Pensando en cubano. Una conversación con Carlos Manuel de Céspedes sobre religión y cultura


pensando-en-cubano-una-conversacion-con-carlos-manuel-de-cespedes-sobre-religion-y-cultura
El 3 de enero de 2014 falleció en Cuba Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. En este aniversario , Temas rescata esta entrevista realizada en 1997.

El 3 de enero de 2014 falleció en Cuba Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. En este aniversario , Temas rescata esta entrevista realizada en 1997, publicada en el no. 11: 126-132, julio-septiembre, 1997.

Tataranieto del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal gusta definirse como parte de este ajiaco que ha dado en llamarse la nacionalidad cubana.

En la zona más ilustrada y avanzada del pensamiento católico cubano, este sacerdote es un exponente intelectual de la renovación que el Concilio Vaticano II trajera a la Iglesia en la primera mitad de la década de los años 60. Su pluma marcó la posición en contra del bloqueo y en la búsqueda de la conciliación entre católicos y marxistas por la que abogaron por primera vez las cartas pastorales de 1969.

Consciente de que el cubano es un pueblo creyente, pero minoritariamente católico, Monseñor de Céspedes es partidario de que la Iglesia católica asuma «límpida y conscientemente nuestro mestizaje creciente y su repercusión en el terreno religioso». Su encanto personal, no disminuido por la sotana o el paso de los años, y su don de gentes, le han ganado un respeto, especialmente entre los jóvenes que acuden a su parroquia a ver una buena película, escuchar una ópera o, simplemente, a oírlo hablar, con similar intensidad, de Cuba o de la fe.

Marisel Caraballo: Carlos Manuel de Céspedes, ¿no le parece que ha renunciado usted a muchas cosas por ser sacerdote?

Carlos Manuel de Céspedes: Sí, renuncié a una participación más activa y directa en algunos sectores de la vida, pero adquirí la posibilidad de entrar como sacerdote en otras realidades, lo cual ha significado también para mí una riqueza enorme. Renuncié por el celibato eclesiástico a la familia, al matrimonio, a los hijos, pero eso le da a uno una libertad enorme en el

corazón, en el trato con los demás. Deja uno de tener mujer e hijos, pero acaba por ser el padre de tantísima gente y hermano de muchísimos más.

En la vida cualquier elección supone siempre una renuncia. Hay demasiadas cosas en la vida que me interesan. He vivido mi sacerdocio durante 36 años sin desligarme de todas las realidades temporales en las cuales me muevo, en el mundo de la política, de la cultura, de la economía. Me relaciono con las personas que coinciden conmigo en la fe católica, con creyentes de otras religiones, y también con no creyentes. He tratado de entenderme con todos y mantener el corazón, el oído y el entendimiento abiertos. Ser sacerdote para mí no ha representado una ruptura con la tradición cultural y política de mi familia, sino la manera con la que he realizado esa vocación.

En última instancia, uno siempre piensa como católico. Algunos somos sacerdotes porque Dios ha querido que lo seamos, y para eso se ha servido de motivaciones de las que a veces ni siquiera uno es demasiado consciente.

M. C.: Hábleme del papel del catolicismo en la formación de nuestra identidad nacional.

C. M. C.: A pesar de todas las contradicciones que puede haber tenido el proceso colonizador, fue realizado por personas que, en principio, eran católicas. Esos españoles que estuvieron viniendo durante siglos a Cuba y de los cuales descendemos los cubanos de hoy, además de las otras raíces de la nacionalidad, fueron hombres y mujeres católicos –unos muy sinceros, muy coherentes, otros menos–, pero de todas formas tenían una cultura católica amasada en España durante siglos.

Esa veta permeó nuestra cultura que, sin lugar a dudas, tiene una matriz católica.

