Eusebio Leal Spengler ha fallecido hoy viernes 31 de julio de 2020 en La Habana. Pero su obra y su impulso creador permanecerán en la memoria de las cubanas y cubanos que habitan la ciudad, que pueblan Cuba.
La revista Temas se suma al dolor compartido por todos, y en homenaje a su legado, retoma en esta ocasión una entrevista que realizara el periodista Pedro Martínez Pírez, y apareciera publicada en el número 24-25, enero-junio de 2001.
El Dr. Eusebio Leal Spengler, historiador de la Ciudad de La Habana, concedió esta entrevista —especialmente para este número de Temas— al periodista Pedro Martínez Pírez, miembro de nuestro Consejo Editorial.
Pedro Martínez Pírez: Eusebio, ¿República mediatizada, seudorrepública o simplemente república, la cubana que nació el 20 de mayo de 1902 y terminó el Primero de enero de 1959?
Eusebio Leal Spengler: Creo que república, y que, además, es una república que nace bajo las circunstancias de no ser la hija legítima de la Revolución, sino su aborto. Quiero decir: se había fundado una república en Guáimaro, ahí está nuestra tradición revolucionaria, democrática. Los principios fundamentales de nuestras esperanzas futuras se sentaron en Guáimaro, en abril de 1869. Si observamos el proceso que vino después, vamos a ver cómo a partir de la creación de ese territorio libre del colonialismo español —el que el Ejército Libertador pudo sostener y donde, querramos o no, estuvo el gobierno revolucionario con todas sus luces y sombras—, nace ese proceso. Y se extingue cuando se declara disuelto el Gobierno Revolucionario, no el que fenece con la paz de El Zanjón, y ni aun con el Consejo Revolucionario que se crea después de la Protesta de Baraguá, y que persuade a Antonio Maceo de la necesidad de su partida al exterior, convenciéndolo de que no perezca en una reyerta inútil, cuando ya no había esperanzas materiales y solamente quedaba y quedaría el eco y la luz del acto moral de Baraguá; sino el que termina después de los hitos posteriores, aun el de 1895, con la disolución del Ejército Libertador más tarde, y con la del gobierno presidido por Bartolomé Masó.
Podríamos analizar todos y cada uno de estos hitos: la primera república, la cespediana; la que se extingue con el pacto de El Zanjón; la que sobreviene con el Consejo Revolucionario, presidido por el venerable Silverio del Prado, por Manuel Calvar, por Maceo, por Vicente García; la que sobreviene después, en el 95, con posterioridad a la discusión en La Mejorana entre Martí, Gómez y Maceo, en la que se debate la forma de gobierno. Esto queda atrás en el momento en que, de hecho, se declara disuelto el Ejército mambí, se extingue el gobierno revolucionario, y comienza ese lapso oscuro que es la ocupación norteamericana, enjuiciada por Máximo Gómez, de forma breve y precisa, en su anotación del 8 de enero de ese año 1899: «tristes se han ido ellos [los españoles] y tristes nos hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido».
