Panelistas:
Orlando García. Historiador. Presidente de la UNEAC, Cienfuegos.
Magda González Grau. Realizadora de cine y TV. ICRT.
Fernando Rojas. Historiador. Viceministro, Ministerio de Cultura.
Jennifer Hosek. Profesora de Estudios Culturales. Queens University, Ontario, Canadá.
Gretel Arrate. Artista visual. Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, Santiago de Cuba.
Osvaldo Doimeadiós. Actor, guionista de TV, director teatral.
Rafael Hernández (moderador): Bienvenidos a Último Jueves a distancia, dedicado hoy a “Diálogos entre el arte y la política”. A lo largo de los más de doscientos paneles que Último Jueves ha convocado, hemos tratado varias veces este tema desde distintos ángulos y en contextos diferentes, y lo volvemos a abordar hoy con nuevos panelistas y en un contexto muy particular.
Para guiarnos en la discusión de este tema en sus complejidades y matices tenemos a un sexteto muy especial, formado por destacados conocedores de esta problemática, hombres y mujeres no solo de La Habana sino de otras partes de la Isla, y también de fuera. Asimismo, nos alegra poder haber reunido a un nutrido grupo de participantes para acompañarnos en el día de hoy.
Muchísimas gracias a todos ellos por estar aquí con nosotros y empiezo por la primera pregunta: ¿Cómo definir el diálogo entre arte y política? ¿Qué carácter tiene, cuál es su naturaleza en general?
Orlando García: El diálogo entre arte y política debe caracterizar los esfuerzos y negociaciones para enrumbar la Revolución en Cuba hacia el socialismo que tiene entre sus planteamientos esenciales la democratización de la cultura para alcanzar la justicia social y el pleno ejercicio del derecho a la libertad con responsabilidad, que debe operar en las conductas de los individuos de las vanguardias artísticas y políticas. Este enfoque resalta desde los tiempos iniciales del Gobierno Revolucionario, cuando se crearon varias instituciones culturales que estimularon notablemente tanto la producción artística y literaria, como la profesionalización del trabajo artístico y la promoción de los creadores de mayor jerarquía.
Articular lo político y lo cultural, sin descuidar lo económico, lo social y lo ideológico, forma parte indispensable del sustrato de concertación de la política revolucionaria para lograr la hegemonía del pueblo. La complejidad e importancia de las relaciones entre arte y política condujeron a consolidar los intercambios, debates, confrontaciones y discusiones de ideas entre las autoridades políticas y gubernamentales de Cuba y los artistas y escritores de diversas generaciones y tendencias estéticas.
El poder socialista exige un sistema de instituciones culturales para la aplicación de una política cultural que contribuya a conformar un ser humano, como diría Graziella Pogolotti, “capaz de establecer un diálogo crítico con la producción cultural contemporánea” y, por ende, recordando a Fidel, que disfrute la cultura como “instrumento de liberación”. La vanguardia artística y literaria ―organizada en la UNEAC desde agosto de 1961― ha venido participando, junto a los actores políticos, en la elaboración y aplicación de las políticas culturales del país, cuestión que permitió superar errores en el accionar institucional y reajustar lineamientos. De esa manera, la esfera política aseguraba paulatinamente el mejor desempeño de una estructura estatal para la implementación de la política revolucionaria dirigida a la difusión masiva de la cultura.
Magda González Grau: El diálogo entre arte y política es muy difícil, pero a mi juicio no es imposible. Estoy hablando de uno que no necesariamente debe llevar a posiciones concordantes, puede ser uno donde el arte defienda puntos de vista no reconciliables con posiciones políticas, pero si se establece con respeto, con responsabilidad, sin prejuicios descalificadores de ambas partes, puede ser muy útil para el desarrollo de uno y de otro. De ahí su importancia, porque es un diálogo absolutamente necesario para ambas partes, para entender la realidad, que es siempre la fuente de inspiración, en primera o en última instancia, para las obras de arte, y para entender la representación de la realidad que aparece en esas obras de arte.
Fernando Rojas: La política es un campo de la actividad humana. Como cualquiera de estos campos, al arte le interesa y le importa. La política, si se refiere a la promoción de las realizaciones del arte —-por ejemplo, lo que llamamos en Cuba “política cultural”, aunque esta es mucho más abarcadora— tiene que dialogar con el arte y los artistas.
Jennifer Hosek: Para mí no hay nada fuera de la política. Es decir, todas las acciones y objetos tienen influencia en nuestro mundo. Entonces, como subconjunto de estas acciones, toda la producción artística también influye. Incluso el arte por el arte es político. Puede ser que este pretenda liberar los pensamientos de la gente, o puede que conserve la sociedad como es. Estoy segura de que también este arte supuestamente no comprometido influye en el mundo.
El mundo consiste en diálogo, debate, lucha. Michel Foucault usó el término “discursos del poder”. El arte es un discurso del poder y participa en la arena de esos discursos que es el mundo.
Al final, creo que la importancia del diálogo entre arte y política consiste en formar nuestro mundo.
El arte puede actuar de manera muy especial en la formación del mundo, porque la mayoría de la gente lo valora, tiene un capital cultural significativo en la mayoría de las sociedades; tiene voz. Quiero decir, aunque me aleje del tema, que hoy en día, en el mundo del white noise (ruido blanco) de los medios de comunicación, de las redes sociales, tal vez sería necesario un cartel que diga que “el arte todavía tiene voz”, que todavía no se pierde entre el white noise de las redes, dominadas por el poder de dinero.
La otra razón de la función inspiradora del arte, es que este es a la vez una expresión muy personal del creador y también pretende expresar sentimientos y perspectivas que tienen resonancia con su público. Generalmente se considera que el compromiso del arte con lo que nosotros llamamos “la realidad” es más fluido, complejo y amplio que el que la política pretende tener. El arte tiene la libertad y la responsabilidad de redefinir la realidad; la política, por el contrario, puede tener como reto esa redefinición, pero tiene la responsabilidad de reconocer la realidad, ya que está encargada del bienestar real, cotidiano, de su pueblo. Con sus interpretaciones de la realidad, el arte impulsa a la política y al pueblo.
Gretel Arrate: El diálogo entre arte y política, en primer término, hay que contextualizarlo; en nuestro país, es una herramienta absolutamente necesaria para la fluidez y el desarrollo generacional dentro del proceso de creación artística y el proceso político. En el mundo, la política traza las pautas a seguir dentro de la sociedad, y el arte se encuentra dentro de esta como un ente activo, por ende, debe existir una comunicación continua, franca, inteligente. Si esta es equilibrada, entonces el diálogo será fructífero y enriquecedor, aportará al desarrollo, pero si este diálogo se obvia, si se ignora su necesidad, y la balanza está del lado de las clases dominantes, entonces habrá anquilosamiento, irreconocimiento, descontento.
El diálogo entre la política y el arte ha estado muy de moda en nuestro contexto actual, y casi todos coincidimos que es importante para el crecimiento cultural con el que, de todas maneras, ganará el país. Debe ser respetuoso, transparente; no debe ser sectario, sino más bien comprensible y flexible.
En diferentes momentos, desde Palabras a los intelectuales hasta la fecha, se ha dialogado con artistas e intelectuales a partir de los congresos de la UNEAC, de la Asociación Hermanos Saíz, y el Ministerio de Cultura han organizado uno que otro encuentro, a los que han asistido sus invitados.
Pienso que el diálogo debe estar presente de manera vertical en todos los espacios de la cultura, y no solo con el fin de saber qué se piensa, sino con el fin de saber qué se necesita y cómo solucionar los problemas.
Osvaldo Doimeadiós: Para mí la relación entre arte y política resulta crucial, en la medida en que establezca como eje de discusión temas importantes para el desarrollo de la sociedad, que se sepan situar esas contradicciones y buscar la armonía entre esas contradicciones, suponiendo siempre que la armonía, como dijo un gran físico, era el acuerdo entre tensiones. Entonces, ese diálogo lo veo como un elemento movilizador, como un acelerador de partículas a nivel cuántico, casi como sucede con la física, pero lo veo también en un viaje diferente.
Por ejemplo, creo que hoy si algo sabemos que está en crisis es la mirada vertical desde las instituciones, o desde la política, para establecer el diálogo o para tramitar cualquier gestión de índole gremial. Por eso creo en el papel de la discusión entre arte y política para oxigenar todas las zonas del arte y de la sociedad en sentido general.
Rafael Hernández: ¿En qué niveles tiene lugar ese diálogo? Aparentemente se trata de algo único, homogéneo; pero no lo es. Por ejemplo, entre los artistas y las instituciones estatales, pero también entre el significado de las obras de arte como transmisoras de ideas y la representación de este significado en el campo de la política, hay un diálogo con características diferenciadas. También entre los criterios estéticos adoptados por la creación artística y los patrones de gusto para apreciar las obras de arte desde la política, que es otro nivel diferente. Un cuarto nivel es entre las atribuciones reconocidas como legítimas a la expresión artística y los límites impuestos por las leyes vigentes en Cuba o en cualquier país; entre las ideas políticas de los dirigentes y las de los artistas. Finalmente, también los artistas y los dirigentes pueden tener ideas artísticas diferentes tanto en Cuba como fuera de Cuba.