Cuando el habitante de esta isla empezó a pensar en cubano, hubo instituciones y personas dentro de la Iglesia católica que tuvieron un papel muy decisivo en la formación de la identidad del país. Pienso, por ejemplo, en el significado del Seminario San Carlos y San Ambrosio, en el de San Basilio el Magno en Santiago de Cuba y en la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo, en la Habana. Toda la intelectualidad católica de finales del siglo XVIII y la del siglo XIX fue formada en esas tres instituciones, únicas para cursar estudios superiores en aquella época. Pensemos en el papel tan decisivo que tuvo para el pensamiento criollo el Padre Félix Varela, quien no solamente fue un católico, sino un sacerdote, y profesor del Seminario San Carlos.

Creo que esta corriente de pensamiento católico ha estado presente, después, en la formación del pensamiento cubano, de la eticidad cubana, aun en personas que más tarde se distanciaron por una razón u otra de la pertenencia efectiva a la Iglesia, pero cuyos pensamiento y eticidad siguieron manteniendo esa connotación cristiana y específicamente católica, de color español. Pienso, por ejemplo, en el más grande de todos los cubanos, José Martí, católico practicante en su juventud; después se apartó de la práctica religiosa, pero siguió manteniendo en la médula de su pensamiento una eticidad y unos valores precisamente católicos. Él mismo se consideraba discípulo remoto del Padre Félix Varela, cuyo pensamiento interiorizó y con el que trató de iluminar las realidades nuevas que le tocó afrontar.

Ya en la República, por supuesto, las cosas se han diversificado más. Después de 1902 han coexistido el pensamiento católico, el protestante –que es cristiano, pero tiene sus matices– y otras corrientes de pensamiento ya más ajenas a la Iglesia, de corte liberal, de corte marxista. En fin, ese elemento católico fundacional ha seguido estando presente y lo está dentro de la identidad cubana.

M. C.: Monseñor, ¿en qué sentido se puede afirmar que símbolos como la Caridad del Cobre representan expresiones de identidad nacional?

C. M. C.: Creo que sí, aunque yo personalmente no lo exageraría. Hay un libro reciente, de Olga Portuondo, historiadora y profesora de Santiago de Cuba, titulado precisamente Nuestra Señora de la Caridad del Cobre y la identidad nacional cubana. Esta obra es la más completa que hay sobre la historia de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad en Cuba, y sustenta la tesis de que es este el símbolo de la nacionalidad más universal en la Isla. Este punto de vista coincide con el de Hemingway, quien tampoco era católico, pero tenía una sensibilidad especial hacia nuestra patrona, de manera que cuando obtuvo el Premio Nobel, donó su medalla a Cuba y la mandó al santuario del Cobre, y ahí está.

Personalmente, pienso que la Virgen de la Caridad es un símbolo de la nacionalidad en muchos sentidos, porque estuvo presente desde los inicios del siglo XVII, quizás con más peso en Oriente, donde la devoción a la Virgen era mayor. En el occidente empieza a hacerse presente a partir de fines del siglo XVIII; y, por supuesto, en el XIX estuvo muy latente como devoción de los cubanos durante las luchas independentistas. Carlos Manuel de Céspedes, mi tatarabuelo, era muy devoto de Nuestra Señora de la Caridad, y en la Guerra de los Diez Años, cuando tomó El Cobre, antes de ir al acto público fue al santuario, en donde estuvo orando por mucho rato. Llevaba siempre sobre el pecho una cadena con la imagen de Nuestra Señora de la Caridad que le había regalado su esposa, Ana de Quesada. Este era el sentir de muchos patriotas. Vale recordar que fueron nuestros veteranos de la guerra quienes pidieron al Papa de aquel entonces, a Benedicto XV, que nombrara a Nuestra Señora de la Caridad la patrona de Cuba.

Creo que es un símbolo de la nacionalidad, percibido así incluso por personas no católicas. Pero no hay que reducirla solo a eso. Quizás sea el más universal de los símbolos que nos reúnen a todos los cubanos. Sin embargo, hay cubanos no creyentes para quienes la Virgen no es una referencia sustancial de su identidad.