Máximo Gómez reconoce implícitamente que había un poder real —el español—, que a lo largo de siglos había privado al pueblo cubano de ejercer, llegado a la madurez de su vida, estando presentes en la sociedad cubana los elementos formativos que la favorecían, una opción independentista —a la que nunca tuvimos en realidad acceso—, fallido primero el intento de que Cuba se incorporase al movimiento de liberación hispanoamericana iniciado en México, y en todo el sur por Bolívar y por los padres fundadores; el resultado del 68 después, y finalmente el desastre de la intervención norteamericana, que Gómez en ese mismo párrafo señala. En esa misma anotación, dice que es una «intervención impuesta por la fuerza». En esta entrevista no podemos explayarnos en criterios diversos sobre el hecho, pero lo cierto es que los norteamericanos llegan, eso es lo histórico; desconocen al gobierno revolucionario; utilizan al Ejército Libertador como unos cargadores, como unas tropas de adelanto que van limpiándoles el camino, hasta que se esfuma la ilusión de que los americanos vienen a Cuba como aliados. El propio Gómez —para volver a citarlo— en su célebre carta de respuesta al Capitán General Ramón Blanco, que le insta a una alianza entre tropas cubanas y españolas para arrojar fuera a los yanquis, le responde:
«Me asombra su atrevimiento, al proponerme nuevamente términos de paz, cuando usted sabe que cubanos y españoles jamás pueden vivir en paz en el suelo de Cuba. Usted representa en este Continente una monarquía vieja y desacreditada y nosotros combatimos por un principio americano; el mismo de Bolívar y Washington [...] Yo solo creo en una raza: la Humanidad; y para mí no hay sino naciones buenas y malas; España habiendo sido hasta aquí mala, y cumpliendo los Estados Unidos, hacia Cuba, un deber de humanidad y civilización, en estos momentos»;
para, poco después, con aquella agudeza que tenía, y como hombre que conocía demasiado la cuestión cubana por dentro, y había oído tanto a Martí, diga: «No veo el peligro de nuestro exterminio por los Estados Unidos, a que usted se refiere en su carta. Si así fuese: “La Historia los juzgará”». El juicio está montado en la ocupación americana, en ese período de ocupación —1900-1902—, cuando quedan claras todas las intenciones; cuando estas se ponen de manifiesto, con brutalidad absoluta, en la asamblea constituyente de 1901 en el Teatro Martí; cuando se les advierte a los asambleístas que si no hay enmienda no hay República. Y a la constituyente, que tenía como único objetivo —para el cual había sido elegida—, preparar una base constitucional para la República futura, le impone el deber de legislar sobre cómo serían las relaciones futuras entre Cuba y los Estados Unidos, y le impone la Enmienda Platt, que no solamente merma, sino mutila todos los atributos de soberanía de la República que nace el 20 de mayo de 1902.
Sí, fue una República, fue reconocida por las grandes potencias, por España, por los Estados Unidos; fue reconocida por Europa, por Japón, por China. Ahí tenemos las cartas de reconocimiento de todas aquellas personalidades. Fue reconocida por todos los pueblos iberoamericanos; pero en realidad la República, como tal, no existió, porque desde el punto de vista jurídico, el gobierno de los Estados Unidos podía intervenir en Cuba sin consultar al Congreso ni al Presidente. Y eso lo ejerció entre 1902 y 1905, en todas las presiones sobre el gobierno de Tomás Estrada Palma, y de una forma brutal cuando ese propio presidente, prevaricando de sus deberes, llama al gobierno norteamericano, en una acción en la cual participa el Ministro de Cuba en Washington, Gonzalo de Quesada, quien pide al presidente de los Estados Unidos la intervención en Cuba. Ambos, Gonzalo de Quesada y Estrada Palma, eran discípulos amados de Martí. Hasta el último momento de su vida está refiriéndose con cariño y con afecto a Estrada, a quien él había llamado «el cenobita de Central Valley». En la carta del Secretario de Estado norteamericano está citado el telegrama de Quesada que dice: «esto aquí nadie lo sabe, solamente el Presidente y yo». Es decir, se hizo a espaldas del Congreso, a espaldas de los sectores de opinión. En medio de un conflicto interno, se solicita la intervención norteamericana. Es un acto de soberbia del presidente Estrada Palma, al no querer reconocer los resultados de unos comicios electorales que estaban viciados, porque la República que se entroniza nació con todos los vicios de corrupción propios del modelo que le había sido propuesto como fórmula de existencia. Dicen que el Presidente norteamericano estaba muy molesto, porque la torpeza de los políticos cubanos venía a deshacer la imagen «grande y generosa» que los Estados Unidos habían dado ante el mundo. La nación norteamericana había cumplido el compromiso solemne de ambas cámaras —expresado en la fórmula de que el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre y soberano— al intervenir en Cuba. Esa libertad había sido conculcada por la Enmienda Platt, pero quedaba una formulación pública, un teatro montado, y ese teatro venía a ser disuelto por Tomás Estrada Palma, y eso no convenía a los intereses norteamericanos. Ellos no querían estar aquí, la escena maravillosa había sido la partida, la entrega de la República; pero tuvieron que volver, y cuentan que el Presidente norteamericano le expresó a Gonzalo de Quesada: «Dígale al presidente Palma que yo puedo enviar ahora mismo los barcos que me pide, pero que piense en la mancha imborrable que caerá sobre su nombre».