Orlando García: En la actualidad, las instituciones estatales muestran una mejor disposición a establecer un diálogo serio, según lo establecido por la máxima dirección del PCC, con los artistas y escritores de la vanguardia agrupada en la UNEAC y la AHS. La participación en él de los secretarios del Partido y los gobernadores provinciales determina un estilo de trabajo más dinámico en el análisis y solución, en la práctica diaria, de los problemas apuntados por los creadores de mayor relevancia y posicionamientos políticos ajenos a los “incorregiblemente reaccionarios”.
Magda González Grau: El primer nivel donde se realiza este diálogo es entre los artistas y las organizaciones e instituciones diseñadas para ello. En Cuba, por ejemplo, el sistema de la cultura existe por y para los artistas, o por lo menos, en cada acta fundacional de ellas aparece esto de manera más o menos explícita. Incluso en Palabras a los intelectuales Fidel plantea la obligación de la Revolución de garantizar que el arte se desarrolle plenamente. De esa idea surge la política cultural que garantiza escuelas de arte e instituciones que apoyen y favorezcan el desarrollo de esos artistas. Y también la UNEAC, y años después la AHS. Entonces, es como el diálogo entre padres e hijos, esencial y obligatorio. En este nivel, se supone que el diálogo sea más fácil, pues los que dirigen las instituciones y organizaciones, casi siempre son artistas o están muy cerca de ellos.
Luego viene un segundo nivel, donde entran los políticos que no están al frente de las instituciones y organizaciones culturales, sino más arriba en la pirámide política. Ese se complica, porque en su mayoría —no quiero ser absoluta—, los políticos no son personas avezadas en la interpretación del real significado de las obras de arte.
De eso escribió el Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”, de los funcionarios que no entienden y entonces descalifican sin profundizar. Ese análisis primario que se hace de obras de arte que resultan incómodas para una tendencia de pensamiento político es muy peligroso, pues se vuelve superficial si no media un diálogo con el artista. Se dice “él quiso decir esto o aquello”, sin darle la oportunidad a los artistas de defender sus puntos de vista y sin entender el porqué del abordaje de un tema de una manera u otra. Así, cuando los políticos, en un análisis primario, descalifican una obra, es difícil que se produzca el diálogo necesario; descalificada la obra y el artista, se entiende que el diálogo no vale la pena, se usa el poder y aparece la censura, que es la peor herramienta posible porque siempre es un bumerang que le hace daño al político y le confiere automáticamente un valor extra artístico a la obra con el sabor de lo prohibido.
Fernando Rojas: Aquí hay, al menos, dos planos de diálogo. El diálogo entre artistas e instituciones es permanente y debe ser fecundo, en cualquier contexto en que exista una política cultural de Estado, como sucede, por ejemplo, en varios países de Europa, de América Latina, de Asia, y en Canadá.
Cualquier discusión sobre el significado de las obras de arte entraña la dificultad de que este siempre es polisémico. Solo el ejercicio de la crítica y la relación cada vez más intensa con el receptor —el público— hace de la percepción del significado un valor. Este aserto es una de las piedras angulares de la política cultural del Estado cubano, que apuesta por el más amplio acceso de la mayoría de la población a las mejores realizaciones de la cultura nacional y universal. Por ello, la representación en el campo de la política, o la relación de las obras de arte y los artistas con las instituciones, se verifican en el campo de la promoción y la circulación. La creación es libre y no puede ser de otra manera. De hecho, se dilatan las fronteras del acto creador y se rompen las convenciones largamente aceptadas de distinción entre las ramas y los géneros en el arte, lo que implica retos aún más difíciles para la crítica y el público, que deberían ser aprovechados para su disfrute y desarrollo más plenos.
Jennifer Hosek: La estructura de la sociedad en la cual los diálogos tienen lugar, influye mucho. Por ejemplo, en países donde los fondos para hacer el arte vienen mayormente de corporaciones privadas, la tendencia es hacia una disminución importante de debates y diálogos. La razón es que, en estos casos, el arte se subordina a los deseos de la cultura dominante, como diría Gramsci, a la hegemonía. Por su parte, Antonio Negri habló de subsunción por el capital; en nuestro caso, sería entonces que el arte es subsumido por los intereses de la gente cuya riqueza les hizo poderosa. Teodoro Adorno, pensando en Hollywood, en los Estados Unidos, y también en los medios de comunicación de masas bajo los nazis, habló de una industria cultural que promulgó y reafirmó la cultura dominante con sus estructuras de poder y privilegio.
En esos países donde hay pocos fondos públicos para el arte, con frecuencia muchos de los debates radicales tienen lugar frente a públicos pequeños, no llegan a las mayorías, al mainstream; es decir, que tienen poca influencia en las hegemonías. Hay excepciones, obviamente; en la era de Trump, HBO produjo el tremendo documental Exterminate All the Brutes, de Raoul Peck.
Gretel Arrate: El diálogo transita entre todos los niveles que se relacionan en este punto. Desde mi punto de vista, la institución estatal y su dirigencia tienen mucho que ver con su éxito, juegan un papel determinante en provocar y activar el diálogo, y a partir de este punto fluyen o no los conflictos. Por ejemplo, si un creador entra en contradicción con la institución estatal, automáticamente comienzan a juzgarlo a partir de cada uno de estos niveles; es decir, del significado de la obra de arte como transmisora de ideas, de los criterios estéticos adoptados por la creación artística y los patrones de gusto, de las atribuciones reconocidas como legítimas. Estos son los patrones donde, por lo general, se mueve el fenómeno del diálogo y el de juzgar a la creación artística.
De la misma manera, si el creador es aceptado, si es alabado por la institución estatal, también va a ser juzgado a partir de esos criterios, pero buscando la parte positiva que tiene su obra, y entonces los conflictos son asumidos desde otro ángulo.
Osvaldo Doimeadiós: Yo situaría esas relaciones entre arte y política en varios estratos. Cualquier discusión tendría que venir desde la propia comunidad donde se genera el arte. Por eso me gusta pensar en el proyecto que lidero en estos momentos, que es Nave Oficio de Isla, como una “comunidad creativa”, en la que hemos establecido diversos núcleos, uno de música, uno de cine, uno de las artes visuales, otro de la danza y el performance, otro para el teatro y otro para los eventos que tienen un corte investigativo, o sea, para todo lo asociado a la investigación, a los talleres de formación y demás.
Esa manera de organizarnos internamente va a generar el cruce de inquietudes desde cada uno de esos núcleos creativos. Es muy importante, en primera instancia, la discusión interna y después establecer esas conexiones a nivel grupal. Por eso decía, en la primera respuesta, que hay crisis a nivel institucional en cuanto al diseño vertical o a los modelos de participación que tenemos los artistas. Tenemos que dinamizarlos, y eso significa crear otra estructura de participación, y, por ende, hacia lo político de cualquier discusión, de cualquier producción de todo tipo, de sentidos, de producción y circulación de espectáculos. Lo primero entonces sería hacia dentro de cada uno de esos núcleos, y después ver las relaciones entre esa comunidad creativa y los distintos gremios. A partir de ahí, vendría otro tipo de discusión y participación a nivel gremial, y luego esta tendría otro nivel de discusión con las instituciones, que podría ser entonces mucho más dinámico. Yo le otorgo el valor principal y movilizador a esa relación desde lo que se geste a nivel de comunidad de base, a nivel de comunidad creativa, de proyecto. Sin eso, se quedaría como suspendido en el aire, como en una burbuja, cualquier otro tipo de participación. Son formas que agudizan esta crisis que yo mencionaba al principio entre la participación real de cada uno de esos elementos creativos a nivel de comunidad y a nivel del diseño transversal, que debe caracterizar la circulación de esos bienes creados desde la comunidad.
Rafael Hernández: ¿Qué problemas principales afectan al diálogo entre el arte y la política, los que lo obstaculizan, los que lo hacen complejo?
Orlando García: Lo que expresé en mi respuesta anterior no garantiza que exista una articulación efectiva entre el pensamiento de los creadores y el expresado en los programas culturales de las instituciones, capaz de revertir esa especie de discontinuidad en el quehacer cultural cotidiano donde se expresa el hecho artístico y literario. Hay carencia de un enfoque sistémico en el abordaje de los procesos culturales en los diversos estamentos burocráticos de la cultura. Todavía los Consejos Asesores siguen cumpliendo una función meramente formal en el quehacer cotidiano del sistema institucional en el nivel local. De ahí que, en no pocas ocasiones, lo más experimental, novedoso y cuestionador de la creación artística y literaria encuentre obstáculos para su difusión, porque aflora, con nuevos ropajes justificativos, como apuntaba el Che Guevara, “lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística”. Se sigue privilegiando, por estos funcionarios, la promoción de obras de temas laudatorios de la Revolución, en detrimento de la pluralidad de propuestas culturales de calidad y lecturas más complejas o críticas de la realidad social. La falta de conocimientos culturales profundos de muchos “cuadros y funcionarios políticos” determina que prime en sus decisiones los gustos personales y patrones culturales que remiten todavía a ideas dogmáticas y sectarias que venían del socialismo de la Unión Soviética y otros países de Europa oriental.
No resulta exagerado afirmar que todavía existen personas en cargos “decisores” que nunca estudiaron o entendieron el discurso Palabras a los intelectuales, de Fidel, y mucho menos la aseveración de Carlos Rafael Rodríguez en el IV Congreso de la UNEAC: “Nadie tiene derecho a esperar. A cada uno le toca lo suyo. El Partido orienta, pero la UNEAC y sus miembros tienen su órbita propia, la inercia los hará culpables. No es momento de querellas sino de conjunciones, pero si hay inmovilidad oficial, las armas de la crítica están ahí para usarlas”.