M. C.: Incluso entre no creyentes, uno escucha invocaciones a la Virgen. ¿Qué significa eso para usted?

C. M. C.: Existe esa tendencia. Hay un viejo refrán español que dice: «Todo el mundo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena». En Cuba la evocación más

frecuente de la Virgen, la que nos viene a los labios espontáneamente, es Nuestra Señora de la Caridad.

Insisto en que no le niego el valor de símbolo de la nacionalidad, pero no lo quiero universalizar excesivamente respecto a los que no son creyentes, a quienes considero tan cubanos como yo, y que no se les ocurriría pensar en la Caridad como un ingrediente de la nacionalidad cubana, sino en otras realidades más terrenales, más humanas.

No cabe duda de que para una gran parte del pueblo cubano es el símbolo de la nacionalidad, el Santuario de El Cobre viene siendo como la gran casa del pueblo cubano.

M. C.: ¿Cómo valora usted las relaciones entre la fe católica, la religiosidad popular y otras de diversos orígenes culturales que están presentes en Cuba?

C. M. C.: La religiosidad popular –y quisiera empezar por ahí–, es la del pueblo, y en el caso cubano es muy variada. Existe la eminentemente católica, sin otros ingredientes. Llamamos así a esa religiosidad del pueblo no muy cultivado culturalmente, que quizás no conoce muy bien todo el contenido de la fe, pero tampoco tiene una mezcla de otras religiones, sino que vive con una fe católica sencilla, sin una gran formación, con una gran generosidad, que tiene una práctica religiosa asidua y se siente miembro de la Iglesia católica como tal.

Existe también en Cuba otra religiosidad popular, sincrética, muy extendida, con ingredientes católicos y de origen africano. Muchas de esas personas –la mayoría, para no absolutizar– al menos ocasionalmente, vienen a los templos católicos, algunos habitualmente participan de nuestras misas, están presentes los días de grandes celebraciones, como las de San Lázaro, de Santa Bárbara, vienen en

Navidad, en Semana Santa. Pero además de la religiosidad popular católica, tienen elementos tomados de esas religiones africanas en distintos grados. Porque las religiones africanas en Cuba, por supuesto, no se viven en estado puro, sino que se han sincretizado con el catolicismo; y no constituyen un sistema doctrinal, ni están apoyadas por una institución. Es una forma de religiosidad popular también muy extendida.

Están las otras corrientes de religiosidad cristiana, el protestantismo bajo todas sus formas, y los nuevos movimientos religiosos que algunos llaman sectas –aunque prefiero no usar ese nombre por el tono peyorativo que conlleva. No sé hasta dónde se pueden incluir en la religiosidad popular, ya que son minoritarios; pero hay sectores respetables del pueblo, significativos, que practican algunas de estas formas, ya sean las religiones protestantes históricas –anglicanos, metodistas, luteranos, presbiterianos, etc. – o de los nuevos movimientos religiosos de corte pentecostal, adventista...; o algunos grupos ya más distantes del protestantismo histórico como, por ejemplo, los testigos de Jehová. Encontramos también grupitos muy pequeños, como son los Bahaʼi, el budismo, religiones que respeto mucho, pero que son muy minoritarias.

M. C.: ¿En qué medida los creyentes cubanos viven el catolicismo de una manera diferente, en comparación con los de otros países?

C. M. C.: No creo que los católicos vivan el catolicismo de una manera distinta. Es una religión como cualquiera, históricamente sustentada por una institución; además de ser muy universal y tener una organización milenaria. El catolicismo en Cuba, sustancialmente, es igual que en cualquier otra parte.

El católico cubano, el alemán, el italiano, el japonés, se identifican fácilmente con un culto igual, que varía muy poco; con una estructura de iglesia absolutamente similar, los mismos mandamientos.

