Este artículo forma parte de la serie La Letra de Temas 2020. Postpandemia: ¿hacia dónde?
A raíz de haberse remontado el ápice de la Covid-19, Temas-Catalejo solicitó a un grupo de investigadores que examinaran el presente y la perspectiva para el resto del año cubano. Les pidió un diagnóstico elaborado, que escrutara a través de la propia pandemia, y en su significación no solo clínica, sino de salud públca, y en sus ramificaciones socioeconómicas, políticas, internacionales, subjetivas; así como hacia el futuro probable.
A diferencia de la nube de cifras, verdades recibidas, declaraciones, reportajes, que inundan los medios; de los deseos y recomendaciones dirigidas al gobierno y que pasan por análisis, tan abundantes en las redes; esta serie se orienta a calcular el presente y futuro del país, para verlo mejor, como un camino entre la política y su circunstancia.
Como es usual en Catalejo, La Letra de Temas 2020 se mantiene más abierta ante otros análisis que ante otras opiniones.
En lo que va de 2020 las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos han continuado deteriorándose, no solo entre los gobiernos, sino entre las sociedades y pueblos, incluso en las extraordinarias circunstancias creadas por la pandemia del coronavirus. La causa principal y única ha sido, desde enero del 2017, la decisión del presidente Donald Trump de desmantelar la política de la administración anterior y revertir lo acordado por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama el 17 de diciembre de 2014. Como muchas otras acciones del actual primer mandatario, no ha mediado ninguna causa, salvo la aparente obsesión por revertir todo lo hecho por su predecesor. Desde su inauguración, el instrumento preferido por Donald Trump en su política hacia Cuba ha sido el de intensificar las medidas de bloqueo económico, comercial y financiero a fin de estrangular la economía y coaccionar a la sociedad cubana. Asimismo, su administración ha seguido buscando y aplicando nuevos instrumentos de presión y amenaza.
Hay pocas perspectivas de que esta tendencia cambie en lo que resta de este primer mandato del presidente. Casi seguro, por no decir seguro, tampoco variará en un segundo mandato si Trump resulta triunfador en los comicios de noviembre.
Siendo este un año electoral, es presumible que Donald Trump pretenda reforzar este camino, intentando impedir el desarrollo de la economía cubana, entorpeciendo cualquier intercambio entre ambos pueblos, congelando y/o haciendo retroceder todos los pasos dados en el proceso de normalización y presionando a otros países para que se sumen. Él mismo así lo anunció el 3 de febrero en su discurso del Estado de la Unión, un pronunciamiento ante todo de campaña electoral. Y su administración ha sido consecuente con ello. Contrario a lo que muchos han pensado y algunos exigido en medio de la crisis provocada por la COVID 19, lejos de suavizar o congelar el sistema de sanciones que constituyen el bloqueo, bajar la retórica anticubana o restringir las acciones provocadoras de su misión diplomática en la Habana, se ha hecho todo lo contrario.
Las motivaciones de esta política parecen originarse en consideraciones domésticas: el presidente cree que una política dura y despiadada contra Cuba favorece sus posibilidades de reelección. Presentarse como quién va a darle la «solución final» al problema cubano, no importa cuán quimérica e inalcanzable sea, complace a los sectores más duros y poderosos del llamado «exilio histórico» y a grupos conservadores de su partido. Es la política de «cambio de régimen con perjuicio» que ya se ha ensayó infructuosamente, con más o menos intensidad desde 1959, por la mayoría de los mandatarios anteriores. No importa que esta política haya cosechado un fracaso estrepitoso tras otro en lograr los resultados pregonados, verbigracia renuncia de Cuba a sus relaciones con Venezuela, detención de las relaciones entre ambos países, y derrocamiento de los respectivos gobiernos. Desde el punto de vista propagandístico, le ha rendido beneficios sin que le haya producido ningún costo significativo.