El desarrollo de una insuficiente política de cuadros en la esfera cultural afecta notablemente el dialogo arte-política en el nivel de base de las instituciones culturales, eslabón esencial de la estructura del Estado. La vida cultural diaria devela todavía experiencias de verticalismo, rígidas normativas, improvisación y espontaneidad en la promoción y difusión masiva de la cultura. En eso influye la tendencia a prescindir de la participación de los artistas y escritores en la toma de decisiones sobre aspectos fundamentales de la aplicación de la política cultural en las comunidades y municipios donde, en no pocas ocasiones, los cuadros y funcionarios carecen de los conocimientos necesarios para encarar el trabajo artístico y literario, respetando las jerarquías y promoviendo la auténtica creación. En eso influye la designación de dirigentes en las instituciones culturales a nivel de localidad, municipio y provincia solo teniendo en consideración principios de confiabilidad política, y que a veces encubren criterios de lealtad al jefe que lo promueve al cargo, cuestión que trae aparejada la falta de compromiso con la propia política cultural cuya historia de aplicación práctica ignoran y, por ende, errores como los cometidos, por ejemplo, en el llamado “quinquenio gris”. Todo ello se ve agravado por la incorrecta preparación cultural, política e ideológica de dirigentes y funcionarios insertados en las instituciones del MINCULT en muchos de los territorios del interior del país.
Una mirada a los años transcurridos desde la creación, primero, del Consejo Nacional de Cultura y luego, del Ministerio de Cultura, pone de manifiesto la amplitud del proceso de desarrollo del talento en el ámbito del arte y la literatura, pero también saca a la luz los innecesarios problemas creados para encausar el dialogo con los artistas y escritores con una obra reconocida en sus contextos locales y comunitarios, debido a dirigentes y funcionarios incapaces, insuficientemente preparados para el ejercicio de su encomienda pública y carentes de la imprescindible sensibilidad para dialogar sin prejuicios.
Magda González Grau: Primero, la falta de espacios para dialogar; esos cada vez escasean más o son inexistentes; la poca costumbre que se tiene de hacerlo; la escasa preparación política y cultural de los dirigentes de la cultura y de los dirigentes en general, que los hace muy malos interlocutores con los artistas; la mirada suspicaz ante los diversos lenguajes artísticos de los políticos y la mirada también suspicaz de los artistas hacia los dirigentes.
Fernando Rojas: Suponer que puede coartarse la libertad de creación es uno de los problemas de la relación arte-política. La capacidad de difusión autónoma de cualquier creación humana ha crecido con el tiempo y hoy se realiza a toda velocidad por el intermedio nada inocente de Internet y las redes sociales. Ello ofrece al creador la oportunidad de ser su propio promotor y plantea un desafío enorme a la capacidad crítica del receptor.
Esas herramientas fueron diseñadas y expandidas desde el orden capitalista. Las grandes potencias favorecen e implementan su control. En términos de promoción y circulación de contenidos culturales, en particular artísticos, sirven a la hegemonía del pensamiento único que considera al capitalismo el orden natural de la organización de la sociedad humana y, en lo que respecta al arte, concede al mercado la capacidad de ser su único regulador. En condiciones de pobreza del razonamiento crítico y de despreocupación por el crecimiento de los públicos, tanto en el orden del desarrollo de capacidades de apreciación, como en el de la satisfacción espiritual más plena, someter la circulación del arte a los designios de la maximización de las ganancias significa más hegemonía del pensamiento único. En términos de política, esta concepción, dizque asentada en la libertad de la circulación, no es otra cosa que el sometimiento al mercado, significa la negación de cualquier tipo de política cultural de bien público.
Jennifer Hosek: El ejemplo de Adorno y su industria cultural nos indica el problema principal. Obviamente la industria cultural de los Estados Unidos y la de los nazis son distintas, pero similares son el control de los fondos en las manos de unos pocos, los capitalistas y los dictadores, y distintos en estas sociedades son los niveles del poder de cada persona del pueblo.
Cuando el poder cultural y material está compartido entre los participantes se facilitan diálogos importantes y significativos, también entre el arte y la política; muchas veces llamamos democracia a una sociedad así. El reto es llegar a un nivel democrático en el cual se comparte el poder y se dialoga.
Gretel Arrate: Los problemas principales que podrían afectar el diálogo arte-política surgen a partir de la incomunicación generacional, la desinformación, el desconocimiento, la incomprensión, la insensibilidad. Si se posee conocimiento, comprensión, sensibilidad, estoy segura de que vamos a llegar a grandes cosas, y a tener un diálogo comprensible, ameno y fructífero.
Osvaldo Doimeadiós: Creo que los problemas más graves que tenemos en esa relación entre el arte, los espacios que el arte genera y las instituciones y los políticos, estarían en esa zona de parálisis que se ha establecido en esos diálogos, en no llevar a término discusiones largamente postergadas y no resueltas a nivel gremial. Pienso en la ineficacia de los mecanismos creados por los sindicatos, por ejemplo, algo que arrastramos durante largo tiempo; pienso también en la no participación de los actores principales en la toma de decisiones a nivel de comunidad de base, o de su participación en la toma de decisiones a nivel institucional. Ese es uno de los problemas más graves que tenemos hoy y que hacen que hacia dentro de nuestras organizaciones o de nuestros grupos tengamos una baja confianza en la solución de esos problemas. Tendríamos que activar otras formas de participación política en la toma de decisiones, en la participación en los destinos y en la argumentación de planes para salir justamente de esos problemas. Yo creo en la creación de políticas de trabajo más autónomas o de formas de gestión más autónomas, pero también más interconectadas con los mecanismos que crea la propia cultura.
Rafael Hernández: ¿Qué les recomendaría a los artistas para dialogar con los políticos? ¿Y viceversa?
Orlando García: Nunca dejar de hacerlo con honestidad, transparencia y sentido ético de la responsabilidad en el abordaje de cualquier tema, para asegurar un clima de absoluta confianza mutua. Jamás perder la paciencia, ni mostrarse como la conciencia crítica de la sociedad con los interlocutores políticos, aunque constatemos una insuficiente preparación cultural y posiciones de “ordeno y mando” en los intercambios, debates y polémicas.
Sin el dialogo entre políticos y creadores artísticos y literarios resulta imposible la correcta aplicación de la política cultural en un proceso socialista donde la participación consciente de esos actores resulta fundamental para fortalecer el sistema de relaciones con las instancias políticas y gubernamentales.
Por su parte, a los políticos les sugeriría erradicar, en la aplicación de la política cultural, el llamado “dirigentismo”, y estudiar con rigor científico la historia de la cultura surgida después del Primero de enero de 1959. De esa manera, entenderían mucho mejor que solo con un creciente apoyo político, lo mejor de la producción artística y literaria podría insertarse en la vida cotidiana de los cubanos, desde ese pequeño, heterogéneo y singular universo que es la comunidad y el barrio. Les recomendaría utilizar el juicio sereno, la mirada crítica y el análisis desprejuiciado al encarar, sin omisiones y silencios premeditados como recurso del poder, la historia de la política cultural cubana, que, afincada en el ideario martiano y fidelista, busca integrar orgánicamente a los actores políticos y a los intelectuales más relevantes del mundo de la creación artística y literaria.
Volver una y otra vez al dialogo franco, abierto y plural que enriquece el movimiento de las ideas, debe caracterizar esa relación entre Política y Arte para alcanzar los consensos y asegurar la participación democrática de la población en Cuba porque, como apuntaba Graziella Pogolotti, “la cultura es ese espacio de diálogo en el cual se forja el ser de la nación, en el cual se forma la dimensión espiritual de la nación”.
Magda González Grau: Mis recomendaciones para ambos son el respeto, escuchar al otro, ponerse en su lugar, entender sus razones, no descalificar a priori, despojarse de prejuicios. Esa sería la base de un buen diálogo entre el arte y la política.
Fernando Rojas: No tengo ninguna recomendación que hacer para el diálogo entre artistas y políticos, salvo si se desprendiera alguna de la lectura de los comentarios anteriores. Apenas añado que la labor de las instituciones dista de ser perfecta y necesita siempre de la mirada y la observación de los artistas. El diálogo entre ambos es imprescindible, sin prejuicio ni condicionamiento alguno.
Jennifer Hosek: En su famoso ensayo sobre la Ilustración, Immanuel Kant usó el término Mündigkeit, como una aspiración del ser humano. Este término es muy útil aquí. Se puede traducir como adulto maduro, también como desarrollado, confiable, responsable. Se puede propiciar con educación, y también cuando los bienes y el poder de la sociedad están compartidos. El reto que mencioné antes se muestra aquí un poco circular también: compartir lo que tenemos y tener Mündigkeit, tener democracia, tener voz –todo se propicia entre sí. Y llegar hasta una realidad así, es un reto.
Mi recomendación entonces para los políticos y para los artistas es luchar por actuar con este Mündigkeit. En la definición propia de este término sería también actuar con buena voluntad. Estas acciones, incluyendo debates y diálogos difíciles, serían entonces enfocados para mejorar las vidas de todo el mundo.