Creo que [la Virgen de la Caridad] es un símbolo de la nacionalidad, percibido así incluso por personas no católicas. Pero no hay que reducirla solo a eso. Quizás sea el más universal de los símbolos que nos reúnen a todos los cubanos. Sin embargo, hay cubanos no creyentes para quienes la Virgen no es una referencia sustancial de su identidad.

Pensando en cubano. Una conversación con Carlos Manuel de Céspedes sobre religión y cultura el mismo credo, las mismas oraciones; o sea, que toda la armazón sustancial de la Iglesia católica en Cuba es igual que en cualquier otra parte del mundo.

Otra cosa son los creyentes en Cuba. Tienen, de alguna manera, la referencia católica por lo que esta Iglesia ha representado en la identidad de la nación y muchos se dicen «creyentes a su manera», que quizás sea la mejor manera de no ser creyentes. Los sincréticos tienden a cierta indiferenciación, mezclas, tolerancia con distintas formas de vida religiosa, que se convierten en algo facilón. Es un problema existente en otras partes del mundo, y en cada sitio varía de acuerdo con las raíces culturales y otros fenómenos religiosos.

En Cuba es frecuente que estos «católicos a su manera» o sincréticos vivan elementos de catolicismo mezclados con religiones africanas, o con espiritismo o con otras creencias. Si estuviéramos en México, Guatemala, Perú o Ecuador, nos encontraríamos con católicos de esa periferia de la Iglesia, que viven su catolicismo mezclándolo con creencias propias de las religiones aborígenes de esos países, donde hay una población indígena abundante. El fenómeno de la mezcla con religiones africanas es frecuente en el Caribe, tanto en el de origen español o latino –el caso de Haití, Puerto Rico, Santo Domingo, Cuba. como en otros. En el Caribe anglosajón están Jamaica, las pequeñas islas del Caribe donde se producen prácticas similares. También se dan en Brasil, en África. En esta última hay religiones católicas muy sólidamente establecidas, como por ejemplo en Angola o Mozambique, ex-colonias de países católicos, donde también hay sincretismo. Es decir, que ese fenómeno se da un poco en todas partes.

Insisto en que hay que diferenciar entre los católicos como tales, sean más cultivados o menos, más practicantes o menos, y esa especie de zona periférica de la Iglesia, que no está totalmente desconectada, que incluye a una población bautizada y que viene ocasionalmente al templo, pero que tiene otras prácticas religiosas, por lo que no se les puede calificar como católicos en estado puro. En aquellos encontramos una cierta tolerancia facilona con otras prácticas religiosas y con un estilo de vivir que tiene poco que ver con el catolicismo.

M. C.: Si la mezcla y el sincretismo en la práctica religiosa están tan generalizados en Cuba y otros países de América Latina, ¿piensa usted que la Iglesia ha abierto una zona de tolerancia con esos creyentes?

C. M. C.: Podríamos hablar de tolerancia y de respeto, o más bien de respeto y de realismo. Lo religioso no se puede imponer. La Iglesia trató de imponerse en los orígenes del cristianismo, allá por la Edad Media, cuando empezó a ser oficial dentro del Imperio Romano. Pero sabemos que lo religioso no se impone, porque queda simplemente en cobertura. Hoy en día se tiene una visión mucho más clara de esas situaciones, se conoce mejor la naturaleza humana, y a partir del conocimiento de la psicología se sabe que la Iglesia debe presentar su mensaje religioso y que cada persona lo va a recibir tal cual es. Podrá quizás cambiar su vida anterior, sus convicciones; algunos se convertirán al catolicismo y otros seguirán en su posición anterior, o quizás lo mezclarán con otros componentes. Se trata de un problema difícil. Podemos hablar de tolerancia; yo prefiero hablar, en este caso, más de respeto y realismo frente a fenómenos religiosos no católicos, desarrollado en culturas distintas a las impregnadas por el catolicismo.

