Género y salud ¿Nuevas lecturas en tiempos de COVID-19?


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"Independientemente de que las inequidades de género en salud son ciencia constituida, su manifestación específica en esta enfermedad requiere ser estudiada con mayor profundidad".

*Investigadores. Instituto de Medicina Tropical «Pedro Kourí» (IPK).

Este artículo forma parte de la serie La Letra de Temas 2020. Postpandemia: ¿hacia dónde?

Read here the english version of the article.

A raíz de haberse remontado el ápice de la Covid-19, Temas-Catalejo solicitó a un grupo de investigadores que examinaran el presente y la perspectiva para el resto del año cubano. Les pidió un diagnóstico elaborado, que escrutara a través de la propia pandemia, y en su significación no solo clínica, sino de salud públca, y en sus ramificaciones socioeconómicas, políticas, internacionales, subjetivas; así como hacia el futuro probable.

A diferencia de la nube de cifras, verdades recibidas, declaraciones, reportajes, que inundan los medios; de los deseos y recomendaciones dirigidas al gobierno y que pasan por análisis, tan abundantes en las redes; esta serie se orienta a calcular el presente y futuro del país, para verlo mejor, como un camino entre la política y su circunstancia.

Como es usual en Catalejo, La Letra de Temas 2020 se mantiene más abierta ante otros análisis que ante otras opiniones.


 

 

Abordar cuestiones relativas al género en el campo de la salud supone esbozar algunas definiciones claves para evitar subestimar sus implicaciones sociales y sanitarias, así como para su contextualización en el enfrentamiento a la actual pandemia. Entre sus implicaciones se reconoce que puede agravar las inequidades sanitarias, entendidas como «diferencias innecesarias, evitables, y además, injustas, que tienen repercusiones directas sobre las condiciones y el acceso a la salud» (Whitehead, 1991; 2000). Esas diferencias pueden ser producto del estatus socioeconómico, la edad, la etnia, la discapacidad, por solo mencionar algunas. Supuesto que justifica la tendencia creciente al estudio de la interseccionalidad, categoría que designa «el significado y la relación entre sexo, género y otros determinantes sociales, así como factores que crean inequidades sanitarias en los procesos y sistemas a nivel individual, institucional y mundial» (OMS, 2018). Además, es una herramienta analítica para estudiar, entender y responder a las maneras en que el género se cruza con otras identidades y cómo estos cruces contribuyen a experiencias únicas de opresión o privilegio (AWID, 2004), con peculiar relevancia en la salud.

El género perpetúa inequidades sanitarias por sí solo, pues los determinantes sociales de la salud (DSS), relacionados a esta construcción social, son «las normas, expectativas y funciones sociales que aumentan las tasas de exposición y la vulnerabilidad frente a los riesgos para la salud, así como la protección a los mismos» (OMS, 2018). Los esfuerzos nacionales e internacionales se dirigen a corregir el desequilibrio entre la posición de mujeres y hombres frente a los recursos económicos, socioculturales y políticos (Zabala, 2018), en busca de un desarrollo en el que las relaciones de género sean equitativas. La equidad de género es «una distribución justa de los beneficios, el poder, los recursos y las responsabilidades entre las mujeres y los hombres» (OPS, 2005). Su aplicación en el campo de la salud implica trazar estrategias para corregir aquellas inequidades que colocan a uno u otro sexo en desventaja frente al acceso y control de los recursos necesarios para su protección.

Un estudio del presente siglo demostró que el patrón de diferencias de género en el contexto social cubano se caracteriza por el amplio espectro de aspectos de la vida, que va desde los relacionados con los problemas de salud, sus riesgos y daños; las funciones reproductivas, productivas y comunitarias; hasta los de las esferas de la subjetividad y de la macroeconomía (Castañeda et al., 2010). Trascurrida una década del estudio, aunque persisten desafíos, se muestra un salto cualitativo en el desarrollo de políticas y programas sociales y salubristas dirigidos a atenuar las diferencias de género con impactos directos e indirectos en la sociedad (Fariñas, 2019; Lezcano, 2020).

Comportamientos de riesgo, estereotipos y estigmas asociados al género y la salud

En retrospectiva, resulta evidente que desde inicios del presente siglo se ha promovido con mayor intencionalidad el avance de investigaciones, políticas y programas que presten la debida atención a las diferencias de género en salud y a sus factores determinantes, y promuevan la igualdad y equidad entre mujeres y hombres (OPS, 2005). Sin embargo, persisten comportamientos de riesgo, estereotipos y estigmas asociados al género, que actúan como patrones a escala global.

