanca es la superior, y que por eso tiene que dejar atrás sus raíces africanas, no se está asimilando, sino aniquilándose, suicidándose culturalmente y desde todos los puntos de vista.

Por lo tanto, el tema tiene muchas aristas, muchos aspectos psicológicos, con textuales, culturales, que hacen del problema racial en Cuba algo sui generis. El Partido Independiente de Color fue una lección muy grande, que no fue olvidada de inmediato por los negros en general y por los que sufrieron y padecieron esta experiencia. Sin embargo, en la historiografía cubana, el Partido Independiente de Color quedó olvidado.

Recuerdo que cuando era un muchacho yo no sabía nada del Partido Independiente de Color. He hecho encuestas en la calle: “¿Usted qué sabe del Partido Independiente de Color? ¿Quién fue Evaristo Estenoz?”. Y me responden que no saben absolutamente nada.

Un aspecto muy importante es la presencia martiana, porque aquí no se puede pasar por alto a Martí. La idea martiana a veces nos ha invalidado, nos ha cortado las posibilidades de ver otras soluciones al problema racial en Cuba. Abordar el Partido Independiente de Color no es solamente un asunto histórico, sino sobre todo la cuestión de ver qué podemos aprender de esa lección. El programa del Partido Independiente de Color no era solo para los negros, sino para todos los cubanos. Los negros en Cuba, en nuestras demandas, nunca hemos planteado que sólo son para los negros, sino para todos los cubanos.

Y la burguesía, los medios de difusión, siempre han tergiversado las propuestas que han surgido de las partes negras. Al propio Juan René Betancourt, que tenía una propuesta muy interesante, a veces no se le entendió, por esta misma predisposición a entender esta posibilidad de solucionar los problemas de Cuba, incluidos los problemas raciales, que no fueran aquello de que todos somos cubanos, que cubano es más que negro. Y en efecto, cubano es más que blanco, más que negro, como decía Martí, pero, históricamente, ha habido un cubano negro que ha sido marginado, discriminado.

Nancy Morejón: Quería decir que estar en la revista Temas hablando sobre la guerra del 12 fue algo que, les confieso, me aterró. Lo primero que hay que reconocer es que resulta un acontecimiento cultural que la revista Temas traiga a la palestra el tema de la guerra del 12.

A lo largo de la República, en los inicios incluso de la riquísima vida intelectual cubana de los años 60, este tema era tabú —y empleo el término con una gran fuerza. La llamada “guerra del 12”, fue una gran mancha silenciada por la historiografía establecida. Las personas que tuve el gusto de conocer en mi infancia y, sobre todo, los hombres que de un modo u otro estuvieron alrededor de Nicolás Guillén —que, como conocen ustedes, estuvo en el centro de mi vida profesional—, hablaban de la guerra del 12. Así, el periodista Manuel Cuéllar Vizcaíno, cuando llegaba a la oficina de Nicolás Guillén me comentaba sus recuerdos sobre aquellos acontecimientos, y lo primero que hacía era rectificar: “no fue una guerra, fue una masacre”. En términos modernos, en los términos que gustan a los etnólogos y a los etnógrafos, tendríamos que decir: fue un etnocidio.

Importa mucho la experiencia vivida en relación con estos temas.

Sin tener la autoridad que tienen aquí historiadores como Jorge Ibarra o Fernando Martínez Heredia acerca de este tema —lo digo como estudiosa de la obra de Nicolás Guillén—, creo que la guerra del 12 no se puede explicar sin la guerra de 1906 y sin la guerra de 1917. Todo el que haya leído a Guillén sabe que él confesó que uno de los momentos más importantes de su vida como escritor y como hombre fue la pérdida de su padre. ¿Cómo perdió a su padre Nicolás Guillén? En la guerra de La Chambelona, muerto por soldados. Quiero decir con esto que la primera y segunda décadas de aquella República, son períodos convulsos, consecuencia de una República que había nacido mutilada, que no tenía una naturaleza bien definida.

La explosión del 12 es una variante de lo que ocurrió en 1906. Y no estoy citando a ningún historiador, sino fuentes orales que en estos asuntos cuentan también; estoy rememorando esas conversaciones con Manuel Cuéllar Vizcaíno, con Nicolás. Cuando Guillén llega a La Habana y se aloja por primera vez en casa de Cuéllar Vizcaíno, contaba Cuéllar que el poeta dormía tapado por una bandera del Partido de los Independientes de Color. Siempre escuché en su voz, en sus recuerdos, un gran respeto por este capítulo. Y quiero citar no solo el recuerdo de estos hombres bien vinculados a los ideales más nobles de la Cuba de aquel momento, sino también, por ejemplo, a un personaje del Teatro Alhambra como fue Luz Gil, el personaje de Canción de Rachel, de Miguel Barnet. El testimonio de este personaje es el siguiente: “¿La guerrita del 12? Ah, la guerra de los negros. Eso fue una masacre”. Quiere decir que en el imaginario popular, desde hombres como Manuel Cuéllar Vizcaíno o Nicolás Guillén, hasta una corista del Alhambra —que también tenía derecho al recuerdo—, consideran que fue un momento fatídico, terrible, que toda la historiografía oficial, como dije anteriormente, trató de ocultar.

La cuestión racial es bien delicada, bien evadida; va muy ligada a los conceptos de clase. No podemos ver las cosas de una forma unilateral, porque tengamos alguna que otra herida de toda una historia de evasiones, de sufrimientos, de migraciones. Cuba forma parte del Caribe; el Caribe es un territorio que está marcado por la dislocación brutal que trajo la esclavitud. Siempre que se me habla del término y de los problemas raciales, yo me siento obligada a mencionar otra palabra clave, que es la que mezcla y la que mueve a conocimiento el término raza con el término clase, que es el fenómeno de la esclavitud.

Para mí, raza, clase, esclavitud, están sumamente ligadas. Los cimarrones, según Alejo Carpentier, fueron los que nos enseñaron con su propia condición de cimarrones y nos inculcaron el amor a la independencia, otra palabra que no se relaciona para nada con los términos que estamos discutiendo aquí. En ese sentido, hay que pensar que un partido que en aquel momento, en su programa, usaba la palabra independientes, y que veneraba el concepto de independencia, en realidad estaba instaurando, como se dice ahora en términos bien modernos, un acto transgresor. No podemos decir otra cosa. En las tradiciones independentistas de Cuba, desde las dos guerras del siglo XIX, hasta la abortada, revuelta y convulsa República, tenemos que pensar que los ideales independentistas tenían que pasar por los tamices de la esclavitud, de la raza y de la clase.