 M. C.: ¿Hasta qué punto en la actualidad hay un crecimiento de la práctica religiosa en Cuba?

C. M. C.: Nosotros podemos verificar ese crecimiento en la Iglesia católica por las estadísticas que hacemos cada año para enviar a Roma, a partir de algunos datos, como por ejemplo, número de bautizos, asistencia a misa, primeras comuniones, matrimonios, etc. Este aumento empezó exactamente en el año 1979. Desde los años 60 hasta el 78 todos esos signos fueron descendentes; a partir del 79 empiezan a aumentar y crecen aproximadamente hasta los años 90, 91. A partir de esa fecha se estabiliza en ese nivel, más alto que en el 79, pero más bajo que antes del período revolucionario.

Sí hubo un aumento, y a través de conversaciones con amigos míos pastores de grupos protestantes, he comprobado que también en ellos ha habido ese mismo incremento, en el mismo lapso. También me parece bastante evidente el crecimiento de los grupos sincréticos a partir de lo que veo en la calle. Ese florecimiento –si no en la fe, que es difícil de medir– sí es palpable en la práctica, en el hecho de mostrarse como creyentes. Pero me da la impresión de que desde hace ya dos o tres años hemos llegado al techo del aumento.

No puedo asegurar que la visita del Papa pueda, de algún modo, incentivar otra vez el acercamiento a la Iglesia de algunas personas. Es probable que sí, pero insisto en que, por el momento, existe un estancamiento a ese nivel, no más alto que el alcanzado a principios de los 90.

M. C.: ¿Cree que nos hemos encaminado en el catolicismo por el modelo español y no por el de la Iglesia como institución?

C. M. C.: En España la práctica fue más alta en otros tiempos que en la actualidad. Habría que ver si se trataba de un grado más fuerte de convicción o de una situación Marisel Caraballo social favorable a esta práctica. Al cambiar la situación social y entrar en la modernidad, en el mundo contemporáneo y en una serie de criterios contemporáneos, la gente se siente mucho más libre cuando la Iglesia deja de formar parte del aparato estatal, como sucedía en España antiguamente, tanto en la época de la monarquía como durante el franquismo. Cuando las cosas toman su nivel verdadero, la gente abandona sus máscaras.

No sé si la disminución de la práctica equivale siempre a un decrecimiento de la religiosidad, o simplemente al abandono de las máscaras. Quizás a lo que se ha llegado es a la verdad de la situación. Ese es un fenómeno complejo, del cual no tengo un criterio muy definitivo. En el caso de España –que nos toca tan de cerca, por ser cubanos. se observó una caída  inmediatamente después del derrumbe del franquismo; de manera que uno tiene que preguntarse si de verdad se trata de una caída de la religiosidad, o más bien de la práctica de una religiosidad formal, correspondiente a un momento en que era bien visto ir a la Iglesia.

Cuando dejó de ser bien visto, y pasó a ser una cosa normal, absolutamente libre, aquellos que solo iban por esa cuestión formal, dejaron de ir. Ahora bien, ¿esas personas eran genuinamente católicas? Creo que no. Tendrían quizás una cierta religiosidad, y la siguen teniendo aunque no vayan todos los domingos a misa; pero no era una religiosidad muy comprometida.

M. C.: ¿Será que en los tiempos modernos la Iglesia se ha mantenido un poco arcaica en cuanto a los preceptos sociales y la gente no se siente identificada?

C. M. C.: No, los preceptos son lo que son. La Iglesia los empezó a predicar en el siglo I, en el contexto del Imperio Romano, siendo una minoría exigua, sin recurso ninguno y donde las leyes y las costumbres eran totalmente contrarias. La Iglesia predicó su doctrina yendo contra la corriente. Sus preceptos, lo que constituye la esencia de su vida, la Iglesia no los va a abandonar.