En general, esos patrones son normas intangibles que rigen las conductas de hombres y mujeres de manera coherente a sus percepciones, creencias y prejuicios compartidos e impuestos en cada contexto socioeconómico, político y cultural, sobre el modo diferenciado de actuar según el sexo. A saber, a los hombres se les atribuye con mayor frecuencia el liderazgo y la capacidad de tomar decisiones en el ámbito familiar y laboral, y ser la principal fuente de solvencia económica del hogar (CARE, 2020; De Paz et al., 2020). En tanto, en las féminas recae el rol de cuidadoras de niños, ancianos y enfermos; la carga fundamental de las labores domésticas; y la búsqueda de suministros para el hogar (WEF, 2020). Usualmente, se plantea que estas acuden más a los servicios de salud y se adhieren mejor a los tratamientos, factores protectores de la salud (OMS, 2019); sin precisar si lo hacen para recibir atención médica o en su rol de cuidadoras. En Cuba, aunque no de forma esquemática, se reproducen muchos de esos patrones, cuando se asocian conductas de riesgo a la feminidad o la masculinidad y, en consecuencia, se polemiza sobre sus efectos nocivos para la salud de la colectividad (Castañeda et al., 2010; Rivero y Hernández, 2019).

Las pautas referidas pueden constituir estándares sociales de evaluación de conductas asociadas al género; mediar y, a su vez, estar mediados por valoraciones sociales; y, en consecuencia, potenciar, reprimir o sustituir determinados comportamientos, según lo socialmente esperado. Al estudiar la variable género, la academia también corre el riesgo de proveer, inconscientemente, lecturas que se hagan eco de estándares sociales «prejuiciados».

 

COVID-19: su impronta en la equidad de género

En el enfrentamiento a la COVID-19, existen muchas lagunas de conocimiento. Independientemente de que las inequidades de género en salud son ciencia constituida, su manifestación específica en esta enfermedad requiere ser estudiada con mayor profundidad. Diversos estudios abordan la influencia de aspectos de la inmunología y los comportamientos diferenciados en hombres y mujeres en el riesgo, la presencia y evolución de la enfermedad. No menos abordadas han sido las comorbilidades; lo que justifica, en gran medida, la importancia del estudio de la interrelación del binomio sexo-edad (Ruiz, 2020). Las diferencias de género en cuanto a conductas de riesgo —como el hábito de fumar, la ingestión de bebidas alcohólicas, el abandono de la salud física y mental, los trastornos del sueño y la alimentación, que son más asiduas en hombres y están patentadas por los preceptos de masculinidad— han sido aludidas como factores contribuyentes de las comorbilidades de la COVID-19. El abordaje de esta pandemia, desde la perspectiva de género, supone, además, reflexionar en torno a las implicaciones de la enfermedad en esta dimensión de equidad social.

Entre los impactos sanitarios y socioeconómicos de la COVID-19, se reconoce la agudización de las inequidades sociales prexistentes, que incluyen, entre otras, las referentes a la dimensión de género (Alon et al., 2020; Kristal y Yaish 2020; Wenham et al., 2020). La forma en que se expresan estas inequidades depende, principalmente, del contexto y de las características de cada grupo poblacional (De Paz et al., 2020).

Las medidas de enfrentamiento a la pandemia, recomendadas por la OMS, promovieron cambios de comportamientos de la sociedad en general. El distanciamiento físico, el trabajo a distancia, la reducción de la movilidad poblacional, así como el cierre de instituciones socioculturales y educativas confinaron a hombres y a mujeres en el hogar (WHO, 2020a). Lo anterior puede sugerir que están en mejores condiciones financieras quienes posean estabilidad laboral y, amparados por políticas laborales y de seguridad social, realicen tareas adaptables a las medidas impuestas por autoridades políticas y sanitarias de cada país para mantener sus ingresos (OIT, 2020). Sin embargo, la expresión real de esta situación no está ajena a las estadísticas laborales por género y está mediada por elementos socioeconómicos, políticos y culturales que condicionan, al interior de cada país, el acceso, la variedad y legalidad de los empleos, así como las políticas salariales y sociales en las cuales persisten inequidades que favorecen a los hombres.

En Cuba se implementaron treinta y seis medidas en materia laboral, salarial, de seguridad y asistencia social. Entre las principales garantías se exhibe la protección salarial a trabajadores que permanecen fuera de sus instituciones por enfermedad; adultos mayores u otros trabajadores vulnerables; personas que se encuentran trabajando a distancia, madres al cuidado de sus niños; así como casos confirmados o contactos que permanecen en los centros de aislamientos u hospitales (Silva, 2020). Una mirada crítica, desde la perspectiva de género, a estas medidas muestra que, a pesar de los avances, aún se reproducen patrones tradicionales de inequidad de género. Un ejemplo es que se corre el riesgo de reproducir el patrón de atribuir el rol de cuidadores fundamentalmente a las mujeres, lo que tiene implicaciones individuales y laborales, pues ellas representan 49% de la fuerza laboral estatal, de las cuales 80% posee nivel medio o superior (Lezcano, 2020). Asimismo, fueron menos abordadas las brechas salariales en el sector por cuenta propia, donde predominan los hombres, en el que se interrumpieron muchas de sus actividades (Colina, 2020).

Algunos estudios sugieren que en el mundo habrá un efecto negativo desproporcionado sobre las mujeres y sus oportunidades de empleo e ingresos a corto, mediano y largo plazo (Alon, 2019; CARE, 2020; Gumber A. y Gumber L, 2020; Kristal y Yaish, 2020). En el sector de la salud, aunque ellas representan 70%, hay menos probabilidades de que tengan empleos a tiempo completo, son peor remuneradas y presentan menor estatus, reconocimiento y liderazgo que los hombres (WHO, 2020b).