Fernando Martínez Heredia: Además de los títulos con que se me presenta en este panel, yo soy de color. Y eso yo lo aprendí cuando era chiquito, como toda la gente que es así de este color. En Cuba, la gente no reconoce como en Estados Unidos, por ejemplo, que el que no es blanco, es negro. Aquí hay un conjunto enorme de gradaciones, y en ese conjunto enorme de gradaciones, a veces a uno le tocan papeles intermedios,  más bonitos o más feos, de acuerdo a las necesidades que se mueven alrededor.

Mi padre me decía: “no te olvides, los negros fuimos los que hicimos la independencia”. A pesar de que nosotros nos sabíamos mulatos, que no era lo mismo. Pero cuando él se dio cuenta de que yo iba a ser estudiante, me buscó este libro: Los Independientes de Color, de Serafín Portuondo Linares, que nunca se ha vuelto a reeditar en Cuba.

Se editó en 1950, por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. Raúl Roa fue el editor. Serafín Portuondo Linares era un marxista santiaguero, y ni siendo marxista se lo volvieron a publicar.[1]

Tengo la necesidad de empezar por el problema del olvido. En mi casa no se hablaba de la guerra del 12. Igual que los más viejos no hablaban nunca de la esclavitud. Después tuve que aprender que la esclavitud fue olvidada no solo por aquellos para los cuales era un recuerdo de su crimen, sino también por aquellos para los cuales era un recuerdo de su inferioridad social. Olvidar no era solo de buen tono, era una necesidad de la dominación en Cuba. Y este asunto ya pertenece al conocimiento, en la medida en que el conocimiento puede servir para lo contrario de la dominación, que es la liberación. La necesidad de la gente de abajo de olvidar el gran crimen cometido con ellos. Porque hay que vivir, y vivir es adaptarse, adecuarse, y solo en menos ocasiones, es protestar, para negociar o rebelarse, o, incluso, para rebelarse y no negociar. Cuando sucede lo último, queda después en las fechas importantes para siempre, son las efemérides de las revoluciones.

El olvido de 1912 es explicable. En un momento prolongadísimo de la historia, lo tratamos de olvidar todos. Después del triunfo de 1959, hubo tantos cambios y tan profundos en Cuba, que el olvido adquirió otras causas, sobre todo, el que todos los cubanos somos uno, no hay diferencias entre nosotros. Eso nos daba fuerzas para sobrevivir, enfrentar victoriosamente a los Estados Unidos que es tan grande, y para algunas cuantas cosas más. Una unidad necesaria de la que nunca se hablará demasiado; pero también una unidad que puede ser sumamente mal entendida —y ha sido muchas veces muy mal entendida.

Hemos tenido que tener una crisis económica violenta y un desprestigio total del socialismo en la década de los 90 para que empezáramos, entre otras cosas, a aprender acerca de nuestra diversidad.

Además de dar conocimiento, la historia tiene siempre funciones. Entiendo esto también en el sentido de sus funciones, y no solo del conocimiento imprescindible de qué pasó en aquel verano del año 1912 en Cuba, sobre todo en el Oriente de Cuba, sino que también esto está relacionado con la lucha contra el racismo en la Cuba actual. Tiene que ser una lucha de todos, no de negros, ni de blancos, ni de mulatos, sino de todos, ahí sí la unidad tiene que ser importantísima. La lucha contra el racismo en la Cuba actual, para que el racismo deje de ser uno de los rasgos de la cultura cubana. Y me gusta decirlo así, porque a veces se dice que la cultura cubana es tan buena, y lo otro es lo malo. Sin embargo, el racismo tiene carta de ciudadanía en la cultura cubana del siglo XIX, y no la tiene por gusto. La mayoría de la fuerza de trabajo cubana era explotada como esclavos. El racismo fue necesario, hay una acumulación cultural de racismo. Que hoy ya no sea necesario no quiere decir que ya no exista. Y eso pasó, por ejemplo, en los primeros años de la República, en 1912. Ya no era tan necesario. Incluso, desde un poco antes, ya no había esclavitud en Cuba, pero había un problema todavía más importante: la gran guerra del 95. No fue un grupo de gente cargando al machete, sino la transformación profunda de una parte fundamental y enorme del pueblo cubano a través de sus prácticas.

Cambió, se volvió capaz de no formar parte de un pueblo de castas, de exigir la ciudadanía, la igualdad total, y de obtener la libertad peleando, muriendo en masa. Ese holocausto cambió la historia de este país. Incluso, de ahí es que viene la palabra cubano. Y la población humilde de Cuba desempeñó un papel de protagonista.

Era imprescindible entonces un cambio en la construcción racial.

La idea de raza, en todos los países, es una construcción social. En este caso, era imprescindible que se echara abajo. Y contábamos, primero, con esas prácticas que cambiaron tanto a la gente; segundo, con un pensamiento que en José Martí se fue tan lejos. Martí se planteó una crítica profundísima del concepto de raza cuando el concepto de raza era aceptado como lo último de la ciencia. Había toda la idea profunda de que el hombre blanco tenía sobre sus espaldas la pesadísima tarea de civilizar al resto de las personas del planeta, de todos los colores.

Y, entonces, en ese tiempo se produce en Cuba, además del primer ejército plurirracial en la historia de América, un pensamiento como el de José Martí.

En los acontecimientos de 1912 están envueltos desde el papá de Portuondo Linares, que fue capitán del Ejército Libertador, al que él le dedica el libro, y uno de los que se alzaron en 1912, hasta José Miguel Gómez, que fue mayor general del Ejército Libertador, el que se responsabilizó en última instancia con el crimen, porque era el presidente de la República, y porque había tenido rejuegos politiqueros con los dirigentes máximos de ese Partido de los Independientes de Color. La protesta armada del 20 de mayo de aquel año tuvo lugar celebrando el décimo aniversario de la instauración de la República. Al fin nos damos cuenta de que sí hubo una República —porque no era una pseudorrepública, eso es una tontería, era una República—, y fue un avance tremendo para la gente humilde. Tanto los que celebran mucho a la República, desde el lado en contra de la Revolución de Cuba, como los que desde el lado de adentro tienen siempre la idea de que fue una cosa despreciable, no se dan cuenta de que reproducen un enfoque de clase media. La gente que tenía que sobrevivir se dio cuenta que la República era algo importantísimo y buenísimo para ellos, en primer lugar, para establecer su identidad; y en segundo, para poder ser ciudadanos, votar los varones, que los tuvieran que respetar más; poder pertenecer a instituciones; tener, quizás, la probabilidad de conseguir tierras para trabajar por su cuenta; y la dignidad de haber participado en algo que había obtenido el triunfo. La condición de veterano, por ejemplo, era una dignidad diferente por completo a la de don y doña. Y estaba al alcance de miles de personas que la obtuvieron por sus méritos.