Aunque se han registrado críticas a esta política, no ha existido mucha oposición real a la misma. No obstante, hay distintos grupos en el Congreso, en organizaciones no gubernamentales y en sectores de negocios, que esperan y se disponen a trabajar por un cambio de política según marche la campaña electoral y tan pronto se produzca un cambio de administración. Estos pasos tendrán apoyo discreto dentro de la burocracia federal.
La tendencia de seguir agrediendo a Cuba pudiera variar marginalmente en el contexto de los últimos cuatro meses de la campaña electoral presidencial debido a que los previsibles pasos a dar (más limitaciones de viajes y remesas y del comercio exterior, ruptura de las relaciones diplomáticas e inclusión de Cuba en la lista de estados promotores del terrorismo) pueden ser difíciles, costosos y contraproducentes para sus objetivos electorales. Para ello, Trump tampoco cuenta con un apoyo muy entusiasta de la burocracia federal que, por lo general, prefiere que no se cierren los espacios de colaboración en el terreno de la seguridad nacional y otros. Para esto último mantener las relaciones diplomáticas y evitar que se la designe «estado promotor del terrorismo» es imprescindible.
Es de esperar que continúen en el 2020 las estridentes campañas contra el gobierno cubano en redes sociales y, paradójicamente, podrá persistir una preocupante alza de simpatías a favor de Trump entre los cubanos recientemente llegados a Estados Unidos. No obstante, existe también la apreciación, sustentada en la historia reciente, de que en la comunidad cubana en Estados Unidos hay una mayoría silenciosa que prefiere relaciones normales que permitan vínculos más regulares entre las familias. Esto ya se demostró en el 2009, cuando el presidente Obama comenzó a revertir las políticas taxativas de la administración Bush.
Esta mayoría silenciosa podría comenzar a manifestarse si es adecuadamente incentivada por pasos que se den en La Habana. El excelente desempeño del gobierno cubano en el manejo de la crisis sanitaria de la COVID-19, su actitud internacional de cooperación sanitaria, acompañado de su tradicional intransigencia en materia de concesiones que afectan su autoridad soberana, pueden conducir a muchos votantes de origen cubano a optar por un candidato como Joe Biden, quien se ha propuesto revertir las medidas de Trump y retomar las relaciones tal y como estaban en enero del 2017, cuando terminaron su segundo mandato el presidente Obama y él mismo como vicepresidente.
Entre las medidas que el gobierno cubano podría tomar para estimular esos cambios está la de fijar lo más pronto posible una nueva fecha para la IV Conferencia La Nación y la Emigración y/o anunciar algunos cambios en las regulaciones migratorias que faciliten los contactos familiares y los viajes. Si las autoridades cubanas comienzan a materializar los cambios que se han anunciado para el período de recuperación post-COVID-19, que apuntan a la aceleración de las reformas económicas, ello tendrá una repercusión positiva y le dará argumentos a la campaña de los candidatos demócratas para criticar la política de Trump y promover el retorno a la adoptada por Obama. Ya han comenzado a manifestarse posiciones favorables a este cambio en medios de comunicación masiva de la Florida.
Con Donald Trump, ningún pronóstico es seguro, pero nada hace pensar que renunciará a sus métodos preferidos: la coacción, la coerción y la amenaza. Además, eso es lo que prefieren los funcionarios que ha nombrado en los cargos clave para implementar su política hacia América Latina y el Caribe. También es la privilegiada por sus aliados en el Congreso, como el Senador Marco Rubio.
Sin embargo, debe tomarse nota que ya salió de la administración John Bolton, uno de los funcionarios con una actitud más visceralmente anticubana, y está propuesto para otro cargo quien ha sido el hombre clave de toda la ofensiva, Mauricio Claver-Carone, desde su posición como director para las relaciones con América Latina y el Caribe en el Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca.