P. M. P. : A partir del 20 de mayo de 1902 nace un nuevo Estado, y se crea una república que usted dice que no existió en los primeros años por la vigencia de la Enmienda Platt, pero que ha dejado una historia con luces y sombras, a partir de Estrada Palma, pasando por José Miguel Gómez, Menocal, Zayas, Machado...
E. L. S.: Nosotros podemos explicar la historia; lo que no podemos hacer es borrarla. Cuando no se tiene el valor de explicarla, se acude al expediente de omitirla. Yo pienso que eso es un grave error, que ha costado muy caro a los que la han negado. Varias veces he escuchado decir al compañero Fidel que quienes han negado su historia han desaparecido.
No podemos dejar de pensar que el Secretario de Educación Pública del gobierno interventor, en un período, fue Enrique José Varona. Ya sabemos qué representa Varona en la historia de la evolución del pensamiento cubano. Sabemos que en el momento del voto por la Enmienda o contra la Enmienda se escinde la opinión cubana. Una posición era la de quienes creían necesario rechazarla —recurriendo a un expediente de heroísmo que no tenía convocatoria, porque se habían roto las bases de unidad, y la información que podría haber permitido movilizar a muchos, estaba fragmentada. Otros creían que debíamos tomar lo que se nos daba y luchar por lo que aspirábamos, o por lo que habíamos luchado siempre. Esa es una verdad; y vamos a observar cómo, tanto en el gobierno de Tomás Estrada Palma como en los posteriores, participa un conjunto de figuras de gran relevancia para Cuba que no pueden ser, en forma alguna, borradas y tijereteadas de la historia. Nos quedaríamos sin nadie si no somos capaces de situar lo que usted ha llamado, con razón, la luz y la sombra de un proceso. No hay posibilidad ninguna, es un proceso en el cual se forja un sentimiento antimperialista, en que renacen con fuerza, después de la poda, los más valiosos sentimientos patrióticos. Es un período en el cual figuras como Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily, Enrique José Varona, por citar solamente algunos nombres, van a librar la batalla por el análisis y la búsqueda de una posición cubana frente a las nuevas amenazas de injerencia norteamericana —que son en muchos casos rechazadas— y contra las relaciones que se han creado en Cuba, precisamente por no haber triunfado la revolución martiana «con todos y para el bien de todos».
No estaba publicada todavía la mayor parte de la obra de Martí; por eso comprendemos la avidez con que Mella, profundamente flechado por el Maestro, busca testimonios martianos en las figuras sobrevivientes de la gran gesta; por eso el papel del doctor Eusebio Hernández, por ejemplo; una tremenda figura, no solo un gran científico, sino un gran patriota, de primerísima línea, consejero de Maceo, compañero y amigo de casi todos los fundadores. Hay un libro precioso con su correspondencia y con todo lo que significó. Además, Mella lo pondera de forma extraordinaria.
Es la etapa en que nace el movimiento obrero, en que se llevan a cabo las primeras huelgas, en que va surgiendo, precisamente, una conciencia proletaria en medio de las necesarias influencias, que venían de nuestra propia matriz española o europea, como el anarcosindicalismo. Tuvimos hasta la fortuna de tener en esa corriente a hombres de la talla de Alfredo López, a quien Mella reverencia como una verdadera figura de primera línea en el orden humano. Es la etapa en que se forja y nace el primer Partido Comunista de Cuba, con un Primer Secretario que era español y que es deportado poco después; lo cual agrega condimento a que nuestra ruptura con España siempre fue con la España política, pero no con la de la raíz, de la rabia y de la idea de que hablaba García Lorca; porque de ahí nos vienen los fundadores de las organizaciones obreras, de la masonería librepensadora y anticlerical, de las organizaciones culturales iniciales. No olvidemos que sin esa continua relación con la España vital no se comprendería la partida a España, apenas treinta años después, de aquella masa de jóvenes que va a combatir por el sueño democrático de la humanidad, en defensa de la República, y que vaya entre ellos uno de los jóvenes más esclarecidos de su generación, Pablo de la Torriente Brau.