El coronel Pedro Ivonet es uno de ellos: jefe del regimiento invasor oriental, hizo toda la campaña de Pinar del Río al frente del regimiento; el 4 de noviembre del 1896 recibió una bandera de honor del general Antonio Maceo por lo que se había distinguido su regimiento. Él es otro de los dirigentes asesinados en 1912. Sería interesante que le hiciéramos alguna recordación perpetua, por ejemplo aquí en La Habana.

Pedro Ivonet y su hermano Ramón, el abanderado de la Invasión, que murió en Tumbas de Estorino, comandante, son de esas familias de orientales que están enterrados en todas las provincias del país, donde murieron luchando por la libertad de Cuba.

El peso del racismo antinegro sin duda que tuvo una fuerza grande en 1912. Tomás y Nancy han hablado de unas cuantas cosas más que yo comparto. La idea de reprimir a los campesinos de Oriente era importante para el desarrollo del capitalismo azucarero en esa provincia; un nuevo desarrollo que necesitaba dejar a los cubanos fuera de la posibilidad de trabajar por su cuenta, para que tuvieran que vender su trabajo barato. En ese sentido, el trabajo de Louis Pérez —que apareció hace diecisiete años y todavía no lo hemos publicado en Cuba—, sostiene que fue una represión de clase contra el campesinado oriental. Así como la complicidad de varios de los apellidos que todavía recordamos como ilustres en Cuba, con ese crimen del verano de 1912, que no hay que meramente referirse a ellos con desprecio, sino tratar de entenderlos. ¿Cómo es posible que después que un proceso empieza a retroceder, retroceda tanto? Eso podría explicar por qué algunas personas a quienes yo sigo respetando, tuvieron, como personalidades de la República, una actitud bastante fea con relación a lo que sucedió.

Rafael Hernández: Quisiera sugerirles pasar a la segunda pregunta ¿qué peso tuvo la cuestión racial en los movimientos políticos, revolucionarios, reformistas, y en general en los movimientos sociales cubanos de la República?

Tomás Fernández Robaina: Los partidos de aquella época siguieron trabajando de una manera muy politiquera, muy superficial, el tema negro. Es decir, del negro solo se acordaban, y esto fue una repetición anterior, en la etapa de las elecciones. En las agendas políticas de los partidos de aquella época, el problema negro no tenía importancia.

El partido que moviliza a las masas, a veces en una dirección no mal intencionada, sino errónea, es la Unión Revolucionaria, hasta que se funda el Partido Socialista Popular. En la agenda del Partido Socialista Popular sí hay una intención, una activa movilización de los negros, a favor de un espacio político en la sociedad. Esto se evidencia, sobre todo, en la Constituyente de 1940, donde estuvo Juan Marinello, el presidente del Partido en aquel momento. Ese partido sí hizo mucho por darles los derechos al negro, y a partir de la Constitución del 40 trató de que se creara una legislación que penalizara los actos de discriminación racial.

Algunos compañeros me han preguntado: “¿Pero de dónde tú sacaste esto?”. Yo les decía: “Está sacado de la prensa y de Fabio Grobart, en una conferencia que dio en la década del 60 en la Escuela de Historia, donde hablaba de los errores de agosto del partido Comunista”.

Se refería a la tan llamada y celebrada Franja Negra de Oriente, que es un tema ignorado hoy. Se trataba de una orientación del partido, promoviendo que en aquellos municipios donde la población negra era mayoría, los políticos, los concejales, los representantes, tenían que ser negros.

Posteriormente, en la agenda de la Revolución, el tema racial no estaba planteado de antemano, por ejemplo, entre los puntos del programa del Movimiento 26 de Julio. Como dijo un compañero una vez: “lo bueno era que no estaba presente”. Y luego del triunfo se pudo encauzar. Pero uno de los problemas consiste en que tenemos tan enraizadas ciertas visiones, que no nos damos cuenta cuánto racismo hay en algunas actitudes que asumimos. Conscientemente nadie lo reconoce, pero así es.

Nancy Morejón: Hay una tradición en el periodismo cubano, sobre todo de vocación independentista, desde el siglo XIX, con figuras tan importantes como Juan Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado.

Las generaciones jóvenes de Cuba no conocen de las extraordinarias discrepancias entre Martín Morúa Delgado y Juan Gualberto en relación con el papel del hombre negro en el mundo colonial, en el mundo del siglo XIX. Hay que explicar por qué el periódico de Juan Gualberto se llamaba La Fraternidad; de dónde venía y cuáles son las bases de ese concepto suyo que pone en práctica durante todo el tiempo de organización de la guerra del 95, así como la función de las sociedades de color no solo en la prensa que organizara sino en aquella misma organización de la guerra sobre todo en relación con las nociones de raza, el origen de clase, la pigmentación, que eran nociones totalmente diferentes de las conocidas y aplicadas en las provincias de Camagüey y Oriente.

Una fecha emblemática es 1791, fecha en que comienza a producirse la Revolución de Haití: los mulatos a un lado, que se aliaron a la esclavitud, a los colonialistas; y los negros, es decir, los esclavos propiamente dichos. Eso se heredó en Oriente y en Camagüey. Solo el trabajo y la concepción de Juan Gualberto Gómez para el mundo occidental de la Isla arrojó ese otro concepto, en donde si usted tuvo un abuelo negro, usted puede ser una persona de ojos azules. Esa es la validez del famoso soneto de Nicolás Guillén “El abuelo”: ojos azules, el pelo rubio, y detrás de usted, allá atrás, está ese abuelo que usted tuvo y que determina sobre usted. Y ya usted nunca más es un hombre caucásico, ni es ario; usted es un mestizo, y usted es un negro.

He tenido conocimiento de un estudio reciente sobre Juan René Betancourt en relación con su periodismo, con sus obras. Y no quiero dejar de mencionar a un pionero también de todos estos temas, de estos tópicos en relación con el periodismo, que es Walterio Carbonell, que tuvo una concepción de la historia de Cuba bien polémica.

Rafael Hernández: Fernando, yo quisiera que te refirieras a este tema que había empezado a tratar Tomás, para pasar después a algo que ha estado presente en las intervenciones de ustedes tres desde el principio: ¿en qué medida cristaliza una idea o una vivencia de la cubanidad que pueda ser transracial o más allá de la diferencia racial?

Fernando Martínez Heredia: Vuelvo entonces a tu segunda pregunta.