Lo que les pide el Papa a los jóvenes es precisamente que naden contra la corriente; sin que nadie los obligue, van a encontrarlo, a escucharlo; y algunos creo que se convencen de que es así, de que los verdaderos valores están ahí. Muchas veces encontramos en el mundo contemporáneo, como ocurrió en el siglo I, una sociedad sumamente corrompida en todos los órdenes. Los cristianos llegaron sin poder ninguno, sin recursos, siendo perseguidos, extranjeros, predicando que había que vivir de manera totalmente contraria a como vivía todo el mundo. Y así fueron sembrando el criterio.

Después de cuatro o cinco siglos, ya medio Imperio Romano se había convertido al cristianismo. No es un problema de arcaísmo o de modernismo, sino de fidelidad a la persona de Jesucristo y a sus enseñanzas.

Por supuesto, según avance el conocimiento de las ciencias, la Iglesia puede abarcar un espectro mayor en su estilo de vida, porque las condiciones cambian; pero esos preceptos sustanciales, los contenidos de la fe, de la moral cristiana son iguales ahora que hace veinte siglos; y son semejantes en Cuba, en África o en Japón. El que quiera los abraza o no.

M. C.: En las últimas décadas, en América Latina se fortaleció una tendencia, dentro de la Iglesia, denominada Teología de la Liberación. ¿A qué se debe que en Cuba la Iglesia católica se mantuviera al margen de esa corriente?

C. M. C.: En Cuba hubo más discusión en el mundo protestante que en el católico. En el católico se estudió como disciplina incorporada en el Seminario, pero fue una corriente teológica muy latinoamericana que no prosperó, entre otras cosas, porque las condiciones de vida, económicas, sociales, políticas, etc., son muy distintas a las existentes en los países donde surgió esa corriente.

El padre de la Teología de la Liberación es el peruano Gustavo Gutiérrez, del que fui compañero de estudios en Roma. El primer libro que se llamó así fue escrito por Gustavo. A su sombra se desarrolló esta escuela en Perú; y la otra con más arraigo fue la de Brasil, en torno a los hermanos Boff.

Creo que las condiciones de esos países, los regímenes militares que tenían entonces, unido a las condiciones económicas, dieron origen al boom de dicha teología. En la medida en que esas condiciones han ido cambiando –las políticas, porque las económicas no se han transformado mucho–, la Teología de la Liberación se ha ido apagando. Cuando viajo por América Latina, tengo la impresión de que es un fenómeno prácticamente histórico. Los viejos teólogos de la Liberación que continúan vivos, ahí están; algunos han abandonado sus posiciones anteriores, otros las mantienen, pero son personajes bastante aislados, no hay un relevo juvenil que las cultiven. Se estudia como una corriente teológica, cuya vigencia quedó en las décadas de los 70 y los 80, justo cuando surgió, y no creo que tenga una mayor trascendencia.

Bajo el influjo de la Teología de la Liberación se originaron, por ejemplo, las comunidades de base que existieron en tantas partes, y hoy esas comunidades aparecen extinguidas en muchos países, y en otros son Pensando en cubano. Una conversación con Carlos Manuel de Céspedes sobre religión y cultura pequeños restos de lo que fueron. Va siendo cada vez más un fenómeno del pasado, para bien y para mal.

Para bien, porque como teología era pobre; para mal, porque tenía una serie de valores, de mayor sensibilización frente a los problemas sociales, que espero que la teología y la vida de la Iglesia sepan asimilar.

M. C.: Muchas comunidades de pueblos de América Latina se sintieron protegidas y amparadas por esta teología. ¿No piensa que eso le trasmite fuerza a la gente para poder vivir?

C. M. C.: Esas necesidades siguen existiendo. Por ejemplo, uno de los lugares donde más se promovió la Teología de la Liberación fue en Nicaragua, en tiempos del sandinismo. Curiosamente, comenzó bajo la dictadura de Somoza y después cobró fuerza en el tiempo del sandinismo, hasta su desaparición. Casi nadie habla de Teología de la Liberación en Nicaragua. Sin embargo, las condiciones económicas son peores que hace veinte años. Tal vez quedó una mayor sensibilidad frente a los problemas económicos, sociales, una mayor urgencia de comprometerse en esa realidad.