Gretel Arrate: Les recomendaría a todos, primero, no transgredir fronteras, el respeto, la confianza, la comprensión, la tolerancia, la inclusión y el compromiso. Si estos aspectos se cumplen, considero que puede haber un diálogo ameno, agradable y funcional.
Osvaldo Doimeadiós: Les recomendaría a los artistas, primero, profundizar en cada uno de los problemas que crean más urgentes en su entorno; al menos, identificar cuáles son los que tienen solución. A veces los problemas que nos parecen tremendos tienen una solución más próxima, o no son tan complicados como parecen.
Perseverar sobre todo en el diálogo con los políticos; también gestar seminarios, eventos teóricos, a los que podamos invitar a esos políticos a participar, a buscar soluciones, involucrarnos también en las distintas acciones que hagamos desde cada uno de nuestros proyectos. Eso puede generar otra empatía a la hora de resolver los problemas, que conozcan a fondo esos problemas; y no hay que dejarse vencer por los problemas, cada día hay que levantarse y decir: “Podemos hacerlo, si nos organizamos sí podemos”. Involucrar a todos en el trabajo y en la toma de decisiones, en lo que debe ser una comunidad creativa.
Vengo de una profesión en la que el trabajo colectivo es importante, entonces creo que hay que potenciar que en ese trabajo colectivo todo el mundo opine y ponga de su parte. Sería bueno involucrar a los políticos en esos procesos, que vean cómo suceden. Buscar otras formas de gestión, de distribución, de realización, de investigación, puede ser útil y los puede hacer más sensibles a nuestros proyectos, y también ayudar a que las políticas se dinamicen, se discutan, y ¿por qué no?, exigir que nos involucremos en esas tomas de decisiones que afectan o ayudan a la comunidad a desarrollarse.
Rafael Hernández: Muchísimas gracias al sexteto de panelistas que nos ha presentado un arco verdaderamente incitante de respuestas, de planteamientos y de problemas, que estamos seguros de que va a permitir que los participantes del público, no por virtual menos activo, intervenga a partir de este momento. Escuchemos entonces los comentarios y preguntas de una parte de los que están asistiendo a este Último Jueves a distancia.
Rodolfo A. Rensoli Medina: (Artista y promotor cultural). El diálogo política-cultura y cultura-política es medular en todos los niveles, pero pienso que la política debía tener más seguimiento de lo que se pueda autocalificar o calificar como cultura, porque es la encargada de tener la resultante del bienestar social.
Los artistas muchas veces no suelen tener preocupaciones por la representación en el imaginario político de lo que producen como obra de arte, y existe a veces una compulsión entre los políticos al representarse lo que producen los artistas, lo que llaman arte. Nosotros tenemos la fortuna de tener un sistema institucional que viene desde la base, que encarna un riesgo, porque a veces los agentes, desde su propia instrucción en escuelas, no están preparados para manosear todo lo que se autodenomina arte, y otras veces provienen de campos aparentemente análogos que hacen más difícil este tipo de relación. Sabemos que en no en todos los países del mundo existe esto, a veces se licitan desde los ayuntamientos, en algunos períodos, financiamiento para acoger proyectos, y otras veces son las empresas y corporaciones las que sostienen el arte.
En una de las intervenciones se dijo que uno de los logros de la política cultural cubana fue justamente la profesionalización de los artistas. ¿No se estará corriendo el riesgo de justificar un estatus laboral a partir de una estrecha concepción de este?
Nosotros procedemos de un contexto histórico, vinimos de una producción cultural dominante donde empezamos a reapropiarnos de lo que se supone que sea nuestro, y eso encarna un peligro, porque de golpe saltamos de un modo artístico u otro, que generalmente está argumentado desde los centros de poder. A veces, desde el exterior, se canonizan algunas producciones artísticas que pueden ser indeseables a las concepciones del interior, y viceversa. Ese es otro riesgo que se correría en esta relación dialógica. Mi otra interrogante al panel es si está prevista una dinámica, ahora con la autonomía municipal, para que los proyectos que presenten los artistas o grupos para sean financiados y sostenidos, y así contribuir a la reedificación cultural de nuestras comunidades. Quisiera saber también si existe la posibilidad, desde un corpus reflexivo, coherente y nutricio, de crear una estrategia para internacionalizar nuestros propios valores, de manera coherente con la propuesta cultural del Estado cubano desde las artes.
Y, por último, ¿no pudiera ser peligroso que la UNEAC y la AHS giren en torno a sus propios ejes a partir de que se canoniza como “vanguardia artística” a sus miembros?
Mayra Sánchez: (Investigadora del Grupo de Estudios Estético-Filosóficos del Instituto de Filosofía). Como bien se ha afirmado, la política desborda las instituciones. Sabemos, con Foucault, que el poder es una maraña de relaciones complejas que se extiende por todo el ámbito de lo social, en el que las instituciones, relaciones y significados simbólicos se entrecruzan. Según Rancière, la política realiza un reparto de lo sensible, lo cual significa que ella determina lo que se habla y quién lo dice, quién tiene derecho a ser escuchado, y a quién ni se le ocurre intentarlo; cómo se mueven los cuerpos y cómo se les percibe, etc. A ese nivel de lo político es que quisiera hacer este comentario.
El sistema de la cultura en nuestro país existe por y para los artistas, en otras palabras, se piensa que la cultura está asociada a un sector específico, y se entiende, fundamentalmente, como cultura artística profesional. Detrás de esta postura hay un desliz epistemológico. Es bueno recordar que, aunque se ha generalizado una visión institucional de lo artístico, nacida por el proceso de autonomía que propiciara la modernidad capitalista, desde el punto de vista histórico y antropológico el arte ha acompañado al ser humano desde siempre, y ahora mismo tiene muchas formas de desarrollarse fuera de los circuitos legitimadores oficiales del mundo.
En mi caso, tuve el privilegio de vivir la época de gloria de las Casas de Cultura y el esplendor del Movimiento de Aficionados, y pude experimentar sus efectos sobre mi propia historia. Lamentablemente esa época pasó, y las causas de su declive tienen mucha tela por donde cortar y muchas condicionantes, entre las que, por supuesto, no debemos desestimar la situación económica apremiante de hace varias décadas. Aun así, la relación arte-política no debe incluir solo a la llamada vanguardia artística, no le veo mucho sentido en un país y en un sistema como los nuestros.
En ese contexto de reflexión me gustaría preguntar, ¿en ese reparto político de lo cultural que implica la relación arte-política abordada por el panel, no se nos ha quedado fuera el individuo común de nuestro pueblo? ¿Es que acaso le hemos dejado algo más que la posibilidad de ser un simple espectador? ¿Acaso el arte popular no profesionalizante no demanda también de una reflexión sobre su relación con lo político?
Guille Vilar: (Periodista, promotor cultural, guionista y realizador de radio y TV, crítico musical). Para mí el arte y la política están profundamente imbricados, porque ambos juegan directamente con la sensibilidad de las personas, y me parece que cuando un artista está en la misma línea de lógica de un político todo está dirigido en un sentido positivo, incrementado por la igualdad de criterios. Por ejemplo, pienso cuando Pablo y Silvio fueron recibidos por Fidel en los años 80. Mucho más que la recepción de un jefe de Estado a unos artistas, lo que hubo fue una coincidencia de criterios, que fue lo que propició una mayor simpatía y compromiso con el pueblo cubano por parte de estos dos trovadores.
Daniel Rafuls: (Profesor. Universidad de La Habana). Esta es una excelente oportunidad para debatir algo que no solo tiene antigüedad, sino que, para los cubanos, es en extremo actual. Me parece genial que, en cada una de las intervenciones de los miembros del panel, se conjugue lo conceptual histórico y la práctica social actual. Es evidente que en la experiencia de Cuba también ha estado presente, en todas las etapas del período revolucionario, el conflicto entre el arte como expresión de la conciencia social y la política como espacio de la superestructura, encargada de tomar las decisiones más grandes que marcan el derrotero por donde formalmente deben transitar los ciudadanos.
Sin embargo, en los comentarios de varios panelistas percibo un desbalance en responsabilizar más a los políticos por su incapacidad, poca preparación y empecinamiento, y, sobre todo, por razones obvias, vinculadas al poder en la relación conflictual arte-política en Cuba, que en el compromiso social de los artistas. En este sentido, más allá de mi aceptación de la necesidad de un radical e inaplazable perfeccionamiento de la política de cuadros en la esfera de la cultura, pregunto: ¿Cómo actuar con los artistas que, escudándose en la libertad de expresión, y enajenados consciente o inconscientemente de las instituciones políticas, de masas y sociales que se han creado en el país como prueba de la existencia objetiva de la lucha de clases, deciden hacer odas a las sombras, a la vulgaridad lingüística, a la extravagancia visual, a la mujer como instrumento sexual a la disposición del macho siempre dominante, o a los símbolos nacionales como objetos de cualquier tipo de performance, incluso aquel que es rechazado por las mayorías? ¿Cómo actuar con aquellos creadores que sufragan sus contribuciones intelectuales y la defensa de lo que hacen con dinero que se origina en aquellos espacios que quieren y hacen todo por destruir nuestro sistema político?
Ovidio D’Ángelo: (Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas). El arte tiene una capacidad extraordinaria de movilización hacia el desarrollo cultural en sentido general, y político, porque emplea diversos canales visuales, verbales, corporales, etc., que pueden llegar, por distintas mediaciones, a la comprensión, al entendimiento y al intercambio en general de las personas con el medio social contemporáneo.