Cuando José Miguel Gómez se postuló para gobernador de Santa Clara —lo vamos a tomar como material de estudio—, durante la “intervención” norteamericana, su propaganda electoral era una foto de él y al lado una de Martín Morúa, que era mulato. A él le hacía falta, por eso estaba Morúa allí. De Morúa no me voy a ocupar ahora, y digo esto porque, tanto el partido que después será liberal, como el partido que después será conservador, tuvieron que tener una política hacia la cuestión racial. Todo partido político cubano en ese momento tenía que tenerla. No es por elección, o porque fueran profundos, sino porque Cuba era un estado salido de una revolución popular, nacionalista, donde la gente humilde peleó, y una gran parte eran negros y mulatos, absolutamente convencidos de que valían igual, y de que había que hacerlos tan ciudadanos como a los demás. Ese elemento estaba en la política cubana desde un inicio, y fue un gran adelanto.

Ahora que estamos mirando las barbaridades, tenemos que tener esto en cuenta. Por esto Menocal puede recibir a Marcus Garvey en el Palacio Presidencial en 1920, a pesar de que él es “el Mayoral”; y por esto José Miguel Gómez tuvo también relaciones, hasta algún punto, con Estenoz.

Nancy recordaba cómo en la insurrección de 1906 contra el continuismo de Estrada Palma hubo una participación muy fuerte, sobre todo de veteranos negros y mulatos, y esto marcó una impronta al inicio del gobierno de Gómez. También ella recordaba el hecho de que la protesta armada era una forma de presionar; por esto es que yo hablaba del décimo aniversario de la República. Ellos, los del Partido Independiente de Color, se fueron al campo no a pelear, sino a presionar.

Ahora bien, hay una historia que tiene que ver un poco con la tercera pregunta, que se refiere a la organización sindical en Cuba. Es interesantísima, porque si uno tuviera fotos de los miembros de un centro de trabajo, en muchos casos veía que eran todos blancos, o en otros casos había muchos que no eran blancos, y en otros, extrañamente, tenían cara de españoles, porque eran españoles. Todavía se trató de mantener, al servicio de determinados intereses sociales, las divisiones entre cubanos. Después hay una evolución en la República cubana, y después del 12, cuando se forman en Cuba los grandes sindicatos, en donde los anarcosindicalistas son los que llevan la bandera, es un mulato de Sagua la Grande, tipógrafo, Alfredo López, el más grande de los dirigentes, el que logró hacer una sola federación de trabajadores en Cuba, al cual Mella le llamaba “mi maestro”. En esa época fue dirigente máximo de la Federación Obrera de La Habana Sandalio Junco, que era un negro pobrísimo, y así, en un campo determinado de la organización social, en este caso sindical, hay un espacio para luchadores, independientemente de su raza, que hace que puedan promoverse allí personas no blancas.

En los partidos políticos y, en general, en la oficialidad del ejército, hay verdaderamente una exclusión. En los partidos, en los cargos esenciales de la maquinaria; y en las fuerzas armadas, de un modo más general.

La llamada Revolución del 30 significó un cambio también en la situación racial. En el estudio Problemas de la nueva Cuba, de autores norteamericanos, escrito en 1935, en el capítulo segundo de ese libro —un libro maravilloso, científico, contrarrevolucionario— se explica; “tiene que cambiar la política racial en Cuba”. Dicen: “El cubano no es igual que el norteamericano”. Después de la Revolución del 30 ya no fueron posibles unas relaciones interraciales como antes. La Constitución del 40 lo reconoce, con todo mi respeto para los participantes. Se tuvieron que hacer concesiones mutuas para poder reorganizar el país de un modo, y esta es la segunda República, en donde ya hay historias como la de la Franja Negra de Oriente. Esta es una consigna del Partido Comunista de Cuba entre 1929 y 1935, porque ellos están bajo el influjo de la III Internacional, que ha practicado varios cambios en la línea, y uno de ellos es el reconocimiento de las nacionalidades como algo muy importante que los comunistas deben ver en el caso que pueda servir para su lucha, y reconocerle que sean autónomos. Se habla de que hay regiones autónomas en la URSS, y en Cuba podía haber una también. Allí donde se ve una proporción demográfica mayor, que es de Manzanillo hasta Guantánamo, que se nota la presencia negra, le pusieron la Franja Negra de Oriente. En todos los manifiestos de aquella época de lucha contra Machado y después de la caída de Machado, esta es una de las consignas centrales del Partido Comunista.

En la República de los años 40 al 50, la política de los políticos trata no solo de parecer integradora, sino de tomar algunas acciones prácticas.

Por eso es que el presidente Carlos Prío cuando hace su discurso más importante de campaña dice: “Es una vergüenza que un partido político cubano tenga que tener en su programa unas medidas a tomar para acabar con la discriminación racial. Esto es una vergüenza”.

No es meramente que él sea un demagogo, es que ya no se puede decir menos.

Eso no lo tenía que decir Menocal, para nada.

Tenemos necesidad de ir entendiendo cómo hay una acumulación cultural, que igual que ha mantenido mucho más allá de la necesidad de explotación de una masa al racismo antinegro, también ha ido manteniendo avances sucesivos de la idea de igualdad entre los cubanos. Esto es así, aun cuando en el caso de la República —según los datos que da Jorge Ibarra— el ingreso, la propiedad de la tierra y otras características de la calidad de la vida, los no blancos estaban, proporcionalmente, en una posición peor en Cuba, y siguieron estándolo en 1940-1950. Pero ya empiezan a trabajar muchachas bonitas, mulatas, en las tiendas de San Rafael y Prado. Y Prensa Libre las saluda, dice que son preciosas, distinguidas, cultas, gentiles; lo último que les faltó por decir es que parecen blancas. Pero ya son los signos diferentes de los tiempos. Y Batista trata de tener un ministro negro y viceministros negros, y una política también en su gobierno dictatorial de los años 50. No es que no sigan existiendo las discriminaciones, pero se tenían que someter a los avances de esta sociedad.

Nancy Morejón: Conocí la historia de las dos primeras negras que trabajaron en El Encanto. El asunto era que esas negras que trabajaban como cajeras, eran pedagogas. Tenían que tener un título universitario para trabajar en una caja de una tienda, que era la mejor de La Habana.

Las otras empleadas que estaban allí, eran, prácticamente, analfabetas; solamente sabían manipular la caja y contar.

Rafael Hernández: ¿En qué medida la construcción cultural de lo cubano, de la cubanía, de la cubanidad, de la identidad del cubano como expresión de la cultura, contribuyó a subsumir o no la identidad separada cultural de negro, mulato, chino, blanco, gallego, en la República?