Esto es muy complejo, no admite simplificación, no admite decir que todo ha comenzado con nosotros. El movimiento encabezado por Fidel es, como él mismo lo definió, una continuación de la revolución iniciada por Céspedes. Esa revolución adopta, desde el 68 hasta el 59, distintas etapas, y una de ellas es la de la lucha en el período republicano, proclamado luego de la primera y segunda intervención norteamericana en Cuba, y del terrible amago de intervención que sobreviene a la revolución del 30. Hubo entonces injerencia política, pero ya no pudo haber intervención militar con desembarco, porque ya había cristalizado una conciencia que pone al país al borde de una verdadera y grande revolución.
Tampoco podemos omitir que, en medio de todo eso, hay en la República elementos vitales que luchan, por ejemplo, de una forma patriótica por deshacer la Enmienda Platt, desde el punto de vista jurídico, y lo logran cuando hacen que sea finalmente abolida, no como un acto de generosidad del nuevo trato preconizado por Franklin D. Roosevelt, sino como resultado de una gran lucha nacional, en la cual los embajadores, los ministros cubanos —entre ellos Cosme de la Torriente— van a desempeñar un papel muy importante para la desarticulación del aparato jurídico de la Enmienda. Ellos logran barrenarla completamente. Además, estaba delante el proceso revolucionario, fallido, inconcluso; pero real, en el cual se paga el altísimo precio del exilio y muerte de Mella, de la partida frustrada y del asesinato de Guiteras, hechos que nos permiten pensar en el precio que paga el pueblo cubano por todo esto.
También hay un movimiento obrero que tiene una significación enorme en este período, con una gran ventaja para Cuba, y es que los grandes dirigentes obreros del país, formados en el seno de aquel primer Partido Comunista, lo fueron de una forma muy flexible. Dirigentes muy originales porque partían de experiencias vividas muy originales, porque cumplían sus deberes de cara a la clase trabajadora; verdaderos dirigentes, extraordinariamente queridos por el pueblo cubano. No se puede concebir la historia de ese movimiento sin hablar, por ejemplo, de Jesús Menéndez, caído en plena juventud y que logró lo que parecía imposible, en una batalla contra las más poderosas transnacionales de aquel momento.
No podemos olvidar —en la Habana Vieja en particular— el papel de Aracelio y de Margarito Iglesias, como no se puede olvidar el de Miguel Fernández Roig o el de José María Pérez, por solamente citar los nombres de los mártires.
P. M. P. : Durante la República se crea también la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), y en la Protesta de los 13 hacen irrupción los intelectuales.
E. L. S.: Claro que sí, un movimiento intelectual muy fuerte que se inicia, precisamente, con aquellos jóvenes libertadores que, al concluir el proceso independentista, quedan inconformes con el destino incierto de Cuba. Entonces se produce un movimiento, y ahí está ese fermento intelectual de hombres de los que hoy estamos conmemorando los centenarios. Con nombres como Don Fernando Ortiz que, ya desde el comienzo, desde su juventud, está buscando las raíces y las claves interpretativas de la sociedad cubana; Emilio Roig de Leuschenring, «el infante terrible», como lo llamaron; aquella generación que está en la Protesta; figuras que conocimos y nos pudieron dar un testimonio tan hermoso de aquellos años como José Zacarías Tallet y Juan Marinello, por citar algunos nombres.
Tenemos a Rubén Martínez Villena, siguiendo la huella de Mella, a quien Neruda, con tanta razón, llama «el discóbolo cubano»; detrás de ellos, Raúl Roa y toda esa gran generación, extraordinariamente elocuente, dotada de la capacidad de la oratoria, de la conversación, que logran en sus tertulias en el Naranjal, en el hotel Ambos Mundos, en el Lafayette, en el corazón de La Habana, donde se reúnen con los viejos representantes del pensamiento cubano, con el propio Eusebio Hernández, con Juan Gualberto, con Sanguily, con Varona. Vemos el fin de la vida de Varona; ahí está Roa describiendo en una semblanza lo que significó este para la juventud cubana, y cómo van a buscarlo, y cómo Varona —despojado ya de todo, sin nada material—, se convierte en el abanderado de esa moral, de esa ética cubana, indestructible.