Aunque las artes son un componente de la cultura, me parece que, en este sentido, el énfasis estaría en la cultura del diálogo, que requiere otra aproximación, más responsable, fundamentada, razonable, crítica, por parte de los que participen en él, no solo de los ciudadanos y los artistas, sino también de los políticos. Este sería el punto que requiere de mecanismos novedosos en los que todavía se puede profundizar para propiciar una participación protagónica, realmente profunda de la población, tanto en los aspectos relacionados con la vida cotidiana, como los del arte y la cultura en sentido general. Me parece que por ahí es que estarían las posibilidades del desarrollo humano que necesitamos.
Denia García Ronda: (Fundación Nicolás Guillén y revista Temas). Considero que debe existir un diálogo sistemático entre la política (no solo la de las instituciones culturales) y la intelectualidad (no solo los artistas y escritores, sino los economistas, sociólogos, y demás científicos sociales), con temas que van desde asuntos gremiales, como derechos de autor, libertad de expresión, etc., hasta los que tienen que ver directamente con el desarrollo de la sociedad, como, por ejemplo, la elaboración y puesta en práctica de las políticas culturales y otras de interés nacional. Y no solo entre funcionarios de instituciones y organizaciones, sino con la mayor cantidad posible de creadores.
La participación de asociaciones artísticas como la UNEAC o la AHS en la definición de políticas y la toma de decisiones es importante, pero siempre desde los gremios que representan, y de un consenso de lo que pueden aportar, no como lo haría un organismo estatal o partidista. Así el diálogo será verdaderamente diálogo.
Pero para que sea efectivo debe basarse en una tríada sustantiva: participación-interconexión-mutua confianza. Hay que desterrar prejuicios asumir de manera negativa la consideración de la intelectualidad como conciencia crítica de la sociedad. Más que un derecho, es un deber de ella, desde la experiencia y la reflexión, señalar errores y malas prácticas, tanto como reconocer las buenas, a fin de contribuir al éxito de las políticas.
Manuel Alonso: (Consultor económico). Los artistas, con su imaginación intensa, desbordan sistemáticamente todos los límites. Los muchos políticos cubanos, con su afán desmedido de control y de dogmatismos, desde el poder, tienden constantemente barreras y límites a toda actividad humana y divina. La colisión de ambos intereses es inevitable, algunos aceptan el cerco, otros se rebelan y algunos huyen o se alejan. El saldo de todo lo anterior es totalmente negativo para la sociedad; la obra artística de algunos pasa a ser disfrutada por el pueblo casi en la clandestinidad; y la de otros es rechazada por algunos por las razones más diversas. Armonizar los intereses de políticos y de artistas es complicado, por la diversidad de intereses y enfoques, pero no imposible. En mi modesta opinión, si ambos conciliaran sus intereses un tanto y abandonaran el afán de control, de intransigencia, de protagonismo y de dogmatismos, todo el pueblo y ellos mismos saldrían ganando.
Antonio Barreiro: (Investigador. Instituto de Filosofía). En Cuba, el análisis de la relación arte-política pondera la dimensión arte-instituciones-gobierno, tema que aparece, en otras latitudes, a través de aspectos muy específicos: políticas editoriales, mecanismos de censura, papel de las industrias culturales, etc. Me resultó muy interesante la arista, aportada por Osvaldo Doimeadiós, que introduce la perspectiva de su realización, comenzando por lo que se debe establecer en la base, entre creadores, de estos con sus públicos y con la comunidad. En ese nivel es donde afloran, de forma más rica y directa, la diversidad de funciones del arte y, dentro de ellas, las que confluyen en pos del enriquecimiento espiritual, así como se abren espacios para que el arte incida en el desarrollo de su entorno y comunidad.
El reconocimiento de la obra de arte y de los artistas atraviesa por complejos mecanismos, algunos propios de la cultura y otros extrartísticos, en los cuales influyen varios factores. No solo hay que tener en cuenta el nivel de cultura general, artística y sensibilidad estética de los decisores, sino también las aptitudes y formas que emplee el artista para acercarse a las instituciones. En este proceso influyen muchas variables, entre las cuales también hay que tener en cuenta hasta el tipo de personalidad de uno y otro y no solo su nivel de instrucción. También entran cualidades propias de la naturaleza del arte.
No siempre hay correspondencia entre la concepción del mundo cosificada en la obra de arte, con los postulados y actitudes que defiende el creador en su vida y relaciones políticas. Una acertada política cultural y un dirigente político audaz logran diferenciar y deslindar una de la otra y, en consecuencia, asumir una posición ante la obra de arte y otra ante su creador. Por su parte, el artista no se agota en su profesión o sentido de la vida; es también padre o madre, vecino, ciudadano y vive en sociedad, por lo que no solo tiene deberes y derechos como artista, sino también como individuo, por lo que no todas las interacciones que tenga con las instituciones entran dentro del rango arte-política.
A propósito de lo expuesto me gustaría introducir la siguiente interrogante: ¿En la relación política-arte en Cuba, el principio de racionalidad política es desconocido o ha sido empleado en varios momentos y ocasiones?
Mayra Espina: (Socióloga). Un debate muy interesante, me he acercado a él justamente por el tema del diálogo. Desbordada la relación arte-política, considero que nuestra sociedad debería encaminarse, y todavía está muy lejos de serlo, hacia una sociedad de diálogo entre los más diversos actores. Necesitamos eso, y, por lo tanto, el tema del diálogo entre arte y políticos cobra su verdadera relevancia dentro de otro conjunto de diálogo. Toda la ciudadanía debería tener opciones diversas, no de dar opinión, no solo de ser consultada, sino también de involucrarse en debates directos por las vías más diversas que pueden existir.
Aquí estoy tomando el diálogo en el sentido que algunos panelistas han referido, no como una concordancia total, sino como una relación de respeto que visibiliza diferencias, contradicciones, que las pone sobre la mesa, y que con ello permite encontrar puntos en común de los involucrados para una construcción colaborativa dentro de un proyecto; y esto no excluye la crítica, el debate y la independencia para emitir criterios.
Dicho esto, me gustaría sugerir a los panelistas su reflexión sobre dos temas que me parecen muy importantes. ¿Dentro de los problemas, quizás, no será que hay demasiada institucionalidad normativa restrictiva, y podría ser conveniente aligerar estructuras? No me refiero a desmantelar una política cultural con muchas luces amén de las sombras, sino desburocratizar la manera en que esta política se incrementa y ejercita, aligerar sus instrumentos especialmente restrictivos, y cómo esto se expresa muchas veces en censura y en una relación de mucha tensión entre los polos involucrados.
Y, en segundo lugar, les pediría un comentario sobre los efectos de la instrumentalización de la obra de arte, cómo se sacralizan y descalifican artistas, y las consecuencias que esto tiene para el proceso de producción artística en general.
Tania García Lorenzo: (Economista). Es cierto que se han hecho varios Último Jueves sobre este tema, y seguramente habrá muchos más, porque, es una necesidad de primer orden. Se trata de consolidar una cultura de diálogo, que es una cultura política diferente. Hoy se establecen consejos técnicos asesores, se convoca a las instituciones académicas y científicas, se involucran distintos saberes. Esa cosmovisión es sumamente necesaria en la relación de arte y política, cultura y política, como en todas las relaciones sociales. Porque la sociedad no es la misma de hace sesenta años. Es necesario que esta nueva cultura política reconozca que hay que convivir con la diversidad de criterios, con la construcción y reconstrucción permanente de los consensos, porque el arte es una obra del espíritu. No comprender eso es un problema que afecta la construcción de diálogos.
Para que exista un diálogo verdaderamente constructivo y no formal, es necesario una convergencia de objetivos. El mayor problema, para mí, es la no conciencia de su necesidad. Cuando se entiende como la simple recepción de ideas, o la simple catarsis, no estamos frente a un proceso cultural de impacto para la solución de los problemas.
No se trata de explicar; se trata de escuchar para actuar juntos. Como se dijo desde el panel, se trata de involucrarnos, de construir caminos conjuntos. Coincidiendo con los panelistas, el diálogo implica respeto recíproco, responsabilidad social de todas las partes que dialogan; sin descalificaciones, porque desde posiciones de fuerza no hay diálogo. Cada acto de censura es un fracaso. Porque el consenso social se tiene que mantener en intercambio permanente, renovador y para ello es necesaria una identificación no epidérmica de las causas de los problemas. Como se ha dicho aquí, entender la realidad es condición para entender su representación.
Pero la voluntad de dialogar debe estar presente en el proceso de intercambio, en la toma de decisiones y verificarse en los resultados. Mucho hemos escuchado: «los que tienen que tomar las decisiones no participan», o: «venimos aquí, decimos nuestros criterios y no se resuelve nada». Entonces el diálogo necesita un reflejo sistémico, donde se vea que ese proceso tuvo resultados e impactos.
Daybel Pañellas: (Profesora de Psicología. Universidad de La Habana). Tengo dos preguntas, precedidas de un encuadre para explicarme mejor. Cuando se analizan, las preguntas y las respuestas ofrecidas resultan apropiadas y aplicables a otros ámbitos y grupos sociales, como los intelectuales, específicamente los académicos y científicos. De hecho, en investigaciones llevadas a cabo hasta marzo de este mismo año, he podido constatar que en el imaginario social pervive una imagen conflictiva entre la política y la academia, aun cuando es percibido por distintos grupos sociales un diálogo creciente entre aquellos dos. Les pregunto entonces, ¿por qué consideran ustedes que se colocan el arte y los artistas como grupo emergente que está expresando estos malestares?