Tomás Fernández Robaina: Cuando a mí me hacen esas preguntas sobre el problema de la identidad, de lo cubano, de lo negro, digo que hay que leerse la obra de Gustavo Urrutia. Urrutia publicó en el año 1935 “Cuatro charlas radiofónicas”, cuando estaba en una campaña para ver si salía electo concejal por La Habana. Esta sería justamente la mejor respuesta a todo esto de la cubanidad, de que cubano es realmente más que negro y más que blanco, pero de una manera muy objetiva, porque él era negro, católico, y, sin embargo, cuando hablaba no

lo hacía como negro, sino como cubano. Pero él decía que había un plus-dolor del negro; es decir, que si el negro sufría como obrero en la sociedad dividida en clases, sufría —además de todo eso—, el problema de la discriminación racial por el color de la piel.

Cuando se trata de decir qué es la cubanidad, el símbolo que representa lo cubano, tengo muchas dudas, porque yo soy de los que pienso que estamos todavía en un proceso de formación. ¿Qué cosa es lo que nos define? Yo no podría decirlo. Cuando dicen que la mulata representa la belleza cubana, con perdón de los mulatos, estoy en desacuerdo.

Hay una negra cubana bella, como hay una blanca cubana bella o una mulata cubana bella. ¿Cuál es el símbolo? ¿Cuál es la síntesis? No me siento capaz de elaborar un discurso teórico, conceptual, para decir: “esto es lo cubano”.

Nancy Morejón: Hay un viejo refrán que dice: “Cuba es Cuba” y ya. Hay una cuestión de carácter que va más allá del color de la piel y de la diversidad. Yo estoy de acuerdo con lo que dice Tomás. La cubanidad es una palabra que debemos a Ramón Grau San Martín, ¿por qué no decirlo?

Pero esa cubanidad también está condicionada por el tiempo.

No es lo mismo que la cubanidad del siglo XIX. Algunos textos de historia consignan que la cubanidad comenzó en los famosos nueve meses en que los ingleses tomaron la ciudad de La Habana, que ahí fue que nos enteramos que éramos cubanos, porque nos empezamos a defender. Junto a ese carácter intrépido, tan particular, está el deseo de defender algo. Esa cubanidad está muy signada por elementos de rebeldía; como cuando hablaba antes de la rebeldía que nos dejaron los cimarrones, hasta los ejércitos independentistas y hasta nuestros días de hoy. La cubanidad de 1990 no es la cubanidad de 1960.

Sin embargo, es indefinible, más allá de las posiciones ideológicas y políticas. Hay una cubanidad que es palpable, diversa, que se forja, y que quizás no se cierre nunca, porque toda cultura tiene que estar abierta, no puede estar enclaustrada. La cultura cubana es un ejemplo de flexibilidad y de asimilación del otro. Muchos problemas se resuelven en el Caribe, precisamente porque han sido lugares donde el hombre ha tenido que asimilar diferentes culturas, los fenómenos migratorios y que sin esos fenómenos, ninguna identidad se puede definir.

Fernando Martínez Heredia: Todas las naciones que han llegado a serlo tienen un conjunto de sentimientos compartidos, de representaciones compartidas, de hábitos, que van desde la gestualidad hasta la dieta. Se pueden identificar todas ellas, aunque cada una, como en el caso nuestro, se cree excepcional.

En muchos casos, y está el nuestro, también tienen un estado nacional, y eso ayuda muchísimo. Ayuda a todos a identificarse de una vez y para siempre. Ya somos los cubanos con una bandera, un himno, algo que además de ser representaciones, incluye desde el correo hasta la policía centralizada; y también necesitan del mercado ampliado, o sea, del mercado capitalista, que es el otro factor centralizador, que hace que todo el mundo pueda ser igual en el sentido de que si tiene dinero en el bolsillo, pues él puede hacer con ese dinero lo que le parezca más prudente. De modo que capitalismo, estado, representaciones compartidas, arroz con frijoles negros, van formando las nacionalidades.

En el caso nuestro —como en el de algunos otros países, no de todos—, la participación en una gesta nacional tremenda, completó el tipo de nación que es la de Cuba. Y esto tuvo un efecto tremendo sobre lo que nos ha traído esta tarde aquí, que es la composición racial de la población. No se trata del alcance de una mulatez, que incluso después de la Revolución del 30 se hizo más aceptada. Cuba es mulata.

Respeto mucho esa expresión, pero no la comparto. Porque lo verdaderamente importante en nuestro caso —a diferencia de los Estados Unidos o de Brasil, los otros países con una esclavitud masiva en el siglo XIX—, es que la nación salió de una enorme gesta nacional, y de sus resultados ha venido una gran parte de las posibilidades, los acomodos, y, también la capacidad de los cubanos de enfrentar y sobrevivir a situaciones a lo largo de los cien años siguientes, hasta hoy.

Se han incorporado otras cuestiones importantísimas, para llegar a ser lo que se pregunta aquí: cubanos. ¿Cómo explicar que Cuba tenía un millón quinientos setenta mil habitantes cuando terminó la guerra en 1898; y que veinte años después tenía, prácticamente, el doble de población?¿ Y que en un cuarto de siglo tuvimos un millón de inmigrantes?

La idea era blanquear a Cuba, para los racistas, y vinieron de España una mayor parte, y Cuba los absorbió a todos. En las condiciones en que se vivió esa primera parte del siglo, Cuba absorbió un millón de personas inmigrantes, jóvenes en su mayoría, y no se desnaturalizó; no se volvió un país como Guyana, donde un partido es el de los negros y otro es el de los indios. Pero ya en 1931 se empieza a tratar de hacer que todos los que están por acá sean más o menos cubanos. Y la Constitución del 40 franquea esta posibilidad del todo.

Durante ciento cincuenta años, aproximadamente desde los años 70 del siglo XVIII hasta finales de los años 20 del siglo XX, Cuba fue un país de inmigrantes. Julián Alienes, el economista de mediados de siglo, decía que la historia económica de Cuba es la historia de la inmigración.

Trajeron un millón de negros esclavos, contrataron ciento veinticinco mil sirvientes chinos. Después siguió entrando la gente ya en forma de otra relación no servil. Hace más de setenta años que Cuba no es un país de inmigrantes. Y en la corriente de emigraciones de los últimos cuarenta años, Cuba ha sido un país de emigrantes. Eso tiene que ver también con lo que estamos hablando.

Yo me siento cubanísimo por razones inexplicables, como todos ustedes, y eso también tiene el nacionalismo, ¿qué es la persistencia de una población en hacer y sentir cosas inexplicables.