Creo que sí, que hubo un movimiento de cambio, de transformación, una generación que tuvo articulistas brillantes, caricaturistas brillantes como Conrado Massaguer, por ejemplo; revistas espléndidas de pensamiento cubano como Social, hasta llegar al momento crucial, ya en el 30, con una generación aún más joven que viene detrás. Por ahí llegaremos a Nuestro Tiempo, por ahí llegaremos a Orígenes, por ahí llegamos a toda la pintura cubana de esa época; por ahí andamos del brazo de músicos como Amadeo Roldán, de Caturla. Entonces, simple y sencillamente, te diré que esa República fue extraordinariamente fecunda, en todos los aspectos.
P. M. P. : ¿Cuáles son los momentos o facetas de la historia de aquella República que demandan hoy un ejercicio más acuciante de reinterpretación o revalorización?.
E. L. S.: Creo que toda la historia republicana es muy importante para su estudio; porque se corre el riesgo siempre de simplificaciones, de reducciones muy mecánicas, en las cuales falta la capacidad de investigar situaciones concretas nacionales e internacionales, el papel de las grandes personalidades en la historia de Cuba, el de las vanguardias políticas y culturales que fueron tan importantes y que borran por completo la imagen del proceso republicano como desierto de virtudes. En él aparecen precisamente los precursores y promotores del proceso revolucionario en su doble vertiente; quiero decir en su vertiente política y en su vertiente cultural. Esta es una coincidencia muy importante en la historia de Cuba, que marca una regularidad de la Revolución, y es la coincidencia de las vanguardias culturales con las vanguardias políticas. Una inclinación a los problemas sociales ha sido determinante, de forma permanente en esas vanguardias cubanas. Las élites han sido, son, se hacen evidentes, pero son intrascendentes. Las quedesempeñan un papel importante son las vanguardias, y no se puede confundir lo uno con lo otro. El proceso republicano es riquísimo: en las relaciones internacionales, por ejemplo, la batalla librada por Cuba por la derogación del apéndice constitucional, es decir, de la Enmienda Platt. ¿Cómo se logra esa derogación formal, que fue una victoria jurídica sobre el Departamento de Estado norteamericano? ¿Cómo se logra el reconocimiento de la pertenencia de Isla de Pinos a Cuba, que era discutida? Y con Isla de Pinos se discutía también la existencia virtual del archipiélago. Se le concedía a Cuba soberanía nada más que sobre la isla grande. Esa batalla fue importantísima. La presencia de Cuba en la fundación de la Liga de las Naciones, la presencia de Cuba en la fundación de la UNESCO, la presencia de Cuba en el Tribunal Internacional de La Haya. El hecho de que haya sido un cubano su presidente —el doctor Bustamante—, el papel que su doctrina jurídica tuvo para los derechos internacionales, y sobre todo el derecho de las pequeñas naciones, particularmente las pequeñas naciones hispanoamericanas. Entonces yo considero que hay que estudiar la República, que no puede ser borrada de un plumazo; hay que ver el papel que desempeñaron las contradicciones, las posiciones de los grupos de batalla en esa época. Por ejemplo, los que aprobaron la Enmienda Platt, bajo qué condiciones. Generalmente no hubo ninguna anuencia, o casi ninguna a favor del carácter real de la Enmienda como elemento de intervención, como elemento de sujeción, como elemento de menoscabo de la soberanía cubana, hasta hacer inviable esa soberanía. No hubo generalmente anuencia a eso. Los que la aceptaron para continuar la lucha consideraban que era necesario tomar en ese momento lo que se nos daba, para buscar y aspirar a lo máximo. Quiero decir que hay que estudiar, estudiar profundamente, y no se puede, de ninguna manera, hablar de la República como de un monstruo inexistente, de algo que no existió. No es posible.
P. M. P. : ¿Cómo evalúa la labor realizada por la historiografía republicana? ¿La obra, por ejemplo, de figuras como Ramiro Guerra, Herminio Portell Vilá, Leví Marrero y Emilio Roig de Leuchsenring?