Contrastando con la política de acercamiento de Obama, que se asentaba en un sistema de cooperación en temas puntuales dentro de la cual el «cambio de régimen» pasaba a un segundo plano o era transformado en un estímulo a lo que pudiera interpretarse como la «evolución del régimen desde adentro»; Trump ha retornado a la política de «cambio de régimen con perjuicio», dentro de la cual el castigo y la amenaza de castigo, bajo el término aparentemente inocuo de «sanciones», son usados como instrumentos punitivos para causar el mayor daño o provocar el temor. Es la práctica de una suerte de bullying en la arena internacional. Se trata de un método imperialista «puro y duro».
La política de Trump fracasará en socavar la solidez de la resistencia del gobierno y del pueblo cubanos y en lograr que Cuba se aleje de Venezuela. Su predilección por políticas punitivas y amedrentadoras tampoco facilitará una salida negociada en ese país, en el cual la «opción Guaidó» no ha ganado tracción y se encuentra empantanada. Esta tendencia tendrá un efecto contradictorio sobre las relaciones cubano-estadounidenses. La supervivencia de la Revolución Bolivariana será una buena noticia y fortalecerá la voluntad de resistencia del pueblo y del gobierno cubanos. Sin embargo, por otro lado, Washington seguramente tomará nuevas medidas contra Cuba precisamente debido a la lógica perversa de Trump y sus colaboradores: La Habana es «culpable» de la durabilidad de Maduro en el poder, por tanto, hay que seguir castigándola.
Para la sociedad civil cubana en general, pero en particular para el emergente sector cuentapropista, la política de Trump seguirá siendo perjudicial al propiciar el estrangulamiento de la economía cubana en cualquier sector vulnerable, como el turismo, la gastronomía y hasta la artesanía, y porque, al limitar las visitas y remesas, golpea dos elementos beneficiosos para los cubanos de la Isla en general, y en particular para ese sector: las visitas familiares y las de negocios. En las condiciones del proceso de recuperación post COVID-19 estos son segmentos de la economía cubana cuya rápida recuperación deviene estratégica.
En el plano bilateral, los temas de la amplia agenda migratoria seguirán siendo de alta prioridad para los ciudadanos comunes y corrientes a ambos lados del Estrecho de la Florida. Recuérdese que tanto Raúl Castro como Barack Obama favorecieron más interacciones incluso antes de firmar el acuerdo del 17 de diciembre de 2014 con medidas unilaterales como lo fueron, por ejemplo, la reforma migratoria cubana del 2013 o la emisión de visas B2 de entradas múltiples por cinco años que adoptó el Departamento de Estado.
La política de Trump continuará limitando todo intercambio y, de esta forma, perjudicando a aquellos que quieren emigrar, a los que aspiran a visitar a sus familiares en Estados Unidos, a los que necesitan viajar al vecino país norteño por razones de negocios y a los que realizan visitas académicas, científicas o culturales. También será contraria a los intereses y deseos de aquellos cubanos residentes en o ciudadanos de Estados Unidos que aspiran a que entre Cuba y Estados Unidos haya normalidad para los viajes en una u otra dirección. Finalmente, afectará a aquellos norteamericanos interesados en conocer a Cuba aún dentro de las limitaciones que hoy existen.
En lo referido al aspecto central de la política hacia Cuba –el bloqueo económico, comercial y financiero–, la administración Trump usó en el 2019 lo que se consideraba era «la opción nuclear», la activación del título III de la Ley Helms-Burton. Sin embargo, hasta ahora no se han dado dos escenarios que se pronosticaron como seguros: una avalancha de reclamaciones; y la decisión favorable a los demadantes por parte de las cortes. Es probable que ambas tendencias prosigan en lo que resta del año. Ante la incertidumbre, muchos potenciales reclamantes se han tomado un compás de espera. Sin embargo, si en la campaña electoral comienza a manifestarse una posibilidad de triunfo demócrata y, por tanto, de que el título III sea nuevamente suspendido, ello podría estimular a que se produjeran más demandas, a expensas de que las ya presentadas continuarían hasta su decisión.