Rafael Hernández: Les pedimos a los asistentes que tienen preguntas o comentarios que los hagan. Tienen la palabra.

Gloria Estrada: Soy profesora de Filosofía en la Universidad de Pinar del Río, y me siento como el producto de muchas de las cosas que ustedes han abordado. Nunca como estudiante de historia ni de pensamiento, en la propia carrera de filosofía, he estudiado la obra de personalidades negras, ni de África, ni del Caribe ni de ninguna parte. Mi formación se basa en un pensamiento europeo; he estudiado algunos pensadores cubanos, pero todos blancos. El pensamiento de Juan Gualberto Gómez lo vi someramente, atado al de José Martí.

Quiero referirme a lo tocado por el compañero Tomás, y que también abordó Fernando Martínez. El problema de la asimilación del negro en la República, la búsqueda de identidad, pero no de una identidad de África, sino de Europa. Pienso que no sólo se puede ver en la República, sino también antes, en el siglo XIX, sobre todo marcado por muchos intelectuales cubanos, entre ellos José Antonio Saco. La unión entre blancos españoles o criollos blancos con las negras africanas, o criollas negras, daban la posibilidad de un blanqueamiento de las razas, y estas, a su vez, iban a continuar con la idea de seguir blanqueándose.

No solo era el problema de la pigmentación, sino también el subjetivo, del modelo de belleza, que hoy se sigue heredando, al punto que, por ejemplo, yo soy una negra, y como negra, yo me hago un desriz que le hace daño a mi cabello, pero es bello desde el punto de vista del estereotipo de belleza. Son elementos fundamentales que marcan el estereotipo.

He tenido la posibilidad de participar en eventos donde he escuchado a intelectuales cubanos afirmar: “en Cuba no hay racismo”.

En Cuba hay un mestizaje, pero esa es una manera también de no asumir la realidad de que hay una población negra que está marginada.

En el propio cine cubano, siempre aparecen los negros en imágenes negativas, en papeles de prostitutas, viviendo en solares, como delincuentes.

Gilberto Monill: Soy sociólogo. Pienso que los acontecimientos del 12, el genocidio o como la historiografía quiera denominarlo, marcan un punto de giro con respecto a la cuestión racial, de la misma manera que marca un punto de giro 1844, porque también hubo genocidio

entonces. Pedro Deschamps Chapeaux, en El negro en la economía habanera, apuntaba que a partir de 1844, los negros no pudieron plantearse, desde su propio grupo, una problemática que pudiera darle respuesta a su dinámica de proyección social. Creo que así ocurre con

1912. En este propio año, está el problema de los negros brujos, la cuestión del ñañiguismo. Ahí entra no solamente la pigmentación de la piel, sino también la cultura, los modelos, el de la cultura occidental, y el de la cultura que viene de África. Concuerdo con el panel en que no es solamente la cuestión racial, sino un problema cultural y social.

Gisela Arandia: ¿En qué medida el Partido Independiente de Color, como un antecedente a la guerrita del 12, fue rechazado por su sentimiento, por su perspectiva radical frente al programa de la República propiamente?

Alexei Rodríguez: ¿De qué manera se puede incentivar, en opinión del panel, que se conozcan hechos como éste? Muchos de nosotros nos hemos enterado de muchas cosas aquí, que no se saben.

Manuel Aguirre: Se acusa a los Independientes de Color de racismo. Sin embargo, no hubo en la República otro partido que más completamente comprendiera todas las partes étnicas de esta cubanidad. En el libro citado por el compañero Fernando Martínez, el de Serafín Linares, se habla de la familia Regall y la familia Nodarse. La familia Regall eran blancos, gallegos que llegaron a Cuba, y uno de ellos se casó con una negra de la servidumbre, que le decían La Conga. Pues ese gallego era miembro de los Independientes de Color. He investigado el tema, porque me apasiona; sin rencores. Ellos tenían unas ideas muy avanzadas; como la de haber abogado por el socialismo parlamentario en 1909. Y eso lo hicieron los Independientes de Color.

Hablando de personajes, uno de los personajes que estuvo en la Constituyente, en la Cámara y fue senador de la República, fue Salvador García Agüero. García Agüero fue dirigente del Partido Socialista Popular, y el hombre que llevó a la Constituyente e hizo triunfar en el Senado de manera rotunda la ley contra la discriminación racial en este país, al lado de Juan Marinello, de Blas Roca; pero de él no se habla.

Un hombre que apoyó la Revolución, que fue embajador de Cuba en Guinea y en Bulgaria, y que murió en el año 1964.

Delisbel Pérez: Soy graduado de psicología. Mi pregunta esencial es: ¿cuál es la proyección de los formadores de esta sociedad, desde los trabajadores que compartimos el campo de humanidades, y qué vamos a hacer para todo esto que hoy estamos conversando aquí, ponerlo al servicio de las generaciones que van a trascender el momento histórico actual? Porque si no se les prepara desde ahora, entonces un grupo tan minoritario como este estará hablando dentro de algunos años del desconocimiento que tenemos de nuestra trascendencia como identidad cubana y de la identidad de raza. ¿Cómo podemos afrontar esta problemática?

Rafael Hernández: Bien, si no hay más preguntas, adelante el panel.

Tomás Fernández Robaina: Voy a empezar por la última pregunta, que es similar a la que han hecho otros compañeros. En el número 7 de Temas está mi trabajo sobre los estudios y la bibliografía afrocubana en Cuba. En una de las conclusiones, yo planteo que esta es una lucha cuyo resultado nosotros no vamos a ver. ¿Qué hacemos con crear en nuestra sociedad un hombre no racista, si ese hombre es homofóbico, o machista, o sexista? La lucha tiene que ser integral o no vamos a conseguir nada al final. ¿Cómo empezar? Voy a hacer una anécdota de mi querido maestro, Pedro Deschamps Chapeaux. Yo estaba escribiendo un libro sobre el Partido Independiente de Color en los años 70. En ese momento, Sergio Aguirre había publicado un artículo donde decía que bastaba ya de hablar del tema negro, porque ya ese problema estaba solucionado en Cuba. Y Pedro Deschamps Chapeaux fue a verme y me dijo: “Mejor deja de estudiar el tema negro”. Otra persona, cuyo nombre no voy a mencionar, me dijo: “Chico, deja ya a los negros, si ya los negros dieron todo lo que iban a dar en Cuba en el siglo XIX”. Esto es para que ustedes vean cómo es este problema.