E. L. S.: Son, a veces, enfoques distintos, distanciados por una actitud fundamental ante la cuestión de la injerencia norteamericana en Cuba. Ramiro Guerra, por ejemplo, es el historiador; es un maestro, un pedagogo. Su Historia es un documento de una eticidad absolutamente inobjetable, y él en sus libros se asoma, se coloca ante el dilema de la injerencia norteamericana en la República, la denuncia; no produce un análisis profundo de las causas y razones, y no desnuda el fenómeno; pero llega hasta el umbral, evidentemente; es hasta ahí donde podía llegar. Y eso está avalado por su conducta, por su vida personal, y por su carácter. Emilio Roig sí entra de lleno en el problema.
Yo te diría, por ejemplo, que para comprender el pensamiento cubano, es indispensable estudiar La expansión territorial de los Estados Unidos, de Ramiro Guerra. Es un libro fundamental para poder entenderlo. Pero también es importante estudiar a Herminio Portell Vilá, que después, con su vida, se aparta de las que habían sido sus convicciones; pero no olvidemos nunca que es el autor de una obra monumental que se llama Cuba y sus relaciones con Estados Unidos y España. Es un libro esencial para estudiar, para comprender el diferendum cubano-norteamericano; esta obra y otras del profesor Portell Vilá. Tomó un protagonismo importante en los congresos internacionales de historia, convocados por Emilio Roig; estuvo en un círculo de amigos, muy apreciado por Roig; después vino un distanciamiento profundo cuando, llevado por su anticomunismo absoluto, no se da cuenta de las originalidades y de las virtudes que estaban presentes en la Revolución cubana. No la interpreta, y aterrorizado, se va a poner al servicio de los propios intereses que ha combatido. Este es un análisis que hay que hacer, pero sin invalidar la obra. Esto es importantísimo.
P. M. P. : ¿Leví Marrero y Emilio Roig?
E. L. S.: Leví Marrero: una obra monumental. Una obra mo-nu-men-tal, que nadie puede desconocer. Hay que situarlo dentro de esa obra de la geografía política cubana, en que cada cual hace un aporte importantísimo, muy concluyente: es el trabajo de Pedro Cañas Abril, son las investigaciones de Sara Isalgué y de Salvador Massip, son los propios trabajos del joven Núñez Jiménez en su momento. Pero Leví Marrero es un hombre de gran sabiduría y su obra es una obra enciclopédica que tendrá que ser consultada, independientemente de sus posiciones personales. Es algo a lo que se puede aplicar aquello de que «el arte no tiene patria, pero los artistas sí». O sea, podemos enjuiciar las posiciones personales del doctor Leví Marrero; podemos someterlas a debate; pero no su obra.
P. M. P. : ¿Y Emilio Roig?
E. L. S.: Emilio Roig de Leuschenring fue uno de los hombres más completos, a mi juicio. Pero es un hombre que se desenvuelve en otros rangos. Emilito se percató de la importancia de la polémica política y de la prensa; no se perdió nunca en su gabinete a hacer historia, solamente a investigar y a publicar libros, sino que fue un polemista; y además un costumbrista. Se dio cuenta de que las costumbres y el carácter tenían mucho que ver y condicionaban o tipificaban mucho la posición de los cubanos ante la sociedad y la historia; por eso fue un costumbrista, por eso fue un periodista. Advirtió el papel de la ciudad, de las grandes ciudades, y particularmente de La Habana, como lugar que tiene un gran peso en la historia de los acontecimientos. Y por eso fue, además, el historiador de la ciudad. Se dio cuenta de la importancia de los monumentos públicos como resortes de la memoria, y por eso defendió y creó instituciones. Pero lo más importante de su obra, de su sentido martiano, de su carácter cubano, es que está signada por una comprensión de que el pueblo cubano había luchado y había logrado su independencia por su propio esfuerzo; de que Cuba debía ser libre —como decía Martí— de España y de los Estados Unidos; de que el imperialismo norteamericano había tenido un papel nefasto en sus relaciones con Cuba. No hablo de la cultura norteamericana, no hablo de la nación norteamericana, hablo de la acción imperial desnudada a lo largo de su obra: en su estudio sobre la Enmienda Platt, en su ensayo luminoso «Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos». Él deja claro, muy claro, que hay una diferencia absoluta entre las vanguardias políticas, defensoras de la justicia, defensoras de los inmigrantes, defensoras de los pobres, de los negros, de Cuba, y la élite política plagada de intereses inconfesables que siempre creyó que Cuba era la fruta madura que debía desprenderse del árbol. He ahí la distinción entre Roig y las otras personalidades que hemos mencionado.