En el 2020 la administración Trump ha continuado y continuará escalando dos importantes líneas de acción contra Cuba.
Por un lado, seguirá tratando de erosionar y contrarrestar la política cubana de colaboración sanitaria, particularmente en América Latina y el Caribe. Esta agresión seguirá tomando varias formas: poner en duda la calidad de la medicina cubana; calumniar a los colaboradores cubanos en materia de salud, acusándolos de estar involucrados en los asuntos internos de los países donde trabajan o de ser realmente agentes de los servicios de inteligencia y seguridad cubanas; atizar la injuria de que son «mano de obra esclava»; fomentar el abandono o deserción de las misiones médicas oficiales; amenazar con sanciones a los países que contraten o soliciten ayuda médica cubana; o, directamente, provocar que en los países donde se alcance influencia se les expulse como sucedió en Brasil, Ecuador y Bolivia. Esta política puede tener cierto éxito a pesar de su aviesa mendacidad y desfachatez.
El incremento de estas acciones cubanas de colaboración durante la crisis pandémica ha demostrado que resulta muy difícil para la administración Trump llevar adelante exitosamente esta execrable e inmoral campaña. Aliados cercanos de Estados Unidos en varias regiones del mundo han seguido adelante con sus planes de incorporar la ayuda cubana a sus proyectos de lucha contra la COVID-19.
Por el otro, a pesar de sus escasos resultados, la administración intentará potenciar las acciones de subversión. Utilizará los fondos aprobados por el Congreso para financiar a los grupos que se auto titulan como «disidentes» en un vano intento por que ganen protagonismo. Se agudizará la acción injerencista de la Embajada de Estados Unidos en la Habana, aupando y financiando los grupos y cabecillas contrarrevolucionarios. Estas acciones tendrán un alto componente provocador, en las que el gobierno cubano por lo general no ha caído.
Esta línea de acción utilizará distintas vías, pero sobre todo las que tienen que ver con los grupos de la derecha cubanoamericana más activos en Estados Unidos. En esas campañas seguirán usándose las redes sociales mediante el llamado Grupo de Trabajo de Internet y continuarán los intentos por aprovechar todo resquicio que se abra en la sociedad cubana con motivo de insatisfacciones que puedan existir. Finalmente, se mantendrán, a pesar de su inoperancia, los dos programas de comunicación tradicional: Radio y Tele Martí.
Estas acciones seguirán teniendo dos propósitos centrales, proyectar una imagen de activismo «duro» para beneficio de las bases sociales de Trump dentro de la emigración cubana y servir de instrumentos de provocación contra el gobierno y la sociedad civil en Cuba. Las mismas seguirán amplificándose a través de las redes sociales tanto con propósitos subversivos como propagandísticos.
En el plano internacional regional la política de la administración Trump hacia Cuba se enmarca en un endurecimiento general de su posición, intentando renovar e implementar la vetusta y sórdida Doctrina Monroe. Esta política será resistida en varios países latinoamericanos y caribeños, y Washington tratará de culpar a Cuba de cualquier disturbio o manifestación popular.
Un segundo espacio internacional que seguirá siendo campo de enfrentamiento y repercutirá sobre la relación bilateral es el global, tanto en su aspecto geopolítico como en el de las instituciones multilaterales de gobernanza. Como en el pasado, en este espacio seguirán materializándose dos tendencias que han favorecido tradicionalmente a Cuba. Primero, en el terreno geopolítico la pretensión de Trump de reimplantar un sistema de dominación unipolar provocará reacciones contrarias de los principales polos de poder mundial, incluso en algunos aliados de Estados Unidos. Rusia, China y la Unión Europea fortalecerán sus relaciones con Cuba y patentizarán su oposición a la política de bloqueo económico, comercial y financiero por distintas vías y medios y de acuerdo con sus propias circunstancias, particularmente después de activado el Título III de la Ley Helms-Burton. Un terreno en el cual esta oposición no será muy efectiva será el financiero, en el cual los bancos contarán con pocas posibilidades de resistir las presiones.