M. C.: Juan Pablo II, al igual que Che Guevara, ha hablado del hombre nuevo. ¿Cuál es el sentido que tiene para la Iglesia católica la formación del hombre nuevo, teniendo en cuenta la realidad que vivimos hoy?

C. M. C.: Para la Iglesia católica, y para los cristianos en general, cuando se habla de hombre nuevo, se asume en el sentido con que San Pablo introduce el vocablo en el Nuevo Testamento. Es el hombre nuevo en Cristo, el hombre que al abandonar la vida anterior –en aquel caso la vida pagana, la vida judía– asume una existencia distinta, porque se incorpora a Jesucristo por el bautizo, por la vida sacramental, y trata de aterrizar esa existencia no solamente en el orden espiritual, sino de  proyectarla en su vida, viviéndola al estilo de Jesucristo, viviendo el camino del Evangelio. Eso es el hombre nuevo para San Pablo, y es en ese sentido que la Iglesia habla del hombre nuevo: el hombre que vive unido a Cristo y que trata de realizar en su vida los valores que Jesucristo predica, todos los que están recogidos en el Evangelio y los que la Iglesia trata de predicar.

Por supuesto, eso tiene actualidad en todas las épocas del año, en todo el mundo, en todas las culturas, porque en todas puede haber una serie de contra-valores que van contra la persona humana. El hombre nuevo en Cristo, entre otras cosas, es el hombre llamado a comprometerse con la verdad, con la generosidad, con el amor fraterno; son valores universales que siempre hay que predicar y renovar en el mundo contemporáneo.

En el mundo de la Edad Media y en el mundo dentro de mil años, seguiremos hablando de que hay que ser hombres y mujeres nuevos en Cristo, capaces de vivir con sencillez, austeridad, verdad, generosidad: eso es ser el hombre nuevo en Cristo.

M. C.: Monseñor, ¿hasta qué punto podrá lograrse ese hombre nuevo?

C. M. C.: El problema es que, para asumir ese estilo de vida, el del hombre nuevo en Cristo que la Iglesia predica, se supone una fe cristiana, y no todo el mundo la posee. ¿A título de qué se le puede exigir, o siquiera pedir, a quien no tenga esa fe, que mire a Jesucristo como el modelo más completo de existencia humana y como el camino que le da la verdadera estatura a la persona humana? Para nosotros los cristianos eso resulta muy claro, y tratamos de mantener ese compromiso, aunque por supuesto todos somos limitados, pecadores y no siempre alcanzamos esa talla propuesta por Jesucristo. Sabemos que por ahí anda el camino y la meta hacia la que se debe enderezar los pasos de la Iglesia, predicarla, proclamarla con la vida y con la palabra.

Pero no todo el mundo participa de esa fe, y otros pueden tener otras metas, otras concepciones de la vida; para otras personas quizás el hombre nuevo sea otra cosa, y quizás tengan otras concepciones, por ejemplo, acerca de la actividad de la guerra. Un musulmán, o algunas corrientes dentro del musulmanismo –religión que respeto mucho. consideran que la guerra y la violencia son constitutivas de la persona humana, para defender sus ideales. La Iglesia católica pensó eso en alguna ocasión también; tuvo ese concepto de la Guerra Santa, al cual ya ha renunciado. Esos musulmanes, muy coherentes con su fe, pueden pensar que la violencia es un medio para conquistar sus ideales, para realizar su verdad musulmana. Nosotros pensamos hoy que la verdad se propone, no se impone, y mucho menos por las armas. Y podríamos hablar de otras concepciones de la vida en el Extremo Oriente, en Japón, en China, en el mismo Occidente, otras corrientes de pensamiento como el marxismo, que tiene otra concepción del hombre nuevo. Depende de la posición ideológico-filosófica de la persona. La Iglesia católica proclama su concepción, la propone y trata de vivirla. Aceptarla o no depende de la libertad humana y de la gracia de Dios.