P. M. P. : En el Centro Histórico de La Habana hay algunos símbolos de esa República; está el Palacio Presidencial, el Capitolio, y está también el Palacio del Segundo Cabo, que es anterior, pero donde sesionó la primera Legislatura cubana.
E. L. S.: Y acabamos de terminar la restauración de la Cámara de Representantes, construida en 1913, anterior al Capitolio y que hemos conservado; porque el Palacio del Segundo Cabo se transformó, se cambió; pero hemos logrado restaurar la Cámara de Representantes, restituir en ella un busto de Máximo Gómez, cien años después, el mismo día y a la misma hora en que había sido expulsado por una Asamblea Legislativa formada por muchos cubanos de mérito, no solo por oportunistas y traidores. El que se paró allí para decir «si hay que fusilar a Máximo Gómez y hace falta un General para hacerlo, cuenten conmigo», era un patriota imborrable de la historia de Cuba. Tal era la confusión del momento.
El mismo día y a la misma hora, entronizamos su monumento en bronce en el hemiciclo de este primitivo Parlamento, de esta Cámara Baja cubana. En el mismo edificio en el que Raúl Roa realizó su impresionante labor editorial y de divulgación cultural en el Ministerio de Educación, en los tiempos de Aureliano Sánchez Arango. En el mismo lugar a donde llegó Eduardo Chibás, con su denuncia, que era en definitiva un enfrentamiento contra la corrupción conceptual y latente de la República, independientemente de que fuese cierto o no que Aureliano tuviese las fincas que se le atribuían en Guatemala. El lugar desde donde Armando Hart dirigió la campaña de alfabetización —porque ya era Ministerio de Educación en el momento del triunfo de la Revolución. Ahí estuvimos, y el doctor Hart me dijo, «desde aquí dirigimos el movimiento de la alfabetización en Cuba». Ese lugar está totalmente restaurado, con todos los atributos del Ministerio de Educación y los de la Cámara de Representantes, las condecoraciones de aquella época, las medallas conmemorativas, los documentos, el texto constitucional de 1940. Es decir, no podemos explicar la historia de Cuba, ni amar la historia actual, desconociendo el pasado, ni admitir tampoco una explicación simplista porque, sencillamente, es poco serio.
P. M. P. : ¿Cuál sería a su juicio el balance de la cultura de aquella República y su legado al momento actual?
E. L. S.: Bueno, figúrate. Si nosotros, por ejemplo, no comprendemos el papel desempeñado por el grupo de Avance, o por Orígenes, o por la Sociedad Pro-Arte Musical, no podemos entender la cultura cubana. Fue allí, en Pro-Arte Musical, donde se abrió un espacio a la cultura, un espacio muy democrático, porque las vanguardias políticas cubanas —que eran vanguardias de izquierda, no crípticas, sino confesas— estaban allí; allí fueron a participar en la musicología, en el ballet, en las artes plásticas, en el teatro, pero sobre todo en la música. En ese período cristaliza el teatro cubano. ¿Qué pensar del grupo de Avance? Son las ideas, la defensa de las ideas, la organización de la vida cultural, las exposiciones, el trabajo con las personalidades políticas. ¿Qué pensar de Orígenes? Un grupo de meditación, de reflexión, como siempre tiene que haberlo en toda sociedad. No era una élite en una torre de marfil, era una vanguardia. Quizás menos polémica, una vanguardia que estaba en el culto de ciertas cosas, que son indispensables a toda sociedad y que la mezquindad de la vida republicana y de la sociedad —que podríamos llamar política— no permitía generar, y ellos lo hicieron. Y, desde luego, estaban también las grandes individualidades de la cultura cubana. En ese período hay una serie de cosas de una importancia tal, que no podríamos entender la Revolución sin la República.
Deje un comentario