Este trabajo pertenece al dossier Cinco años de la visita de Barack Obama a Cuba.
Dentro de pocas semanas se cumplen cinco años de la visita del presidente Barack Obama a Cuba. Como ocurre con muchos acontecimientos, las imágenes circulantes en los medios desde el mismo instante de la visita, así como los mecanismos recónditos de la memoria, han contribuido a mitificarlos con un signo u otro. En aquella circunstancia, Temas invitó a un grupo de estudiosos de las relaciones interamericanas, oriundos de los Estados Unidos, América Latina y el Caribe, y en particular de Cuba, a reflexionar sobre su connotación. Rescatamos aquellas miradas por su utilidad para pensar de manera crítica y ecuánime algunos problemas del presente y los escenarios por venir.
*Publicado el 18 de marzo de 2016
Temas me ha preguntado si la histórica visita del presidente Barack Obama a Cuba y el momento en que se realiza debe ser analizada en términos de la política interna de los Estados Unidos, como ha sido el caso tan a menudo con la política de Washington hacia Cuba.
Creo que esencialmente no es así. De hecho, un aspecto notable del proceso de distensión de las relaciones Estados Unidos-Cuba es lo poco que se ha discutido en el discurso estridente de la política norteamericana. El único candidato que puntualmente criticó la apertura del presidente Obama hacia Cuba fue el senador Marco Rubio, cuya candidatura terminó después de su decisiva derrota en la Florida, su estado natal, por lo que su postura bravucona en relación con Cuba no lo ayudó. Otros candidatos republicanos, aunque por regla general son críticos de la política internacional de Obama, no le han dado mucha importancia a su apertura hacia la Isla, quizás porque comprenden que la mayor parte de los votantes, incluyendo la mayoría de los cubanoamericanos en la Florida, consideran sensato aceptar esa realidad, que permite mayor relevancia de los Estados Unidos para el futuro de Cuba que si persiste en una política fallida de negación. Los dos precandidatos demócratas, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton y el senador por Vermont Bernie Sanders, han apoyado la iniciativa de Obama, con Sanders urgiendo que rápidamente se extienda más allá eliminando el resto del embargo económico norteamericano, mientras que la Clinton ha reciclado sus conocidas invocaciones sobre derechos humanos y democracia como temas claves en las relaciones entre los dos países, sin sugerir ningún cambio en el enfoque de Obama.
En un momento en que los votantes norteamericanos están preocupados por el comercio internacional, migración, lento crecimiento, desigualdad, acceso a educación y salud de calidad, terrorismo global, el auge de China, la volatilidad del Medio Oriente, la paralización europea, las ambiciones iraníes, y las intenciones de Corea del Norte, para no mencionar el cambio climático, ciberseguridad, la pérdida de empleos y la fragmentación de las instituciones políticas, la mayoría de los estadounidenses no piensan que mejorar las relaciones con Cuba es una mala idea.
Por el contrario, el viaje de Obama está impulsado por su visión internacional global, sus prioridades políticas y la preocupación por su legado. También es importante que el viaje a Cuba es algo que Obama puede hacer en su último año sin verse limitado por el Congreso y con la participación entusiasta de la prensa. Dudo que este viaje ayude o perjudique significativamente a Hillary Clinton, Bernie Sanders, Donald Trump, Ted Cruz o John Kasich. Su probable resultado más significativo será ayudar a Hillary a resistir cualquier tentación de distanciarse del enfoque de Obama.
Los esfuerzos de Obama por establecer relaciones de mutuo respeto con Cuba por primera vez en más de cinco décadas —y de cierto modo, por primera vez en la historia— requirió imaginación política y voluntad de escapar de mentalidades largamente encostradas y la inercia de viejas ideas. Pero las condiciones subyacentes —en los Estados Unidos, en Cuba y en el resto del mundo— que hicieron posible este cambio se han ido acumulando durante muchos años. Fueron necesarias las cualidades de liderazgo de Obama y de Raúl Castro para reconocer las tendencias, comprender sus implicaciones y avanzar en la distensión de las relaciones, pero las circunstancias que lo hicieron posible antecedieron a este liderazgo y persistirán después de que ellos terminen.
Por muchas décadas las políticas de los Estados Unidos hacia Cuba estaban basadas en realidades y conceptos del siglo XIX, reforzadas por la rivalidad de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. La hegemonía de los Estados Unidos en las Américas y otros territorios terminó hace mucho tiempo, como también la Guerra Fría, y la Unión Soviética ya no existe, pero las viejas políticas se mantuvieron por muchos años. Esto ocurrió en muchas arenas políticas, pero fue extraordinariamente difícil superarlo en el caso de Cuba por el peso de la comunidad cubanoamericana para determinar los resultados en elecciones reñidas. La prolongada separación Estados Unidos-Cuba sin duda fue reforzada también por la conveniencia para las autoridades cubanas de tener a un Estados Unidos hostil, para ayudar a preservar el apoyo interno así como el respaldo de adversarios internacionales del país del norte.
La hostilidad de la comunidad cubanoamericana hacia un acercamiento ha sido atenuada por cambios generacionales y demográficos, y por el crecimiento en la Florida y otros estados de diásporas de otros países que no están enfocadas en Cuba. Ha aumentado el reconocimiento de que ambos países comparten intereses en mitigar el impacto del cambio climático, disminuir los riesgos a la salud y seguridad públicas, responder ante desastres naturales, regular la migración y estabilizar la región de la cuenca del Caribe. Los agricultores y exportadores estadounidenses de alimentos y servicios han comenzado a ver a Cuba como un mercado atractivo, mientras que las autoridades cubanas y el emergente sector privado consideran a los Estados Unidos como una eventual fuente de clientes e inversiones a medida que Cuba se integre a la economía global. Mientras tanto, se ha vuelto evidente la posibilidad de que Cuba y los Estados Unidos puedan cooperar en función de intereses internacionales compartidos, particularmente para ponerle fin al conflicto colombiano entre el gobierno y la insurgente FARC.
Todas estas realidades, y su preferencia general por el diálogo y la construcción de relaciones en asuntos globales, determinan la disposición de Obama, expresada desde el propio inicio de su presidencia, de buscar una “nueva era de las relaciones con Cuba” y su decisión de invertir los recursos necesarios para vencer la resistencia ideológica y la inercia. Un cálculo similar de seguridad nacional en un ambiente cambiante sin duda ayuda a explicar el objetivo recíproco del presidente cubano de lograr relaciones de respeto mutuo con los Estados Unidos, mientras trabaja para reformar la economía cubana. Raúl Castro, sin duda, también ha tenido que vencer la resistencia ideología y la inercia; ha dado señales al Partido Comunista de Cuba, a sus Fuerzas Armadas, a la tecnocracia y a todo el público cubano, así como a sus aliados internacionales, de que el futuro de Cuba está vinculado con una relación positiva con los Estados Unidos.
La apertura de las relaciones Estados Unidos-Cuba, reforzadas por la visita de Obama y la reacción del pueblo cubano, es probable que sobreviva a su presidencia, especialmente en la medida en que los ciudadanos y grupos de ambos países lleguen a apreciar cuánto los pueden afectar unas relaciones constructivas. Lograr tejer nuevos patrones de intercambio e intimidad a través del Estrecho de la Florida no va a suceder de la noche a la mañana, pero ya está comenzando a tomar forma el nuevo tapiz.
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