En Cuba, al cierre de 2019, las mujeres representaban la mayor parte del personal de salud (71,2%), y de enfermería (87,8%), similar a cifras de otras latitudes. Ellas también constituyen un porcentaje elevado de médicos especialistas (63,8%), superior a tendencias globales, lo que las pondera en cuanto a desarrollo profesional y a oportunidades de asumir puestos directivos (MINSAP, 2019), aunque los hombres son quienes mayormente dirigen.

En tiempos de COVID-19, las mujeres pudieran estar más expuestas a contraer la enfermedad debido a su mayor representatividad y responsabilidad en el sector salud; y en el ámbito familiar (CARE, 2020; Wenham et al., 2020). Sin embargo, la proporción de hombres y mujeres infectados en el mundo y en Cuba se comporta de forma similar, dando lugar a un sinnúmero de interrogantes relacionadas con género y su interrelación con el sexo, así como con otras dimensiones de la equidad social. Muchas de estas preguntas aún irresueltas sugieren nuevos estudios. Si bien la enfermedad no discrimina por sexo, los cánones de género pudieran condicionar, en determinadas circunstancias, una expresión más inequitativa de los efectos de la pandemia.

Por otro lado, en el confinamiento, los hombres han asumido con mayor frecuencia el rol de cuidadores y las tareas domésticas, ya sea de manera compartida o como principales responsables. Este último hecho ha tenido peculiar expresión en el contexto cubano, debido a la conjugación del aislamiento de los hombres en el hogar y los cambios en el imaginario colectivo producto de la desmitificación de la división sexual del trabajo y las conquistas en torno a la equidad de género (Fariñas, 2019; Lezcano, 2020).

Permanecer en casa reduce el riesgo de exposición a la enfermedad, pero implica, además del teletrabajo y el cumplimiento de las encomiendas habituales, lidiar con la escasez de recursos debida a la crisis económica generada por la emergencia sanitaria mundial. En Cuba este escenario está matizado por las consecuencias del bloqueo y la situación socioeconómica del país. El Estado, para satisfacer las demandas de la población y cumplir las medidas de distanciamiento físico adoptó la distribución equitativa de algunos productos de primera necesidad por la canasta básica; la normalización en la venta de suministros para evitar acaparamientos; la participación de funcionarios públicos en centros comerciales; la atención diferenciada a personas y grupos vulnerables; y el uso del comercio electrónico. Esas medidas se han presentado y analizado en los medios de comunicación masiva con predominio de resultados alentadores, pero resulta necesario consolidar el enfoque de género en su implementación y evaluación, y reconocer su posible expresión diferenciada en hombres y mujeres.

En conjunto, cabe destacar que quienes combinan diversas responsabilidades están más sometidos a los estados emocionales negativos que genera la enfermedad, el confinamiento, la ruptura abrupta de lo cotidiano, el aplazamiento de planes y la crisis en su más amplio sentido (Li et al., 2020). Al mismo tiempo, puede incrementar la violencia de género, que afecta fundamentalmente a las mujeres (UN Women y WHO, 2020; UN Women et al., 2020). El desenlace de esos estados dependerá de la interrelación de diversos factores: condiciones de vida, funcionalidad y resiliencia familiar; adecuación de los roles socialmente asignados al escenario actual; eficacia y confianza en las medidas adoptadas; información oportuna, veraz y contextualizada; identificación y manejo de las inequidades sociales; y relativa flexibilidad laboral que permita mantener los ingresos. Estos factores individuales, familiares y de gobernanza también son transversalizados por la dimensión de género y su interseccionalidad con otros DSS que incrementan las inequidades sanitarias (OPS, 2005; OMS, 2018).

 

A modo de conclusión

La conjugación de las características biológicas y los patrones de género de hombres y mujeres, cuando se entrecruzan con las particularidades de la COVID-19 y su manera de transmisión, y con los elementos históricos, sociales, políticos y económicos de los diferentes contextos, tiene implicaciones diferentes. Aunque muchas de las ideas esbozadas en este artículo se comportan como tendencias a escala global —en contextos donde predominan culturas machistas y patriarcales o son más acentuadas las inequidades de género en las políticas laborales, sanitarias y de seguridad social—, será más complejo revertir las consecuencias negativas a corto, mediano y largo plazo de la pandemia y continuarán ampliándose las brechas de género. En tanto, países como Cuba, que muestra avances en el desarrollo de las políticas laborales equitativas, la supresión de estereotipos y estigmas sobre la división sexual del trabajo y la ayuda psicológica a grupos vulnerables y población general, están en mejores condiciones de minimizar las brechas de género exacerbadas por la pandemia.

Visto a escala nacional y global, se requiere una mirada crítica y reflexiva de investigadores, decisores y la sociedad, en su más amplio sentido, a sus propias concepciones de género, y re-direccionarlas para atenuar los impactos de la COVID-19 en la salud, en general y en la equidad de género, en particular.

 

Referencias

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