Obsesionado por su aspiración a reelegirse, Trump seguirá ignorando las realidades mundiales.
En materia de instrumentos institucionales multilaterales, la administración Trump, a diferencia de la de Obama que buscaba trabajar con y a través de ellas, tiende a subestimarlos, ignorarlos, o directamente a sabotearlos cuando no conviene a sus intereses. En ese contexto no es de extrañar que sus intentos de condenar o neutralizar a Cuba hayan fracasado. Pero no cejará en ellos. Podría incluso repetir el intento de modificar el resultado del voto contra el bloqueo como lo hizo en el 73er. período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas (AGNU) en 2018. Al igual que en ese año, enfrentará un nuevo fracaso.
A pesar del reconocido prestigio cubano como Estado proveedor de normas de cooperación humanitaria y de ayuda en momentos de desastre, Washington ha intentado y seguirá intentando desacreditar los programas de colaboración en materia sanitaria y ha intentado y seguirá intentando una vieja e infructuosa táctica, aislar a Cuba diplomáticamente. Esta política ha sido contraproducente y fallida en todos los terrenos, dado el prestigio y efectividad de la diplomacia cubana, que es percibida, además, como interlocutor válido para cualquier iniciativa que fomente la paz y la concordia a escala regional y global.
Es previsible que estas tendencias en las acciones norteamericanas contra Cuba a nivel internacional continúen en el 2020. Lo único que las podrá detener o morigerar es que Trump tenderá a concentrarse en su campaña de reelección, complicada extraordinariamente por la crisis pandémica, la concomitante recesión económica y por las manifestaciones de resistencia al racismo conocidas como «Black Lives Matter». En estos terrenos el presidente ha sido totalmente inefectivo. Además, ha perdido varios instrumentos que tradicionalmente lo han beneficiado políticamente, entre ellos la posibilidad de organizar eventos políticos masivos en los cuales sus bases sociales lo han premiado con baños de adulación.
Ante la cruda ofensiva imperialista sin precedentes de la administración Trump, el gobierno y la sociedad cubanas reaccionarán con sus probadas y tradicionales políticas hacia Estados Unidos. Estas políticas seguirán teniendo cinco componentes: resistencia y denuncia; serenidad ante las provocaciones; mantenimiento de las acciones de cooperación que no sean canceladas por el gobierno norteamericano y disposición a retomar el camino de la normalización en el caso poco probable que la administración esté dispuesta a hacerlo en condiciones de respeto y beneficio mutuo; acciones encaminadas a neutralizar las maniobras norteamericanas; y movimientos dirigidos a fortalecer sus vínculos exteriores con todos aquellos países y grupos dispuestos a respetar la soberanía cubana y enderezadas a neutralizar las acciones norteamericanas en la arena multilateral.
La política de resistencia y denuncia cubana no requiere mayor explicación. Es lo que el gobierno cubano ha hecho y continuará haciendo. Asimismo, la sociedad cubana, a contrapelo de los daños crecientes provocados por la política de incremento y fortalecimiento del bloqueo, continuará manifestando su apoyo a la posición de resistencia y denuncia del gobierno. Washington continuará fracasando en provocar fisuras tanto por medio de la coerción, la coacción y la amenaza como por medio de la subversión.
Esta caracterización general puede tener dos o tres variaciones, favorables o no, en las condiciones que se está viviendo. Primero el eficiente manejo de la crisis sanitaria ha fortalecido al gobierno cubano interna y exteriormente. Segundo, la entrada del país en el proceso de recuperación post COVID-19 requiere medidas enérgicas y creativas para resolver las dificultades económicas que se avecinan que se han recrudecido, no solo por el bloqueo, sino con las medidas que hubo que tomar para frenar la COVID-19 pero que tienen sus orígenes en problemas estructurales que el propio gobierno ha reconocido, que muchos economistas cubanos han señalado, y que requieren la aceleración del proceso de reformas ya aprobado, como ha asegurado el presidente Miguel Díaz-Canel y el propio primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro.