Número dos. Entre los intelectuales –vuelvo a especificar, en académicos y científicos– e incluso entre otros grupos sociales –pudiera referirme a los cuentapropistas, los obreros–, hay una imagen prototípica del sector artístico que está conectada con múltiples libertades y legitimidades que tienen que ver con la libertad de expresión, con la posibilidad de ganar dinero, de mantenerse en espacios muy diversos e incluso contradictorios, que o tenemos, por ejemplo, en la academia. ¿Consideran ustedes justo, sano, pertinente, armónico sistémicamente, que así sea? ¿Consideran que estas claras diferencias deben ser reproducidas? ¿Cuáles serían las características que tienen el arte y los artistas que les propiciaría tener este tipo de “ventajas”, por llamarlas de alguna manera?
Helmo Hernández: (Fundación Ludwig de Cuba). Sería conveniente recordar que, en Cuba, en medio de este horrible verano de 2021, todos somos políticos a tiempo completo. Es decir, esta es una sociedad donde la participación política, de uno u otro modo, es extraordinaria y sorprendentemente significativa. Estaremos derrotados el día en que nos venza la neutralidad o el desinterés. Entonces me parecería mejor hablar, como el Che, de la relación entre el arte y el funcionariato. Realmente es en esa contradicción donde ocurren los desencuentros, motivados por métodos burocráticos de dirección, falta mutua de comprensión (en gran medida debido a razones de índole cultural) y, también, como es lógico, y una vez superados los otros obstáculos, por discrepancia de opiniones y puntos de vista. Ahí tendríamos que apelar a la conveniencia de la coexistencia de diferentes y hasta contradictorias versiones sobre un mismo asunto, o la diversidad que revela siempre mejor la complejidad, e incluso el carácter contradictorio de las verdades.
En la superficie, donde generalmente nos quedamos, las cosas parecen siempre más simples y de fácil solución. Vale decir, más o menos hablar, en términos de alternativas binarias. Pero en las profundidades en que se encuentran la Política y la Poesía verdaderas, son otros cinco pesos. Y esas son honduras que no visitamos muy a menudo; sin necesidad de echarle la culpa a la banalidad de las redes o la sociedad del espectáculo, etcétera.
Rafael Hernández: Muchísimas gracias a todos los que han intervenido. Ha sido una docena de participantes, que han planteado y han enriquecido enormemente los problemas abordados originalmente, con algunas vertientes nuevas.
Yo quisiera, antes de darles la palabra a los panelistas, para que tengan su segunda ronda en esta sesión, referirme a algunas cuestiones que me han suscitado estas intervenciones.
El tema de la vanguardia artística ha sido reiterado por más de uno. ¿Podríamos poner en paralelo la vanguardia artística y la vanguardia política? Si preguntáramos cómo se reconoce a la segunda, cuáles son sus deberes, qué le toca frente a la sociedad, qué debe hacer para ser reconocida como tal por ella, cuáles son sus atribuciones, seguramente tendríamos una lista muy clara de respuestas.
La vanguardia artística, ¿cómo sabemos que lo es? ¿Se trata de un arte más creativo, un arte que marca una pauta estética, que renueva los códigos, que tiene una alta calidad, que enriquece la cultura y el pensamiento, que no solamente renueva la estética sino también a la sociedad que consume ese arte, que lo disfrutan? ¿Bajo qué condiciones se asigna esa calificación y se reconoce, socialmente hablando? No se trata de quién califica profesionalmente a los artistas, sino bajo qué condiciones se identifica a esta vanguardia artística como todo esto o como algo más. Esa pregunta subyace algunas de las intervenciones.
Varios comentaristas se han referido al tema de la responsabilidad social de los artistas, arte comprometido con el desarrollo humano, su papel, su contribución a la conciencia crítica, su capacidad para participar y enriquecer las políticas culturales. ¿Bajo qué condiciones y con qué criterios podemos medir la responsabilidad social y el arte comprometido con el desarrollo humano? Naturalmente, todos los participantes coinciden en que no se trata de ceñirse a una agenda política determinada, sino el compromiso con la sociedad, el lugar del artista dentro de ella, y su relación y su diálogo con ella, y no solo con las instituciones políticas.
La última pregunta es la que tiene que ver precisamente con el tema de cómo los artistas se colocan en relación con las instituciones, no solamente en relación con la sociedad de la cual forman parte. Ahora bien, la otra cara de la moneda de ese tema es el de las atribuciones de los políticos y la cuestión del control. Podemos hacer una lista de las atribuciones de los artistas, libertad de expresión, de creación, el derecho a “desbordar los límites”, como se ha dicho aquí. ¿Cuál es la responsabilidad no solo de los políticos, sino de la sociedad, en el control social? Sobre el control en un sentido negativo, como censura, como imponer reglas rígidas, debe haber un gran consenso. La cuestión es verlo en relación con las funciones de autorregulación de una sociedad, o sea, en la conversación y en la relación del artista con esa sociedad. ¿Es el control social necesario, es intrínsecamente inconveniente; o no lo es, sino es imprescindible? Una distinción parecida a la de burocratismo y burocracia: la administración es imprescindible, las tendencias a empoderar a los aparatos administrativos, o sea, la burocratización es la que constituye un elemento negativo. ¿Cuál es el papel de la sociedad en el control social sobre la producción artística?
Le vuelvo a dar la palabra a nuestros panelistas para que comenten acerca de todo esto.
Orlando García: La relación entre poder y arte nos abre un espectro muy amplio de percepciones y de opiniones que es importante acotar un poco. La participación de la vanguardia artística es entendida, en el caso nuestro, como obras de mayor calidad. Sus integrantes no necesariamente deben estar agrupados en una organización como la UNEAC o la AHS, pero, de hecho, formar parte de ellas –la UNEAC específicamente tiene un carácter selectivo– les otorga una mayor posibilidad de buscar una visión democrática y plural a la hora de abordar esa relación con la sociedad.
Yo estoy de acuerdo en que ese diálogo con los políticos no se puede ceñir solamente a la vanguardia artística, en el sentido de que ella forma parte, igual que los políticos, de la intelectualidad de la sociedad cubana, que necesita tener una voz plural y democrática para, justamente, lograr una amplitud en la participación de los diferentes actores sociales.
En el caso específico de nosotros, en la provincia de Cienfuegos, hemos tenido bastante diálogo y, sobre todo, hemos visto cómo nuestra opinión se ha tenido en cuenta, pero no en una línea recta. Hemos tenido que enfrentar dificultades, pero el hecho de estar agrupados nos ha permitido que ese diálogo sea más fluido, porque tiene que hacerse sobre la base del consenso.
Apoyo las observaciones que se hicieron acerca de la necesidad de ampliar ese diálogo y darles mayor voz a los diferentes participantes en el campo del arte y la literatura, y sobre todo los que integran la vanguardia artística desde el concepto de la calidad, la gente que está trabajando en una búsqueda constante, una creación más experimental.
Me parece que lo que nos ha faltado en el diálogo con los políticos o con personas que representan esa encomienda pública, es justamente que el diálogo sea más en la base, que se escuche más la voz, no solo de los que ya tienen una obra consolidada, sino de los artistas que vienen emergiendo con nuevas miradas, que se atemperan más con el propio contexto en que van surgiendo y desarrollando su talento.
Es muy importante que la relación con el poder también se fortalezca con el sistema institucional de la cultura, y que se concrete en un plan de acción que solucione las problemáticas que se plantean desde diferentes ópticas y miradas, que no son necesariamente las mismas en cada lugar. Por ejemplo, en una provincia como Cienfuegos, donde casi todo el movimiento intelectual se legitima en la provincia, muchas veces pasa que hay que ir a La Habana para proyectar realmente una obra con un carácter nacional e internacional. En nuestro caso, nos percatamos de que esta relación no fluye con la necesaria transparencia e intención de solucionar las problemáticas de la creación y, sobre todo, la promoción en los diferentes públicos, pues a veces se impone el gusto por encima de la verdadera política cultural, que es amplia, democrática y plural.
Coincido con algunas de las intervenciones en que, a veces, la mirada sobre las producciones artísticas y literarias excluye las expresiones populares, en el sentido de no verlas como parte de la cultura, y, más que eso, de lo que significan como elemento esencial de la identidad nacional.
Debemos trabajar en que la política cultural cubana, conceptualmente bien definida, que todos apoyamos, se traduzca en acciones concretas que den respuesta a la participación consciente de la ciudadanía en la recepción del hecho artístico y literario, y en articulación con todos los públicos.
Magda González Grau: Me parece excelente la participación de todos los que he estado escuchando. Voy a ir respondiendo algunas cosas que me llamaron la atención. Mayra Sánchez se preocupa por si hemos olvidado al ciudadano común y lo hemos destinado a ser solo espectador de todos estos procesos. No es así, por lo menos en mi experiencia personal. En una de las últimas batallas en las que hemos participado, la del cine independiente, tuvimos muy en cuenta que quizás alguien que no fuera graduado de las escuelas de arte, que no perteneciera a ninguna institución, pudiera hacer su película y pudiera tener la posibilidad de desarrollar una cualidad equis para el audiovisual, y los caminos para eso, en toda la legislación que trabajamos, están abiertos; entonces, en el caso específico del cine, puedo decir que ahí no hay olvido, al contrario, ninguna exclusión.
Sobre lo que dicen Daniel Rafuls y Antonio Barreiro acerca de la responsabilidad de los creadores, y que después Rafael retoma en el final, efectivamente, ellos tienen un compromiso con la sociedad y juegan un papel en ella. Tienen la obligación, y de alguna manera en distintas manifestaciones es así, de reflejar conductas, conflictos, desde lo sensorial y lo sentimental, que son categorías con las que trabaja el arte, sobre todo para motivar un razonamiento que lleve siempre a esos espectadores a ser mejores seres humanos. Para mí, eso implica un compromiso con la sociedad.
En la actitud de los artistas como ciudadanos, esos deberes y derechos tienen que estar implícitos en nuestra obra, estoy absolutamente de acuerdo. Lo que pasa es que a veces se confunde y se cree que uno debe, sencillamente, obedecer, como uno de los deberes, estar dentro de los parámetros que se establecen, y en el arte eso no funciona. El arte está para transgredir, para motivar, para decir cosas adelantadas a los procesos, incluso sociales; es decir, el arte siempre ha ido por delante de las leyes, de los mismos conflictos sociales, entonces ahí creo que sí, con mucho compromiso, con mucha responsabilidad, tiene que haber una concesión en ese sentido para las obras que quieren hablar de algo que no está establecido.
Después mi maestra, Denia García Ronda, y después Mayra Espina, hablaron de la participación real, y a mí eso me parece fundamental. Es cierto que, muchas veces, nos quedamos en el tema de «Vamos a consultar.» Y entonces nos dan un documento que después se va a convertir en ley. Una cuestión respecto a la participación real es la de estar presentes desde la toma de decisiones. ¿Por dónde va a ir esta ley? ¿Qué queremos que aparezca en ella? No solamente consultar un asunto que ya es un hecho consumado. En la construcción de esos procesos los artistas tienen que participar realmente, no solo ser consultados. Esa ha sido una de las virtudes del Decreto Ley 373 (Ley de cine), donde todo lo que está ahí se construyó, desde el principio, a imagen y semejanza de los creadores, y eso me pareció una experiencia extraordinaria. Por eso creo que va a funcionar durante mucho tiempo, porque, además, también lo hicimos lo suficientemente flexible como para que las circunstancias, que de alguna manera son siempre cambiantes, nos permitieran seguir con esa legislación, y no se convirtiera en un obstáculo para los nuevos contextos.
Después vino Tania, que habló del diálogo sistemático. No es positivo que el diálogo se dé solamente cuando nos reunamos en un evento o congreso. Tiene que ser un diálogo sistemático y regular para discutir todo lo que pasa diariamente en nuestros predios.
Daybel pone el dedo en una cosa importantísima que es la relación arte-academia, arte-ciencias sociales, que es fundamental. Debemos tener la misma libertad tanto los creadores como los científicos y los académicos, porque son dos esferas claves en el desarrollo de la sociedad. Solo como ejemplo voy a hablar sobre la serie que estoy editando actualmente, Calendario, que surgió de una investigación social del Centro de Estudios para la Juventud. Ahí se reflejó cómo los jóvenes veían a los maestros, y el guionista y yo, que estábamos en esa reunión, decidimos que había que hacer algo desde el audiovisual para cambiar ese estado de cosas. Entonces es fundamental nutrirse de las investigaciones, del trabajo de los académicos, de las ciencias sociales, para hacer un arte que no sea encerrado en una torre de marfil, sino que realmente responda a esa responsabilidad, y valga la redundancia, que se le está pidiendo a los creadores, y que me parece absolutamente válida.
Termino con lo que Rafael decía, al final, sobre el derecho a "desbordar los límites." No creo que los artistas tengamos ese derecho; pero sí a establecerlos en conjunto con el resto de la sociedad. Esos límites no pueden estar pautados desde un buró o desde la política. Incluso, como las circunstancias, deben cambiar regularmente en una discusión y en un diálogo permanente. A mí me asusta mucho –no porque esté en contra, pienso que es perfecto– que se haga un Decreto-Ley donde se mandate al Ministerio de Cultura a escribir la política cultural. Pero tiene que ser lo suficientemente flexible y, además, no puede convertirse en un documento que se guarde en una gaveta, sino que tiene que ayudar a que el diálogo sea constante y los límites que se deriven de él puedan cambiar según cambien las circunstancias, la realidad.
Fernando Rojas: Estuve revisando la intervención inicial que envié a Último Jueves, y comprobé con alegría que no pontifiqué sobre la vanguardia, algo que, como Rafael señalaba, ha sido muy llevado y traído y a veces mal usado. Aunque creo que hay una vanguardia, que marca tendencias, marca realizaciones de mucha calidad, insisto en que el papel principal en las definiciones sobre estos temas tiene que jugarlo la crítica, una que oriente, que dé herramientas al espectador. El público, que como digo en mi intervención inicial, no es un receptor pasivo, sino que se desarrolla, que tiene retos; es una expresión que puede ser sustituida perfectamente como pueblo, que como decía certeramente la doctora Denia García Ronda, debe ser un participante activo en la vida cultural, o como decía Mayra Sánchez, en el nivel de la creación popular es el principal protagonista.
No distinguí tampoco entre artistas profesionales y aficionados; es muy pertinente que Rensoli y Mayra Sánchez se hayan referido a ello. Y es pertinente y justo que ella haya dicho que no estamos en el mejor momento del Movimiento de Aficionados en el país, pero debo decir que tenemos once mil instructores de arte –más que nunca antes– trabajando en escuelas y comunidades, formando capacidades de apreciación, algo esencial en nuestros públicos, en particular en los más jóvenes; y de donde deberán emerger, por supuesto, nuevas hornadas del Movimiento de Artistas Aficionados.
Es muy pertinente que Rensoli se haya referido a la necesidad de encontrar nuevas formas de producción y de promoción en particular, a escala local, lo que debe resolverse. Considero que hay prácticas interesantes con los proyectos de desarrollo local y con el crecimiento de la autonomía en los municipios, de la gestión municipal, con la aparición de nuevos proyectos y también con experiencias muy interesantes, entre las que se destaca el ICAIC con su Fondo de Fomento del Cine; pero también lo estamos haciendo en otras instituciones culturales, al otorgar financiamiento a los creadores para que sean sus propios productores, aunque también pueden recibirlo de cualquier otra fuente, de cualquiera de nuestros actores económicos. Es esta una experiencia novedosa, revolucionaria, y que tiene mucho futuro como una nueva forma de producción. En las artes escénicas cubanas, dos de las obras de teatro de más éxito y, a la vez, de más nivel, que se han exhibido últimamente en el país, Oficio de isla, de Osvaldo Doimeadiós, y Hierro, de Carlos Celdrán, se realizaron precisamente bajo esta concepción de conceder financiamiento al director de la agrupación y que este sea su propio productor.
Rensoli, por cierto, además de esto se refirió con mucha agudeza a que una imposición, una influencia del pensamiento único, hegemónico, del impacto del mercado, no tiene por qué tener una circunscripción geográfica, o sea, puede desarrollarse también entre nosotros, de la misma manera que es un derecho de nuestro pueblo, una obligación de las instituciones, y debe ser un desvelo de todos, que pongamos al alcance de las mayorías las mejores realizaciones de la cultura nacional y universal.
Me llamaron también, agradablemente, la atención, los comentarios relacionados con la participación de los propios artistas, de la que puede derivarse también la necesidad de su compromiso, al que apuntaron Daniel Rafuls, Rafael y otros panelistas. En ese sentido, me pareció muy interesante el razonamiento que hizo Antonio Barreiro sobre la necesidad de distinguir entre la obra y la actitud del creador, quizás algo que tiene que ver también con los malestares que más adelante mencionó Daybel.
Nuestra querida Mayra Espina hizo una crítica a la burocracia que, efectivamente, tenemos en las instituciones, y que hay que desterrar de ellas. Para ello estamos aplicando un perfeccionamiento en todas las estructuras de la institucionalidad cultural cubana, que ya se expresa en la reducción del aparato en términos de plantilla desde hace algunos años, en varios miles de personas. Empieza a expresarse en la reducción de instituciones y empresas, en la reunificación de estas, y en buscar más flexibilidad en los mecanismos de producción, como dije anteriormente.
En este sentido, quiero recordar también una de las apreciaciones de Antonio Barreiro cuando preguntó por la aplicación de la racionalidad política en la relación entre las instituciones y los artistas. Hay que reconocer que se ha aplicado y que no siempre se ha hecho adecuadamente. Esto es algo que se conoce, que ha sido estudiado y tiene que seguirse estudiando.
Medité mucho sobre la relación entre el arte y la política, la relación entre la academia y la política, respecto a las comparaciones que hizo Daybel con mucha agudeza, y coincido con lo que acaba de decir Magda González Grau. Habría que preguntarse de quiénes son los malestares y cuáles son los malestares, y si la palabra malestar es suficiente, por ejemplo, para abarcar cuestiones que son demandas justas de los artistas como las que Magda acaba de comentar; u otras, como que, por ejemplo, no se les tiene en cuenta para tomar determinadas decisiones que tienen que ver con las asignaciones presupuestarias para las producciones. Todas ellas son legítimas, pero no lo son tanto cuando se trata de demandas que ya no se asocian a la necesidad de una relación fecunda entre el artista, la institución y los públicos, y trascienden a cuestionamientos al ordenamiento constitucional del país, mucho más si en algún caso provienen de personas que reciben financiamiento de agencias federales de los Estados Unidos.
Me detengo un poco más en la idea de la imagen prototípica que mencionó Daybel, y debo decir que ya hace algunos años se aprecia por nosotros en las instituciones, por los propios artistas, que ya esa imagen no lo es tanto, y les pongo ejemplos recientes. En las últimas actividades de discusión, que han sido muchísimas en los últimos meses, los artistas han estado reiterando que sienten que tienen menos oportunidades respecto a las nuevas formas de gestión de la economía o nuevas formas de gestión no estatal. Al mismo tiempo, y esto quizás es una reflexión que se podrá hacer con más rigor después que venzamos la pandemia, hay noticias en ese sentido respecto al mercado interno del arte, como lo conocimos hasta hace un par de años, en el sentido de que una cantidad no despreciable de artistas obtenía ingresos importantes en el ya inexistente CUC, en polos turísticos, actividades gastronómicas y otras afines. Esto no volverá de la manera en que lo conocimos, estoy perfectamente seguro de eso, y por ello es tan importante que el Estado cubano apueste por la protección y el apoyo a un grupo de artistas desde el presupuesto en estas condiciones de pandemia.
Me pareció que Manuel Alonso dibujó un cuadro un tanto sombrío de la situación, en un momento en que este país, con todos sus problemas económicos, no es segundo de nadie, ni en la danza contemporánea, ni en las artes plásticas, ni mucho menos en la música. La producción artística cubana, la obra creadora de nuestros artistas continúa siendo de un nivel de entre los primeros del mundo, para no hablar de una comparación con los países en vías de desarrollo, lo cual no quiere decir, por supuesto, que no haya que resolver mucho, como decía Mayra Espina, en términos de tener una capacidad crítica suficiente para que no se produzcan sacralizaciones y descalificaciones.
Pido excusas a Guille Vilar, a Tania García y a Ovidio D’Ángelo por no conversar directamente con ellos ya que me sentí muy identificado con todo lo que dijeron.
Jennifer Hosek: Especialmente quiero responder al comentario de Magda González Grau hablando del vínculo del arte con las investigaciones sociales. Pienso que el papel del arte en la enseñanza es súper importante para acercar los temas de una manera distinta a la tradicional. Recuerdo haber enseñado sobre la esclavitud en los Estados Unidos a través de una novela como Beloved, de Toni Morrison, porque es posible para los estudiantes aprender o comprender un poco la subjetividad de una persona esclavizada.
Otro tema abordado aquí fue la censura y quiero poner un segundo ejemplo del uso del arte. Hay obras con buena voluntad de artistas y otras que no la tienen. Por ejemplo, Mi lucha (Mein Kampf) y El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens) son obras censuradas en Alemania, excepto para el uso académico, y dentro de la enseñanza juegan un papel muy importante para explicar cómo funcionaban esos mensajes en su tiempo y cómo están construidos. Esta es otra manera de enseñar, usar obras artísticas muy problemáticas para abrir un diálogo y desempoderar sus difíciles mensajes.
Osvaldo Doimeadiós: Me parece muy provechoso el debate que ha provocado el tema, sobre el que recomiendo a los organizadores volver en otra ocasión. Coincido con los criterios vertidos en la discusión, sobre el hecho de legitimar, desde la verticalidad de nuestras instituciones, pertenecer a la “vanguardia artística”. ¿Qué criterios debían medir tal selección? ¿Qué nivel de compromiso con la propia esencia de la obra y su efectividad en la comunicación? ¿Cómo definir hoy una obra revolucionaria desde la perspectiva de la creación y la institucionalidad? ¿Nos salva el simple hecho de pertenecer a una institución? ¿Son esos diseños de institución y regulación del trabajo artístico los que ahora mismo necesitamos? ¿En qué otras direcciones debían moverse? ¿Se ajustan a las necesidades creativas que el momento y nuestra realidad económica exigen?
Fernando Rojas se refería al establecimiento de otras formas de gestión, desde la institución para favorecer la creación. Así vieron la luz espectáculos como Hierro, de Carlos Celdrán y Oficio de Isla, en el que realicé la dirección. En nuestra experiencia, esa manera de producir generó otras alianzas. Aquí se articuló lo económico con el impacto social, en un territorio complejo, que atrajo a otros públicos y por tanto se potenció toda la estrategia política del arte al crear un marco para dialogar críticamente con el presente. Esas maneras, voy a llamarle desburocratizadas, que hoy comienzan a rendir sus frutos en proyectos de cine y televisión, son largos reclamos de los artistas y que ponen sobre el tapete formas de alianza posibles entre los artistas y los políticos.
La posibilidad de potenciar un espectador más crítico, menos aletargado, mucho más activo en su participación, hacia allí trato de encaminar el trabajo. Me gusta como la profesora Jennifer Hosek lo sintetiza: “el arte todavía tiene voz”.
Desde la práctica personal de cada creador o de cada comunidad creativa nos toca modelar nuestras propias estrategias de participación, más allá de la idoneidad y pertinencia de las personas que hoy dirigen la cultura. Ya se sabe que hay muchos problemas acumulados, que pudieron tener solución en el pasado y que siguen perteneciendo al territorio patrimonial del burocratismo cubano, o como me gusta llamarle “reuniones de repertorio”, esas que se reponen de año en año, como si fueran la primera vez.
Rafael Hernández: Para terminar, quisiera referirme al hecho de que estamos tratando un tema en un contexto que no es solamente el cubano, sino el del mundo. Le agradezco mucho a Jennifer Hosek por habernos dado ese otro ángulo; a Fernando Rojas, por haber estado desde la perspectiva de alguien que dirige en el Ministerio de Cultura y que se enfrenta a complicados problemas que tienen que ver con el desarrollo del diálogo con distintos sectores del mundo del arte y la literatura; a creadores como Magda González Grau, que ha tenido una experiencia y una posibilidad de dejar su huella, junto con otros compañeros, en los nuevos marcos en los cuales se pueden producir audiovisuales en Cuba; y naturalmente a Orlando García, por transmitirnos la perspectiva de su experiencia desde Cienfuegos.
Estamos en una situación que podría describirse en términos muy simples, como que los políticos sí quieren que los artistas participen, que colaboren, que se hagan presentes en el debate de ideas, mediante sus obras. Muchos artistas, quizás una cantidad mayor que en otros países, están interesados y motivados en hacerlo. Es precisamente en estas condiciones que podrían caracterizarse como muy favorables, donde ambas partes quieren que pasen cosas, empiezan otras interrogantes que se añaden a las que han sido planteadas por los participantes del público y por los mismos panelistas.
Cuando hablamos de esas relaciones entre arte y política estamos colocándonos frente a las obras de arte y a su significado político. ¿En qué consiste lo político en las obras de arte? ¿Es lo explícitamente político? Obviamente, no. No se trata solo de obras que tengan un discurso político explícito, sino la naturaleza intrínseca de la obra de arte en relación con la sociedad que la rodea y con los problemas que escoge para producirse.
¿Cuál es la responsabilidad ciudadana de los artistas? ¿Qué hace diferente a los artistas, dentro del conjunto de los ciudadanos, en relación con su responsabilidad cívica, ejercida a través de su condición de artistas? Y esto nos lleva a la cuestión misma de la cultura política de los artistas. ¿Damos por sentado cuál es su cultura política? ¿La asumimos como homogénea? ¿Cómo heterogénea, no solo porque es diversa, sino porque tiene registros diferentes en distintos sectores del arte, en distintos gremios, como se ha dicho aquí?
Se ha suscitado la cuestión de la cultura de los políticos, su nivel cultural, cuáles son, digamos, sus patrones de consumo artístico, qué cosas les gusta consumir como simples ciudadanos receptores de cultura, y cuál es su dominio de la cultura artística. Pero también esta pregunta se podría hacer en relación con la cultura general de otros intelectuales, su formación humanística, que en una amplia acepción manejada por algunos en este panel, incluye a todos los profesionales que usan el intelecto, e incluso a los que no son profesionales. ¿Cuál es su nivel cultural, cuáles son los ingredientes de la formación cultural de distintas profesiones, sectores, gremios, en la Cuba de hoy? ¿Qué caracteriza a su cultura general? Ese concepto que circula y que al parecer todos compartimos, sobre la necesidad de desarrollar cultura general en todos los que se forman como intelectuales.
Todos estos problemas concurren en la problemática de la que estamos hablando. Valdría la pena, como se ha dicho aquí, que todos, no solamente los artistas y los políticos, no solamente aquellos que participan en un determinado diálogo, le incorporen estos otros temas. Quizás esto tenga que ver también con mirar la política cultural como algo que no hace un organismo en particular, sino en lo que intervienen la sociedad civil, sus organizaciones, sus instituciones, así como otras que no son las que tienen asignado generar políticas culturales, y que también las hacen, en la medida en que inciden en esta condición, y tienen un impacto en la cultura de la sociedad.
Muchísimas gracias a todos los que han estado escuchando, a todos los que han participado, a todos los que han intervenido.
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