Una vez asistí a un congreso sobre cultura negra latinoamericana. Cuando me tocó mi turno para hablar ante la audiencia, habían hablado los hermanos ecuatorianos, paraguayos, uruguayos, argentinos, peruanos, venezolanos, colombianos, y, sobre todo, los peruanos, los negros peruanos, plantearon las necesidades que ellos tenían, las demandas de justicia social, de derecho al estudio, de acceso a los estudios universitarios, yo me dije: “Bueno, ¿de qué yo voy a hablar entonces acerca del problema negro en Cuba?” Porque nuestro problema comparado con los que tienen nuestros hermanos en América Latina, es nada.

La pregunta que ha hecho la profesora de filosofía refleja que nosotros tenemos el problema, pero en otra dimensión. Cuba —como dijo Fernando Ortiz en una entrevista en el año 59— es el país donde más se podía luchar contra todos estos males; él consideraba que era donde

menos desarrollados estaban. Todo esto es muy polémico, pero pienso que en virtud de la revolución social que nosotros hemos tenido, Cuba ha estado, y está, en las condiciones óptimas para luchar contra todos estos problemas.

En nuestra historia existe una constante, que cada vez que vamos a enfrentamos a un problema de esta índole —históricamente, el problema negro—, siempre hay una situación coyuntural, política, internacional, económica; y entonces el tratamiento del problema se rezaga, se pasa a un segundo plano, y no se atiende. Estoy totalmente de acuerdo que con el tiempo y la educación, se logrará —pero al tiempo y la educación hay que ayudarlos. ¿Cómo? Con programas.

Hay que cambiar el sistema de enseñanza total desde la primaria hasta los estudios universitarios.

En la Universidad de La Habana, se estudia toda la cultura latina; pero sólo se estudia la cultura de origen yoruba en el Departamento de Arte, desde un punto de vista plástico, pero no como se estudian otras culturas. Mientras no cambiemos el programa de enseñanza, y la televisión cubana, y el cine cubano, y todos los medios se pongan en función de eso, va a seguir persistiendo.

En Cuba, sobre el problema negro, ya se sabe todo; lo que se necesita es acción. No estoy hablando de acciones afirmativas, porque después me van a acusar de que estoy muy influenciado por visitar Estados Unidos. Se necesitan acciones; no sé si afirmativas o aseverativas.

Pero se necesita acción.

En relación con lo planteado por Gloria, el problema es muy complejo, como lo que planteó Manuel. Encontré documentación de que, supuestamente, el artillero que tenían los Independientes, era un español.

De acuerdo con las referencias, era anarquista. Y, justamente, en el momento en que la campaña de la prensa grande en contra de los Independientes es mayor, en un boletín de un pueblo, creo que de Artemisa, sale una declaración donde se plantea que el Partido no es solamente de negros, sino que también es de blancos. En la prensa se argumentó que al Partido le era muy fácil burlar el precepto de la Enmienda Morúa simplemente diciéndole a tres o cuatro blancos que integraran sus filas. A pesar de que soy apasionado de los Independientes de Color, pienso que el Partido tenía una esencia racista. Pero como dijo Martí, que si por él decir que el negro en nada era inferior al blanco lo acusaban de racista, que bienvenido sea ese calificativo, porque era un racismo del bueno. Diría que el racismo de los Independientes de Color fue un racismo del bueno, porque no hay ningún aspecto del programa que usted pueda decir que es un programa racista, todo está enfocado en el bien de todos los cubanos. Aunque es cierto que Gregario Surín, —que sería el tercer ideólogo del Partido, después de Evaristo Estenoz y de Pedro Ivonet—, dijo en un discurso —y eso se manejó en la prensa—, que él no resistía ni el cuello blanco. Y es cierto que hubo manifestaciones muy aisladas de esa tendencia, vamos a decir, radical.

Cuando el Partido pudo comenzar a hacer esa propaganda para neutralizar, ya ellos habían perdido la prensa. Ellos tenían, primeramente, el periódico Previsión, que se fundó aquí en La Habana; había otro que era publicado en Sagua la Grande; y, por último salió otro, que era Libertad, en Santiago de Cuba. Pero en el momento de la mayor efervescencia, justamente cuando se inician los debates, ellos no tienen prensa, no hay espacio para ellos defenderse en la prensa, y, por lo tanto, la prensa exacerbó los ánimos a un grado increíble. Hay dos folletos donde se plantea que en Cuba ya la guerra entre negros y blancos estaba declarada, que no hay convivencia posible, y que una de las dos razas tiene que desaparecer. Obviamente, la que tenía que desaparecer era la negra. Uno de los folletos (está citado en la bibliografía de temas afrocubanos y en los libros que tratan sobre el problema negro) decía que en Cuba la población negra en cincuenta años iba a desaparecer. Eso fue en el año 12; es decir, que en el año 1962 ya en Cuba no habría negros.

Nancy Morejón: Hay que tener mucho cuidado cuando uno cita una frase, porque sería inadmisible decir que la Revolución cubana, fuera de la historia de la población negra y mulata de Cuba, le dio a los negros como una cédula, unos derechos en los que los negros no participaron.

Por eso me gusta tanto citar a Alejo Carpentier cuando dice que los cimarrones nos enseñaron, cuando se metieron y se incorporaron a los ejércitos independentistas, nos inculcaron el amor a la independencia.

Es delicadísimo pensar en una revolución que está como en una pirámide; y allá abajo hay unos negros que nunca han tenido ninguna relación con el fenómeno de la revolución en Cuba y en el Caribe.

La mulatez nuestra no quiere decir que el mestizaje sea un problema de los mulatos. Esa mulatez es una palabra que hay que utilizar metafóricamente; supone un mestizaje incluso en términos lingüísticos, que no hemos tocado en ningún momento en esta mesa. Si yo llevo a Alexei o a Delisbel a una región de Sudáfrica, no se van a entender con ninguna de las personas que tienen su mismo color, su mismo pelo, incluso, su misma actitud, porque hay otros patrones culturales, no sólo otras lenguas, en la que muchos otros negros del mundo se expresan.

Estamos expresándonos aquí en lengua española. No estoy hablando en swahili ni en bantú, independientemente de que hay un montón de vocablos en el mundo de la ritualidad cubana; pero no podemos crear una serie de espejismos. A mí me han preguntado en París: “¿Pero por qué usted no habla del creole de Cuba?”. En Cuba se habla el creole de los haitianos que se han asentado, fundamentalmente, en las zonas de Camagüey y Oriente; pero nosotros los cubanos no hablamos creole. No pudiera estafar a nadie en ningún medio académico, en ninguna parte, diciendo que en Cuba se habla creole. Y nosotros —el Caribe hispano—, somos la excepción de la regla, porque en el resto de estos países lo que se habla es creole. Pero en todo este contexto de raza, de esclavitud, de origen migratorio, el fenómeno de la lengua también tiene mucho que ver.

Por último, para terminar con el tema de la lengua, considero que hay una gran diferencia entre racismo, discriminación racial y prejuicio racial. Primero: yo atribuyo el concepto de racismo a los fenómenos de carácter profundamente culturales, y presentes en todas las culturas.

Si habláramos aquí de cómo en el imaginario cubano vemos a los chinos; y en los chistes cubanos, nosotros, que somos cubanos, vemos a los chinos como unos peleles ¿y qué derecho tiene ningún cubano de ningún color a ver a un chino inferior? Para nosotros es una cosa verdaderamente natural y normal; en nuestro imaginario, en nuestro inconsciente, esto se manifiesta, lo que me parece atroz.

El fenómeno de la discriminación racial es el ejercicio organizado del prejuicio racial en términos de los derechos civiles y de la vida social.

Y el prejuicio racial es algo pre-lógico, lo que está antes del juicio —lo dice la palabra pre-juicio. Se trata de un pensamiento no razonado, heredado, aceptado de una manera pasiva. Pienso como me dijeron que debía de pensar y es todo.

En Cuba y en el mundo actual, estas cosas son sumamente contradictorias.

Considero que hay muchos rezagos. Quiero terminar con esto del prejuicio racial, que es lo que está más en la conciencia; pues hay muchos problemas planteados aquí que son de conciencia, que no hay ley posible que cambie, porque hay una zona del individuo que es su conciencia, y es su mundo interno, su psicología individual y sobre eso no puede venir ningún estado ni ningún gobierno a decir: “vamos a hacer un ukase para cambiar esto”. Se trata de un proceso complicado y lento. En Cuba, en la actualidad, el prejuicio racial está derrotado, pero no muerto.

Fernando Martínez Heredia: Agrupando un poco las diferentes preguntas, varias se refieren a la historia misma de lo que estamos analizando.

Me parece que evidencian el interés, que es lo principal y también el desconocimiento, que sigue siendo una grave falta en nuestro país.

En relación con lo que planteaba Gilberto, efectivamente, en cierta medida los años 1912 y 1844 se parecen en que fueron un escarmiento, Pero de ahí en adelante no se parecen más; son hechos muy diferentes.

Lo tremendo es que José Antonio Aponte siga sin estar entre los próceres de Cuba. A pesar de que lo mataron y pusieron su cabeza ahí, en Belascoaín y Jesús Peregrino, donde ahora hay una tienda. Ahí no hay nada que lo recuerde; y tampoco hay nada que recuerde a los que

una mañana dejaron de ser obreros de la construcción en el Palacio de Aldama y se sublevaron. Los esclavos calificados que se sublevaron ahí en el Palacio de Aldama, que pelearon todo el día, mataron al capataz, e hicieron lo que pudieron y tuvieron que traer a un escuadrón de La Cabaña y matarlos. ¿Por qué no hay una tarja en ese lugar, si ahí está el Instituto de Historia de Cuba? No es culpa del Instituto, sino de todos, en alguna medida.

Alexei y Delisbel preguntan: “¿qué hacer?” Tiene que ser de muchísimas maneras. Con la historia, en primer lugar. Gisela hacía una pregunta importante: “¿Habrán sido también rechazados los Independientes de Color por su perspectiva radical?”. Sí, también. Eran un elemento subversivo, no por su importancia práctica, que no era tan grande; e incluso, para la idea electoral que tuvieron, obtuvieron unos votos, poquísimos, la única vez que pudieron presentarse. Lo cierto es que ellos pensaron que los trabajadores debían trabajar ocho horas, debía haber leyes sociales, y eso era muy subversivo, inaceptable. Hay que conocer la relación que existe siempre entre la opresión de la mayoría por parte de una minoría, y las formas de racismo. Aunque el racismo no es solamente eso. Nancy ahora mismo nos iluminaba muy bien sobre los problemas del prejuicio, de la discriminación. He tratado de hacerla ver con conceptos como los de acumulación cultural. ¿Por qué se puede seguir pensando y sintiendo, sin base alguna? Por ejemplo, prejuicios raciales en personas que no están ligadas a una dominación sobre otra. Pero no cabe duda de que en el caso de la historia cubana sí está ligado. Tengo la impresión de que la idea racista en la actualidad en Cuba, inconscientemente, trata de subir porque no resiste la idea de que todos hayamos tenido bastante igualdad de oportunidades durante varias décadas. En la idea de esto que nosotros hemos llamado el socialismo, esa idea no cabe, y es muy difícil pretenderlo de una manera legítima. Sin embargo, dentro de la cultura cubana hay la vieja idea de que los negros son inferiores. Si uno llega a creer que hay unos cubanos inferiores a otros, puede empezar a creer lo demás.

Nancy Morejón: Inferiores, brutos y feos.

Fernando Martínez Heredia: Sí, hay muchas maneras de serlo. ¿Cómo incentivar a que se conozca? ¿Cuál es la proyección de los trabajadores del pensamiento?

Son preguntas clave, y las respuestas son muy difíciles.

Si la mayoría de nosotros nos ponemos a asaltar todos los espacios que existen, a llamar la atención, a tratar de llevar adelante cambios, un día llegaremos a tener la posibilidad de transformar profundamente nuestro sistema de educación, para que responda al pueblo y a la soberanía de la gente que hizo este país y lo sostiene, al igual que el sistema de medios masivos de comunicación.

Pero las reuniones como catarsis son demasiado insuficientes. Entonces, más vale que tratemos de encontrar los modos de hacer unas pocas cosas más adultas y eficaces. Eso va a formar parte del desarrollo de nuestra sociedad, más allá del problema racial. Todas las cosas

importantes, como son complicadas, nada más que se resuelven con transformaciones importantes. Así como los Independientes de Color eran demasiado radicales para su tiempo, sólo si nosotros los cubanos somos demasiado radicales para nuestra circunstancia, es que vamos a salir adelante. Con menos, no.

Rafael Hernández: Me satisface saber que un tema complejo como este se puede discutir sin hacer una catarsis, sin convertir esto en una descarga meramente emocional; sino que sea un ejercicio de reflexión, de lucidez, de análisis, y poder aprovechar estas dos horas que hemos estado aquí, para poder entender mejor el problema. Ese es el propósito que tenemos en estas sesiones de Último Jueves. Les agradezco a todos por haber contribuido a esta reflexión colectiva, y muy especialmente a los miembros del panel, por habernos iluminado a todos.

 

[1] Fue publicado en el año 2002, con motivo del 90 aniversario de la guerra de 1912, y presentado en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, durante el evento conmemorativo de ese acontecimiento.


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