Tercero, y no menos importante para las relaciones bilaterales en un año electoral, las señales que emita el gobierno cubano deben definir claramente que, sin hacer concesiones, Cuba está dispuesta a retomar el desarrollo del proceso de normalización tal y como fue diseñado en su momento por ambas administraciones bajo el liderazgo de Raúl Castro y Barack Obama.
La política cubana ante las maniobras provocadoras de Estados Unidos continuará siendo la de firmeza y serenidad. Con esa voluntad enfrentará las acciones violatorias de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, llevadas a cabo por funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en Cuba. No es la primera vez que personeros de la derecha norteamericana y cubanoamericana intentan provocar retrocesos y rupturas por esta vía. En realidad, los sectores profesionales de la diplomacia norteamericana saben perfectamente que una nueva ruptura de relaciones afectaría más los intereses estadounidenses que los cubanos.
Por otra parte, es previsible que en la sociedad civil cubana seguirá creciendo la certeza de que las maniobras norteamericanas en este terreno son abiertamente injerencistas y manipuladoras, y las rechazará.
En todo su comportamiento oficial ante el gobierno norteamericano, por vías públicas y privadas, la diplomacia cubana continuará haciendo lo que viene haciendo hasta ahora: rechazará y denunciará cualquier medida de presión, coacción o amenaza; neutralizará las acciones subversivas de provocación que se realicen en el plano diplomático; manejará con profesionalismo las áreas de cooperación en beneficio mutuo; se alistará para retomar el proceso de normalización cuando se den las condiciones necesarias; y adoptará medidas para denunciar y contrarrestar el bloqueo económico, comercial y financiero y morigerar sus efectos sobre la sociedad cubana.
En este último plano, ya el gobierno cubano ha anunciado aún antes de que se desencadenara la crisis pandémica, por intermedio del Ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, que su política en materia económica y social, que es el terreno en que más acciones de coacción, coerción y amenaza ha pretendido tomar Trump, consistirá en llevar a cabo «un proceso gradual, permanente y continuo, en fase de monitoreo», con el fin de «imponernos al escenario adverso en que se desempeña la economía cubana con el recrudecimiento del bloqueo».
En lo que resta del 2020 Cuba proseguirá desarrollando su sistema de relaciones exteriores con vista a evitar el aislamiento diplomático que Estados Unidos sigue intentando, y continuará abriéndose paso en el fomento de sus vínculos económicos externos en materia de comercio, turismo, inversiones extranjeras, finanzas y cooperación. El nuevo contexto post COVID-19 complica enormemente esta línea de acción, pero Cuba tiene claras reservas para continuar haciéndolo y más con el capital de buena voluntad logrado en sus acciones de colaboración sanitaria. Desde antes de la crisis por la COVID-19, estas prioridades de la política exterior cubana fueron ratificadas por el presidente Miguel Díaz-Canel en palabras pronunciadas durante el Balance Anual del 2019 del MINREX. Ahora se hacen aún más pertinentes.
Tendrán importancia las relaciones con grandes potencias como Rusia, China y la Unión Europea o con potencias medias aliadas de Estados Unidos como Canadá, Japón y Gran Bretaña (ahora que no forma parte de la UE), que se oponen a las medidas de bloqueo y tienen incidencia en la economía cubana. Seguirá un curso de acción colaborativo con países de América Latina y el Caribe, Asia, Medio Oriente y África con los cuales comparte una agenda contra hegemónica. Es seguro que nuevamente Cuba logrará el respaldo internacional en la 75to. período de sesiones de la Asamblea General de la ONU a fines del 2020 con vista a aprobar la resolución sobre el bloqueo. A contrapelo de las acciones de Estados Unidos, Cuba continuará ofreciendo cooperación internacional sanitaria y ante desastres naturales.
Una reflexión final. Por ser este un año electoral en Estados Unidos, se potenciarán las acciones de los distintos actores políticos, académicos y de cabildeo domésticos con vistas a preparar o influir sobre los programas de campaña de ambos partidos, especialmente en el caso del Partido Demócrata. Usualmente esto significa que se actualicen los estudios sobre regiones y países y las políticas de la administración en funciones hacia los mismos.
Los centros de estudios y de cabildeo afines al Partido Republicano tenderán a producir estudios y análisis que apoyen o defiendan la efectividad de la política de Trump subrayando las debilidades reales e imaginadas de la economía y sociedad cubanas. Los afines al Partido Demócrata harán lo contrario, demostrarán como las acciones de la administración han echado por tierra el alentador proceso iniciado bajo el mandato del presidente Obama y buscarán señales procedentes de La Habana de que habrá disposición a retomarlo. Por supuesto, hay instituciones de este tipo que tienden a abrir espacios a académicos y analistas que se auto proclaman como neutrales e intentan producir documentos que reclaman imparcialidad. En cualquier caso, todos observarán lo que pase en Cuba en el 2020 con creciente interés. No siempre lo harán con imparcialidad y objetividad, lo que significa que habrá que ser particularmente escrupuloso en proyectar una imagen equilibrada del país.
Como ya se apuntó, es probable que la posición del candidato demócrata abra espacios para la mayoría silenciosa en la comunidad cubana, lo que estará influido por los pasos que dé el gobierno cubano hacia esa comunidad y en materia económica doméstica, fomentando la apertura al sector privado y cooperativo.
En este contexto, hay dos cuestiones que pueden ser importantes, marginalmente o no, para las relaciones bilaterales. Lo primero, históricamente, durante un proceso electoral norteamericano, nunca ha existido un contraste tan marcado en las posiciones de ambos partidos respecto al tema cubano. Trump y sus aliados republicanos han llevado a cabo una política como la sostenida por la mayoría de las administraciones anteriores, pero en particular la de George W. Bush, que no tuvo otro remedio que aceptar su fracaso en 2006-2008. Los demócratas, salvo raras excepciones, se han manifestado en este ciclo electoral a favor de un retorno de la política de normalización llevada a cabo por la administración del presidente Obama, de la cual formó parte Joe Biden. Según ha recordado Susan Rice, la asesora de Seguridad Nacional entre 2012 y 2016, su papel en este proceso no fue menor.
Lo segundo, contrastando con lo anterior, ambos partidos coinciden por lo general en la misma posición sobre Venezuela. Habría que ver si, en caso de ganar la elección, Joe Biden, una vez comprobado el fracaso de Trump en sus maniobras para derrocar a Nicolás Maduro a toda costa, consideraría necesario introducir cambios en la política de Washington. En todo caso, heredaría una situación inquietante en América Latina y el Caribe a causa de la COVID-19, de la recesión y del fracaso específico de los gobiernos derechistas aliados de Donald Trump como los de Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Lenin Moreno e Iván Duque. Recuérdese que Barack Obama y su secretario de Estado, John Kerry, no se escondieron para proclamar el fin de la Doctrina Monroe, lo que fue recibido con beneplácito en diversos sectores de tendencia heterogénea en la región.
En resumen, mucha continuidad en las deterioradas relaciones cubano-norteamericanos, al menos hasta las elecciones de noviembre, en un contexto de gran polarización política y crisis en Estados Unidos y de antítesis entre la continuidad y el cambio en el debate sobre la transformación de la sociedad cubana. Y, lamentablemente, el desafío para nosotros, los cubanos, de avanzar en esto último al tiempo que resistimos y nos imponemos a la tempestad provocada por las acciones de Donald Trump, que tiene posibilidades de extenderse por cuatro años más si el resultado de las elecciones le favorece.
La Habana, febrero-julio de 2020
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