M. C.: Usted hablaba de las propuestas de la Iglesia desde hace unas cuantas décadas. Sería oportuno que la gente se propusiera llegar a un entendimiento. Pero, al parecer, el mundo contemporáneo está más distante de esa meta. ¿No cree que ante ciertos problemas no existe otra vía que la de las armas?

C. M. C.: Lamentablemente, esa es la situación. Pero no hay que cansarse. Hay personas no cristianas que nos han dado ejemplo de que la tenacidad de una proposición a veces es más efectiva que la fuerza de las armas. Por ejemplo, un hombre como Mahatma Gandhi en la India, que consiguió la independencia de su país, no precisamente con la fuerza de las armas, sino proponiendo su ideal independentista, abierto al diálogo con todo el mundo y murió víctima de su pacifismo activo. Pensemos en un caso como el de Nelson Mandela, en África del Sur, lo que ha significado para la historia de África un testimonio como ese; en Martin Luther King, Jr. y las luchas por la igualdad racial en los Estados Unidos. Son personas que incluso han sido mártires de sus convicciones sin utilizar nunca la violencia, lo cual no quiere decir que sean pacifistas pasivos, sino muy activos, muy comprometidos con la verdad que proclaman y llevan a vías de hecho, sin utilizar nunca la violencia. Y algunas veces han tenido éxito a la larga, y han logrado el entendimiento. ¿Quién iba a pensar hace treinta o cuarenta años que los negros sudafricanos se iban a sentar en el mismo gobierno con aquellos blancos que los discriminaban de manera increíble? Y, sin embargo, eso ha sido posible gracias a un hombre como Mandela. Es un camino muy costoso; el más largo, pero es el único que construye.

M. C.: ¿Haber contado con la presencia del Papa en nuestro país aumentará el nivel de diálogo entre la Iglesia católica y el gobierno cubano?

 C. M. C.: No creo que lo aumentará radicalmente en el futuro, si no lo ha aumentado durante todo el año que estuvimos preparando la visita del Papa, lo que obligó a una comunicación más estrecha. Pero, por supuesto, en las relaciones más estrechas del último año han ido aflorando todos los temas normales de la vida de la Iglesia en el país, de la Iglesia que recibió al Papa.

Supongo que esa coyuntura no terminó el día 25 de enero, cuando el Papa tomó el avión y regresó a Roma. Ese tipo de conversaciones, de relaciones, de diálogo, de mayor confianza, de mayor conocimiento que se ha establecido a lo largo de 1997 continuarán. No tengo una bola de cristal para ver el futuro, pero me parece que lo normal sería eso, que hubiera como un antes y un después de la visita del Papa.

M. C.: ¿Qué expectativas tiene en relación con ese acontecimiento que acaba de suceder para la nación cubana?

C. M. C.: Se trata, como en todos los lugares a los que va el Papa, de una visita pastoral. Ha tratado de animar a los religiosos a la fe, de mostrarles su interés pastoral por ellos, su cercanía a la Iglesia del país, y en ese sentido puede significar un nuevo entusiasmo en la vivencia de la fe católica para los que la tengan.

La otra parte es el pueblo no católico, pero que respeta la figura del Papa. Lo miran con cierta simpatía, como un hombre que encarna una serie de valores de nuestro mundo contemporáneo. Su presencia en Cuba puede significar también un incentivo, un aliciente para la recuperación, o por lo menos el mayor cultivo, de algunos valores éticos que parecen no estar desaparecidos, pero sí disminuidos en algunos sectores de nuestro pueblo. Solo el tiempo nos va a decir si lo que el Papa nos predicó o nos dijo lo van a vivir o no.

En toda hipótesis, el acontecimiento ha sido una gran fiesta para todos los cubanos, católicos y no católicos.

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte